.

.

Translate

Nota: Está prohibida la republicación, copia, difusión y distribución de mi novelas en otras páginas webs.

jueves, 25 de abril de 2013

Capítulo 4: Ramsés


 

Capítulo 4: Ramsés

Sebastián Von Däniken se veía absolutamente mortal montado encima del robusto corcel negro, llamado Ramsés. Él había acariciado con suavidad la cabeza del rebelde animal furioso, hasta que la tensión en su lomo casi se había disipado. Había una especie de comunicación entre ambos, como si se comprendieran en niveles desconocidos para mí.
Las palpitaciones dentro de mi pecho aumentaron su velocidad al notar la extrema delicadeza y ternura con la que trataba al caballo. Y al mismo tiempo mi pecho se estrechaba cuando veía la amargura en ambos, ésa que secretamente compartían y conocían. Ambos eran fieros, salvajes, indomables. Rebeldes, desconfiados, obstinados.
Una parte de mí se preguntaba por qué. ¿Qué los hacía tan adustos? Sebastián reposó una mirada fría sobre mí, una que me decía que sabía todos mis secretos, todas mis debilidades.
–Los dos conocemos el dolor y preferimos evitarlo –me aclaró, tal como si hubiese escuchado mis pensamientos.
El simple hecho de oír su voz mandó una oleada de calor a mi cuerpo. ¿Quién le había causado dolor al caballero oscuro? ¿Quién se atrevería? Él era tan letal, peligroso.
–¿Vienes? –interrogó con seriedad antes de ofrecerme una mano para que saltara sobre el caballo.
Me subí con facilidad debido a su ayuda y me senté sobre la silla, con las dos piernas colgando hacia un mismo costado del corcel. El Sr. Von Däniken me despidió una extraña mirada. Sus postura era incómoda a mi alrededor, rígida.
–¿Has montado antes?
Asentí.
–Solo palafrenes con sillas inglesas. Así es como lo hacen las doncellas.
–No conmigo.
Estiró un brazo más allá de mi cintura, deslizó su mano por encima de mi vestido y sujetó mi rodilla para obligarme a separar las piernas. Mis muslos se tensaron inmediatamente, la sensación ascendió hasta mi vientre y contrajo mi estómago de un tirón.
Un estremecimiento recorrió el largo de mi espalda, mi sangre se calentó mientras él empujaba una de mis rodillas, haciendo pasar una de mis piernas hacia el otro costado del caballo. De repente, estaba sentada a horcajadas, al igual que un bruto hombre. Era inadecuado, abominable.
Mis nervios se dispararon al tiempo que sentía la respiración de Sebastián contra mi cabello, sus macizos brazos rodeándome para coger las riendas de Ramsés, su pecho apretado contra mi espalda recta, el calor de su cuerpo, sus muslos envolviendo mis caderas.
Mis mejillas ardían debido al enrojecimiento causado por mi sofocación.
–Mi nodriza piensa que montar igual que un hombre podría hacerme perder mi virtud –mi voz tembló.
Casi pude sentir una sonrisa burlona contra mi nuca. Sabía que él estaba esbozando esa mueca macabra que me asustaba, me paralizaba y me ponía febril.
–Es un mito, confía en mí.
–¿Cómo podría hacerlo? –argumenté–. Usted es un vil pirata, es mi futuro el que está en juego. Una dama sin virtud es como...
Su mano cubrió mi boca.
–Diablos, Luciana, cállate –mordí sus dedos–. ¡Ouch! –gritó con exageración.
–¡No me toques otra vez! No puedes pretender mandar a callar a una princesa. Eres mi siervo, mi vasallo...
El corcel comenzó a correr velozmente, los brazos de Sebastián me apretujaban. Él golpeó con sus talones el abdomen del animal, apremiándolo a moverse con rapidez.
–Si gritas, iré más rápido –me murmuró al oído.
Su voz se escuchaba agitada, entrecortada por el aire del viento que le golpeaba. Algo sobre la respiración alterada de Sebastián produjo un cosquilleo interno en zonas de mi cuerpo que no sabía que podía sentir.
No sabía por qué aquello era tan incitante.
No hablé, mi voz estaba atragantada en mi garganta, la brisa nocturna enfriaba ligeramente mi piel cuando me golpeaba. A mitad de camino, Sebastián comenzó a disminuir la velocidad, su respiración se convirtió en  jadeos, la temperatura de su cuerpo me quemaba. Me volví sobre mi hombro para mirarle. Su rostro estaba sonrojado, sus labios entreabiertos, luchaba para tomar bocanas de aire, una de sus manos descansaba a un costado de su abdomen bajo. Ensangrentada.
Él saltó al suelo, trastabillando. Lo seguí.
–¿Se siente bien, Sr. Von Däniken?
Cuando di un paso para acercarme, se alejó.
–Sí, es solo un poco de sangre. Una herida que se abrió. Nada que el alcohol no pueda solucionar, necesito un whisky.
La sangre rezumaba a borbotones de su herida, manchando su camisa blanca. No presté atención a su reacción, acorté la distancia que nos separaba y toqué su frente. Él tembló antes de que sus rodillas cedieran, se hizo un ovillo en el suelo, cubriéndose el rostro con las manos.
–¡No! No me toques. ¡Vete! –me gritó, tiritando–. Maldita sea, te he dicho que no me toques.
Me puse a su altura, sentándome en la arena sobre mis talones. Toqué su brazo, el cual se tensó bajo su chaqueta.
–Necesitas una sutura –intenté convencerlo–. Estás enfebrecido, podrías tener una infección.
–En el castillo se encargaron de desinfectar mi herida, no necesito una mierda, salvo alcohol. No es más que un puto dolor, una cerveza lo solucionaría. ¡Ya basta, suéltame! –había una nota desesperada en esa última petición.
Retiré mi mano de su brazo.
–Necesitas un doctor.
–Escúchame, niñita, tengo experiencia en esto. Sangras, bebes. Te olvidas del maldito dolor en un momento. Cuando vuelves a estar sobrio, el dolor regresa, entonces bebes de nuevo. Así es como funciona.
–¿Cómo sucedió? ¿Quién te hirió?
Levantó la cabeza y sostuvo mi mirada. Sus ojos violetas eran profundos por debajo del cabello plateado que los ocultaba, estaban más oscuros que siempre, a pesar de que sus pupilas todavía lanzaban destellos blanquecinos. Durante un efímero segundo pareció desconcertado, hasta que parpadeó. Entonces solo había ira.
–Una pelea... –jadeó–. Una puñalada. La historia de mi vida.
Había escuchado que si se ejercía presión en una herida, la sangre disminuiría. Sin previo aviso, apreté mi mano contra su abdomen, por debajo de sus costillas. Advertí el modo en el que su cara se ensombrecía por el dolor. Sus labios se separaron antes de que su mandíbula se apretara con fuerza. Como un reflejo, alzó su puño cerrado para golpearme. Lo habría logrado si no se hubiese desmayado al siguiente segundo.
Mis manos temblaban cuando lo sostuvieron. Aparté cuidadosamente el cabello de su frente y lo sostuve sobre mi regazo. Él estaba ardiendo. Le quité la capa, luego la chaqueta. Examiné mi entorno. Un área desértica repleta de arena azul, de la cual brotaban animales similares a cangrejos voladores, los cuales tenían pequeñas alas transparentes tras sus crustáceas espaldas.
Había algunos senderos hechos de piedra que conducían a casas con apariencia envejecida y abandonada. Capté a lo lejos la visión de un pozo frente a una catedral similar a una iglesia cristiana, o a un templo sagrado de adoración de dioses.
El ambiente era lóbrego, bañado por aquella leve luz púrpura que se desprendía de la luna llena. Una capa de neblina espesa ocultaba las torres de las grandes casas, una fila de montañas blancas se podía vislumbrar al horizonte, tal como si las mismas estuvieran cubiertas de nieve. Las personas parecían haber desaparecido sin dejar rastros, todo lo que veía eran sombras vagando sobre la noche eterna, escondidas tras las tinieblas, o mostrándose debajo de la luz.
Olía a azufre y sangre. La sangre de Sebastián.
–Resiste un poco, Sebastián –le susurré con trepidante entonación.
Me puse en pie y emprendí a correr hacia el pozo frente al templo, echando vistazos por encima de mi hombro para verificar que ninguna criatura nocturna se devorara al Sr. Von Däniken igual que un aperitivo. Cogí el cubo atado a la cuerda para llenarlo de agua y comencé a hacerlo descender cuando las puertas de la parroquia se abrieron y una figura larga, delgada y encorvada se encaminó hacia mí con su mano extendida.
Mi corazón saltó con premura bajo mis costillas.
Él, o ella, estaba cubierto debajo de una toga con capucha, era tan alto que tenía que doblar mi cuello para intentar mirar su rostro, el cual estaba dibujado oscuramente entre las sombras. Su silueta era tan delgada que parecía estar hecho únicamente de huesos, su manera de moverse era espeluznante. Levitaba a unos pocos centímetros del suelo, pero avanzaba lentamente.
Pensé en correr cuando escuché que una sombría voz irrumpía en el interior de mi cabeza. Ésta era grave, ronca. Siniestra. Definitivamente se trataba de un hombre.
¿Te atreves a robar el agua de mi pozo sagrado?
Retemblé.
–Mi amigo la necesita, está herido –mascullé en un recortado hilillo de voz.
¿Y por eso eres una ladrona?
Sacudí la cabeza.
–No sabía que era su agua.
Dejé que la cuerda resbalara de mis manos, despacio, mientras reparaba en que la distancia que me separaba del individuo se estaba haciendo escasa.
Dejaré que te lleves un cubo de agua –resonaron sus palabras dentro de mi mente–. A cambio de la moneda roja que escondes en tu indumentaria.
Rebusqué la moneda entre las telas de mi vestido hasta hallarla. Extendí la mano para ofrecérsela, a pesar de que tenía miedo de que se acercara siquiera un poco.
Arrójala en el pozo, llévate el agua. Y corre.
Tiré de la soga para regresar el cubo con agua, el cual apreté contra mi pecho. Lancé la moneda hacia el pozo, sin siquiera pensar en un maldito deseo. Y corrí. Cuando regresé con Sebastián, observé que su cuerpo estaba rodeado por buitres que acechaban su carne. Les arrojé patadas histéricas hasta que se retiraron algunos metros.
Dos encorvados árboles negros crecieron repentinamente desde la arena. Las aves rapaces se posaron en sus ramas altas para vigilarnos.
En el camino había perdido la mitad del agua de la cubeta de madera. Aun así, cogí la capa de Sebastián, la doblé y la humedecí, a fin de colocarla sobre su enfebrecida frente. Me quité los guantes de seda y desabroché los botones de su camisa. Su desnuda piel quemaba la punta de mis dedos. Mientras pasaba meticulosamente la tela mojada por encima de su cuello y a través de su despojado pecho, advertí atisbos de cicatrices blancas que marcaban levemente su tez tostada.
Tragué con fuerza.
Su cuerpo era una suculenta tentación. Su pecho era hermoso, incluso con esas pocas cicatrices que estropeaban el bronce. Su piel era lisa al tacto, suave. Caliente. Pero los músculos debajo eran tan duros como piedras.
Mis labios temblaban, mi boca estaba seca, mis manos hacían un doloroso esfuerzo para evitar cualquier tipo de contacto directo. Encontré su herida abierta a un costado de su definido abdomen, la limpié con su chaqueta y removí con agua la sangre adherida. La abertura era tan profunda que el solo mirarla me provocó un severo mareo.
Él comenzó a tiritar.
–No, no me toques. No me lastimes más, por favor –musitó en un ininteligible balbuceo. Todavía sus ojos no se abrían.
–Sr. Von Däniken, despierte.
Lentamente, se puso en posición fetal.
–No me hagas más daño, no.
Acaricié su cabello despacio, toda la musculatura de su cuerpo se puso rígida. A continuación, abrió sus ojos. Fue como si despertara de un trance, estaba desconcertado, confuso. Se sentó en un brusco movimiento, su mirada era salvaje y déspota sobre mí. Me incliné para humedecer una vez más su ardiente frente.
–¿Qué diablos haces?
–Trato de que baje tu fiebre.
Sus manos atraparon mis muñecas.
–Si piensas que hacer esto conseguirá que no te delate frente a tu padre, te equivocas. ¡Aléjate de mí!
Lo miré con la boca abierta.
–¿De qué estás hablando? Ni siquiera he pensado en mi padre, lo único que pretendía era ayudarte.
–Sí, claro.
–¿Por qué no puedes creerlo?
–Porque nadie ayuda a nadie, no sin esperar algo a cambio. En especial, nadie me ayuda a mí, ¿entiendes? La gente solo se me acerca para patearme. Si quieres hacerlo, adelante, al menos estoy acostumbrado a ello. Pero no intentes ni por un segundo engatusarme con tu suavidad, o tu ternura. No funcionará.
–No trato de engatusarte.
–No –dijo mientras volvía a colocarse su camisa ensangrentada–. Por lo menos has tratado de violarme aquí.
Se puso de pie e intentó esconder el balanceo de su cuerpo debido a su desequilibrio. Hasta que finalmente se estabilizó lo suficiente como para caminar con pasos furiosos hacia Ramsés. Antes de subirse sobre el corcel, me echó un vistazo.
–¿Vienes o te quedas?
Avancé rabiosamente hacia él.
–Tendría que haber dejado que fueses comida para buitres.
Puso sus manos a cada lado de mi cintura. El contacto envió ese fantástico e incómodo cosquilleo incesante al interior de mi estómago. No obstante, continué frunciendo el ceño mientras me levantaba para colocarme encima del caballo.
Él se sentó detrás de mí antes de emprender una carrera de regreso al jardín de cristal frente al lago. Tomamos una barca de regreso al palacio.
Contemplé el modo en el que los músculos de Sebastián se contraían cada vez que movía el remo contra el agua. No sabía por qué, pero quería alargar mi brazo para tocar ese músculo, sentirlo ondularse bajo mis dedos, contra mi palma.
Los dos no habíamos intercambiado más de dos palabras en el transcurso del camino. Él estaba extremadamente callado, reservado.
–¿Por qué eres tan hosco conmigo?
–No te entusiasmes, nena, no es personal. Soy una mierda con todo el mundo.
Pestañeé.
–¿Por qué?
Pasaron al menos tres segundos antes de que pudiera escuchar su respuesta.
–Porque el mundo ha sido una mierda conmigo.
–¿Te han hecho daño?
–Para nada. Crecí entre flores y ositos de peluche –no se me escapó su tono irónico.
Siempre era irónico.
–Supongo que tampoco me dirás qué te han hecho, o quién lo hizo.
Un estremecimiento le atravesó, advertí la forma en la que todo su cuerpo se atestaba de una rigidez mortal.
–Como si te importara.
–Me importa –lo contradije.
–Aja.
Suspiré, dejando que el aire saliera progresivamente de mi cuerpo.
–¿Cómo te sientes? Tu herida...
–Escucha, princesita, deja de fingir que te preocupas por mí, ¿quieres? Me tienes harto con toda tu actuación de niñita inocente. Lo único que quiero ahora es deshacerme de ti, resultaste inútil después de todo. Tus visiones no sirven para nada, tu parloteo me está dejando sordo, tus preguntas me irritan. Y sí, hablaré con tu padre sobre esta noche. No importa lo que hagas.
Mi rostro se tornó pálido, un nudo se formó en mi garganta debido a las ganas que tenía de llorar. Lo contuve.
–Sebastián... –mi voz se cortó.
Para mi sorpresa, él sonrió con perversidad, como si disfrutara de mi sufrimiento.
–Ahora empiezas a llamarme por mi nombre con tu voz llorosa. Pequeña manipuladora.
Lo miré a través de mis pestañas, enfurecida.
–Si tengo una visión exacta del futuro, ¿te quedarías callado?
Su sonrisa se amplió con pérfido placer.
–Tal vez lo haga. Al final, es tu reputación, o mi baúl de oro. No estoy seguro.
Lágrimas se apilaron en mis ojos.
–Sr. Von Däniken...
Él largó un resoplido.
–Hazlo. Si tu visión es lo que estoy buscando, no hablaré... Por esta noche.
Me enjugué los ojos con el dorso de mi mano.
–¿Tienes una daga? –le pedí.
–Siempre.
Me tendió un afilado puñal.
–Hay un sencillo ritual –expliqué con debilidad–. Debo probar una gota de mi propia sangre –me quité un guante y presioné la punta de la cuchilla contra mi dedo índice hasta que una gota sangre brotó. Siseé por el ardor–. La visión perdurará tanto tiempo como la sangre permanezca en mi boca –bajé la voz antes de continuar–. Serán segundos dolorosos.
Lamí la punta de mi dedo. Probé el sabor a sal, hierro. Un corrosivo dolor paralizó mi corazón, tal como si tuviera una espada clavada en medio del pecho. Caí de rodillas, gritando.

Olía impecablemente a flores. Rosas, girasoles, hierba de ángel, orquídeas y musgo de sangre. Sentí una especie de inadecuada paz.
Un precioso jardín estaba rodeándome. Repleto de bellísimos arbustos, con coloridos botones de flor y exóticas mariposas revoloteando en los alrededores. Reconocí la estancia. El invernadero del Castillo Real en Etruria.
Justo ahí, bajo una pequeña cueva, un sarcófago de cristal albergaba un cadáver indemne. En perfectas condiciones.
Una joven de ondulado cabello largo en matices rojos anaranjados. Su piel estaba pálida, como la porcelana, sus pecas espolvoreaban su nariz, sus labios eran carmesíes. Llevaba un amplio vestido hermoso de una viva tonalidad escarlata, haciendo contraste con su tez.
Era una persona a la que conocía muy bien.
Yo.

Mi pecho se apretó hasta que no pude respirar, sentí que me desgarraban la piel a tiras, que me desangraba con lentitud. El dolor en mi cabeza me dejó prácticamente ciega. Hasta que un par de cálidos brazos me apretaron con suavidad. Él me estaba sosteniendo contra su pecho, acunándome, susurrando en mi oído.
Él.
Sebastián.
–Ya basta, ya es suficiente –murmuró por lo bajo en una nota de agonía –su agarre desesperado se relajó ligeramente–. Tranquila –sus manos me acariciaron el cabello–. Calma. No volveremos a hacer esto, te lo prometo.
Lloré contra su pecho al tiempo que mi cuerpo tiritaba. Cuando abrí los ojos, mi visión se aclaró paulatinamente. Lo primero que vi fue su mirada de plata. Mi corazón se contrajo. El dolor se drenó de mi organismo con parsimonia, aunque nunca parecía irse por completo. Permanecería entumeciéndome al menos una hora más.
–Lo siento... –me disculpé, atragantada en llanto–. No se trata de ti, o de Massimilianus... Yo... no pude...
–Está bien –me consoló–. No importa. ¿Qué fue lo que viste? –no respondí, esquivé su mirada al tiempo que salía de sus brazos–. Luciana, háblame. ¿Qué viste?
Su actitud me confundía. En un momento se comportaba como si me aborreciera y al siguiente era amable y cálido. Como si se tratara de otro chico. Cerré mis ojos con fuerza, solo para que la imagen de mi visión regresara al interior de mis párpados igual que una vieja pintura.
–Mi muerte. Era mi muerte.
Él permaneció inmóvil, imperturbable. Su rostro severo, su boca una fina línea. Estuvo mirándome en silencio al menos un par de minutos. No se escuchaba más que un silbido producido por el viento.
–¿Estás segura? –preguntó luego de un extenso momento. Asentí–. Podría haber sido una visión opuesta, no es posible...
–Era una visión real –confirmé–. De otra forma no habría sentido dolor –sacudí la cabeza para despejarme–. No debo preocuparme, podría suceder en cientos o miles de años. Seré eternamente joven. Algún día tiene que pasar, incluso lo inmortal perece.
Un suspiro brotó de los labios de Sebastián.
–Vamos.
Me cogió de la mano para ayudarme a saltar fuera de la barca hacia el muelle. Una vez parados en tierra firme, su agarre permaneció sobre mis caderas. Sus ojos me chamuscaban igual que el fuego.
–¿Te divertiste? –inquirió.
Hice una mueca pensativa para aligerar la tensión de lo que acababa de suceder.
–No lo sé. No aprendí a bailar como lo hacen esas chicas.
Le sonreí.
Él levantó una de sus bonitas cejas.
–No existe una técnica. Debes mover alocadamente tu trasero contra mí al tiempo que hago movimientos igual que un perro en medio del acto de apareamiento. Sencillo –sus ojos lanzaron un destello de picardía–. Todavía puedo enseñarte –me reí de forma auténtica–. Bonita risa –farfulló despacio.
Su entonación me embriagó, dejándome acalorada por dentro. Sujeté sus antebrazos, tratando de forzarlo a que soltara su agarre de mis caderas. Pero estaba aferrado con fuerza, sus dedos clavados en mi vestido.
–Sebastián –una nueva voz surgió desde la oscuridad.
Ambos giramos para ver al príncipe Nicodemus caminar tranquilamente hacia nosotros. El Sr. Von Däniken me soltó. Los dos se arrojaron una mirada que no pude descifrar.
–¿Nico? –balbuceó Sebastián.
Nicodemus todavía llevaba máscara.
–¿Se conocen? –pregunté confusa.
–Un poco –admitió Sebastián con una sonrisa torcida. Se largó a reír con verdadera diversión–. Viejo, ¿esto es lo que haces todas las noches? ¿Bailar con princesas? ¿Me he perdido algo? ¿Eres gay?
Nicodemus puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
–Sebastián, tengo más de trescientos años, de esta manera nos divertíamos en mis tiempos.
A pesar de eso, Nicodemus se miraba tan joven como yo. El Sr. Von Däniken bufó.
–No estamos en tus tiempos. ¡Hay sexo gratis a la vuelta de la esquina! ¿Y tú prefieres contemplar en lugar de tocar?
Nico se encogió de hombros.
–Te recuerdo que tú estás aquí también, ¿o no?
–Hermano, van a pagarme por esto. Un baúl de oro por divertirme con las princesas durante tres días. ¿No has escuchado las últimas noticias en Etruria? Es una lástima que no te hubieses enterado de esto antes, lo único que debías hacer era desenmascarar a las doce niñitas. De acuerdo, lo siento por ti, el trabajo es mío.
Miré a Nicodemus especulativamente.
–¿Me habría entregado usted a mi padre, lord Nicodemus?
Para mi alivio, él negó.
–Por supuesto que no, señorita Winterborough. Ni por todo el oro del mundo.
Nuevamente, Sebastián largó un resoplido.
–Oh, señorita Winterborough –imitó la voz de "su amigo" y me lanzó una mirada con los ojos entrecerrados–. Escupes mi nombre como si fuese veneno, pero el suyo lo dices tan amorosamente. ¡Cuánta confianza, ¿eh?! A ver, ¿cuándo es la boda?
–No es de su incumbencia mi relación con el caballero. Usted es un grosero sin modales.
–Dios, ¿podrías dejar de hablar de esa forma? Preferiría que me dijeras que soy un cabrón entrometido de mierda.
Mis labios se separaron en respuesta a su comentario.
–Lady Luciana, disculpe a mi amigo. ¿Quiere entrar a bailar? –Nicodemus me ofreció su brazo, el cual tomé.
–Su amigo es un pirata maleducado.
Sebastián se largó a reír.
–Al menos no soy otro estirado aburrido.
–¡No soy aburrida! –me quejé con alteración.
–Por supuesto que no. Eres tan divertida que estoy empezando a enfermar... ¡Oh, no, no puedo mantener mis ojos abiertos! –fingió un bostezo–. Causas narcolepsia en mí.
A continuación, gritos asaltaron mis oídos. Desde el interior del palacio emergieron alaridos de pánico. Mi pulso se aceleró al pensar en la posibilidad de que algo pudiese haberles pasado a mis hermanas. Corrí hacia el interior del salón.
Nicodemus me atrapó de la cintura antes de que pudiese emprender mi camino.
–Quédate aquí –me ordenó–. Iré a ver.
Tan pronto como se marchó, lo perseguí. Lancé una fugaz mirada por encima de mi hombro, buscando a Sebastián.
Había desaparecido.
El salón era un caos. Un copa en el suelo, el vino derramado manchando el mármol, mis hermanas huyendo. Sangre.
Micaela gritaba con desenfreno, sus dientes y sus labios estaban manchados de un líquido escarlata. Sospeché que no se trataba de ningún néctar. Ella tenía colmillos largos, punzantes y blancos que sobresalían de su boca, el iris de sus ojos se había tornado de color rojo. Se asemejaba a un famélico animal salvaje.
Su compañero de baile la estaba sosteniendo con fuerza, rodeándola en sus brazos para que no se escapase de su agarre. Mica luchaba. Él era aquel joven que vestía siempre de color blanco, pero esta vez el cuello de su traje estaba ensangrentado debido a la herida de colmillos que surcaba su garganta.
–Mica –murmuraba el príncipe en su oído–. Tranquila, nena, bebe de mí –ella gritó con histeria, el sonido fue fiero y desgarrador–. Lo siento. Lo lamento tanto –se disculpó su pareja, sujetándola con dulzura.
Mi hermana menor lloró a los cuatro vientos mientras sus chillidos de ira rebotaban contra las paredes. Fue entonces cuando comprendí lo que sucedía. El compañero de Micaela era un vampiro, que había estado mordiéndola todo este tiempo. Hasta transformarla.
Traté de abrirme paso hasta mi hermana, pero sentí que alguien tiraba de mi brazo.
–Luciana, no –Nicodemus me agarró fuertemente.
Me liberé de su sujeción.
–¡Mica! –grité al enfrentarla.
Ella no parecía siquiera reconocerme.
–¡Aléjese, princesa! –me advirtió el caballero que la mantenía apresada.
–¡Quiero tu cabeza por esto! –lo amenacé.
Di otro paso más cerca de Micaela para intentar consolarla. Percibí la tensión en su cuerpo cuando la envolví con mis brazos.
Ella enterró sus dientes en mi garganta.
No fui capaz de gritar, mi voz estaba presa dentro de mí. Las punzadas de dolor cruzaron mi cuello para transportarse hacia el resto de mi cuerpo. Era una sensación caliente. Igual que el fuego.
Había agonía. Ardor.
Hasta que eso se tornó en paz. Placer.

–No estoy en las tinieblas –oí aquella sensual voz de Sebastián elevarse en mi mente–. Yo soy las tinieblas.
Todo estaba nublado. Sumido entre penumbras.
Esto duele, quise decirle, pero mi voz se negaba a abandonar mis labios. Incluso mi cuerpo se negaba a respirar, o moverse. Escuché murmullos leves alrededor de mí.
–Dios mío, sostenla –alguien exclamó. Parecía ser Clementine–. ¿Me escuchas, Luciana? ¿Puedes verme?
Puedo oírte, mas solamente veo negrura.
–Abre los ojos, Lucy –decía Dolabella desde alguna parte.
¡Eso intento!
En mi interior gritaba, pero nadie era capaz de escucharme. Salvo él.
–Puedes permanecer en la oscuridad, conmigo –me susurraba el Sr. Von Däniken–. O puedes despertar. En la luz. Lejos de la tóxica neblina. Lejos de mí.
–¡Lucy! –continuaban chillando mis hermanas.
–Hazlo ahora. Aléjate de mí. Corre del peligro.
–¡Lucy!
–¡Despierta!

Mi visión se aclaró muy lentamente, a partir de un punto de luz en el centro de mi campo visual que fue creciendo hasta que alcancé a distinguir formas. Rostros. Siluetas.
Sentí que algo tibio goteaba sobre mi desnuda clavícula, humedeciendo mi piel. Mi cuerpo tardó en responder a mis intentos de incorporarme, era como si mis extremidades fuesen demasiado pesadas.
–Querida, ¿estás bien? –Morissette me habló.
Gemí.
–¿Crees que perdió demasiada sangre? –decía Adara.
–Déjenme verla –terció lord Nicodemus. Sus manos estaban frías cuando tocaron mi rostro. Sus dedos se instalaron sobre mi cuello–. Está muy pálida.
Miré sus descubiertos ojos azules. Su máscara estaba descansando por encima de su frente. Él tenía un pálido color en el rostro también. Pero el resto de sus facciones parecían vagas y difusas.
–¿Dónde está Micaela? –alcancé a musitar.
Nicodemus me sonrió antes de devolver el antifaz a su cara.
–Recuperándose.
–Será mejor que regresemos a casa ahora –propuso Agatha.
Me aferré de los hombros de Nicodemus para conseguir ponerme de pie. Apreté con fuerza los puños en su chaqueta al sentir que me desvanecía. El suelo parecía dar vueltas bajo mis pies. Giraba. Rodaba. Se balanceaba.
–Te tengo, te tengo –me aseguró mi compañero de baile–. ¿Puedes caminar?
Asentir con la cabeza hizo que el planeta se agitara en torno a mí. Me sentía flotando sobre un barco, en medio del océano, con una tormenta. La marea alta, el piso tambaleándose.
Cruzamos el lago en las barcas, Micaela fue la última en subir, acompañada de su amigo vampiro. Ella lloraba, arrepentida, al tiempo que su caballero la consolaba. No había ningún rastro de Sebastián. La tentación de preguntarle a lord Nicodemus sobre su esotérico compañero me estaba matando, consumiéndome.
Nos despedimos de los príncipes con reverencias y agasajos. Lord Nicodemus besó con gentileza mis nudillos después de desearme buenas noches. O lo que quedaba de noche. Micaela corrió a mis brazos tan pronto como estuvimos solas. No podía detener sus incontrolables sollozos.
–¡Lo siento tanto! ¡Me sentía tan hambrienta! ¡Era incontrolable, Luciana, lo lamento! No quise herirte, lo juro.
Le devolví el abrazo.
–Mica, ¿desde cuándo...?
–Oh, Lucy, él había estado mordiéndome desde hace bastante tiempo... Yo no pensé... no creí que...
–Nuestro padre tiene que saberlo –alegué–. No te preocupes, no volverá a lastimarte. Será condenado por esto.
Micaela se encontró con mis ojos. Parpadeó un par de veces en silencio y sacudió la cabeza.
–Lucy, Marcos no es como piensas. Nunca me ha lastimado. Además, no puedes hablarle de esto a mi padre sin exponernos.
Ya veremos.
–Lo discutiremos en casa, ¿sí?
Aunque Micaela no parecía contenta con eso, se mostró resignada. No demoramos en franquear los bosques de cristal, plata y oro. Subimos a lo largo de la escalerilla que comunicaba con la puerta trampa y nos sentamos juntas sobre las camas.
Esta noche, no solamente nuestras zapatillas estaban destrozadas. Tanto Micaela como yo teníamos manchas de sangre ensuciando nuestros vestidos. Uno de mis guantes había desaparecido, mi indumentaria tenía rasguños.
–¿Cómo explicaremos esto? –farfullaba Eudoxia entre lloriqueos de preocupación–. Dos vestidos tan grandes no pueden ocultarse tan fácilmente. Son nuestros mejores trajes de fiesta, Nora podría percatarse de su ausencia inmediatamente.
–¿Dónde te metiste durante toda la velada, Luciana? –me cuestionó Scaura.
Me encogí de hombros.
–En el jardín –mentí.
Todas me escudriñaron con inquisitivas miradas.
–Espero que recuerdes todo el tiempo tus valores morales, hermanita –me riñó Morissette–. Sabes lo que significa una dama sin virtud. O, en nuestro caso, una prestigiosa princesa sin virtud.
La miré boquiabierta, indignada.
–¿Cómo puedes estar diciéndome algo así?
Morissette suavizó su expresión.
–Sé lo inocente que eres, Lucy, por eso me gustaría que conservaras tu pureza.
Me levanté de la cama, abrí la puerta del dormitorio y caminé hacia el pasillo. Hallé a Sebastián dormido sobre el sillón que habían colocado junto a la puerta. ¿Cómo había llegado tan rápido? ¿Cómo había logrado adelantarnos sin ser visto?
Recordé la capa que lo hacía invisible, la cual seguía enrollada alrededor de su cuello igual que una bufanda.
Por supuesto, él fingía dormir. Sus ronquidos eran suaves, pero notablemente falsos. ¿Cómo no me había percatado de ello antes de escapar esta noche? Admiré el modo en que su pecho se elevaba y se hundía a un ritmo relajado.
Algo tórrido se apoderó de mi vientre tan pronto como recordé la manera en la que lucía su pecho por debajo de esa camisa. La forma en la que sus músculos firmes se contraían, o el modo en el que su piel exquisita rutilaba como el bronce.
Sin saberlo, me había estado aproximando a esa peligrosa trampa mortal. Estaba a tan solo un paso del Sr. Von Däniken, con mi brazo extendido. Sabía que ese caballero era mortífero, pero su expresión mientras pretendía dormir lo hacía parecer tranquilo, dócil.
Al igual que un exótico tigre que luce precioso e inofensivo. Y luego, cuando te acercas para acariciarle, te muerde. Te destroza.
Alargué mis dedos, tentada por la idea de volver a tocar ese deleitable cuerpo duro, o sentir su delicada piel marcada contra las puntas de mis dedos. O deslizar suavemente mi mano a lo largo de sus abdominales.
No fui demasiado lejos. Sebastián abrió sus ojos y capturó mi muñeca en un bruto agarre que parecía que quebraría mis huesos. Grité.

32 comentarios:

Unknown dijo...

Madre mia!!!!
¿Cómo tienes tanto talento?
En serio me da la impresión de que siempre te escribo lo mismo pero siempre me dejas sin palabras y nunca se que decirte.
La historia es muy pero que muy interesante y hoy estaba "ojalá que haya subido capitulo" y pensando "seguro que como llevo tiempo sin mirar habrá subido y no lo se" y es que antes me metía en el blog todos los días para mirar y no estaba el nuevo capítulo.Menos mal que has subido ya.

Sobre lo de las reelecciones en Venezuela no se que que decir, mas que otra cosa porque todavía no he cumplido los 14(los cumplo el 18 de mayo por cierto) y creo que mi opinión sobre política le falta información o no tengo todavía mentalidad para opinar o como estoy bastante lejos no se que es lo que realmente pasa a si que no puedo mas que decir MUCHO ÁNIMO y espero que mejoren las cosas allí.
Un beso desde España.

Iveeth Luna Gámez dijo...

Hola Steph...

Empezare diciendo lo que pienso respecto a tu país y todo lo que has escrito.

No voy a decir que te entiendo, o cosas como esas, por que no vivo en Venezuela y por lo tanto, no conozco exactamente la situación del país, pero estoy de acuerdo en que eso fue todo obra del gobierno ya que conozco muchas personas de Venezuela y todas ellas me han contado acerca de todo esto.
Solo recuerda, que pase lo que pase, Venezuela no morirá hasta que el ultimo de sus habitantes lo haga, no habrá un final hasta que el ultimo guerrero se canse. Esto es algo que Venezuela tiene que luchar, es una verdadera razón por la cual pelear.

Ahora, sobre mi historia. La escribiré tan pronto como pueda, de verdad que necesitaba algo con que distraerme de mi vida y escribir es lo mejor que puedo hacer, ¿te molesta si la historia es sobre homosexuales? Últimamente no dejo ese tema, no lo se...

Sobre el capitulo, ¡Dios Mio! ¿Quien pudo haber hecho tanto daño a Sebastien? No dejo de pensar en la cosa aterradora que debió haber estado soñando (o recordando) cuando pedía que por favor no lo lastimaran mas... ¿que tristes secretos esconde Sebastien? La vision de Luciana es también algo por lo que, supongo, debemos preocuparnos ¿verdad? Quiero decir, todas las personas mueren algún día pero creo que no fue una vision al azar, eso tiene algo que ver con Sebastien... o incluso con Jerry... Sobre la nueva vampiresa de la historia... creo que esto sera muy importante, sobre todo por tener que ocultarselo a su padre y todo eso. ¿De donde es que Sebastien conoce Nicodemus? Como conclusion, la novela siempre es cada vez mejor.

¿Saldrán los anteriores personajes? Ya sabes, los protagonistas de Tentación & The Violet City? No pregunto por los protagonistas de Zukunft por que según yo, aun son muy chicos ¿no? Creo que aun no ha pasado mucho tiempo desde el "final" de Obsesión/Zukunft.

Por ultimo, me pondré a elaborar la cuenta en cuanto termine este comentario, pensar un user, un header, un bg, un icon... ¡dios mio! esto sin duda sera muy divertido y placentero.

Sin mas, me despido.
Goodbye<3

KELLY_JONAS dijo...

Holaa steph primero que nada quiero decirte que una vez mas has superado mis expectativas cada nuevo libro que nos trae viene lleno de tantos sentimientos, emociones, y situaciones que de una u otra manera pasan cotidianamente que nos llega a cada uno de tus lectores y lo puedo certificar esta nueva historia ya me tiene atrapad me encanta que combines lo antiguo con lo actual es una cosa que jamas dejare de admirar de ti la forma en la que puedes fusionar tantas cosas juntas y que encaje todo tan perfectamente. Por otra parte acerca de lo que hablabas de nuestro país no puedo estar más de acuerdo el vacío y el dolor es inmenso ver que todo se derrumba y aun hay mucha gente ciega que no nota lo que pasa ya sea por una ayuda que les brinda el gobierno o por el legado que alguien ha dejado porque no es mas que eso un legado no una decisión tomada por un pueblo demócrata y hoy mas que nunca pienso que nuestro pueblo debe salir a luchar por el país y por el bienestar de las nuevas generaciones aunque ellos mismos están acabando con lo que iniciaron cada día se descubren mas y bueno para ya dejar el tema de política *por ahora* te digo que de verdad amo como escribes y espero que no lo dejes de hacer dentro de muchísimo tiempo cuídate :)PD: Gracias por seguirme en el twitter aun no lo supero. @TwatterOn

Anónimo dijo...

Lamento todo lo que pasa en tu pais. Es bien triste que haya un gobierno tan corrupto. Pero lo lamentable es que no es solo en Venezuela es en todos los paises. Espero que tu pais siga luchando para major.
El capitulo me gusto. Estoy curiosa por saber porque Sebastian es tan malo.

Anónimo dijo...

Sube pronto me encanto el capitulo

Anónimo dijo...

Amo esta novela

Anónimo dijo...

Amo a Sebastian y amo tu novela
eres una escritora maravillosa

Anónimo dijo...

Steph no se que decirte
Lo que esta pasando en Venezuela es bien triste y espero que todo salga bien y que Venezuela quede libre de los ladrones.

Anónimo dijo...

Que novela me gusta mucho. Es an poética y Sebastian es hermoso

Anónimo dijo...

Steph en estos momentos estoy en un salón pero no importa. Quiero leer el capitulo y comentar
lo he leído completo. Me encanta esta novela me encanta lord Nico y amo a Sebastian

Anónimo dijo...

Aaahh QUE CAPITULO TAN GENIAL ME ENCANTA

Anónimo dijo...

He leído todo los capítulos hoy.
Me encantan
Esta novela es fantástica
Aunque si venimos a ver todas tus novelas son buenísimas
Animo tu país saldrá adelante

Anónimo dijo...

Tu país es fuerte a pesar des injusticias siempre salen adelante
ten fe y esperanza. Mientras excistan personas como tu el mundo sale a flote
La novela estuvo buena

Wilmeliz dijo...

Steph tengo tantas cosas que decir y que opinar.

1. Ame el capitulo me encanto, estuvo genial fantastico.
2. De donde se conoceran Sebastian y Nico?
3. Nico es tan lindo es un amor, pero mi curiosidad es mas grande. Ya deseo saber porque es que Sebastian odia que lo toquen. Lo maltrataron? y tambien deseo saber que quiere con jerry..
4. Pobre de la hermana de micaela ahora es vampiro y su padre puede que la mate. Pero creo que el vampiro lo hizo por amor.
5. Esta novela cada vez se pone mejor.
6. Sobre lo de tu pais lo siento mucho. Pero se que tu pais saldra adelante y tengan mucha fe. Dios no dejara que nada malo pase en Venezuela. Las cosas se hacen segun su voluntad. Algo muy grande le espera a Venezuela y sera para bien tenlo por seguro. En mi pais deseaba que ganara Capriles. Lo admiraban.
7. Si sigue habiendo gente como tu, dando todo su apoyo todo saldra bien.
8. Bueno creo que ya no tengo mas que decir cuidate mucho.

Anónimo dijo...

Amo esta historia
Es una de mis novelas favoritas.
Estoy loca para que la termines
Ya deseo saber el final de esta novela.
Me encanta.

Anónimo dijo...

Esta novela me gusta como va
Los finales de capitulo me encantan
Ya estoy loca por leer mas

Ell dijo...

Steph eres una de las mejores escritoras del mundo. Espero que puedas pronto publicar tus novelas.
Oye, porque no las vendes por amazon?? No te gusta esa pagina?? Me han dicho que es muy buena.

LittleMonster dijo...

estuvo genial!!!!!!!!!!!
hay algo que me dice que esto se pondra bueno!!!!
Jerry por fin esta con Charity y eso significa que los demas tambien son felices!!! quisiera saber que estara pasando con Josephine y Aita!!!
Oye y cuando publicaras la entrevista con Eustace? No hubo suficientes preguntas? estaba emocionada por eso! jajaja quiero saber de dira sobre todas las comparaciones con Lady Gaga!
Estuvo genial el capitulo Steph! sigue asi ;)

Anónimo dijo...

El capitulo estuvo muy bueno
Ya quiero leer el proximo capitulo
Steph animo con tu pais todo saldra bien.
No pierdas nunca la esperanza y la fe, eso tiene que ser lo ultimo que se pierda. Confia en Dios el protegera a tu pais de las injusticias. Tranquila.

Anónimo dijo...

Sin duda Alas rotas es estupenda.
Tenias razon Sebastian no es ni tierno, ni amable, ni dice frases lindas para contentar a una chica. Es malo, cero amable y muy directo.
Es hermoso.

Anónimo dijo...

Leerte es estupendo.
Amo reirme con tus historias.
LLorar con ellas.
Escribes estupendo nunca lo dudes.
Espero que venezuela no se rinda y sigan luchando hasta mas no poder.

Eunicess dijo...

Se fuerte, Venezuela es fuerte. Tiene a ciudadanos fuertes como tu.
No te rindas y sigue luchando. Utiliza todos los recursos que tengan. No se dejen vencer tan facilmente.
Respecto tu novela.
La amo
Me encanta.
Lamento no comentar antes pero estoy en examenes finales. Pero bueno aqui esta mi comentario con la ezperanza de que te aliente a no rendirte nunca.

Anónimo dijo...

Alas rotas esta genial.

YO preguntando : ) dijo...

Amo leer tus novelas son las mejores.
Steph se que no estas pasando por cosas faciles en tu pais. Pero se que todo saldra perfecto.
Espero que sigas escribiendo novelas fantasticas y que tengan cosas sobre ti.
Una preguntita corta
Tu registras tus novelas en safe creative?? y si es asi Tu las terminas y despues las registras o las registras y despues las terminas??

Anónimo dijo...

Steph eres genial.
La mejor escritora del planeta
Me siento tan orgullosa de ti.
El capitulo me gusto
De donde se conoceran estos dos??
Buena pregunta sin constentacion.

Anónimo dijo...

Steph, sebastian me tiene loca.
Es hermoso, ardiente, guapisimo
Siento que lo amo.
Nico estan tranquilo pero lindo.
Amo los protagonistas masculinos de tus novelas.

Anónimo dijo...

Me encanta tu novela
Sebastian es guapísimo
que triste que sufra

aly dijo...

Steph una pregunta
¿como se borra un blog completamente. Es que no se como hacerlo

Anónimo dijo...

De donde se conocen esos dos.
Parece que fueran amigos de toda la vida. Vaya en un día te cogistes cuatro capítulos que brutal

Anónimo dijo...

Espero que pronto subas capitulo.
Me sensatez con curiosidad
Que malo es Sebastian

Steph dijo...

#Lectores lamento informarles que tendré que subir capítulo el día de mañana en lugar de hoy :(

Anónimo dijo...

No te preocupes

VISITAS

.

.