Capítulo
4: Ramsés
Sebastián Von
Däniken se veía absolutamente mortal montado encima del robusto corcel negro,
llamado Ramsés. Él había acariciado con
suavidad la cabeza del rebelde animal furioso, hasta que la tensión en su lomo
casi se había disipado. Había una especie de comunicación entre ambos, como si
se comprendieran en niveles desconocidos para mí.
Las
palpitaciones dentro de mi pecho aumentaron su velocidad al notar la extrema delicadeza
y ternura con la que trataba al caballo. Y al mismo tiempo mi pecho se
estrechaba cuando veía la amargura en ambos, ésa que secretamente compartían y
conocían. Ambos eran fieros, salvajes, indomables. Rebeldes, desconfiados,
obstinados.
Una parte de
mí se preguntaba por qué. ¿Qué los hacía tan adustos? Sebastián reposó una
mirada fría sobre mí, una que me decía que sabía todos mis secretos, todas mis
debilidades.
–Los dos
conocemos el dolor y preferimos evitarlo –me aclaró, tal como si hubiese
escuchado mis pensamientos.
El simple
hecho de oír su voz mandó una oleada de calor a mi cuerpo. ¿Quién le había
causado dolor al caballero oscuro? ¿Quién se atrevería? Él era tan letal,
peligroso.
–¿Vienes?
–interrogó con seriedad antes de ofrecerme una mano para que saltara sobre el
caballo.
Me subí con
facilidad debido a su ayuda y me senté sobre la silla, con las dos piernas
colgando hacia un mismo costado del corcel. El Sr. Von Däniken me despidió una
extraña mirada. Sus postura era incómoda a mi alrededor, rígida.
–¿Has montado
antes?
Asentí.
–Solo
palafrenes con sillas inglesas. Así es como lo hacen las doncellas.
–No conmigo.
Estiró un
brazo más allá de mi cintura, deslizó su mano por encima de mi vestido y sujetó
mi rodilla para obligarme a separar las piernas. Mis muslos se tensaron
inmediatamente, la sensación ascendió hasta mi vientre y contrajo mi estómago
de un tirón.
Un
estremecimiento recorrió el largo de mi espalda, mi sangre se calentó mientras
él empujaba una de mis rodillas, haciendo pasar una de mis piernas hacia el
otro costado del caballo. De repente, estaba sentada a horcajadas, al igual que
un bruto hombre. Era inadecuado, abominable.
Mis nervios se
dispararon al tiempo que sentía la respiración de Sebastián contra mi cabello,
sus macizos brazos rodeándome para coger las riendas de Ramsés, su pecho
apretado contra mi espalda recta, el calor de su cuerpo, sus muslos envolviendo
mis caderas.
Mis mejillas
ardían debido al enrojecimiento causado por mi sofocación.
–Mi nodriza
piensa que montar igual que un hombre podría hacerme perder mi virtud –mi voz
tembló.
Casi pude
sentir una sonrisa burlona contra mi nuca. Sabía que él estaba esbozando esa
mueca macabra que me asustaba, me paralizaba y me ponía febril.
–Es un mito,
confía en mí.
–¿Cómo podría
hacerlo? –argumenté–. Usted es un vil pirata, es mi futuro el que está en
juego. Una dama sin virtud es como...
Su mano cubrió
mi boca.
–Diablos,
Luciana, cállate –mordí sus dedos–. ¡Ouch! –gritó con exageración.
–¡No me toques
otra vez! No puedes pretender mandar a callar a una princesa. Eres mi siervo,
mi vasallo...
El corcel
comenzó a correr velozmente, los brazos de Sebastián me apretujaban. Él golpeó
con sus talones el abdomen del animal, apremiándolo a moverse con rapidez.
–Si gritas,
iré más rápido –me murmuró al oído.
Su voz se
escuchaba agitada, entrecortada por el aire del viento que le golpeaba. Algo
sobre la respiración alterada de Sebastián produjo un cosquilleo interno en
zonas de mi cuerpo que no sabía que podía sentir.
No sabía por
qué aquello era tan incitante.
No hablé, mi
voz estaba atragantada en mi garganta, la brisa nocturna enfriaba ligeramente
mi piel cuando me golpeaba. A mitad de camino, Sebastián comenzó a disminuir la
velocidad, su respiración se convirtió en jadeos, la temperatura de su cuerpo me
quemaba. Me volví sobre mi hombro para mirarle. Su rostro estaba sonrojado, sus
labios entreabiertos, luchaba para tomar bocanas de aire, una de sus manos
descansaba a un costado de su abdomen bajo. Ensangrentada.
Él saltó al
suelo, trastabillando. Lo seguí.
–¿Se siente
bien, Sr. Von Däniken?
Cuando di un
paso para acercarme, se alejó.
–Sí, es solo
un poco de sangre. Una herida que se abrió. Nada que el alcohol no pueda
solucionar, necesito un whisky.
La sangre
rezumaba a borbotones de su herida, manchando su camisa blanca. No presté
atención a su reacción, acorté la distancia que nos separaba y toqué su frente.
Él tembló antes de que sus rodillas cedieran, se hizo un ovillo en el suelo,
cubriéndose el rostro con las manos.
–¡No! No me
toques. ¡Vete! –me gritó, tiritando–. Maldita sea, te he dicho que no me
toques.
Me puse a su
altura, sentándome en la arena sobre mis talones. Toqué su brazo, el cual se
tensó bajo su chaqueta.
–Necesitas una
sutura –intenté convencerlo–. Estás enfebrecido, podrías tener una infección.
–En el
castillo se encargaron de desinfectar mi herida, no necesito una mierda, salvo
alcohol. No es más que un puto dolor, una cerveza lo solucionaría. ¡Ya basta,
suéltame! –había una nota desesperada en esa última petición.
Retiré mi mano
de su brazo.
–Necesitas un
doctor.
–Escúchame,
niñita, tengo experiencia en esto. Sangras, bebes. Te olvidas del maldito dolor
en un momento. Cuando vuelves a estar sobrio, el dolor regresa, entonces bebes
de nuevo. Así es como funciona.
–¿Cómo
sucedió? ¿Quién te hirió?
Levantó la
cabeza y sostuvo mi mirada. Sus ojos violetas eran profundos por debajo del
cabello plateado que los ocultaba, estaban más oscuros que siempre, a pesar de
que sus pupilas todavía lanzaban destellos blanquecinos. Durante un efímero
segundo pareció desconcertado, hasta que parpadeó. Entonces solo había ira.
–Una pelea...
–jadeó–. Una puñalada. La historia de mi vida.
Había
escuchado que si se ejercía presión en una herida, la sangre disminuiría. Sin
previo aviso, apreté mi mano contra su abdomen, por debajo de sus costillas. Advertí
el modo en el que su cara se ensombrecía por el dolor. Sus labios se separaron
antes de que su mandíbula se apretara con fuerza. Como un reflejo, alzó su puño
cerrado para golpearme. Lo habría logrado si no se hubiese desmayado al
siguiente segundo.
Mis manos
temblaban cuando lo sostuvieron. Aparté cuidadosamente el cabello de su frente
y lo sostuve sobre mi regazo. Él estaba ardiendo. Le quité la capa, luego la
chaqueta. Examiné mi entorno. Un área desértica repleta de arena azul, de la
cual brotaban animales similares a cangrejos voladores, los cuales tenían
pequeñas alas transparentes tras sus crustáceas espaldas.
Había algunos
senderos hechos de piedra que conducían a casas con apariencia envejecida y
abandonada. Capté a lo lejos la visión de un pozo frente a una catedral similar
a una iglesia cristiana, o a un templo sagrado de adoración de dioses.
El ambiente
era lóbrego, bañado por aquella leve luz púrpura que se desprendía de la luna
llena. Una capa de neblina espesa ocultaba las torres de las grandes casas, una
fila de montañas blancas se podía vislumbrar al horizonte, tal como si las
mismas estuvieran cubiertas de nieve. Las personas parecían haber desaparecido
sin dejar rastros, todo lo que veía eran sombras vagando sobre la noche eterna,
escondidas tras las tinieblas, o mostrándose debajo de la luz.
Olía a azufre
y sangre. La sangre de Sebastián.
–Resiste un
poco, Sebastián –le susurré con trepidante entonación.
Me puse en pie
y emprendí a correr hacia el pozo frente al templo, echando vistazos por encima
de mi hombro para verificar que ninguna criatura nocturna se devorara al Sr.
Von Däniken igual que un aperitivo. Cogí el cubo atado a la cuerda para
llenarlo de agua y comencé a hacerlo descender cuando las puertas de la parroquia
se abrieron y una figura larga, delgada y encorvada se encaminó hacia mí con su
mano extendida.
Mi corazón
saltó con premura bajo mis costillas.
Él, o ella,
estaba cubierto debajo de una toga con capucha, era tan alto que tenía que
doblar mi cuello para intentar mirar su rostro, el cual estaba dibujado
oscuramente entre las sombras. Su silueta era tan delgada que parecía estar
hecho únicamente de huesos, su manera de moverse era espeluznante. Levitaba a
unos pocos centímetros del suelo, pero avanzaba lentamente.
Pensé en
correr cuando escuché que una sombría voz irrumpía en el interior de mi cabeza.
Ésta era grave, ronca. Siniestra. Definitivamente se trataba de un hombre.
–¿Te atreves a robar el agua de mi pozo
sagrado?
Retemblé.
–Mi amigo la
necesita, está herido –mascullé en un recortado hilillo de voz.
–¿Y por eso eres una ladrona?
Sacudí la
cabeza.
–No sabía que
era su agua.
Dejé que la
cuerda resbalara de mis manos, despacio, mientras reparaba en que la distancia
que me separaba del individuo se estaba haciendo escasa.
–Dejaré que te lleves un cubo de agua
–resonaron sus palabras dentro de mi mente–. A cambio de la moneda roja que escondes en tu indumentaria.
Rebusqué la
moneda entre las telas de mi vestido hasta hallarla. Extendí la mano para
ofrecérsela, a pesar de que tenía miedo de que se acercara siquiera un poco.
–Arrójala en el pozo, llévate el agua. Y
corre.
Tiré de la
soga para regresar el cubo con agua, el cual apreté contra mi pecho. Lancé la
moneda hacia el pozo, sin siquiera pensar en un maldito deseo. Y corrí. Cuando
regresé con Sebastián, observé que su cuerpo estaba rodeado por buitres que
acechaban su carne. Les arrojé patadas histéricas hasta que se retiraron
algunos metros.
Dos encorvados
árboles negros crecieron repentinamente desde la arena. Las aves rapaces se
posaron en sus ramas altas para vigilarnos.
En el camino
había perdido la mitad del agua de la cubeta de madera. Aun así, cogí la capa
de Sebastián, la doblé y la humedecí, a fin de colocarla sobre su enfebrecida
frente. Me quité los guantes de seda y desabroché los botones de su camisa. Su
desnuda piel quemaba la punta de mis dedos. Mientras pasaba meticulosamente la
tela mojada por encima de su cuello y a través de su despojado pecho, advertí
atisbos de cicatrices blancas que marcaban levemente su tez tostada.
Tragué con
fuerza.
Su cuerpo era una
suculenta tentación. Su pecho era hermoso, incluso con esas pocas cicatrices
que estropeaban el bronce. Su piel era lisa al tacto, suave. Caliente. Pero los
músculos debajo eran tan duros como piedras.
Mis labios
temblaban, mi boca estaba seca, mis manos hacían un doloroso esfuerzo para
evitar cualquier tipo de contacto directo. Encontré su herida abierta a un
costado de su definido abdomen, la limpié con su chaqueta y removí con agua la
sangre adherida. La abertura era tan profunda que el solo mirarla me provocó un
severo mareo.
Él comenzó a
tiritar.
–No, no me
toques. No me lastimes más, por favor –musitó en un ininteligible balbuceo.
Todavía sus ojos no se abrían.
–Sr. Von
Däniken, despierte.
Lentamente, se
puso en posición fetal.
–No me hagas
más daño, no.
Acaricié su
cabello despacio, toda la musculatura de su cuerpo se puso rígida. A
continuación, abrió sus ojos. Fue como si despertara de un trance, estaba
desconcertado, confuso. Se sentó en un brusco movimiento, su mirada era salvaje
y déspota sobre mí. Me incliné para humedecer una vez más su ardiente frente.
–¿Qué diablos
haces?
–Trato de que
baje tu fiebre.
Sus manos
atraparon mis muñecas.
–Si piensas
que hacer esto conseguirá que no te delate frente a tu padre, te equivocas.
¡Aléjate de mí!
Lo miré con la
boca abierta.
–¿De qué estás
hablando? Ni siquiera he pensado en mi padre, lo único que pretendía era
ayudarte.
–Sí, claro.
–¿Por qué no
puedes creerlo?
–Porque nadie
ayuda a nadie, no sin esperar algo a cambio. En especial, nadie me ayuda a mí,
¿entiendes? La gente solo se me acerca para patearme. Si quieres hacerlo,
adelante, al menos estoy acostumbrado a ello. Pero no intentes ni por un
segundo engatusarme con tu suavidad, o tu ternura. No funcionará.
–No trato de
engatusarte.
–No –dijo
mientras volvía a colocarse su camisa ensangrentada–. Por lo menos has tratado
de violarme aquí.
Se puso de pie
e intentó esconder el balanceo de su cuerpo debido a su desequilibrio. Hasta
que finalmente se estabilizó lo suficiente como para caminar con pasos furiosos
hacia Ramsés. Antes de subirse sobre el corcel, me echó un vistazo.
–¿Vienes o te
quedas?
Avancé
rabiosamente hacia él.
–Tendría que
haber dejado que fueses comida para buitres.
Puso sus manos
a cada lado de mi cintura. El contacto envió ese fantástico e incómodo
cosquilleo incesante al interior de mi estómago. No obstante, continué
frunciendo el ceño mientras me levantaba para colocarme encima del caballo.
Él se sentó
detrás de mí antes de emprender una carrera de regreso al jardín de cristal
frente al lago. Tomamos una barca de regreso al palacio.
Contemplé el
modo en el que los músculos de Sebastián se contraían cada vez que movía el
remo contra el agua. No sabía por qué, pero quería alargar mi brazo para tocar
ese músculo, sentirlo ondularse bajo mis dedos, contra mi palma.
Los dos no
habíamos intercambiado más de dos palabras en el transcurso del camino. Él
estaba extremadamente callado, reservado.
–¿Por qué eres
tan hosco conmigo?
–No te
entusiasmes, nena, no es personal. Soy una mierda con todo el mundo.
Pestañeé.
–¿Por qué?
Pasaron al
menos tres segundos antes de que pudiera escuchar su respuesta.
–Porque el
mundo ha sido una mierda conmigo.
–¿Te han hecho
daño?
–Para nada.
Crecí entre flores y ositos de peluche –no se me escapó su tono irónico.
Siempre era
irónico.
–Supongo que
tampoco me dirás qué te han hecho, o quién lo hizo.
Un
estremecimiento le atravesó, advertí la forma en la que todo su cuerpo se
atestaba de una rigidez mortal.
–Como si te
importara.
–Me importa
–lo contradije.
–Aja.
Suspiré,
dejando que el aire saliera progresivamente de mi cuerpo.
–¿Cómo te
sientes? Tu herida...
–Escucha, princesita,
deja de fingir que te preocupas por mí, ¿quieres? Me tienes harto con toda tu
actuación de niñita inocente. Lo único que quiero ahora es deshacerme de ti,
resultaste inútil después de todo. Tus visiones no sirven para nada, tu
parloteo me está dejando sordo, tus preguntas me irritan. Y sí, hablaré con tu
padre sobre esta noche. No importa lo que hagas.
Mi rostro se
tornó pálido, un nudo se formó en mi garganta debido a las ganas que tenía de
llorar. Lo contuve.
–Sebastián...
–mi voz se cortó.
Para mi
sorpresa, él sonrió con perversidad, como si disfrutara de mi sufrimiento.
–Ahora
empiezas a llamarme por mi nombre con tu voz llorosa. Pequeña manipuladora.
Lo miré a
través de mis pestañas, enfurecida.
–Si tengo una
visión exacta del futuro, ¿te quedarías callado?
Su sonrisa se
amplió con pérfido placer.
–Tal vez lo
haga. Al final, es tu reputación, o mi baúl de oro. No estoy seguro.
Lágrimas se
apilaron en mis ojos.
–Sr. Von
Däniken...
Él largó un
resoplido.
–Hazlo. Si tu
visión es lo que estoy buscando, no hablaré... Por esta noche.
Me enjugué los
ojos con el dorso de mi mano.
–¿Tienes una
daga? –le pedí.
–Siempre.
Me tendió un
afilado puñal.
–Hay un
sencillo ritual –expliqué con debilidad–. Debo probar una gota de mi propia
sangre –me quité un guante y presioné la punta de la cuchilla contra mi dedo
índice hasta que una gota sangre brotó. Siseé por el ardor–. La visión
perdurará tanto tiempo como la sangre permanezca en mi boca –bajé la voz antes
de continuar–. Serán segundos dolorosos.
Lamí la punta
de mi dedo. Probé el sabor a sal, hierro. Un corrosivo dolor paralizó mi
corazón, tal como si tuviera una espada clavada en medio del pecho. Caí de
rodillas, gritando.
Olía impecablemente a flores. Rosas, girasoles,
hierba de ángel, orquídeas y musgo de sangre. Sentí una especie de inadecuada
paz.
Un precioso jardín estaba rodeándome. Repleto de
bellísimos arbustos, con coloridos botones de flor y exóticas mariposas
revoloteando en los alrededores. Reconocí la estancia. El invernadero del
Castillo Real en Etruria.
Justo ahí, bajo una pequeña cueva, un sarcófago de
cristal albergaba un cadáver indemne. En perfectas condiciones.
Una joven de ondulado cabello largo en matices rojos
anaranjados. Su piel estaba pálida, como la porcelana, sus pecas espolvoreaban
su nariz, sus labios eran carmesíes. Llevaba un amplio vestido hermoso de una
viva tonalidad escarlata, haciendo contraste con su tez.
Era una persona a la que conocía muy bien.
Yo.
Mi pecho se
apretó hasta que no pude respirar, sentí que me desgarraban la piel a tiras,
que me desangraba con lentitud. El dolor en mi cabeza me dejó prácticamente
ciega. Hasta que un par de cálidos brazos me apretaron con suavidad. Él me
estaba sosteniendo contra su pecho, acunándome, susurrando en mi oído.
Él.
Sebastián.
–Ya basta, ya
es suficiente –murmuró por lo bajo en una nota de agonía –su agarre desesperado
se relajó ligeramente–. Tranquila –sus manos me acariciaron el cabello–. Calma.
No volveremos a hacer esto, te lo prometo.
Lloré contra
su pecho al tiempo que mi cuerpo tiritaba. Cuando abrí los ojos, mi visión se
aclaró paulatinamente. Lo primero que vi fue su mirada de plata. Mi corazón se
contrajo. El dolor se drenó de mi organismo con parsimonia, aunque nunca
parecía irse por completo. Permanecería entumeciéndome al menos una hora más.
–Lo siento...
–me disculpé, atragantada en llanto–. No se trata de ti, o de Massimilianus...
Yo... no pude...
–Está bien –me
consoló–. No importa. ¿Qué fue lo que viste? –no respondí, esquivé su mirada al
tiempo que salía de sus brazos–. Luciana, háblame. ¿Qué viste?
Su actitud me
confundía. En un momento se comportaba como si me aborreciera y al siguiente
era amable y cálido. Como si se tratara de otro chico. Cerré mis ojos con
fuerza, solo para que la imagen de mi visión regresara al interior de mis
párpados igual que una vieja pintura.
–Mi muerte.
Era mi muerte.
Él permaneció
inmóvil, imperturbable. Su rostro severo, su boca una fina línea. Estuvo
mirándome en silencio al menos un par de minutos. No se escuchaba más que un
silbido producido por el viento.
–¿Estás
segura? –preguntó luego de un extenso momento. Asentí–. Podría haber sido una
visión opuesta, no es posible...
–Era una
visión real –confirmé–. De otra forma no habría sentido dolor –sacudí la cabeza
para despejarme–. No debo preocuparme, podría suceder en cientos o miles de
años. Seré eternamente joven. Algún día tiene que pasar, incluso lo inmortal
perece.
Un suspiro
brotó de los labios de Sebastián.
–Vamos.
Me cogió de la
mano para ayudarme a saltar fuera de la barca hacia el muelle. Una vez parados
en tierra firme, su agarre permaneció sobre mis caderas. Sus ojos me
chamuscaban igual que el fuego.
–¿Te
divertiste? –inquirió.
Hice una mueca
pensativa para aligerar la tensión de lo que acababa de suceder.
–No lo sé. No
aprendí a bailar como lo hacen esas chicas.
Le sonreí.
Él levantó una
de sus bonitas cejas.
–No existe una
técnica. Debes mover alocadamente tu trasero contra mí al tiempo que hago
movimientos igual que un perro en medio del acto de apareamiento. Sencillo –sus
ojos lanzaron un destello de picardía–. Todavía puedo enseñarte –me reí de
forma auténtica–. Bonita risa –farfulló despacio.
Su entonación
me embriagó, dejándome acalorada por dentro. Sujeté sus antebrazos, tratando de
forzarlo a que soltara su agarre de mis caderas. Pero estaba aferrado con
fuerza, sus dedos clavados en mi vestido.
–Sebastián
–una nueva voz surgió desde la oscuridad.
Ambos giramos
para ver al príncipe Nicodemus caminar tranquilamente hacia nosotros. El Sr.
Von Däniken me soltó. Los dos se arrojaron una mirada que no pude descifrar.
–¿Nico?
–balbuceó Sebastián.
Nicodemus todavía
llevaba máscara.
–¿Se conocen?
–pregunté confusa.
–Un poco
–admitió Sebastián con una sonrisa torcida. Se largó a reír con verdadera
diversión–. Viejo, ¿esto es lo que haces todas las noches? ¿Bailar con
princesas? ¿Me he perdido algo? ¿Eres gay?
Nicodemus puso
los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
–Sebastián,
tengo más de trescientos años, de esta manera nos divertíamos en mis tiempos.
A pesar de
eso, Nicodemus se miraba tan joven como yo. El Sr. Von Däniken bufó.
–No estamos en
tus tiempos. ¡Hay sexo gratis a la vuelta de la esquina! ¿Y tú prefieres
contemplar en lugar de tocar?
Nico se
encogió de hombros.
–Te recuerdo
que tú estás aquí también, ¿o no?
–Hermano, van
a pagarme por esto. Un baúl de oro por divertirme con las princesas durante
tres días. ¿No has escuchado las últimas noticias en Etruria? Es una lástima
que no te hubieses enterado de esto antes, lo único que debías hacer era
desenmascarar a las doce niñitas. De acuerdo, lo siento por ti, el trabajo es
mío.
Miré a
Nicodemus especulativamente.
–¿Me habría
entregado usted a mi padre, lord Nicodemus?
Para mi
alivio, él negó.
–Por supuesto
que no, señorita Winterborough. Ni por todo el oro del mundo.
Nuevamente,
Sebastián largó un resoplido.
–Oh, señorita
Winterborough –imitó la voz de "su amigo" y me lanzó una mirada con
los ojos entrecerrados–. Escupes mi nombre como si fuese veneno, pero el suyo
lo dices tan amorosamente. ¡Cuánta confianza, ¿eh?! A ver, ¿cuándo es la boda?
–No es de su
incumbencia mi relación con el caballero. Usted es un grosero sin modales.
–Dios,
¿podrías dejar de hablar de esa forma? Preferiría que me dijeras que soy un
cabrón entrometido de mierda.
Mis labios se
separaron en respuesta a su comentario.
–Lady Luciana,
disculpe a mi amigo. ¿Quiere entrar a bailar? –Nicodemus me ofreció su brazo,
el cual tomé.
–Su amigo es
un pirata maleducado.
Sebastián se
largó a reír.
–Al menos no
soy otro estirado aburrido.
–¡No soy
aburrida! –me quejé con alteración.
–Por supuesto
que no. Eres tan divertida que estoy empezando a enfermar... ¡Oh, no, no puedo
mantener mis ojos abiertos! –fingió un bostezo–. Causas narcolepsia en mí.
A continuación,
gritos asaltaron mis oídos. Desde el interior del palacio emergieron alaridos
de pánico. Mi pulso se aceleró al pensar en la posibilidad de que algo pudiese
haberles pasado a mis hermanas. Corrí hacia el interior del salón.
Nicodemus me
atrapó de la cintura antes de que pudiese emprender mi camino.
–Quédate aquí
–me ordenó–. Iré a ver.
Tan pronto
como se marchó, lo perseguí. Lancé una fugaz mirada por encima de mi hombro,
buscando a Sebastián.
Había desaparecido.
El salón era
un caos. Un copa en el suelo, el vino derramado manchando el mármol, mis
hermanas huyendo. Sangre.
Micaela
gritaba con desenfreno, sus dientes y sus labios estaban manchados de un
líquido escarlata. Sospeché que no se trataba de ningún néctar. Ella tenía
colmillos largos, punzantes y blancos que sobresalían de su boca, el iris de
sus ojos se había tornado de color rojo. Se asemejaba a un famélico animal
salvaje.
Su compañero
de baile la estaba sosteniendo con fuerza, rodeándola en sus brazos para que no
se escapase de su agarre. Mica luchaba. Él era aquel joven que vestía siempre
de color blanco, pero esta vez el cuello de su traje estaba ensangrentado
debido a la herida de colmillos que surcaba su garganta.
–Mica
–murmuraba el príncipe en su oído–. Tranquila, nena, bebe de mí –ella gritó con
histeria, el sonido fue fiero y desgarrador–. Lo siento. Lo lamento tanto –se
disculpó su pareja, sujetándola con dulzura.
Mi hermana
menor lloró a los cuatro vientos mientras sus chillidos de ira rebotaban contra
las paredes. Fue entonces cuando comprendí lo que sucedía. El compañero de Micaela
era un vampiro, que había estado mordiéndola todo este tiempo. Hasta
transformarla.
Traté de
abrirme paso hasta mi hermana, pero sentí que alguien tiraba de mi brazo.
–Luciana, no
–Nicodemus me agarró fuertemente.
Me liberé de
su sujeción.
–¡Mica! –grité
al enfrentarla.
Ella no
parecía siquiera reconocerme.
–¡Aléjese, princesa!
–me advirtió el caballero que la mantenía apresada.
–¡Quiero tu
cabeza por esto! –lo amenacé.
Di otro paso
más cerca de Micaela para intentar consolarla. Percibí la tensión en su cuerpo
cuando la envolví con mis brazos.
Ella enterró
sus dientes en mi garganta.
No fui capaz
de gritar, mi voz estaba presa dentro de mí. Las punzadas de dolor cruzaron mi
cuello para transportarse hacia el resto de mi cuerpo. Era una sensación
caliente. Igual que el fuego.
Había agonía.
Ardor.
Hasta que eso
se tornó en paz. Placer.
–No estoy en las tinieblas –oí aquella sensual voz
de Sebastián elevarse en mi mente–. Yo soy las tinieblas.
Todo estaba nublado. Sumido entre penumbras.
Esto duele, quise decirle, pero mi voz se negaba a
abandonar mis labios. Incluso mi cuerpo se negaba a respirar, o moverse.
Escuché murmullos leves alrededor de mí.
–Dios mío, sostenla –alguien exclamó. Parecía ser
Clementine–. ¿Me escuchas, Luciana? ¿Puedes verme?
Puedo oírte, mas solamente veo negrura.
–Abre los ojos, Lucy –decía Dolabella desde alguna
parte.
¡Eso intento!
En mi interior gritaba, pero nadie era capaz de
escucharme. Salvo él.
–Puedes permanecer en la oscuridad, conmigo –me
susurraba el Sr. Von Däniken–. O puedes despertar. En la luz. Lejos de la
tóxica neblina. Lejos de mí.
–¡Lucy! –continuaban chillando mis hermanas.
–Hazlo ahora. Aléjate de mí. Corre del peligro.
–¡Lucy!
–¡Despierta!
Mi visión se
aclaró muy lentamente, a partir de un punto de luz en el centro de mi campo
visual que fue creciendo hasta que alcancé a distinguir formas. Rostros.
Siluetas.
Sentí que algo
tibio goteaba sobre mi desnuda clavícula, humedeciendo mi piel. Mi cuerpo tardó
en responder a mis intentos de incorporarme, era como si mis extremidades
fuesen demasiado pesadas.
–Querida,
¿estás bien? –Morissette me habló.
Gemí.
–¿Crees que
perdió demasiada sangre? –decía Adara.
–Déjenme verla
–terció lord Nicodemus. Sus manos estaban frías cuando tocaron mi rostro. Sus
dedos se instalaron sobre mi cuello–. Está muy pálida.
Miré sus
descubiertos ojos azules. Su máscara estaba descansando por encima de su
frente. Él tenía un pálido color en el rostro también. Pero el resto de sus
facciones parecían vagas y difusas.
–¿Dónde está
Micaela? –alcancé a musitar.
Nicodemus me
sonrió antes de devolver el antifaz a su cara.
–Recuperándose.
–Será mejor
que regresemos a casa ahora –propuso Agatha.
Me aferré de
los hombros de Nicodemus para conseguir ponerme de pie. Apreté con fuerza los
puños en su chaqueta al sentir que me desvanecía. El suelo parecía dar vueltas
bajo mis pies. Giraba. Rodaba. Se balanceaba.
–Te tengo, te
tengo –me aseguró mi compañero de baile–. ¿Puedes caminar?
Asentir con la
cabeza hizo que el planeta se agitara en torno a mí. Me sentía flotando sobre
un barco, en medio del océano, con una tormenta. La marea alta, el piso
tambaleándose.
Cruzamos el
lago en las barcas, Micaela fue la última en subir, acompañada de su amigo
vampiro. Ella lloraba, arrepentida, al tiempo que su caballero la consolaba. No
había ningún rastro de Sebastián. La tentación de preguntarle a lord Nicodemus
sobre su esotérico compañero me estaba matando, consumiéndome.
Nos despedimos
de los príncipes con reverencias y agasajos. Lord Nicodemus besó con gentileza
mis nudillos después de desearme buenas noches. O lo que quedaba de noche. Micaela
corrió a mis brazos tan pronto como estuvimos solas. No podía detener sus
incontrolables sollozos.
–¡Lo siento
tanto! ¡Me sentía tan hambrienta! ¡Era incontrolable, Luciana, lo lamento! No
quise herirte, lo juro.
Le devolví el
abrazo.
–Mica, ¿desde
cuándo...?
–Oh, Lucy, él
había estado mordiéndome desde hace bastante tiempo... Yo no pensé... no creí
que...
–Nuestro padre
tiene que saberlo –alegué–. No te preocupes, no volverá a lastimarte. Será
condenado por esto.
Micaela se
encontró con mis ojos. Parpadeó un par de veces en silencio y sacudió la
cabeza.
–Lucy, Marcos
no es como piensas. Nunca me ha lastimado. Además, no puedes hablarle de esto a
mi padre sin exponernos.
Ya veremos.
–Lo
discutiremos en casa, ¿sí?
Aunque Micaela
no parecía contenta con eso, se mostró resignada. No demoramos en franquear los
bosques de cristal, plata y oro. Subimos a lo largo de la escalerilla que
comunicaba con la puerta trampa y nos sentamos juntas sobre las camas.
Esta noche, no
solamente nuestras zapatillas estaban destrozadas. Tanto Micaela como yo
teníamos manchas de sangre ensuciando nuestros vestidos. Uno de mis guantes
había desaparecido, mi indumentaria tenía rasguños.
–¿Cómo
explicaremos esto? –farfullaba Eudoxia entre lloriqueos de preocupación–. Dos
vestidos tan grandes no pueden ocultarse tan fácilmente. Son nuestros mejores
trajes de fiesta, Nora podría percatarse de su ausencia inmediatamente.
–¿Dónde te
metiste durante toda la velada, Luciana? –me cuestionó Scaura.
Me encogí de
hombros.
–En el jardín
–mentí.
Todas me
escudriñaron con inquisitivas miradas.
–Espero que
recuerdes todo el tiempo tus valores morales, hermanita –me riñó Morissette–.
Sabes lo que significa una dama sin virtud. O, en nuestro caso, una prestigiosa
princesa sin virtud.
La miré
boquiabierta, indignada.
–¿Cómo puedes
estar diciéndome algo así?
Morissette
suavizó su expresión.
–Sé lo
inocente que eres, Lucy, por eso me gustaría que conservaras tu pureza.
Me levanté de
la cama, abrí la puerta del dormitorio y caminé hacia el pasillo. Hallé a
Sebastián dormido sobre el sillón que habían colocado junto a la puerta. ¿Cómo
había llegado tan rápido? ¿Cómo había logrado adelantarnos sin ser visto?
Recordé la
capa que lo hacía invisible, la cual seguía enrollada alrededor de su cuello
igual que una bufanda.
Por supuesto,
él fingía dormir. Sus ronquidos eran suaves, pero notablemente falsos. ¿Cómo no
me había percatado de ello antes de escapar esta noche? Admiré el modo en que
su pecho se elevaba y se hundía a un ritmo relajado.
Algo tórrido
se apoderó de mi vientre tan pronto como recordé la manera en la que lucía su
pecho por debajo de esa camisa. La forma en la que sus músculos firmes se
contraían, o el modo en el que su piel exquisita rutilaba como el bronce.
Sin saberlo,
me había estado aproximando a esa peligrosa trampa mortal. Estaba a tan solo un
paso del Sr. Von Däniken, con mi brazo extendido. Sabía que ese caballero era
mortífero, pero su expresión mientras pretendía dormir lo hacía parecer
tranquilo, dócil.
Al igual que
un exótico tigre que luce precioso e inofensivo. Y luego, cuando te acercas
para acariciarle, te muerde. Te destroza.
Alargué mis
dedos, tentada por la idea de volver a tocar ese deleitable cuerpo duro, o
sentir su delicada piel marcada contra las puntas de mis dedos. O deslizar
suavemente mi mano a lo largo de sus abdominales.
No fui
demasiado lejos. Sebastián abrió sus ojos y capturó mi muñeca en un bruto
agarre que parecía que quebraría mis huesos. Grité.
32 comentarios:
Madre mia!!!!
¿Cómo tienes tanto talento?
En serio me da la impresión de que siempre te escribo lo mismo pero siempre me dejas sin palabras y nunca se que decirte.
La historia es muy pero que muy interesante y hoy estaba "ojalá que haya subido capitulo" y pensando "seguro que como llevo tiempo sin mirar habrá subido y no lo se" y es que antes me metía en el blog todos los días para mirar y no estaba el nuevo capítulo.Menos mal que has subido ya.
Sobre lo de las reelecciones en Venezuela no se que que decir, mas que otra cosa porque todavía no he cumplido los 14(los cumplo el 18 de mayo por cierto) y creo que mi opinión sobre política le falta información o no tengo todavía mentalidad para opinar o como estoy bastante lejos no se que es lo que realmente pasa a si que no puedo mas que decir MUCHO ÁNIMO y espero que mejoren las cosas allí.
Un beso desde España.
Hola Steph...
Empezare diciendo lo que pienso respecto a tu país y todo lo que has escrito.
No voy a decir que te entiendo, o cosas como esas, por que no vivo en Venezuela y por lo tanto, no conozco exactamente la situación del país, pero estoy de acuerdo en que eso fue todo obra del gobierno ya que conozco muchas personas de Venezuela y todas ellas me han contado acerca de todo esto.
Solo recuerda, que pase lo que pase, Venezuela no morirá hasta que el ultimo de sus habitantes lo haga, no habrá un final hasta que el ultimo guerrero se canse. Esto es algo que Venezuela tiene que luchar, es una verdadera razón por la cual pelear.
Ahora, sobre mi historia. La escribiré tan pronto como pueda, de verdad que necesitaba algo con que distraerme de mi vida y escribir es lo mejor que puedo hacer, ¿te molesta si la historia es sobre homosexuales? Últimamente no dejo ese tema, no lo se...
Sobre el capitulo, ¡Dios Mio! ¿Quien pudo haber hecho tanto daño a Sebastien? No dejo de pensar en la cosa aterradora que debió haber estado soñando (o recordando) cuando pedía que por favor no lo lastimaran mas... ¿que tristes secretos esconde Sebastien? La vision de Luciana es también algo por lo que, supongo, debemos preocuparnos ¿verdad? Quiero decir, todas las personas mueren algún día pero creo que no fue una vision al azar, eso tiene algo que ver con Sebastien... o incluso con Jerry... Sobre la nueva vampiresa de la historia... creo que esto sera muy importante, sobre todo por tener que ocultarselo a su padre y todo eso. ¿De donde es que Sebastien conoce Nicodemus? Como conclusion, la novela siempre es cada vez mejor.
¿Saldrán los anteriores personajes? Ya sabes, los protagonistas de Tentación & The Violet City? No pregunto por los protagonistas de Zukunft por que según yo, aun son muy chicos ¿no? Creo que aun no ha pasado mucho tiempo desde el "final" de Obsesión/Zukunft.
Por ultimo, me pondré a elaborar la cuenta en cuanto termine este comentario, pensar un user, un header, un bg, un icon... ¡dios mio! esto sin duda sera muy divertido y placentero.
Sin mas, me despido.
Goodbye<3
Holaa steph primero que nada quiero decirte que una vez mas has superado mis expectativas cada nuevo libro que nos trae viene lleno de tantos sentimientos, emociones, y situaciones que de una u otra manera pasan cotidianamente que nos llega a cada uno de tus lectores y lo puedo certificar esta nueva historia ya me tiene atrapad me encanta que combines lo antiguo con lo actual es una cosa que jamas dejare de admirar de ti la forma en la que puedes fusionar tantas cosas juntas y que encaje todo tan perfectamente. Por otra parte acerca de lo que hablabas de nuestro país no puedo estar más de acuerdo el vacío y el dolor es inmenso ver que todo se derrumba y aun hay mucha gente ciega que no nota lo que pasa ya sea por una ayuda que les brinda el gobierno o por el legado que alguien ha dejado porque no es mas que eso un legado no una decisión tomada por un pueblo demócrata y hoy mas que nunca pienso que nuestro pueblo debe salir a luchar por el país y por el bienestar de las nuevas generaciones aunque ellos mismos están acabando con lo que iniciaron cada día se descubren mas y bueno para ya dejar el tema de política *por ahora* te digo que de verdad amo como escribes y espero que no lo dejes de hacer dentro de muchísimo tiempo cuídate :)PD: Gracias por seguirme en el twitter aun no lo supero. @TwatterOn
Lamento todo lo que pasa en tu pais. Es bien triste que haya un gobierno tan corrupto. Pero lo lamentable es que no es solo en Venezuela es en todos los paises. Espero que tu pais siga luchando para major.
El capitulo me gusto. Estoy curiosa por saber porque Sebastian es tan malo.
Sube pronto me encanto el capitulo
Amo esta novela
Amo a Sebastian y amo tu novela
eres una escritora maravillosa
Steph no se que decirte
Lo que esta pasando en Venezuela es bien triste y espero que todo salga bien y que Venezuela quede libre de los ladrones.
Que novela me gusta mucho. Es an poética y Sebastian es hermoso
Steph en estos momentos estoy en un salón pero no importa. Quiero leer el capitulo y comentar
lo he leído completo. Me encanta esta novela me encanta lord Nico y amo a Sebastian
Aaahh QUE CAPITULO TAN GENIAL ME ENCANTA
He leído todo los capítulos hoy.
Me encantan
Esta novela es fantástica
Aunque si venimos a ver todas tus novelas son buenísimas
Animo tu país saldrá adelante
Tu país es fuerte a pesar des injusticias siempre salen adelante
ten fe y esperanza. Mientras excistan personas como tu el mundo sale a flote
La novela estuvo buena
Steph tengo tantas cosas que decir y que opinar.
1. Ame el capitulo me encanto, estuvo genial fantastico.
2. De donde se conoceran Sebastian y Nico?
3. Nico es tan lindo es un amor, pero mi curiosidad es mas grande. Ya deseo saber porque es que Sebastian odia que lo toquen. Lo maltrataron? y tambien deseo saber que quiere con jerry..
4. Pobre de la hermana de micaela ahora es vampiro y su padre puede que la mate. Pero creo que el vampiro lo hizo por amor.
5. Esta novela cada vez se pone mejor.
6. Sobre lo de tu pais lo siento mucho. Pero se que tu pais saldra adelante y tengan mucha fe. Dios no dejara que nada malo pase en Venezuela. Las cosas se hacen segun su voluntad. Algo muy grande le espera a Venezuela y sera para bien tenlo por seguro. En mi pais deseaba que ganara Capriles. Lo admiraban.
7. Si sigue habiendo gente como tu, dando todo su apoyo todo saldra bien.
8. Bueno creo que ya no tengo mas que decir cuidate mucho.
Amo esta historia
Es una de mis novelas favoritas.
Estoy loca para que la termines
Ya deseo saber el final de esta novela.
Me encanta.
Esta novela me gusta como va
Los finales de capitulo me encantan
Ya estoy loca por leer mas
Steph eres una de las mejores escritoras del mundo. Espero que puedas pronto publicar tus novelas.
Oye, porque no las vendes por amazon?? No te gusta esa pagina?? Me han dicho que es muy buena.
estuvo genial!!!!!!!!!!!
hay algo que me dice que esto se pondra bueno!!!!
Jerry por fin esta con Charity y eso significa que los demas tambien son felices!!! quisiera saber que estara pasando con Josephine y Aita!!!
Oye y cuando publicaras la entrevista con Eustace? No hubo suficientes preguntas? estaba emocionada por eso! jajaja quiero saber de dira sobre todas las comparaciones con Lady Gaga!
Estuvo genial el capitulo Steph! sigue asi ;)
El capitulo estuvo muy bueno
Ya quiero leer el proximo capitulo
Steph animo con tu pais todo saldra bien.
No pierdas nunca la esperanza y la fe, eso tiene que ser lo ultimo que se pierda. Confia en Dios el protegera a tu pais de las injusticias. Tranquila.
Sin duda Alas rotas es estupenda.
Tenias razon Sebastian no es ni tierno, ni amable, ni dice frases lindas para contentar a una chica. Es malo, cero amable y muy directo.
Es hermoso.
Leerte es estupendo.
Amo reirme con tus historias.
LLorar con ellas.
Escribes estupendo nunca lo dudes.
Espero que venezuela no se rinda y sigan luchando hasta mas no poder.
Se fuerte, Venezuela es fuerte. Tiene a ciudadanos fuertes como tu.
No te rindas y sigue luchando. Utiliza todos los recursos que tengan. No se dejen vencer tan facilmente.
Respecto tu novela.
La amo
Me encanta.
Lamento no comentar antes pero estoy en examenes finales. Pero bueno aqui esta mi comentario con la ezperanza de que te aliente a no rendirte nunca.
Alas rotas esta genial.
Amo leer tus novelas son las mejores.
Steph se que no estas pasando por cosas faciles en tu pais. Pero se que todo saldra perfecto.
Espero que sigas escribiendo novelas fantasticas y que tengan cosas sobre ti.
Una preguntita corta
Tu registras tus novelas en safe creative?? y si es asi Tu las terminas y despues las registras o las registras y despues las terminas??
Steph eres genial.
La mejor escritora del planeta
Me siento tan orgullosa de ti.
El capitulo me gusto
De donde se conoceran estos dos??
Buena pregunta sin constentacion.
Steph, sebastian me tiene loca.
Es hermoso, ardiente, guapisimo
Siento que lo amo.
Nico estan tranquilo pero lindo.
Amo los protagonistas masculinos de tus novelas.
Me encanta tu novela
Sebastian es guapísimo
que triste que sufra
Steph una pregunta
¿como se borra un blog completamente. Es que no se como hacerlo
De donde se conocen esos dos.
Parece que fueran amigos de toda la vida. Vaya en un día te cogistes cuatro capítulos que brutal
Espero que pronto subas capitulo.
Me sensatez con curiosidad
Que malo es Sebastian
#Lectores lamento informarles que tendré que subir capítulo el día de mañana en lugar de hoy :(
No te preocupes
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