.

.

Translate

Nota: Está prohibida la republicación, copia, difusión y distribución de mi novelas en otras páginas webs.

jueves, 4 de abril de 2013

Capítulo 2: El Misterioso Caballero de Plata y Bronce






Capítulo 2: El Misterioso Caballero de Plata y Bronce

Raudamente, la sensación álgida se convirtió en un incandescente calor que arropaba mi cuerpo entero. Cada brizna de mi piel ardía mientras avizoraba a este desconocido sujeto delante de mí. Temblé.
¿Acaso tenía miedo?
Tal vez.
Al vislumbrar esa deliciosa piel morena...
¿Era él? ¿El pirata de mis pesadillas? ¿El Sr. Von Däniken?
Me volví cuando escuché a Lord Nicodemus regresar. Traía mi copa llena con alguna clase de vino tinto.
Cuando regresé mi mirada hacia el frente, esperando encontrarme con el misterioso encapuchado, únicamente hallé un espacio vacío. Mi cabeza dolió por la confusión. ¿Estaba volviéndome loca? ¿Acaso estaba ebria? ¿En realidad había bebido mis copas sin darme cuenta?
–Yo... –mascullé–. Necesito tomar aire, mi lord.
Cogí mi copa de vino, aferrándola sólidamente en mi mano derecha para que nadie pudiera beberla de nuevo. Me levanté y me dirigí hacia Dolabella, que se hallaba sola, admirando a su engalanado príncipe desde la lejanía.
–Bella, hermana, está sucediendo algo extraño esta noche –le confesé en un susurro de miedo–. Acabo de ver a un joven con máscara y capucha... –apuré el vino en mi boca, bebiéndolo de un solo trago–. Te lo juro, creo que se trataba de ese muchacho que dejamos en el castillo. Quiero irme. Yo... Lord Nicodemus ha servido tres veces mi copa y ésta aparece vacía repentinamente.
Bella me abrazó con ternura.
–Oh, pequeña Lucy, has bebido demasiado, ¿o no?
–¡No! Quiero decir...
Ella se rió, como si se burlara de un inocente niño.
–Todo va bien –me tranquilizó–. Ya verás cómo duerme aquel rústico cuando regresemos.
Había una jarra de cerámica descansando junto al barril del vino. Aturdida, agarré mi copa y la llené una vez más. La coloqué en la mesa, con la intención de vigilarla. ¿Podría ser que tuviera un agujero el fondo? Por supuesto, un agujero que fuese alguna especie de portal que transportara el líquido hacia la dimensión de las malignas hadas del vino, ¿no?
Pasé minutos observando, al igual que una tonta, aquella copa llena. El contenido intacto. Suspirando con exasperación, me giré para echarle un vistazo al salón. Estaba avergonzada de que todos pudiesen estar contemplando mi extraño comportamiento y carcajeándose a mis espaldas por ello. Pero Nicodemus era el único que me miraba atentamente, con una sonrisa burlona en la cara. ¡Perfecto! ¿Podía ser peor?
Sí.
Cuando volví mis ojos de regreso a la copa... ¡Estaba vacía!
–¡Por la divinidad de Tinia, estoy enloqueciendo! –farfullé en voz baja.
Alguien se rió contra mi oreja. Me paralicé.
Recordaba la sensación de ese cálido, estremecedor aliento contra mi nuca. El interior de mi vientre dio un tirón, contrayéndose, mi sangre se calentó lentamente, mis rodillas trepidaron. Creí que iba a desmayarme, había dejado de respirar. Esa sensación se volvía incluso peor que en mis sueños, sofocándome, asfixiándome.
Mi mente reprodujo sus palabras... "Corre. Sabes bien que siempre te encontraré". Una parte de mi subconsciente estaba esperando a que las dijera, pero no lo hizo. Jadeé con fuerza antes de darme la vuelta.
Ahí estaba, el encapuchado.
–Ha de ser un vampiro... el que bebe clandestinamente de tu sangre –dijo en un susurro cerca de mi oído.
Tuve que controlar el temblor que agobió cada parte de mi cuerpo, incluso las partes más recónditas y prohibidas. ¡Por la madre de Hercle! Sus labios estaban tan cerca de mi piel.
–¿Quién es usted?
Una sonrisa ladeada tiró de las comisuras de sus labios hacia arriba. Sus labios. Sus labios. Sus labios... ¿Por qué no podía dejar de mirarlos? ¿Por qué eran tan distractores?
–Si baila conmigo, le diré mi nombre.
Tragué grueso.
No necesitaba su nombre después de todo, no más que su identidad. Esa voz... Era la voz más seductora que había escuchado jamás, tenía una entonación profunda, coqueta y jovial. La picardía destilaba de ella igual que un dulce veneno. Pero no era solamente el tono hechizante de su voz lo que me cautivaba. Era la familiaridad de ésta, la vibración que atravesaba mis sentidos, aturdiéndome.
Lo vi alzar una cáustica ceja por encima del contorno ensombrecido de su rostro.
–Yo... sí –acepté.
–¿Disculpa?
Enarqué mi ceja de la misma forma.
–Bailaré con usted, por el precio de oír su nombre –accedí.
Un laúd resonaba con preciosas notas saltando sobre el aire. El caballero que tenía frente a mí me hizo una cordial reverencia, invitándome a caminar primero hacia la pista de baile, donde las parejas se preparaban para danzar en cuadrilla.
Hice una pequeña inclinación de cabeza a modo de saludo antes de comenzar a moverme al perfecto compás del resto de las parejas. Cada movimiento del misterioso muchacho encapuchado era elegante, distinguido. Cuando nos acercábamos, su nariz casi rozaba la mía, su mano casi tocaba la mía, su respiración rozaba mi rostro.
–Entonces, ¿qué tendré que hacer yo para escuchar su nombre? –me preguntó de manera sensual.
–No lo sé, Sr. Von Däniken, ¿qué debería pedirle a cambio de esa información? –sonreí con astucia.
Dimos una vuelta en la pista antes de volver a estar uno delante del otro. Él levantó su máscara, dejándome mirar su rostro.
¡Lo sabía!
–Oh, por favor, llámame Sebastián.
Escuchar su nombre liberó una indescriptible oleada de satisfacción a través de mis huesos. Mientras él esbozaba su mejor sonrisa diabólica, yo palidecía de miedo. Mi corazón estaba palpitando a toda prisa contra mi garganta.
No solamente estaba enfrente del caballero oscuro de mis sueños, sino también delante del hombre que enviaría las noticias a mi padre sobre nuestras travesuras nocturnas. Nuestro padre era capaz de hacer cualquier cosa si se enteraba de esto. Numerosas veces había amenazado con desheredarnos. ¡Dioses, ¿qué haríamos doce niñas desheredadas?!
Seríamos huérfanas sin prestigio, seríamos señaladas como prostitutas, indecentes, promiscuas y sin virtud. Ningún hombre se casaría con ninguna de nosotras. No me preocupaba tanto por mí, sino por la reputación de mis hermanas. Ellas merecían al mejor de los hombres para casarse y tener hijos, merecían una vida digna.
Miré a Sebastián de soslayo, nuestros hombros se rozaron mientras girábamos de costado.
–No tengo la suficiente confianza con usted como para llamarle por su primer nombre, Sr. Von Däniken.
Él me miró con los ojos entrecerrados.
–¿Tienes miedo? Luces pálida.
–Le escuché llamarme por mi nombre –cambié de tema–. ¿Por qué fingió que no lo sabía?
La sonrisa en su cara era endemoniadamente artera.
–Nunca dije eso.
–Me ha preguntado qué debía hacer para que yo le dijese mi nombre.
–No quería saber tu nombre –aseveró antes de acercar su boca peligrosamente a mi oído–. Quería escucharlo de tus labios... –su voz se convirtió en un susurro maligno–. Quería ver el modo en que tu lengua se mueve contra tu paladar mientras lo pronuncias, quería advertir la manera en que tus labios se acarician cuando hablas.
Retrocedí, jadeando por el esfuerzo físico de seguir los pasos de baile del resto de las parejas en la pista.
–Es usted extremadamente atrevido –protesté con enfado.
Mi rostro enrojeció por completo.
–¿Es atrevido de mi parte contemplar tu boca?
Apreté los labios.
–Lo es.
–¿Por qué tus mejillas están de ese tono escarlata, Luciana?
Mi nombre en su boca era perfecto. El sonido era perfecto, la forma en la que lo pronunciaba era perfecta, el modo en que su lengua acariciaba sus labios cuando pronunciaba la letra "ele" era una majestuosa obra de arte. La forma en la que su boca se movía era sublime, celestial.
–No se atreva a llamarme Luciana, soy la señorita Winterborough para usted.
Su sonrisa se hizo más amplia y traviesa.
–Has dicho tu nombre para mí.
Cubrí mi boca con mis dos manos, iracunda.
–¿Cómo supo mi nombre de todas formas? –contraataqué.
Puso sus ojos en blanco.
–Eres la princesa de Etruria, todo el mundo te conoce.
Fruncí el ceño después de cruzar los brazos por encima de mi pecho.
–Somos doce princesas, ni siquiera mi padre recuerda nuestros nombres.
Cuando la canción acabó, apenas lo noté.
–Veo que quieres seguir bailando –Sebastián me ofreció su mano, la cual rechacé orgullosamente antes de dirigirme hacia las afueras del palacio.
Crucé el salón a raudas zancadas. Sebastián me seguía. En el jardín, me di la vuelta furiosamente para enfrentarlo. Había esperado que estuviese más lejos de mí, pero no lo estaba. Mi pecho casi tocaba sus costillas, su boca prácticamente me rozaba la frente.
Me armé de valor para susurrar las siguientes palabras sin mirarlo a la cara.
–Por favor, no le diga a mi padre lo que ha visto. Por favor.
Sebastián se largó a reír. El sonido de su risa era cadencioso y suave, igual que la música en mis oídos. Se echó dos pasos hacia atrás a fin de recostarse contra el muro de piedra del castillo.
–Vamos, nena, no pienses en ello –me dijo luego de sacar un cigarrillo de su bolsillo y encenderlo en su boca.
–Sr. Von Däniken –lo miré a los ojos. Tenía unos fascinantes colores en la mirada. Sus pupilas eran plateadas, sus iris eran violetas. Hipnotizadores–, se lo ruego, no nos delate.
Dio una calada al cigarrillo, su sonrisa malvada se inclinaba hacia su mejilla izquierda.
–Te diré algo, pequeña. Tienes tres días enteros para convencerme.
¿Convencerlo? ¡Madre mía! ¿Qué quería que hiciera para convencerlo? Mi cara perdió todo el color mientras que la expresión de Sebastián se volvía más burlona. En mi interior, lloriqueé igual que una bebita.
Coquetamente, le quité el cigarrillo de los dedos y le di una calada. Luché contra mí misma para evitar toser. Se lo devolví.
–¿Tienes alguna idea de lo que estoy fumando? –me interrogó de manera desafiante.
–¿Tabaco? –dije, tratando de que mi respuesta sonara como la cosa más obvia del mundo.
–Estás de suerte, a veces me pongo creativo.
Cuando se llevó el cigarrillo de vuelta a la boca, lo único en lo que pude pensar fue en sus labios tocando el lugar donde habían estado los míos hacía un instante. Me escudriñó con esa pérfida mirada.
–Lo sé, te obsesiona la idea de compartir saliva conmigo –me guiñó un ojo.
Mi rostro enrojeció de ira.
–¡Es usted un vulgar! No sé qué clase de mujeres lo rodean, pero le puedo asegurar que no todas fantaseamos con esa... maravillosa boca.
Sus cejas se alzaron con diversión, sus cabellos de plata caían desordenados sobre su frente.
–Entonces, ¿es mi boca maravillosa?
No tienes idea de cuánto.
Me obligué a apaciguar mi furia, alargué un brazo y descansé mi mano delicadamente contra su mejilla. Tan pronto como mis dedos le rozaron, cerró los ojos con fuerza, agitado. Tal como si hubiese pensado que le iba a abofetear.
Advertí el modo en que los músculos de su cuello se tensaban, al igual que los de su mandíbula, donde una palpitante vena se movía. La tensión se escurrió a través de su cuerpo como una andanada de energía vibrante. Ésta cruzó sus brazos y se detuvo en sus manos, las cuales se hicieron puños.
Cuando sus ojos se abrieron, había fuego en ellos. Su mirada era asesina, repleta de venenosas llamas. Mi cuerpo entero trepidó.
Una parte de mí tenía miedo, ésa que deseaba correr y ocultarse lejos. Muy lejos. En cambio, mi parte oscura se sentía ardiendo. Su semblante enfadado era absolutamente sensual, su mortal expresión expedía torrentes cálidos a mi cuerpo. El interior de mi vientre se contrajo, retorciéndose con fuerza.
Mi instinto de supervivencia me hizo retroceder con premura.
–No. Vuelvas. A. Tocarme –murmuró lentamente con los dientes apretados. Su rostro estaba condenadamente cerca del mío, su aliento de vino dulce acarició mis labios.
Vino dulce.
–¿Eres el fantasma que bebió de mi vino?
Sebastián cogió mi brazo con fuerza.
–Hablo en serio, Luciana, no me toques. Nunca más.
–¿Por qué?
–Si crees que con tu suave tacto podrás convencerme de que no te ponga en evidencia frente a tu padre, te equivocas. No eres más que una pequeña manipuladora.
Me zafé de su agarre para abofetearlo. Él sujetó mi muñeca antes de que impactara contra su rostro. Su risa me hizo vibrar internamente.
–¡Suélteme, Sr. Von Däniken!
Sonrió perversamente.
–Di mi nombre.
–¡Suéltame... –elevó sus cejas antes de dejarme continuar–, Sebastián!
Hizo una mueca de placer.
–Le propongo algo, Lady Luciana, salga de este aburrido baile y encuéntreme del otro lado del lago. Estaré esperando –desenredó un pañuelo que estaba atado a su cuello a fin de que se convirtiera en una capa. Tan pronto como se cubrió con ella, desapareció. Pero su voz continuaba flotando en el aire, confundiéndose con el viento que erizaba los vellos de mi nuca–. Si decide no asistir, recuerde que su reputación está en mis manos, madame.
Maldije para mis adentros.
Dubitativa, me encaminé hacia el muelle de oro que abordaba el comienzo del lago. Allí hallé a un hombre pequeño, como un duende. Él tenía poco más de la mitad de mi estatura, saltones ojos de rana, estaba cubierto bajo una caperuza y sus dedos eran similares a tentáculos babosos.
–¿Puede llevarme usted al otro lado del lago? –inquirí amablemente.
Sus horribles ojos se posaron en mí de la manera más repugnante, sus labios se curvaron en una sonrisa maniaca.
–Por supuesto, princesa –convino, su voz era áspera y aguda–. La llevaré, a cambio de algo.
–¿Qué es lo que quiere?
Los dedos de la criatura se movieron para enroscar mi brazo. Logré hacerme hacia atrás antes de que pudieran siquiera rozarme.
–Dame tres hebras de tu cabello –me pidió en un siseo–. Y tres cerezas, de aquel árbol –apuntó con uno de sus dedos por encima de mi hombro.
Seguí la dirección de su tentáculo a fin de contemplar el árbol al que señalaba. Su tronco era delgado y crecía en una espiral hacia lo alto del cielo, sus hojas eran de color coral y los frutos que colgaban de sus ramas eran cerezas amarillas.
Resignada, arranqué tres de mis delgados cabellos rojos anaranjados y se los entregué al hombrecillo.
–En un momento vuelvo, déjeme ir por los frutos.
Hice una reverencia antes de jalar las faldas de mi vestido para correr hacia el rarísimo arbusto. Me acerqué con zancadas vacilantes y alargué mi brazo para coger las tres cerezas que pendían de las ramas más bajas.
En el momento en que arranqué los frutos, los apreté con fuerza en mi puño. Hasta que algo se movió bajo mis dedos. Punzadas dolorosas atravesaron mi palma, igual que numerosas agujas enterrándose en mi piel.
Cuando alcé la mirada de regreso al árbol, todas las cerezas habían cobrado vida; tenían diminutas bocas con dientes puntiagudos. Ellas saltaron desde las ramas hacia mi vestido, enganchándose con sus colmillos a mi cuerpo.
Grité de dolor.
Se sentía como si tuviera centenares de hormigas encima, causándome severas picaduras. Sin abrir mi puño, emprendí a correr, dispuesta a regresar con los frutos en mis manos.
–Tenga –lloriqueé después de entregarle las cerezas al hombre de ojos saltones, quien encerró a los pequeños insectos dentro de una caja de madera con un grueso candado.
Sacudí mi vestido para quitarme de encima a las pequeñas cosas asesinas. Por toda mi piel había enrojecidas marcas diminutas de sus mordidas, mis manos incluso estaban cubiertas por algunas gotas de sangre que humedecían mis guantes.
Me senté en uno de los botes, con la expresión de una niña que acaba de caerse después de haber estado corriendo. El hombrecillo con tentáculos saltó dentro de la barca para comenzar a remar hacia el otro lado. Continué observando las gotas de sangre sobre mis palmas, disgustada. Todo el cuerpo me ardía de tal manera que podía empezar a llorar en cualquier momento.
–Oh no, por favor no comiences a llorar –escuché decir a Sebastián desde alguna parte. Casi salté al oír su voz, miré hacia todas las direcciones, intentando hallarlo, pero tan sólo era invisible. De pronto, lo encontré sentado a mi lado, impávido–. No te comportes como una nenita llorona, eres una tonta. Estamos en Somersault, todo aquí muerde, o podría hacerlo.
Me miró, sus ojos lanzaban llamas violetas. Tuve que apartar la mirada mientras contenía un gemido de dolor por las mordeduras que invadían mi piel. Me quedé callada, sintiendo el modo en que el espeso viento húmedo golpeaba mi rostro. Parecía que nadie volvería a decir una palabra.
–Déjame ver –suspiró el señor Von Däniken antes de tomar mis dos manos entre las suyas.
Me quitó un guante, despacio. Su contacto me hizo temblar, mi corazón se paralizó durante un par de segundos. Él permaneció estudiando mis manos con su mirada, sus dedos estaban envueltos alrededor de mis muñecas. Lentamente, movió su pulgar y presionó con cuidado la parte interna de mi mano, deslizando su toque desde mi muñeca hasta mi palma, masajeando suavemente las magulladuras.
La sangre de mi cuerpo se calentó, causando que mi pálida piel enrojeciera. Sin darme cuenta, había dejado de respirar. Un sonido semejante a un jadeo se escapó de mi boca, Sebastián me miró a los ojos. Su contacto visual me quemó, ardía incluso más fuerte que las mordeduras de cerezas amarillas.
–Lo siento, ¿te lastimé? –largó en un susurro de preocupación después de soltar mis manos.
Me aclaré la garganta.
–Estoy bien.
Me di cuenta de que nuestra barca estaba detenida en medio del lago, puesto que el hombrecillo tenebroso había dejado de remar.
–¿Cuál es su problema? –interpeló Sebastián.
El pequeño hombre soltó un bufido.
–Usted no ha pagado por el viaje, seguiré remando en cuanto me de tres hebras de su cabello y tres cerezas amarillas.
Sebastián respondió con otro resoplido repleto de sarcasmo.
–Podría darte tres golpes, o bien podría patearte para que te pierdas en las aguas del lago. Sé remar por mí mismo. ¿Qué dices? ¿Hacemos un trato?
Aterrorizado, el sujeto abrió ampliamente sus ojos de rana y continuó remando hasta que nos detuvimos en la orilla. Sebastián prácticamente huyó de la barca y aterrizó de pie en el suelo de cristal. Agachó la mirada al tiempo que escondía sus manos en los bolsillos de su chaqueta.
Yo tenía que decidir si debía saltar del bote por mi cuenta o pedir ayuda. Mis opciones eran el hombrecillo, cuyos dedos no quería tocar, o Sebastián. Me aclaré la garganta audiblemente.
–¿Qué? –los ojos de Sebastián parecían inocentes ahora.
–¿Podría ayudarme, Sr. Von Däniken?
Él puso sus ojos en blanco.
–¿No puedes sólo saltar?
–Podría –admití–. También podría caerme y desaparecer en el agua violeta. Nunca más nadie volvería a verme.
Él largó una risita encantadora.
–¿Cómo podrías desaparecer estando en la orilla?
–Bien, tal vez no desaparecería, pero mi vestido podría mojarse.
Se encogió de hombros.
–¿Y?
Suspiré. Él también.
Di un paso hacia adelante y le ofrecí mi mano para que la sostuviera. En lugar de eso, me cogió de la cintura, alzándome. Me aferré de sus fuertes hombros mientras me ponía en el suelo firme.
Sentir sus manos asiendo mi cintura me proporcionó un cosquilleo en la parte interna del vientre. Pero no duró demasiado, porque él me soltó en menos de un segundo, como si tocarme fuese alguna especie de tortura.
Nadie dijo otra palabra durante extensos minutos, pude sentir la hosca mirada de Sebastián sobre mi cuerpo. Él estaba estoico, sin ninguna expresión que pudiera leer.
Estaba a solas con este joven, lo cual era un comportamiento inapropiado para una dama. Y sin embargo, eso no era lo que me preocupaba. En mis sueños, este chico se encargaba de aterrorizarme hasta que me hacía despertar con gritos, bañada en sudor.
Si mis pesadillas eran una premonición, debería estar aterrorizada. Lo estaba. Una parte de mí me gritaba que me alejara si quería mantenerme en una sola pieza.
–¿Qué quiere de mí, señor Von Däniken? –musité por lo bajo, sin mirarle.
–Para empezar, que me llame por mi nombre, señorita Winterborough.
–Sebastián –dije con el rostro sonrojado.
Lo escuché reír.
–¿Me tienes miedo?
Levanté mi mirada hacia su rostro, intentando parecer severa, si es que podía. Negué con la cabeza.
–Por supuesto que no –mentí.
–Deberías.
Él dio una larga zancada para estar más cerca de mí. Mi subconsciente me traicionó cuando pregunté, con alarma:
–¿Por qué?
Una feroz sonrisa amenazaba con hacer curvar sus labios.
–No, tú no quieres saberlo –se aproximó peligrosamente hasta que pude distinguir el aroma picante de su cuerpo. Era como la pimienta negra–. He oído rumores sobre ti –continuó–. ¿Es cierto que eres la única de tus hermanas que puede tener visiones del futuro sin practicar un ritual?
Ladeé mi cabeza.
¿Se trataba de eso?
–Mi madre solía tenerlas también –afirmé–. No funciona como piensas.
Sebastián dio otro paso, más cerca de mí. Mi cuerpo tuvo un escalofrío ante su proximidad.
–¿Y cómo funciona?
–Tengo visiones opuestas. Veo exactamente lo contrario a lo que en realidad sucederá.
Él estrechó su mirada en mí.
–Eso no fue lo que yo escuché.
–Tener visiones de la realidad me causa dolor, es por eso que cuando era una niña mi padre contrató a un hada para que me hechizara, de modo que no pudiera volver a tenerlas. Pero he conservado la habilidad de tener visiones opuestas.
–Sí, escuché algo sobre eso, pero hay algo más, ¿verdad?
Negué.
–No lo hay.
–¿Estás segura? –la escasa distancia entre nosotros era atemorizante–. Vamos, Luciana, no me mientas.
Mi espalda se puso recta por la tensión.
–Soy la señorita Winterborough para usted.
–Querrás decir, señorita Mentirosa, ¿o no?
–No le estoy mintiendo.
Él juntó sus manos tras su espalda después de aproximar sus labios a mi oído para hablarme entre dientes.
–Sé lo que ocultas y será mejor que me lo digas. Ya sabes cuán peligroso soy.
Miré sus ojos con desafiante furor.
–Hay una forma de liberarme del encanto del hada, pero jamás la sabrás. No puedes obligarme a someterme al dolor que me causan las visiones.
Sebastián retrocedió un paso.
–Noto que prefieres que hagamos este proceso más corto. En cuanto regresemos al castillo, tu padre sabrá quién eres. ¿No puedes soportar un poco de dolor para conservar tu reputación y la de tus hermanas?
Mis ojos estrechos se pusieron húmedos de rabia.
–No puedes obligarme. Por favor, no, no lo hagas. Yo... mis visiones opuestas todavía son útiles. Podría...
–¿De qué me sirve una visión de lo que no sucederá? Eso no tiene sentido.
–Lo tiene. Si tengo una visión de mi hermana casándose, sabré que será soltera por siempre. Si tengo una visión de alguien muriendo, sabré que su vida será larga. Si veo amor, sabré que habrá odio. Si veo blanco, sabré que será negro.
–Necesito adivinar el futuro de un dios que vive en el mundo mortal. Lo conoces, su nombre es Massimilianus de Velathri.
Mis ojos se ampliaron.
–¿El demonio destructor? No hay forma de que...
Sebastián cogió mi antebrazo antes de que yo pudiera alejarme.
–¿A dónde vas? –me lanzó una sonrisa que hizo que mis piernas flaquearan–. ¿Quieres pensártelo mejor? Porque creo que estamos llegando a un acuerdo justo –me quedé quieta, obligando a mi cuerpo a relajarse–. Eso está mejor.
–No es tan sencillo, no tengo visiones de gente que no conozco personalmente.
Él levantó una ceja.
–¿Vas a decirme que nunca tienes visiones de extraños?
–Las tengo, cuando ese extraño está relacionado con mi futuro, o el de alguien que conozca.
La sonrisa de Sebastián se hizo más amplia y maligna.
–Eso es fácil de solucionar, iremos a conocer a Massimilianus. Ahora.
–¿Estás loco? ¡No me harás acercarme a ese monstruo de dos cabezas! ¡No pienso...!
Él me atrapó en el preciso instante en el comencé a correr, puso una mano sobre mi boca y me alzó de suelo, rodeando mi cintura con un brazo.
–Es inofensivo, te lo juro –intentó tranquilizarme al tiempo que yo lanzaba patadas al aire–. Él está aquí en Somersault, dando un concierto.
Cuando estuvo seguro de que no gritaría, retiró su mano de mi boca, me lanzó sobre su hombro y me llevó a través de un sendero del bosque de cristal.
–¡Suéltame, estás siendo abusivo! ¡Mi padre te pondrá las manos encima cuando le hable sobre esto! ¡Haré que te cuelguen, pirata! –arrojé puñetazos histéricamente en su espalda.
–Oooh –soltó con diversión–. ¿Cuándo será eso? ¿Antes o después de que le hable a Lord Vittorio sobre tus escapadas nocturnas?
Quise maldecir en voz alta, pero me contuve.
–¡Eres un vil manipulador!
–¿Yo? ¿Qué hay de ti?
Un carruaje en forma de calabaza, tirado por caballos, apareció frente a nosotros. Sebastián silbó al conductor para llamar su atención mientras cruzaba el sendero de la arboleda. Tan pronto como la carroza se detuvo, me percaté de que el conductor era un extraño hombre con la piel grisácea que utilizaba un elegante frac y un sombrero de copa.
Sebastián me ofreció una mano para ayudarme a saltar dentro del carruaje, sentí su tibia piel por encima de la seda de mi guante.
–¿Hacia dónde se dirige, señor? –preguntó al cochero.
–Hacia la ciudad –contestó el hombre sin mirarlo.
–Perfecto.
Sebastián, en un abrir y cerrar de ojos, extrajo un cuchillo del interior de su abrigo y cortó la garganta del hombre. Un chorro de sangre verde salió disparada desde su cuello. Inhalé aire por la boca audiblemente debido a la sorpresa.
–¿Qué has hecho? –clamé.
–Eso, nena, es para que pienses en el camino sobre cuán peligroso soy.
El señor Von Däniken se sentó en el asiento del cochero y tomó las riendas de carruaje, azuzando a los caballos para que fuesen más rápido.
–¿Ese hombre era un Dredón?
Me lanzó una miradilla de soslayo.
–Sí.
Los Dredones eran criaturas provenientes de las pesadillas de las personas, quienes pensaban que la única realidad era la que se vivía dentro de los sueños. Ellos miraban la vida real al igual que un largo sueño del que te despiertas al morir.
Podían vivir en dimensiones alternas como el mundo de los sueños o las ciudades míticas como Etruria, o Somersault, pero siempre era mejor que fuesen asesinados o capturados por Visitantes Noctámbulos. Puesto que tenían un poderoso veneno en la saliva, cambiaban de forma y se encargaban de hacer daño. A tu mente, a tu cuerpo, recreando pesadillas en la realidad.
Durante todo el camino, el señor Von Däniken no volvió a hablarme, permaneció taciturno mientras era bañado por la luz violeta de la luna. Contra el silbido del viento, se escuchaba el sonido del galopar de los corceles y el susurro de la brisa. Un frígido siseo que golpeaba mis mejillas, haciéndolas enrojecer ligeramente.
El rumor en el aire siempre lograba seducirme, engatusarme. Era igual a una canción, con melódicas notas armoniosas. Igual a palabras en una poesía.

Las princesas no danzan en la oscuridad
Porque oscuros secretos se ocultan en ella
Éstas sellan pactos con solemnidad
Obsequiando besos cual buenas doncellas

Aquel era el canto que fluctuaba en el ambiente, impregnando mis oídos.

Se desliza cada gota de tu sangre
Tras mi asesina navaja de hielo
Tu miedo incrementa mi hambre
En el baúl donde escondo tus huesos

Soy el bandido de tus pesadillas
Tu amante vestido de negro
Cargado con alas de arcilla
Devorando la carne en tu cuello

Cada palabra pronunciada en tus labios
Me hace arder en deseos sombríos
No soy un caballero, sino el mismo diablo
El que habita en un infierno frío.

Interesantes palabras las que había elegido cantar el viento esta noche, pensé, al tiempo que oía las estrofas repetirse. Un escalofrío glacial circuló por mi cuerpo al igual que el gélido metal de una daga.
A medida que avanzábamos, el sendero dejó de ser de cristal, para convertirse en uno de arena, después, en una carretera empedrada. La ciudad se hacía más tenebrosa mientras el camino se perpetuaba. Los edificios eran casas antiguas, con puntiagudas torres iluminadas en luz púrpura. Todo parecía envejecido, solitario, abandonado, como si nadie hubiese vivido ahí en los últimos doscientos años.
Había arañas caminando a través del suelo, cientos o miles de ellas, entrando y saliendo de las casas, posiblemente vacías. Los insectos eran del tamaño de un gato o algo similar, tenían gigantescos colmillos y se adherían a las paredes para filtrarse en los hogares de las personas a través de las ventanas u agujeros en la madera de las paredes.
Al final de un callejón, había un gran arco iluminado con luces, que era precedido por un larguísimo sendero. Sobre éste, había un letrero hecho de lamparillas, en el cual se leía "The Violet Circus". A lo largo del camino se disponían varias carpas de circos, con rayados de distintos colores. No detuvimos en la taquilla de ventas, donde compramos un par de boletos.
La mujer tras el cristal traía un mostacho real encima de sus labios, los cuales estaban pintados de un fuerte tono escarlata. Ella nos pidió pagar con dos monedas de oro, pero Sebastián sacó otra cosa de su bolsillo.
Un anillo hecho de fina plata blanca, envuelto en pequeñísimos diamantes. Me puse pálida al notar que aquella era una de las joyas que me había puesto esta noche. Bajé la mirada hacia mis manos vacías. No tenía mi anillo, ni mi brazalete, únicamente mis guantes blancos. Toqué mi cuello, vacío. Toqué mis orejas, sin aretes. Miré con fiereza a Sebastián.
–¡Me has robado, sucio pirata! –expuse, exacerbada.
Sebastián sonreía de esa socarrona forma mientras tiraba de mi brazo para arrastrarme a su lado.
–No hables tan fuerte, pitonisa.
–¡Ladrón! ¡Perro ladrón!
¿En qué momento había logrado robar mis prendas? Recordé las veces que me había hablado cerca del oído, o cuando tomó mis manos heridas en las suyas. Cada uno de sus movimientos cobró un nuevo sentido ahora.
Llegamos hasta una pequeña casucha cuadrada, con techo plano. Vi sus amplias ventanas redondas, pero no hallé la puerta. Hasta que alcé la vista y me percaté de que se encontraba en la esquina superior izquierda de la pared. Retrocedí un par de pasos para contemplar la casa completa. Fue entonces cuando noté que parecía estar de cabeza, como si le hubieran dado la vuelta.
En el suelo, había una pizarra negra, con unos caricaturescos ojos y una amigable boca sonriente dibujados en ella. La boca se movió dentro de sus dos dimensiones para decir palabras que se reprodujeron en voz alta desde alguna parte.
–¡Última función de Gerardo Harris! –gritó el pizarrón–. ¡TICKETS AGOTADOS!
Un segundo después, su boca y ojos se borraron de forma mágica, haciendo aparecer las mismas palabras escritas en una tosca letra, subrayada varias veces. Una nube blanca de polvo me hizo toser y, cuando se disipó, advertí que Sebastián había desaparecido.
En ese instante, sentí gruesos dedos envolviendo mi cuello de manera rígida y violenta, aplastando mi garganta.

21 comentarios:

Wilmeliz dijo...

Me ha encantado el capitulo 2.
Sebastian, es tan jodidamente atractivo, me encanta.
Sin contar que me gusto cuando le dijo que no le tocara. Soy rara lo se por decir que eso debio sonar sexy por parte de el.
Jerry lo extra~e tanto espero que salga en el proximo capitulo.
Luciana pobre lo que le toco.
Sebastian es tan malo, pero eso lo hace interesante.
porque desea saber el futuro de Max?
Espero que no sea para algo muy, muy malo.
No puedo creer que solo falta un libro para terminar esta saga.
Es tan triste, pero estoy bien porque todavia falta mucho para eso.
Aunque me emociona saber que la Saga The violet city acabara con uno de los personajes grandes.
Eustace es estremadamente hermoso y idiota y simpre supe que un libro de el seria interesante.
Bueno hay que esperar mucho para ese libro.
Sin duda este capitulo me ha gustado, Nicodemus es hermoso y tengo dudas sobre el y Sebastian.
Vaya no me quiero imaginar lo que vaya a pasar en estos tres dias.
Esta novela va por buen camino. Me esta gustando por todo lo cool que es.
Vaya una comedia romantica escrita por ti seria interesante, ademas es mas interesante porque por lo que escribistes seria un reto para ti.
Aunque no me imagino un libro sin cosas sobrenaturales escritos por ti, seria extra~o por que todas las historias que he ledido tuyas tienen ese toque de terror.
Se que esta Tu, yo y el, pero no se seria cool te deseo lo maximo con esa historia si la haces.
De verdad amo tus novelas.
Bueno dejare de aburrirte con esto.
Me ha gustado el maraton ahora leere el 3 capitulo.
Interesante la idea de tu blog.
Cuidate bye

Wilmeliz dijo...

Mi comentario ha sido extremadamente largo lo siento. Pero bueno hoy si tenia mucho tiempo de escribir.

Eunicess dijo...

El maraton estuvo genial, me encanta la novela. Me llamo la atencion la actitud de Sebastian, pero se que el no es nada bueno.
Bueno aun asi me esta encantando esta novela.

Anónimo dijo...

Eres la mejor
Tus novelas son las mejores
Las amo
Sebastian es muy guapisimos.
Excelente maraton muy bueno.
Steph tienes un gran talento y pensar que cuando compare Tu, yo y el con el resto de tus novelas esa era un desastre nada parecido a la tuya de ahora.
Amo leer tus historias

Azul dijo...

Steph tomare tu consejo.
Cazadores de sombras me llamaba mas la atencion.
Y cuando vi el protagonista masculino me encanto.
El maraton estuvo muy bueno.
Lamento si mi comentario es corto es que ahora entro en examenes finales y toda la cosa y tengo todo agitado.
Tus novelas son una especie de distracion satisfatoria.
Steph, una pregunta.
Nunca has pensado en cancelar alguna historia que hayas escrito? A lo que me refiero es que si cuando has comenzado a escribir una historia no te han dado ganas de dejarla porque no te gusta?

Anónimo dijo...

Me gusto mucho el capitulo estuvo muy bueno.
Cada vez se pone mas interesante la hisoria

Anónimo dijo...

Sebastian esta como quiere
Me emociona la novela de Eustace debe estar genial.
El video me gusto.

Anónimo dijo...

Esta novela se ve que va a ser muy buena.
Luciana es tan delicada y junto a Sebastian se ve mas delicada todavía.
Por cierto Sebastian es tan guapo

A dijo...

Sube pronto
Mira que amo a esta novela que esta genial
Una pregunta ¿has vuelto a enviar tus escritos a editoriales?

Anónimo dijo...

Este comienzo me encanta
El maratón estuvo muy bueno
Amo como escribes y expresas las cosas
eres un modelo a seguir

Anónimo dijo...

Me encanta la novela sobre todo este personaje, sos muy buena escribiendo nunca dejes de hacerlo! De verdad quiero leer otro capitulo ya! No puedo esperar

Anónimo dijo...

Que geniales son tus novelas!!!! Me gustan todas de ellas pero creo que esta va a ser mi favorito, Sebastián, mi Dios! Es jodidamente atrapante! Sigue escribiendo!

Anónimo dijo...

Muy buen capítulo me encantó, Sebastián tiene ese no se que, que me puede, la trama parece ser muy buena me pregunto si la visión realmente en este caso va a ser lo contrario o si esta vez es lo que pasará, saludos!

Anónimo dijo...

Me gusta tu novela, los comienzos siempre son buenisimos.
Creo que amo a Sebastian el es tan misterioso y atractivo que llama la atencion.

Anónimo dijo...

Steph el capitulo me ha gustado mucho
Eres la mejor

Unknown dijo...

Yo nunca se que decir de tus relatos; que me encantan, que hacen que sientas lo que va pasando, que me dejan sin palabras... no se son geniales.

Anónimo dijo...

Este capitulo ha estado muy bueno.

Anónimo dijo...

Steph
Espero que sepas que opino que tus historias son de lo mejor. Que cada cosa que escribes me encanta. Espero que tengas mucho exito que te lo mereces. También quiero opinar sobre el capitulo el cual me encanto.

Anónimo dijo...

Sube sube sube sube

Anónimo dijo...

El maratón me ha encantado
Escribes magnifico
Que emoción una novela de comedia por tu será cool.
Y el ultimo libro de esta saga y el protagonista es Eustace me encanta.

Anónimo dijo...

El maratón muy bueno
lastima que no subieres CAP el jueves pasado ni el anterior.
Tus novelas son buenas.

VISITAS

.

.