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jueves, 30 de mayo de 2013

Capítulo 8: Visiones Opuestas






Capítulo 8: Visiones Opuestas

Después de hacerle los últimos arreglos a la carta, llamé a la puerta de lord Nicodemus con formalidad. Pero éste no contestaba a mi llamado, lo cual era un punto a mi favor.
Quizás dormía.
Giré el pomo de la puerta y la empujé para abrirla. La habitación estaba vacía. El picante aroma de la pimienta negra produjo un picor en mi nariz. Coloqué el sobre encima de la mesa de luz, dentro de uno de los libros que dejaban las criadas para los invitados. De manera que pudiera encontrarlo sin que fuese demasiado evidente.
Salí de la estancia a hurtadillas.
Esa noche, debido a la huída de Micaela, mis hermanas acordaron que permaneceríamos en nuestro dormitorio toda la noche. Sebastián hizo guardia frente a la puerta hasta el amanecer y yo, sin saber causas o consecuencias, quería salir de la cama para encontrarlo.
Logré conciliar el sueño durante efímeros instantes. Me sentía atrapada en medio de la neblina.

Estaba atardeciendo, los colores naranjas y rosas se arremolinaban en el firmamento al mismo tiempo que el sol se movía con rapidez para ocultarse tras las montañas. Hacía tanto tiempo que no soñaba con albas o atardeceres… Llevaba meses enteros de pesadillas oscuras en medio de la negrura. Todas estaban relacionadas con Sebastián.
–¡No huyas! –grité enfadada al sol–. ¡No te escondas de mí, cobarde!
–Déjale ir sin reproches –me sugirió alguien–. El sol está enamorado de luna, a pesar de que nunca la conocerá. Su destino nunca será tumbarse bajo las estrellas. Él nunca sabrá lo que significa mirar el resplandor plateado franqueando el cielo negro.
Me volví, temerosa, en busca de aquella tentadora voz que susurraba. Tardé eternos segundos de agonía en hallar al Sr. Von Däniken de pie a la mitad de aquel bosque azul con abundante césped. Esta vez no vestía como un pirata.
Vestía de blanco íntegramente, llevaba pantalones de tela ligera y una camisa abierta hasta la mitad de su pecho. Tuve una lucha contra mí misma para evitar mirar la piel bronceada de sus pectorales. Sebastián no hizo movimiento alguno para aproximarse, pero mi garganta se estrechó debido al miedo. Involuntariamente, di un paso atrás.
–La desdichada luna –repliqué–, de igual forma, vive condenada a las tinieblas. Nunca ha sentido el calor de su amante. Nunca caminará bajo la luz de sus rayos. Muere de frío, porque la han condenado a nunca estar junto a su enamorado.
Cerré mis puños, asiendo con fuerza la tela de mi falda, preparada para echar a correr contra el viento.
–¡Cuán miserable es la vida de los amantes! ¡Cuán injusta es para aquellos que se dejan sumergir en esos mares que ahogan! El día nunca conocerá a la noche, es así como debe ser.
Sebastián tenía una postura sofisticada que carecía de la habitual relajación en sus hombros, o el arrogante movimiento de su cabeza. Lucía en cambio circunspecto y distante bajo los resplandores rojos del cielo. El bronce de su piel, el plateado de su cabello y el violeta de sus ojos hacían una magistral combinación alucinante.
–Vete –le ordené con vehemencia.
Podía haber agregado que su brillo no me dejaba contemplar el atardecer, porque lo hacía parecer opaco en comparación. Pero no dije nada más.
–¿Vas a echarme? Yo, al igual que el sol, he esperado tanto tiempo para conocerte. Pese a lo que tú creas, soy el único que tiene las alas chamuscadas y quebradas. Si es que las tengo, o las tuve alguna vez.
Había algo diferente en este Sebastián. Su expresión era distinta, no llevaba en su cara esa sonrisa pérfida ni aquella mirada de autosuficiencia. Dio un paso adelante mientras yo retrocedía.
–No te alejes, Luciana, por favor –continuó acercándose hasta que me vi obligada a dar la vuelta y correr.
Escuché el ruido de sus pasos expeditos ahogando los míos, avancé hasta que mis piernas ardieron debido al esfuerzo. Mi respiración comenzó a fallar, los latidos de mi corazón me ensordecían.
Él me atrapó, abalanzándose sobre mí. Rodamos por el frío suelo varias veces, todo se volvió confuso mientras sopesaba su peso y veía los destellos anaranjados de mi cabellera; el resplandor de sus ojos en los míos.
Finalmente nos quedamos quietos. Él estaba encima, aplastándome con todos los macizos músculos de su cuerpo. Quería lloriquear por la atormentadora sensación de tener su rostro a tan escasa distancia del mío. Su aliento fresco golpeaba mis labios, torturándome. Su pecho se expandía y se contraía con rapidez, apretujando los míos. Sus caderas presionaban las mías.
El interior de mi cuerpo burbujeó con una satisfacción que era tanto placentera como agonizante al mismo tiempo. Mi vientre se contraía, mis pechos se endurecían, mis labios palpitaban. Cerré los ojos, intimidada por la fiereza de su mirada. Sabía que era un sueño, pero se sentía real. Podía sentir cada fibra de su cuerpo, su calor, los latidos de su corazón.
Luché para quitármelo de encima.
–¡No! –me rogó antes de atrapar mis muñecas a cada lado de mi cabeza. Se puso a horcajadas encima de mí, encerrando mis caderas entre sus rodillas–. Quédate quieta –dijo de manera suplicante–. No quiero hacerte daño esta vez. Quiero... quiero hacerte sentir bien. No quiero que me temas –lo miré a través de mis pestañas. Sabía que era imposible esconder mi miedo. Mi respiración empezaba a apaciguarse, aunque continuaba siendo pesada y fatigosa–. No me tengas miedo, por favor –me pidió al tiempo que desenfundaba una daga mortífera.
–No te tengo miedo. Simplemente me aterra el arma que empuñas –farfullé, encolerizada.
Él largó una risa amarga, levantó su brazo y después lo hizo descender con rapidez. Grité. Estaba segura de que atravesaría mi corazón en una estocada veloz.
Un segundo más tarde, me percaté de que no había muerto.
Sentí el aire álgido arropando mis pechos; pues era mi vestido, junto con mi corsé, lo que había sido desgarrado. De inmediato quise cruzarme de brazos para cubrirme, pero el Sr. Von Däniken continuaba sosteniendo mis muñecas con fuerza. Su mirada estaba quemándome, devorando mi cuerpo al igual que una llamarada.
Tomé una respiración profunda. La ausencia del corsé permitía que mis pulmones se expandieran por completo. Él me contemplaba con miramiento, sus pupilas de plata eran tan grandes que casi disipaban el violeta de sus iris. Hizo un minúsculo movimiento para acomodarse sobre mí. Gemí al sentir el peso de su pelvis contra mi vientre.
Despacio, hundió su cara en mi cuello. La tela de su camiseta rozaba mis pechos, provocando que se tensaran en respuesta. Gruñí de goce al sentir sus labios presionados sobre la delicada piel que recubría mi garganta.
Nunca había sufrido al mismo tiempo que disfrutaba. Nunca una tortura había tenido un sabor tan dulce. Nunca mi mente había evocado un sueño tan licencioso. Tan vívido.
–¿Eres real? –conseguí susurrar a Sebastián al tiempo que la punta de su lengua lamía mi cuello desnudo.
Quería tocarlo, poner mis manos en su piel para asegurarme de que estaba ahí. A pesar de que la firme presión que ejercía sobre mis muñecas me lo estaba confirmando. Su sujeción era tan dura que me causaba un severo dolor.
Cuando separó sus labios de mi garganta, lloriqueé. Dolía que me privara de las caricias de su boca. Lo vi sacudir la cabeza.

El salvaje amarillo de la luz del sol hizo arder mis ojos, ruborizando mi rostro al mismo tiempo. Parpadeé varias veces para acostumbrarme a la cegadora iluminación de la mañana. Mi frente estaba cubierta de sudor, mi corazón latía con premura, como si quisiera salirse de mi pecho.
Mis hermanas estaban despiertas, Dolabella se encontraba sentada en mi cama, sosteniendo con suavidad una de mis manos.
–¿Estás bien? –inquirió con preocupación. Su fría mano se posó sobre mi frente–. Pareces tener fiebre. Estabas gimoteando en sueños. Me preocupas.
Apreté la mano de mi hermana y le sonreí con debilidad para hacerle saber que no estaba tan mal. Pero estaba cansada. Aquel sueño había sido agotador y perturbador en distintas maneras.
–¡Mira qué hermosa vas a estar! –chilló Lorette, una de mis hermanas mayores. Bailó alrededor de la habitación mientras sostenía un largo vestido dorado–. ¿No estás contenta, Lucy? ¡Serás la primera de nosotras en contraer matrimonio!
Una punzada de dolor se instaló en mi cabeza al escuchar esas palabras. Miré a Dolabella con alarma antes de sentarme sobre la cama.
–¿No ha funcionado la carta? –musité en su oído.
Ella sacudió la cabeza con tristeza.
–No parece haberla leído –me contestó en susurro.
–¡Pero...! –exclamé.
¡¿Cómo?! Me había asegurado de que estuviera visible. ¡¿Cómo es que no la había leído?!
Salí de las sábanas con prisa.
–¡No me casaré, claro que no! –protesté–. Bella, avisa a mi padre que posponga la ceremonia. Dile que he enfermado de gravedad.
Annalis me despidió una mirada venenosa.
–Nosotras morimos porque mi padre nos consiga un esposo. Sin embargo, él decide que eres tú la que va a casarse. ¡La única joven atolondrada que rechazaría a tan importante aristócrata! Lord Nicodemus es exquisito y apuesto. ¡Ojalá estuviera yo en tus zapatos!
–Empieza a vestirte –me ordenó Genovive–. Tu príncipe está en la recepción, esperando impaciente por la ceremonia. Deja que te ayudemos.
Cuando todas comenzaron a hacer peinados en mi cabello y a forzarme a entrar en el amplio vestido de novia, chillé con fuerza y  me precipité fuera de la alcoba. Del otro lado de la puerta hallé a un gran soldado que usaba una armadura de hierro y sujetaba la empuñadura de la espada que colgaba de su cintura. Sus dos metros de altura se alzaban sobre mí.
Vacilé.
–Permítame retirarme –hice una reverencia.
Él cogió mi brazo fugazmente tan pronto como hice el intento de escabullirme.
–Tengo órdenes de escoltarla hacia la recepción. O, en su defecto, arrastrarla.
Forcejeé con su agarre.
–¡Déjeme en paz! ¡He enfermado! ¡No voy a casarme!
–Disculpe si la contradigo, pero no parece enferma.
–Tiene razón, puedo caminar por mi cuenta. ¡Suélteme!
Me obedeció. Fui capaz de enderezarme y alisar mi vestido con ambas manos. Comencé a caminar con arrogancia junto al hombre a través de la amplia longitud de los pasillos. Me fijé en una de las ventanas.
–Es un día soleado, ¿no le parece? –comenté. Aquel sujeto hizo oídos sordos a mi exclamación–. ¿Podría abrir las cortinas por completo para mí? Necesito mirar el resplandor del crepúsculo.
El individuo me observó con suspicacia. Le hice una seña para siguiera mis órdenes. Finalmente, con sospecha, se giró para separar las cortinas. Hablé para asegurarle que estaba justo a sus espaldas.
–También abra las ventanas, hace un poco de calor.
Escuché que gruñía.
A continuación, me escapé a toda la velocidad que mis piernas eran capaces de emplear. Un estrépito hizo saltar mi corazón: las cortinas acababan de caerse al suelo. El soldado había comenzado a seguirme.
No pasó mucho tiempo hasta que me atrapó, encerrándome entre su pecho y sus robustos brazos. Los huesos de mis costillas ardían debido a lo apretujados que se encontraban. La frustración me invadió. Braceé por pura inercia mientras pensaba en mi futuro, el cual tendría que compartir con un hombre al que no amaba. Esa certeza me hizo derramar lágrimas de rabia.
–¡Si me obligan a casarme, voy a serle infiel a lord Nicodemus! –sollocé–. ¡Dormiré con todos los hombres que me seduzcan! Con suerte seré asesinada en poco tiempo –mi voz terminó por debilitarse–. ¡Me suicidaré! ¡Lo haré! –moví mis manos hacia la cintura del caballero para coger su espada–. ¡Máteme, acabe con mi vida antes de que lo haga la soledad!
El hombre me puso en el suelo para sujetar mis manos.
–¡Por favor, contrólese! –me gritó con desespero. Pensé que me sacudiría con fuerza a fin de sacarme del trance, pero no lo hizo.
Me tumbé a sus pies, de rodillas. Abracé sus piernas.
–Le suplico, acabe con mi vida.
–¡Luciana, ¿qué espectáculo estás haciendo?! –mi padre me levantó del suelo, tirando de mi brazo. Lloré–. ¡Compórtate como una mujer! –vociferó.
Temblé ante su temible tonalidad. No pude hacer otra cosa que tratar de reprimir mis incontrolables sollozos. Mi pecho estaba teniendo espasmos por la falta de aire.
–¡Te lo advierto, me suicidaré! –rezongué.
–Haz lo que quieras, Luciana, pero luego de este matrimonio –rebatió–. Estás importunando a tu futuro esposo.
–No me importa. Espero que se aleje de mí después de esto. ¡No lo quiero!
–Déjeme hablarle –reconocí la voz del señor D' Volci.
Levanté la vista para verlo acercarse. Quería pulverizarlo con una mirada, pero su expresión era tan triste que provocó que mi corazón doliera. ¿Estaba haciéndolo sentir tan mal?
Mi padre me soltó.
–Lamento que este sea un evento tan desafortunado para ti –me dijo Nicodemus al tiempo que se avecinaba con su clásica postura airosa.
¿Evento desafortunado? ¿Es que acaso no comprendía que estaba arruinándome la vida? Era como condenarme a vivir eternamente en un calabozo oscuro, sin siquiera alguna ventana. Claro que con más lujos y comida, pero esas cosas no me importaban. Para mí era exactamente lo mismo.
Él alargó un brazo para acariciar mi mejilla húmeda.
–Déjeme en paz –me quejé con desánimo después de empujar su mano groseramente.
–Princesa Luciana, de verdad lo siento.
Mi padre me empujó hacia el podio donde un sacerdote aguardaba para iniciar el acto ceremonial. El hombre vestía una túnica púrpura y un sombrero de oro. Ni siquiera parecía alarmado por mi renuencia al matrimonio.
El soldado capturó mis brazos para evitar que volviera a fugarme.
–Princesa Luciana –empezó el sacerdote–, ¿acepta usted, ante los dioses, a este honesto caballero como su legítimo esposo?
Sacudí la cabeza, negando. Los dedos del guardia se clavaron en mis huesos, largué un grito de dolor.
–¡Basta! No tienes que lastimarla –me defendió Nicodemus.
El hombre me soltó.
–Acepta, Luciana –me advirtió mi padre.
El señor D' Volci me mostró un anillo dorado.
–Déjeme ponerle el anillo, señorita Winterborough.
Tomó mi mano entre las suyas con delicadeza, pero con mucha firmeza al mismo tiempo. Era tan fuerte que no me permitía mover los dedos. Me colocó el anillo en el anular. Seguidamente, grité con más vehemencia e intenté sacármelo. Sin embargo, cuando Nicodemus logró colocarse el suyo, el mío se arraigó a mis manos, apretándose, volviéndose uno con mi piel.
Palidecí.
Fue entonces cuando reparé en que esos pequeños aros estaban forjados por Culsans, el dios. Lo que significaba que eran iguales a un par de esposas. Nos ataban de forma permanente e irreversible.
–¡No! ¡No! –tiré de mi dedo como si pudiera arrancármelo–. ¡No!
–Está hecho, dé su bendición –dijo mi padre al sacerdote, quien le obedeció en el acto.
–Los declaro marido y mujer, al igual que Tinia y su esposa Uni. Desde ahora corresponde legalmente a ambos llevar el título de Lord Nicodemus de Volci, el Nobilísimo; y Lady Luciana de Vetulonia, Alteza Real.
Tuve un fiero impulso de golpear al sacerdote. En su lugar, abofeteé el rostro de lord Nicodemus, rasguñándolo al mismo tiempo. Él se paralizó ante mi ofensiva, me miraba con los ojos atestados de sorpresa, bien abiertos. Su mejilla tenía los surcos enrojecidos que mis uñas le habían provocado.
–¡Luciana! ¡Por los dioses! ¿Qué estás haciendo? –vociferaba el rey iracundo–. ¡Llévensela! ¡Enciérrenla en un calabozo! ¡Hagan algo con ella! –ordenaba a los guardias, quienes vacilaban en llevar a cabo sus acciones.
–No –se opuso lord Nicodemus–. Escóltenla a mi habitación. Usted y yo tenemos un trato, Su Magnífica Majestad.
Mi padre hizo rodar sus ojos antes de asentir con la cabeza en un gesto de resignación. Los guardias me empujaron escaleras arriba hacia aquella habitación junto a la de mis hermanas mientras mis gritos desgarraban el aire como vivos alaridos de dolor.
El llanto se apoderó de mí al tiempo que era arrojada en la cama de la alcoba. Hice un desesperado intento de correr hacia la puerta, pero los guardias la cerraron en mi cara. Levanté mis puños para golpear la madera con furia.
Minutos más tarde, me encontraba hecha un ovillo en el suelo, mi rostro empapado en llanto. A pesar de que oí abrirse la puerta, no me moví. Quería fundirme en mi pena. Estaba atada por siempre a un hombre que no quería, estaba perdida.
Él entró.
Sin levantar la mirada observé sus zapatos caros y su caminar distinguido. Nicodemus se agachó para estar a mi altura, para que mirara esos ojos azules que podían hacer debilitar a cualquiera.
Todo lo que quería era gritarle que se marchara, que me dejara en paz. Quería hacerle más daño, rasguñar su otra mejilla tanto como la primera. Pero me sentía vencida, superada. Lo mejor que pude hacer fue darle una mirada asesina.
–Me odias, ¿verdad? –me interrogó.
Abracé mis rodillas con más fuerza y apreté mis puños.
–¡Te desprecio, cobarde!
Eso no lo inmutó, su cara continuaba estoica. Pero podía apostar a que algo de dolor había teñido su mirada. ¡Ja! Se lo merecía.
Suspiró.
–Tu padre quiere saber si eres virgen –me anunció sin rodeos.
Me tomó un segundo comprenderlo.
–¡Que llame a un médico entonces!
Sacudió la cabeza.
–No lo entiendes. Él quiere que tú y yo tengamos nuestra noche de bodas. Quiere que le muestre las sábanas manchadas de sangre.
Sentí que perdía el color de mi rostro al mismo tiempo que un estremecimiento de pánico me atravesaba. Me puse de pie con apremio, dispuesta a atacarlo si era necesario. Nicodemus se levantó de forma veloz y me capturó con brusquedad, empujándome contra la pared. Las lágrimas habían empezado a teñir de espanto mi cara.
–¡No puedes...! –traté de gritar.
Él puso una mano encima de mis labios.
–Shh –siseó–. Sí puedo.
Separó su cuerpo del mío, me soltó y caminó con lentitud hacia la cama. Tropecé, en lugar de caminar, hacia la puerta cerrada con llave. Mi cuerpo estaba trepidando de manera incontrolable. El señor D' Volci retiró las sábanas del colchón antes de regresar a mí en un sosegado avance.
Cada vez que daba un paso, yo me apretaba más contra la puerta. Sentía que en cualquier momento iba a traspasarla. Claro, si no se tratase de roble grueso. Cerré mi puño en torno al pomo, sintiendo el metal frío contra mi palma sudorosa.
Él aún sostenía las sábanas en un puño. ¿Qué haría con ellas? ¿Atarme?
–No te me acerques –le advertí.
–Luciana...
–¡ALÉJATE!
Se detuvo. Me permití respirar durante ese efímero segundo. Hasta que empezó a rebuscar en los bolsillos de su saco y extrajo una daga pequeña, similar a las que usa Sebastián. Contuve de nuevo el aliento.
Levantó su arma despacio, invitándome a prestar atención a cada uno de sus movimientos. Presionó la daga contra su muñeca y penetró la piel hasta que la sangré salió a borbotones, manchando la sábana. Estuve perpleja durante un minuto. Luego me largué a reír, como si nada tuviera sentido. Nicodemus me lanzó una sonrisa cariñosa.
–No eres tan malo –balbuceé mientras limpiaba mi rostro de las lágrimas con el dorso de mis manos.
Su sonrisa era triste.
–Está hecho, no hay manera de que sepa que no es tu sangre. Regresa a tu habitación –me tendió un llave dorada y se dispuso a limpiar con la tela de su chaqueta la sangre que descendía a través de su antebrazo.
Permití que mi cuerpo se relajara.
–Pero ¿estás bien? –di un paso más cerca de él–. ¿No necesitarás un médico?
Me enseñó la herida en su muñeca antes de que ésta se disolviera frente a mis ojos sin dejar siquiera una ínfima cicatriz. Se adelantó un paso y cogió mi mano para colocarla sobre la magullada mejilla que le había abofeteado. Bajo mis dedos, su piel volvió a tornarse lisa, sin atisbos de enrojecimiento o arañazos. Mis labios se separaron ligeramente.
–¿Qué clase de ser mágico eres? –le pregunté en voz baja–. ¿Eres también un vampiro?
Una de las esquinas de sus labios se curvó hacia arriba.
–No soy un ser mágico –confesó–. Tengo un don.

Una versión pequeña de mí descansaba en el interior de un reloj de arena, específicamente en la parte superior. Mientras tanto, el tiempo pasaba lentamente. Cada grano de arena, en lugar de bajar, ascendía.
La pequeña versión de mí se escurría hacia todas partes para evitar ahogarse entre el cúmulo de arena que, poco a poco, crecía en lugar de hacerse pequeño.
Tuve la sensación de que podría permanecer una eternidad ahí. El tiempo iba en retroceso. Tenía todo el tiempo del mundo...

Pestañeé con rapidez, confundida.
–¿Una visión? –interpeló lord Nicodemus.
Se la conté. Él fruncía el ceño.
–Tienes visiones opuestas, ¿verdad?
Cuando asentí, su rostro palideció. Respiró hondo, se pasó las manos por el pelo, me arrebató la llave de oro de las manos y salió disparado fuera de la habitación en un santiamén. Con premura, lo seguí hacia el recibidor del castillo. Hallé a mi padre sentado en su enorme trono, utilizando su pesada corona mientras recibía a los aldeanos para rechazar o conceder sus peticiones. Parecía verdaderamente aburrido descansando su barbilla en una de sus manos.
–Lord Vittorio –Nicodemus se abrió paso entre la multitud que esperaba por la audiencia.
Mi padre le miró con petulancia.
–Vaya, eso fue rápido.
El señor D' Volci inclinó la cabeza en un gesto de respeto.
–Su Majestad, tengo algo importante que decirle sobre su hija Luciana.
La mandíbula de mi padre se tensó.
–¿No hubo sangre?
–No se trata de eso.
Los ojos de mi padre estaban lúbricamente posados sobre el escultural cuerpo de una mujer campesina, quien era la siguiente en la fila de gente a la que debía atender. Le hizo una seña a Nicodemus para que se retirase.
–Hablaré contigo luego, tengo asuntos más relevantes a los que prestar atención.
Le sonrió a aquella preciosa dama de estilizada figura y cabellera verde, cuya vestimenta era tan reveladora como la de una ninfa o hada del bosque. Sus pechos estaban escasamente cubiertos, al igual que su pelvis, por trozos pequeños de tela marrón. Aunque ella era pequeña, sus piernas desnudas se veían largas, esbeltas. Sus risos verdosos descendían hasta sus caderas, sus ojos tenían un tétrico, hipnotizador matiz rojo. Su sonrisa era tranquila, acogedora, dulce.
Se hincó en el suelo sobre una de sus rodillas, haciendo una gran reverencia cordial.
–Su Graciosísima Majestad –leí que sus labios decían. Alzó la voz antes de continuar–. He venido a solicitarle una sola cosa.
–Cualquier cosa para usted, madame –respondió lord Vittorio de forma sugerente.
–He soñado con ser rodeada por sus brazos. He escuchado que algunos sueños se vuelven realidad.
Mi padre acomodó la corona que reposaba en su cabeza antes de levantarse de su trono.
–No me molesta ser tocado por plebeyos –afirmó después de abrir sus brazos para la mujer, quien le rodeó el cuello con muchísima fuerza. Sus puños parecían sañudamente aferrados a la capa carmesí del monarca.
Luego de algunos segundos, mi padre comenzó a parecer incómodo.
–Ya está bien –le indicó a la mujer–. Suélteme.
Ella lo apretujó con más ímpetu, hasta que papá tuvo dificultades para respirar e intentó desasirse de su agarre. No lo logró. Sus mejillas comenzaron a tomar un color sonrojado por la falta de aire.
No había estado equivocada, la bella mujer era un hada. Desde sus manos rezumaban colores llameantes que estaban comenzando a paralizar al rey al igual que una estatua de mármol.
En tanto los guardias advirtieron ese detalle, se abalanzaron sobre ella a montones. Hubo una forzosa lucha mientras trataban de capturarla. Ella era poderosa, fuerte. Los aldeanos se sobresaltaron y comenzaron a dar alaridos. Mi padre cayó de rodillas al suelo, tosiendo. Tan pronto como recuperó su capacidad de hablar, no se demoró en gritar.
–¡Ha intentado matarme! –rugió de forma ronca–. ¡Tiene que ser guillotinada en la plaza, frente a todos los aldeanos!
El silencio que reinó en la sala fue sepulcral. El hada se encontraba forcejeando entre los brazos de dos o tres grandísimos soldados.
–¡Esto ha sido un error! –bramaba exasperadamente–. ¡Todo lo que quería era abrazarle! ¡Soy muy joven para controlar mis poderes! ¡PIEDAD!
–Piedad –repitió mi padre luego de largar una risotada–. ¡Te daré una semana de tortura antes de cortar tu cabeza, perra asesina!
Los aldeanos empezaron a retroceder e inclusive a abandonar el castillo.
–¡Nadie se mueva! –vociferó mi padre a la muchedumbre al tiempo que ejecutaba órdenes a sus guardias para que cerraran el paso a cualquier individuo–. ¿Es que acaso los conspiradores de este crimen quieren salir huyendo?
Avancé un paso al frente cuando, de repente, alguien puso su mano en mi hombro con firmeza, impidiéndome moverme. El tacto fue tan abrumador que supe inmediatamente que se trataba de Sebastián. Me volví, solo para hallarlo vestido en un exquisito traje, como los que usan los importantes señores de la nobleza. Su cabello de hecho tenía un peinado sofisticado, hacia atrás.
–No te burles –masculló–. Me han obligado a vestir de esta ridícula forma –arguyó–. Les dije que podía seguir utilizando mi chaqueta lacerada de cuero y mi camiseta ensangrentada, pero ellos decidieron arrojarlas a la basura. Entonces las criadas quisieron entretenerse con mi cabello.
Esbocé una sonrisa sutil.
–Luces apuesto.
Él pareció inmune a mis cumplidos, no obstante, creí percibir que su rostro adquiría un tono escarlata. O tal vez era mi imaginación. Era difícil saberlo debido al matiz bronceado de su piel.
Le hice una reverencia.
–Si me disculpa... –comencé a retirarme cuando él me cogió de la mano.
–Ven conmigo –dijo con calma, obligándome a girarme para verlo.
Casi me reí por tan ridícula propuesta.
–¿A dónde? ¿Está usted desvariando?
Su rostro era muy serio.
–Únicamente tengo este día y esta noche para quedarme en Etruria. ¿Podrías concederme el honor de permitirme permanecer a tu lado?
Sentí que las paredes comenzaban a dar vueltas en torno a mí, un feroz cosquilleo se instaló en mi vientre, mis rodillas retemblaron. ¿Estaría hablando en serio? ¿O era este otro de sus trucos para seguir manipulándome?
El contacto de su mano estaba enviando oleadas de fuego hacia mi piel. Su calor me estaba abrasando, me corroía. Su energía me hacía vibrar. Traté de liberar mi mano de la suya, pero sus dedos apretaron los míos con más fuerza.
–Sr. Von Däniken...
–No –negó–. Llámame Sebastián, ése es mi nombre.
Parpadeé lentamente al tiempo que daba una respiración profunda.
–Sebastián, déjame ir.
Sin previo aviso, llevó mi mano hasta su boca y besó con dulzura mis nudillos. La presión de sus labios me hizo cerrar los ojos. Aquel suave, lento contacto causó que mis sentidos se colmaran de sensaciones delirantes. Me debilité, mis rodillas parecían fallar, sentí que desfallecía.
–Por favor –me suplicó con una tonalidad honesta.
Él trata de engañarte. Escuché que me advertía la voz de mi subconsciente. Trata de hacerte daño.
Detrás de mis párpados visualicé la imagen de mi cuerpo inerte dentro de un ataúd de cristal. ¿Sebastián quería matarme? Miré a sus ojos penetrantes, en busca de maldad u odio. Lo único que encontré fue desesperación... miedo. De alguna manera tenía miedo, no estaba equivocándome.
Suspiré.
–No puedo...
–No –Sebastián sacudió la cabeza–. Si no aceptas venir conmigo, te raptaré.
Empecé a alzar levemente una ceja.
–No puedes...
–Puedo. ¿Quieres o no comprobarlo?
–Tirano –escupí con desplante.
–Gracias –dijo él con una sonrisa.
–Hermano.
Ambos nos volvimos al reconocer la nueva voz que surgía desde el bullicio de la multitud. Sebastián dejó que su mano soltara la mía cuando Nicodemus apareció detrás de mí. Esbozó una sonrisa auténtica tan pronto como intercambió una mirada traviesa con el joven.
–Parece que siempre te encuentro cuando tienes las manos encima de la señorita Winterborough –comentó despreocupadamente el Sr. D' Volci.
–O tal vez me buscas porque tengo las manos encima de Luciana –rebatió Von Däniken–. Luciana –repitió–, es ése su nombre, ¿lo sabías?
–Vamos, no te pongas pesado conmigo, Sebastián. Recuerda que sé quién eres.
Ambos se sonrieron con complicidad, igual que dos niños que hacen una diablura. Podía ver, por la forma en la que actuaban uno alrededor del otro, que no eran simplemente conocidos. Aquello que había entre ambos era casi... amistad.
Mi corazón dio un respingo doloroso.
¿El hombre que me había obligado a contraer matrimonio era amigo de mi posible asesino? Eso no podía estar bien de ninguna manera. Lord Nicodemus, pese a todo, era un caballero amable y dulce. No debería tener una relación amistosa con ese joven villano.
–La señorita –dijo Sebastián a Nico–, como tú la llamas, no quiere aceptar dar un paseo conmigo –me miró con una expresión maligna–. ¿Te gusta que te llamen señorita? Quiero decir, es un nombre demasiado común. Al menos ocho de tus hermanas son señoritas. El resto... lo dudo.
Abrí mi boca ampliamente por la sorpresa de haberlo escuchado decir tal barbaridad acerca de mis hermanas. La furia me recorrió todo el cuerpo, calentándome. Levanté mi mano para abofetear su rostro.
Mi asombro fue mayor en el momento en el que Nicodemus sujetó mi brazo, deteniendo el ataque destinado a su amigo.
–No –me advirtió en un tono de alarma.
Negó lentamente con su cabeza, mirándome. Yo estaba perpleja. Sebastián observaba escrupulosamente la escena.
–No iba a lastimarla –se quejó por lo bajo al tiempo que el señor D' Volci liberaba mi brazo.
–Lo sé –respondió este último, girándose para enfrentar a su camarada–. Sé que no lo harías... intencionalmente.
Sebastián se quedó en silencio, como si hubiese dejado morir el tema. Si estaba pensando acerca de ello, su expresión impertérrita lo disimulaba bastante bien.
–Disculpe sus sátiras, milady –se excusó Nicodemus en nombre del Sr. Von Däniken–. Él no ha querido importunarla, estoy seguro de ello.
Un bufido se escapó de los labios de Sebastián. Su amigo le despidió una mirada venenosa.
–¿Qué? –le preguntó de modo inocente.
–Pídele disculpas.
Las mejillas de Sebastián se sonrojaron. Jamás pensé que aquel caballero oscuro pudiese sentirse avergonzado, pero ahora lo parecía.
–Losient... –balbuceó de manera ininteligible, observando el suelo.
–¿Disculpe? –lo presioné.
Sus ojos estaban bien abiertos cuando me miró a la cara.
–Lo lamento, lady Luciana.
Sonreí.
–Disculpas aceptadas, Sr. Von Däniken.
–Sebastián –me corrigió.
–Sebastián –me corregí sin dejar de sonreírle.
–Sé que no es un buen momento –interrumpió Nicodemus–, pero me gustaría invitarla a dar un paseo por el pueblo con nosotros, sus humildes servidores.
Les miré a ambos con recelo.
–¿Nosotros?
–Sebastián y yo. Si no le importa, por supuesto.
–¿Puedo preguntar cómo es que ustedes se conocen?
Una risotada estridente estalló de Sebastián.
–Cuéntale, anda –empujó el hombro de Nicodemus–. Háblale sobre el día en el que me mataste.

29 comentarios:

Wilmeliz dijo...

Despues que escribo un comentario bien largo y bien alentador y toda la cosa, resulta que hubo un error y ahora tengo que volver otra vez pero bueno.
Resumiendo todo, lo unico que puedo decir es que amo a Nicodemus y lo prefiero antes que a Sebastian.
Que Luciana me cae mal y no se porque.
Que la historia me gusta de verdad y que eres una gran escritora.
Que entre todas sus hermanas la mejor que me cae es Dolabella.
Que me alegro que mica vaya a la academia y que estara con Eustace ese loco extravagante.
Que el papa de ella es cruel.
Que me encanto el final y que me quede con la boca abierta, no puedo creer lo que lei.
Bueno eso es un peque~o resumen. Cuidate bye.

Wilmeliz dijo...

Primera eso es todo un logro para mi. Bueno ok Adios ahora. la novela es genial y me encanta espero que no la saques.

Marta dijo...

Por supuesto que tu novela me gusta. Sebastian es fantastico y esta historia esta muy buena.
Eres genial y lo que escriebes es fantastico. Esto es talento puro.

Eunicess dijo...

Hola, lamento no haber comentado antes, pero estaba de vacaciones y el estupido hotel que me aloje tenia la internet bloqueada.
La novela me gusta mucho.
Es genial, todos los personajes tienen algo unico.
Amo sin duda esta novela.
Sin duda la considero muy buena.

Osayris dijo...

Creo que tienes un gran futuro como escritora.
Espero ver tus libros algun dia en las librerias de Puerto Rico y me sentire feliz de decir, Yo lei sus novelas estilo borrador en la red.
Esta novela en lo personal me gusta.
Es diferente y muy buena.
Lo dije y lo repito eres una gran escritora y me gusta cuando tomas de tu tiempo y contestas nuestras preguntas.

Anónimo dijo...

Por supuesto que esta historia me gusta.
La consideri genial.
Tu tienes una imaginagios desbordante.
Amo Alas Rotas y me encanta.
Tambien me gusta que tus historias se entrelacen entre si.
Sigue asi escribiendo historias fantasticas

Anónimo dijo...

El capitulo estuo muy bueno.
Esta historia es genial me encanta

Anónimo dijo...

Nicodemus es lindo.
El final me encanto por no decir me mato
De verdad que no lo puedo creer.

Anónimo dijo...

bueno sinceramente, siempre que empiezo alguna de tus novelas me siento como rara acerca de ellas pero luego me enamoro y mira cada dia a ver si has publicado asi que seguro que con esta passa lo mismo, ya me gusta!

Unknown dijo...

¿Quiero que la sigas? SIIIIIII!!!!!!!
¿Me gusta la novela? ME ENCANTAAAAA!!!!!
¿Tengo curiosidad por saber como se conocieron Nico y Sebastián? POR SUPUESTOOOO!!!!
¿Quiero que haya más comentarios para que sigas? TAMBIÉN!!!!!
¿Soy la que en twitter te deseo que mejoraras? Sí, y eso que no sabía que te pasaba la verdad.(supongo que fui una de ellas, que habría más)
Siento no haber comentado el capitulo anterior pero no estaba con ánimo de comentar, y de hecho cuando subiste este todavía me pillabas desanimada pero dejé la tristeza a un lado y comenté.PARA QUE NO ENFADES CONMIGO.
Que yo quiero que la gente comente y luego no comento.
Me voy a plantear hacer los 21 días de bondad y digo plantear porque soy una baga y quiero hacer muchas cosas y nunca las hago.
Un beso y chao XD

Anónimo dijo...

Me encanto el capitulo
Magnifico
Me encanta esta novela es muy buena.

Anónimo dijo...

Esta historia me gusta es muy buena.
Nicodemus es mi personaje favorito lo adoro.
Sebastian tambien es muy "tierno"

Anónimo dijo...

Me encanta!! Amo la novela!! Es la mejor que he leido!! Dios Sebastián me mata! Quiero un hombre así!!! Siguela, nunca dejes de escribir porque sos una genia!!

Anónimo dijo...

Estuvo genial el capitulo.
El final ni hablar.
Esta novela me fasina
Amo a sebastian.

Marlene dijo...

Mi contestacion a tu pregunta es que tu novela no me gusta, me encanta.
Es una novela genial y amo tus novelas y tus personajes.
Una pregunta,
¿Cuanto tiempo te tomas en escribir un capitulo?
¿Y cuanto tiempo crees que uno como escritor debe tomarse en escribir los capitulos?
Bueno Steph cuidate

LittleMonster dijo...

PRECIOSO PRECIOSO!!!!
me encanta esta novelaa
y ese Sebastian en todo un loquillo :P

Anónimo dijo...

Tenia que decir esto
Esta novela es genial me encanta demasiado.
No sabes cuantas noches paso en vela por leerte.
Eres una excelente escritora

Anónimo dijo...

Nico y Sebastian??
Sebastian esta muerto??
Este final me ha dejado con la quijada en el piso.

Anónimo dijo...

Esta novela es muy buena, Me encanta esta novela
Sin duda es magnifica.
Sebastian y nico los quiero a los dos para mi.
Los adoro.

Anónimo dijo...

No quiero pensar que Sebastian esta muerto. De verdad que no quiero pensarlo.
Estoy curiosa por Nico ¿que raza sera?
El estan lindo y caballeroso.
De verdad que hay que amarlo.

Magda dijo...

Me encanta esta novela y si esperó que la sigas.
Sin duda esta novela es muy buena.
A mi en lo personal me gusta mucho su trama. Es estupendo todo lo que puede pasar en un día en la historia.
Estoy interesada en el caso de Sebastián y Nicodemus estos dos juntos me dan miedo.

Anónimo dijo...

Me gusta tu novela y espero que la sigas.
Tienes un gran don en la escritura.
Amo a Sebastián y a Nico.
No puedo decidirme por ninguno ya que se me hace difícil.

Anónimo dijo...

SEBASTIÁN esta muerto?? Yo de verdad que me quede en shock
Espero que Nico no se enoje cuando Sebastián bese a su esposa.
Espero que Luciana no cometa un error.

Anónimo dijo...

Creo que esta historia me tiene obsesionada.
No paro de leerla.
Me encanta.
Si quiero que la sigas.

Anónimo dijo...

Que Honda con Sebastián y Nico. Ellos dos son raros. Pero me encantan.
Estoy deseando leer el próximo capítulo
Se qué será genial.

Eliza dijo...

Es verdad tu contestación. Apuesto que ha esta historia todavía le falta mucho. Eso me gusta.
Aunque amo tus novelas Son largos los capítulos y no son muchos.
¿Hasta qué cantidad de palabra sueles llegar cuando escribes??
¿Crees qué guasten más los capítulos cortos o largos?
Contestando a tu pregunta. Me gusta mucho la novela y de verdad adoro que la sigas.

Anónimo dijo...

No se cómo alentarte Amo esta novela es genial. Me encanta cada capítulo que escribes.
Sabes, los otros días me encontraba leyendo una novela y me encanto.
Quisiera recomendartela se Titula Sangre Enamorada de la escritora Natalia Hatt.
Bueno extraño a Eustace me hace falta jajaja. Si ese viejo loco y tonto me hace falta. Sabes me siento feliz que Zukunft haya sido una novela futuristica. De lo contrario te hubiera odiado por matarlo.
Sigue así mucho éxito con lo que te propongas.

Amanda dijo...

Ame el capítulo
Liciana si que tiene mala suerte.
Espero que todo se arregle
Yo que ella me quedo con los dos
Con su esposo y Sebastián
Amo esta novela me encanta y espero que la sigas.
Oye sobre las historias, ¿la temática era de ángeles verdad y tenía que tener un margen de como?
¿También tenía que ser 6 páginas verdad ?
Ando refrescando mi memoria.

Anónimo dijo...

Creo que esta novela es una de las mejores que tu has escrito.
Me encanta de verdad.
Síguela
Amo como escribes y como te expresas.

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