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miércoles, 19 de junio de 2013

Capítulo 10: Ningún Latido





Capítulo 10: Ningún Latido

Me volví para mirar a la mujer que hablaba. Se traba de una gitana vidente. Sus brazos estaban repletos de brazaletes dorados, sus pies descalzos sobre las piedras y uno de sus tobillos estaba adornado por una ajorca de oro. Vestía una larga falda de color verde que colgaba por encima de sus tobillos y una corta blusa escotada, de modo que sus próvidos pechos se exhibían junto con aquella estrecha cintura y su perfecto abdomen plano.
Su cabello dorado era incluso más largo que el mío, pero algunos de sus mechones estaban trenzados y aderezados con numerosos accesorios piratas. Sus ojos estaban fuertemente delineados en color negro y, aunque su aspecto no era el más pulcro, lucía hermosa. A pesar de parecer una exhibicionista de treinta años.
–Luciana, Nicodemus y Sebastián, ¿verdad?
Los dos jóvenes le lanzaron una mirada de pies a cabeza. El primero separó sus labios antes de tragar saliva, los ojos del último se iluminaron con un destello travieso. Ellos compartieron una mirada de complicidad.
–Puede decirme Nico –tomó la mano de la gitana para besarla.
Sebastián se clavó en el suelo en una de sus rodillas, haciendo una magnánima genuflexión.
–Puedes llamarme como gustes –expresó con una nota pícara–. Acepto los términos cariño, amor, amante, adonis, sex symbol, playboy, entre otros de la misma índole. Pero prefiero evitar los adjetivos como hermoso, lindo o pirata –me lanzó una discreta mirada de reojo.
–¿Les gustaría que lea sus manos? –propuso la mujer, devolviendo la sonrisa a los dos caballeros.
–No, gracias –dije sin demora, pero con desplante.
–No sé si está al tanto, dada su prodigiosa inteligencia, de que una poderosa adivina etrusca está junto a nosotros –dilucidó Nicodemus amablemente, refiriéndose a mí.
Lo aniquilé con una sañuda mirada de ojos estrechos. ¿Eran necesarias todas las melifluas adulaciones?
–Nuestra pitonisa está defectuosa. A mí puedes leerme lo que te apetezca –replicó Sebastián coquetamente. Una de sus agraciadas sonrisas jugueteaba en su boca.
Contuve un bufido de irritación, ambos eran unos ramplones babosos. La gitana tomó mis dos manos.
–Oh, no está defectuosa –aclaró. ¡Gracias!–. Tus poderes, querida, han sido duramente limitados por un hombre cruel que deseaba que fueses inferior a él.
¿Estaba esa intrépida mujer hablando de mi padre?
–¿Está usted hablando de mi padre? –solté con alteración.
Me sonrió.
–No lo sé –se encogió de hombros–. Aquel hombre ha sido el mismo que te hizo creer que tener visiones te causa dolor.
–No sea cínica. Tener visiones me causa dolor.
–Por supuesto que lo hace, desde que un hada bloqueó parte de tu poder. Eres la única de tus hermanas que heredó el don de tu madre para tener visiones. Tu poder es tan grande que, incluso luego de que fuese aprehendido, tienes la habilidad de tener predicciones opuestas. O reales, bajo efectos dolorosos. Ese hombre sanguinario al que aludo, ha hecho lo mismo con tu madre cuando estaba con vida.
Solté sus manos.
–¿Quién es usted? Deje de inventar cosas sobre mi familia.
–Si unes tu poder al mío, puedo ayudarte a tener visiones sin dolor. Visiones verdaderas, largas. Podrás saber todo lo que quieras acerca de tu futuro.
Pensé en mi muerte, en mi asesino, en aquello que deseaban saber los dioses relacionado con Massimilianus de Velathri, en Sebastián. Había tantas cosas que deseaba predecir... Pero esta mujer estaba engañándome, aquello que decía no podía ser cierto.
Una vez más, atrapó mis manos en las suyas. Fue entonces cuando vi.

Una joven de mi edad, o tal vez mayor, dormía sobre una cama. Su cabello era castaño-rubio, sus ojos estaban cerrados, sus largas pestañas se extendían al igual que un abanico sobre la pálida piel de sus mejillas. Su nombre flotó en mis pensamientos como un susurro. Los latidos de su corazón eran constantes, pero tardíos. Su pecho palpitaba con lentitud.
Un latido.
Sus labios eran azules, su cuerpo parecía inerte. Algunas heridas y rasguños ajaban su precioso rostro. Había mangueras transparentes de plástico saliendo de su nariz o conectadas a las venas en sus muñecas. Algunos vendajes cubrían su aterido cuerpo desnudo, abrigado bajo las sábanas.
Otro latido.
Su respiración era lánguida, imperceptible. Sus dedos se movían con debilidad. Estaba intentándolo. Luchaba con fuerza.
Otro latido.
En su interior, gritaba para ser liberada de una prisión. Su alma se retorcía. Quería hacerlo, quería vivir. Pero ¿por qué su cuerpo no la ayudaba? Lo que por dentro era una batalla, en el exterior era apenas un inapreciable movimiento en sus manos blancas.
Otro latido.
Necesitaba quedarse.
Otro latido.
¿Por qué no podía?
Otro latido.
Era cautiva de un cuerpo frío, duro.
Otro latido.
Otro latido.
Otro latido.
Ningún latido...
Era libre.
Su alma se elevó en el viento. Estaba a salvo. Podría ir a buscarlo, besarlo, estar a su lado, tomar su mano, sentir el calor de su cuerpo, su apresurado pulso, sus dedos en su piel. Podría danzar, flotar como las mariposas.
Él la encontró primero.
Tan pronto como abrió la puerta, su grito de agonía desgarró el aire.
–¡No! –se arrojó de rodillas al suelo, junto a la cama. Tomó la mano sin vida que colgaba fuera del colchón y la besó al tiempo que frotaba su mejilla contra aquella gélida palma–. ¡No, no, Miranda, no! –se levantó para coger su rostro entre sus manos antes de empezar a besar su boca una y otra vez–. Regresa, nena. No puedes dejarme solo, no puedes.
El alma de la joven ascendió hacia los cielos, siendo arrastrada por fuerzas invisibles. Ella le gritaba a su amante que estaría a su lado, que regresaría para encontrarlo, que no lo abandonaría.
***

En otra lóbrega habitación, dos adolescentes se hallaban sentados sobre una amplia cama doble. Uno frente a otro. Él era castaño, bronceado, alto. Ella era morena, menuda. Los dos se miraban fijamente, con sus frentes unidas. La chica derramaba lágrimas desconsoladamente mientras él la besaba con suavidad en la boca.
–No tengas miedo, Ania –le susurraba. Acarició su cabello negro con una mano–. Estaré a tu lado, pase lo que pase –cogió su cara entre sus dos manos–. ¿Me oyes? Nunca te dejaré sola.
***

Bajo luces artificiales, incandescentes, un hombre de aspecto estrambótico discutía con su reflejo dentro del espejo. Se miraba a sí mismo con odio. Acomodó su corbata, la cual estaba estampada con la pintura de La Gioconda de Da Vinci.
–¡¿Quién eres, imbécil?! –gritó con rabia antes de arrojar un puñetazo al cristal. Sus nudillos se agrietaron y sangraron.
El hombre en su reflejo ni siquiera se inmutó.
–¿No me recuerdas? –le respondió con calma–. Soy tú.
El hombre excéntrico salió de la habitación con exasperación, tomó una profunda bocanada de aire y se dispuso a abrir la puerta de otro de los aposentos. De un momento a otro, se había convertido en alguien más. Era como si nunca hubiese adoptado un estado iracundo. Parecía sonriente, impúdico.
La estancia en la que entró se encontraba vacía, salvo por una mesa de tocador que reposaba en una esquina. El suelo estaba cubierto por una brillante alfombra amarilla, el ambiente olía a polvo y girasoles.
Finalmente, hallé dos caras conocidas. Massimilianus de Velathri, vestido en un elegante traje negro con la corbata deshecha. Él descansaba en el suelo, sentado contra la pared. Su desarreglado pelo rubio le cubría los ojos, su mirada era distante, desconsolada. Se pasó las manos por la cabeza, suspirando.
La antigua princesa de Etruria, Charity, se hallaba sentada delante del tocador. Traía puesto el más precioso vestido que jamás hubiera visto, además de una delicada tiara de diamantes que sostenía su peinado. Su maquillaje era un reguero de manchas derretidas sobre su perfecto rostro. La tristeza estaba instalada en su mirada azul, estaba abatida.
–¿Creen que me veo mejor de azul o de rojo? –la voz del hombre estrafalario cortó el silencio con brusquedad–. Llevan seis horas aquí encerrados, pienso que debo hacer un cambio de vestuario.
–Eustace, diles a los invitados que se vayan –murmuró de forma ronca el dios etrusco con cabello rubio–. No habrá boda.
***

La manos de Sebastián estaban temblando cuando sujetó contra su sien una de esas armas de fuego que había encontrado en su dormitorio anteriormente. Su dedo vaciló antes de apretar el gatillo, pero terminó por presionarlo. La sangre se disparó fuera de su cráneo, salpicando las paredes grises.
***

Jadeé un segundo antes de soltar las manos de la mujer clarividente. Mi cabeza estaba palpitando de dolor, el sonido de mi sangre siendo bombeada a través de mis venas se había apoderado de mis oídos. Trastabillé debido al mareo que se había adueñado de mi equilibrio. Nicodemus me sujetó un brazo, Sebastián el otro.
–¿Qué le has hecho? –reclamó el primero a la adivina.
–Mostrarle verdad. Si alguno de ustedes desea que les muestre... otras cosas, pueden pasarse un rato por mi tienda de campaña.
Sebastián hizo una mueca suspicaz.
–¿Timandra?
La mujer dejó que una sonrisa curvara sus labios cuando se deshizo de la peluca de cabello rubio que ocultaba sus verdaderos risos oscuros.
–Casi pensé que mi propio esposo no me reconocería.
Ella situó sus dos manos sobre el pecho de Sebastián, forzándolo a que me soltase. Él permitió que lo besara lentamente, pero, luego de dos segundos, le devolvió el beso de manera ferviente. Fue atrozmente doloroso. Sentí que algo sangraba en mi interior antes de caer desplomada en los brazos de Nicodemus. Las manchas en mi visión se convirtieron en completa negrura.

Mi pecho estaba herido, ardía. Mi corazón se sentía perforado, escasamente podía respirar. Por la misericordia de los dioses, ¿Sebastián...? Oh, Sebastián, ¿qué me has hecho? ¿Por qué me causaba dolor? No se suponía que pasara, no... ¿Qué me estaba sucediendo?
Un par de labios cálidos besaron mis mejillas. No eran los suyos. Se trataba de los de mi esposo. El hombre al que no amaba, al cual estaba atada. Él tampoco me amaba, ¿verdad? Su mano apretó la mía con gentileza al tiempo que mis ojos se abrían despacio. Sus ojos azules me miraron con empatía.
–¿Cómo estás?
Me incorporé, percatándome de que nos hallábamos en el interior del carruaje en el que habíamos llegado al mercado del pueblo. En las afueras se escuchaban gritos, choques de espadas, gemidos, forcejeo, el trote de algunos caballos, las ruedas de algunas carrozas. Una marea de sonidos aturdidores.
–¿Qué está pasando?
–Nada que sea asunto nuestro.
Sus brazos rodearon mi cintura cuando intenté salir del vehículo. Yo me encontraba sentada sobre su regazo.
–Tienes que decirme lo que sucede –demandé.
–Bien –accedió él, sosteniéndome con fuerza–. Los guardias del ejército se han dado cuenta de que Timandra es una bruja y han empezado a cazarla. Sebastián la defenderá con su propia vida.
Una sensación de vacío se albergó en mi estómago, fue como si me hubiesen pateado, dejándome sin aire. El mundo comenzó a dar vueltas veloces nuevamente.
–¿Él la ama?
Nicodemus se encogió de hombros.
–Debería, es su esposa –le arrojé una mirada de reprimenda–. De acuerdo, no lo sé. Cuando ella no está cerca, dice odiarla. Pero, cuando he estado cerca de ambos, él simplemente parece perdido. Haría cualquier cosa por esa mujer. De todas formas, es complejo. Timandra es una bruja con un exuberante poder de persuasión. Es capaz de atraer incluso a los más fuertes.
Ladeé mi cabeza, ¿sería cierto que estaba hechizado?
–De cualquier manera –continuó el señor D' Volci–. Eso no debería ser de tu interés. Eres mi esposa ahora.
El fuego de la ira se acrecentó en mi interior.
–¡No soy tu esposa!
Luego de un forcejeo veloz, logré bajar de la carroza de un salto. Hallé a decenas de personas arremolinadas en torno a la plaza principal del pueblo. A pesar de que yo era una muchacha alta, tuve que abrirme paso entre los pobladores para alcanzar a ver la aterradora escena.
La esposa de Sebastián, Timandra, se encontraba atada con gruesas sogas mientras que cuatro hombres vestidos de guardias la arrastraban hacia su horca. El mecanismo era simple, se trataba de una plataforma de madera en la que debía ponerse de pie mientras hacían un apretado nudo alrededor de su estrecho cuello. Después, el alguacil se encargaría de retirar el trozo de madera en la que sus pies estaban apoyados. De esa forma, su cuerpo quedaría colgando al vacío, sujetado únicamente por una cuerda que le quebraría el cuello, o, en su defecto, terminaría por asfixiarla en menos de tres minutos.
Timandra no estaba luchando en absoluto. En cambio, sonreía de forma diabólica. Tan pronto como fue retirado el trozo de madera bajo sus pies, la mujer comenzó a levitar. La audiencia exclamó al unísono enunciados de pánico. Todos retrocedieron una gran cantidad de pasos al mismo tiempo que algunos cogían a los niños pequeños en brazos.
Mi mirada captó un destello de plata entre la muchedumbre. Localicé a Sebastián, que estaba de brazos cruzados, divisando con frialdad la matanza de su esposa. Me percaté de que una de sus manos empuñaba una daga, la cual ocultaba debajo de su brazo. Mis ojos estuvieron atentos a cada uno de sus movimientos cuando levantó de manera fugaz su arma blanca para arrojarla hacia Timandra. La hoja de plata cortó la soga de la horca, permitiendo que su esposa cayera con violencia hacia el suelo.
Un segundo antes de que la bruja golpeara las piedras afiladas a las que estaba destinada, desapareció entre nubes de humo rojo.
Muerta de pavor, la muchedumbre hizo un escándalo.
–¡Fue él! –un aldeano señaló a Sebastián, quien trataba de mezclarse entre la multitud, mas no lo logró. La gente se volvió hacia él con una mirada de compasión en el rostro. Ellos retrocedieron lentamente, despejando el espacio. Comprendí que no podía desaparecer en estos momentos al igual que siempre lo hacía. Porque le había entregado a su esposa la capa que lo hacía invisible.
Una estampida de oficiales se abalanzó sobre el Sr. Von Däniken. Él les dio una corta lucha, hasta que fue derribado debido a un golpe en el cuello que le habían propinado con la empuñadura de un florete. Atontado, se dejó caer en brazos de los guardias, quienes empezaron a remolcarlo hacia la horca.
Una segunda soga fue sólidamente apretada alrededor de su cuello. Di un paso adelante, sobresaliendo entre los espectadores, mi pecho había comenzado a latir con demasiada rapidez, demasiada fuerza. Sin pensar, me eché a correr hacia el ladrón, gritando.
–¡No! –llamé la atención de cada persona en la cercanía–. ¡Les ordeno que lo liberen! ¡Suéltenlo! ¡Ahora!
Sebastián abrió sus ojos como dos platos al verme e hizo el intento de aflojar con los dedos el amarre que envolvía su garganta.
–¿Qué demonios haces? ¡Vete, Luciana, sal de aquí!
Me quedé parada en medio de la aldea, permitiendo que todos me contemplasen.
–¡Muerte a la bruja! –vociferó el verdugo después de un extenso silencio. Su grito fue seguido por todos los de una amplia multitud que aclamaba que cortasen mi cabeza.
Sebastián deshizo el nudo en su cuello, liberándose. No obstante, al momento en que quiso escapar, el látigo del ejecutor cortó su espalda. Cerré los ojos al oír el chasquido crudo y fragoso del cuero contra su piel, lo escuché dar un alarido de dolor antes de que cayese de rodillas, rendido.
Corrí con apremio hacia Sebastián mientras lord Nicodemus gritaba mi nombre desesperadamente. Cuando llegué hasta el abatido caballero de bronce, me arrojé al suelo para cogerlo, para consolarlo. Un segundo más tarde, el ardor me cegó. Algo golpeó mi espalda, atravesando mi carne. El ramalazo fue tan demoledor que me dejó sin aliento. Mi visión se llenó de manchas, el suelo comenzó a dar vueltas cuando intenté reposar mis manos sobre éste.
 Acababa de ser fustigada.
Tuve náuseas al mismo tiempo que sentía el fuego escociendo mi piel. Estaba casi segura de que iba a desmayarme, nunca en mi vida había sufrido una dolencia tan devastadora. Levanté la mirada, solamente para ver que Sebastián bregaba con unos nueve hombres a la vez. Ellos lo apresaron en una silla de torturas mientras que él escupía las amenazas obscenas que proferiría un asesino a sueldo.
Sentí que tiraban de mis brazos, grité con fuerza cuando fui arrojada en otra de esas grotescas sillas de madera, a la cual ataron mis tobillos y muñecas con grilletes. Las lágrimas resbalaron sobre mis mejillas, el escozor en mi espalda se intensificó debido a la fricción de la silla y del vestido contra mi piel.
–¡Suéltenlos! –escuché que vociferaba Nicodemus al tiempo que se abría paso entre los habitantes del pueblo–. ¡Es la futura reina de Etruria a quien tienen ahí!
Hubo un clamor unánime de la multitud. El verdugo y los soldados se paralizaron. Reposé mis enrojecidos ojos en los de aquel hombre que me sujetaba con una mano mientras con la otra empuñaba el látigo de cuero.
–Todos ustedes serán enviados a un campo de exterminio por azotar a la princesa Luciana –habló Nicodemus con severa autoridad. Su voz calmada se alzaba por encima de aquel sepulcral silencio.
De inmediato, fui liberada, al igual que Sebastián, quien escupía sangre. Su boca estaba rota debido a los puñetazos que había recibido. Tambaleándose, se puso de pie para alcanzarme al tiempo que yo me desplomaba sobre la plataforma de madera. Sentí sus brazos rodeando mi cintura con suavidad. Dejé que los míos, temblorosos, envolvieran su cuello, apreté los dientes para reprimir los sollozos que me ahogaban.
–Tranquila, ya pasará –me susurró en el oído–. Te lo prometo, no dolerá para siempre.
Me di cuenta de que la parte de atrás de su chaqueta también estaba empapada con sangre. Él estaba herido, mucho más que yo, ¿también estaría padeciendo tal sufrimiento? ¿Cómo lo soportaba sin derramar una sola lágrima?
Nicodemus vino corriendo hasta ambos. Sebastián me soltó y se levantó en un vertiginoso movimiento, su mirada parecía llamear de ira. Él empujó con las dos manos a su amigo, arrojándolo al suelo.
–¡Te dije que cuidaras de ella! ¡No se suponía que la dejases venir aquí! –antes de que Nico pudiese ponerse en pie, pateó su pecho, tumbándolo de vuelta–. ¡No se suponía que ella conociese el dolor! Traté de protegerla de eso, de que jamás sufriera heridas. ¡Traidor de mierda! Nunca he podido confiar siquiera en ti...
–¡No lo he hecho a propósito! –prorrumpió el príncipe con arrebato–. ¡Fue tu culpa! ¡Ella corrió hasta aquí por ti!
Sebastián retrocedió como si hubiese sido golpeado.
–¡Cállate!
Emití un corto gemido. Fue entonces cuando los dos muchachos y un par de guardias corrieron para ayudarme a levantar. Tan pronto como me alzaron, poniéndome de pie, perdí la visión, el equilibrio, los sentidos.
–Vamos, pon tus manos en mi pecho –el Sr. Von Däniken sujetó mis manos para colocarlas sobre las solapas de su traje, a las cuales me aferré con flaqueza.
Todo lo que podía hacer era respirar su olor a sangre, mezclado con canela y sidra. Fui llevada al interior de la cabaña de algún aldeano, donde me senté cuidadosamente en una incómoda silla de madera. Sebastián desató mi capa, dejando que resbalara al suelo, después rasgó la parte trasera de mi vestido y corsé con una de sus navajas, a fin de examinar mi dorso desnudo. Entretanto, yo tiritaba por el ardor.
–La piel no está tan desgarrada como la tuya –murmuraba Nicodemus a su amigo–. La capa y el corsé la han protegido.
Sostuve mi vestido destrozado contra mis desnudos pechos, cuidándome de no mostrar nada más de piel.
–Dejará una cicatriz –gruñó Sebastián luego de tomar asiento delante de mí.
–Este ungüento atenúa el dolor –atestiguó una tercera voz, la de una mujer sanadora.
Un estremecimiento anegó mi cuerpo entero cuando sentí que las manos de Sebastián recorrían el largo de mi magullada espalda desvestida. Sus dedos, empapados en un bálsamo frío, delinearon suavemente la laceración que había dejado el cuero del látigo. El alivio que sus manos traían a mi piel era casi increíble. ¿Era la pomada? ¿O era su tacto?
–Lo lamento –suspiró en mi oído–. Ha sido mi culpa.
–No es cierto –musité.
–¿No puedes curarla? –la voz femenina le preguntó a Nicodemus.
–No, purgadora Susy, mi don es el de la auto-curación. Funciona exclusivamente en mí.
–Dejen que le ponga un vendaje –la mujer hizo que Sebastián se apartara de mi lado. El dolor se intensificó cuando se alejó–. Dense la vuelta –les avisó a los muchachos.
Cuando me dieron la espalda, ella retiró mi vestido para envolver con vendas mi torso. Incluso antes de que la señora solicitara una chaqueta, Sebastián estaba quitándose la suya. Se volvió para colocarla sobre mis hombros cuando lo único que cubría mis pechos y parte de mi abdomen eran aquellas compresas ensangrentadas.
–Es tu turno –le murmuré al caballero.
–¿Para qué?
–Para curar tus heridas –intervino la sanadora.
–No me jodan –se quejó.
–Es por tu bien, Sebastián –le reprendió su amigo.
–Todo lo que necesito, por mi bien, es un whisky.
–Sebastián, por favor –musité.
–Están siendo latosos. No soy una nena, puedo sangrar sin lloriquear.
–No lo entiendo –terció Nico.
–¿Qué cosa? –le cuestionó el joven.
–La manera en la que te castigas a ti mismo.
Sebastián le impartió una mirada de advertencia.
–Será mejor que te calles.
–Como quieras –Nico se encogió de hombros–. De todos modos, tengo razón. Lastimaron a Luciana por tu culpa, no la mía.
–Cállate.
–Sufre, eso todo lo que quieres hacer.
Me percaté de que los puños de Sebastián se apretaban al tiempo que un músculo en su mandíbula palpitaba, tensando su cuello por completo. Sus dientes estaban firmemente apretados, parecía que en cualquier momento se abalanzaría encima de su compañero.
–Eres un bastardo suertudo.
–¿Por qué?
–Porque si no te quisiese, te arrancaría la piel y te la haría comer.

Contemplé mi reflejo en el espejo, comprobando que el escote de mi atuendo no revelase demasiado del reciente surco de mi espalda. El vestido era ajustado, con una falda amplia, de un espléndido color azul marino; las mangas eran largas, con volantes en los puños. Una espiral plateada, confeccionada con incrustaciones de diamantes, ascendía desde mi falda hasta lo alto de mi cuello.
Mi abundante cabellera pelirroja descendía a lo largo de columna, escondiendo las marcas del azotamiento de esa tarde. Una trenza parecía envolver mi melena al igual que una serpiente, varias flores azules estaban colocadas de forma dispersa en sitios estratégicos de mi cabeza. Mi doncella había estado peinándome durante una hora y vistiéndome otras dos.
El viento que entró desde la ventana soltó un par de cabellos de mi peinado. Dejé escapar un suspiro de frustración mientras intentaba regresarlo a su sitio. No, no estaba lo suficientemente bonita. Estaba terrible.
–Nunca te he visto más hermosa –Dolabella contradijo mis pensamientos. Por supuesto, para mi hermana siempre parecería bonita–. ¿Por qué te esfuerzas tanto? ¿Es que quieres impresionar a algún caballero?
Me sonrojé. ¿Por qué me esforzaba tanto?
Porque es el último día en el que lo verás...
–¿De qué hablas? ¿A quién podría impresionar? Estoy casada –mi voz vibró cuando pronuncié la última palabra.
–Podrías querer encandilar al mismo lord Nicodemus. O tal vez a ese joven misterioso. ¿Sebastián es su nombre?
Sentí que mis mejillas se encendían. Era la última noche del desafío de Sebastián. Hasta ahora no sabía si nos delataría ante mi padre, o si decidiría callar. Lo único que perturbaba mis pensamientos era el hecho de que, fuese cual fuese su decisión, no volvería a verlo.
Si callaba, sería asesinado. Si hablaba, se marcharía del castillo arrastrando un baúl de oro, además de todos los objetos que había logrado robar. La primera opción estaba descartada de toda posibilidad. Él no era un tonto, no dejaría que le matasen. Iba revelar la verdad. Sin embargo, ahora no podía importarme menos.
A mi mente regresaron las imágenes de la visión que Timandra me había mostrado esa tarde. La confusión me abrumó. Había tantas personas desconocidas, tanto sufrimiento. Sentí una dolorosa punzada en mi pecho, como si algo afilado se clavara dentro de mi corazón. En mi cabeza, tras mis párpados, volví a visualizar a Sebastián; su mirada oscura, perdida, sus manos temblorosas apretando el gatillo que acabaría con su vida.
El sonido del estallido reverberó en el interior de mis pensamientos. Nunca había oído el estruendo de un arma al ser disparada, pero esta visión me lo enseñaba. Era el ruido más aterrador del universo, el único que relacionaba con la pérdida de su vida. Tuve que contener el impulso de cerrar mis ojos con fuerza y cubrirme los oídos bajo las manos para que mi hermana no pensara que estaba actuando de manera extraña.
Traté de disimular el ritmo alterado de mi respiración mientras me reconfortaba con la idea de que aquella era una visión opuesta. Tenía que serlo, ¿verdad? Yo no era capaz de tener visiones reales sin padecer dolor, ni siquiera bajo la influencia del poder de una bruja, ¿cierto?
No podía siquiera pensar en la posibilidad de que fuese una predicción verdadera, no quería hacerlo. Necesitaba que fuese una visión opuesta, por el bien de mi salud mental. Tenía que serlo. Eso significaría que Sebastián tendría una vida larga, o eterna.
Todavía podía escuchar su voz cerca de mi cuello, erizando mi piel, prometiéndome que me vería esta noche. De camino al castillo, luego de nuestro paseo por el mercado del pueblo, había estado tan ansiosa por conocerlo, por entenderlo.
–Duele un poco menos –había suspirado yo, cerrando los ojos lentamente.
–Nunca duele menos –me objetó él–. Cuando tienes una herida abierta, jamás deja de doler, lo que sucede es que tu cuerpo empieza a acostumbrarse al dolor. Al final, es como si terminara amándolo.
Recordé el sonido que hacía el carruaje, las ruedas contra la arena, el trote pausado de los caballos.
–Las heridas también sanan. Se cierran –le refuté.
–No cuando alguien se encarga de volverlas a abrir constantemente –me había contestado sin mirarme, su tono fue oscuro–. Y, de cualquier forma, siempre queda una cicatriz. Una sombra.
Aún podía sentir el roce abrasador de su brazo contra el mío. El recuerdo trajo un cosquilleo cálido a mi vientre. Tenía tantas dudas. ¿Era ese muchacho tan perverso como aparentaba o es que solamente estaba resentido con el mundo? Algunas veces me hacía creer que podía ser tierno e incluso amable. Otras, me aterrorizaba hasta los huesos.
Si pudiese apostar por alguna respuesta, juraría que estaba herido por dentro, gritando para que alguien lo sanase, rogando para que lo cuidaran. Tal vez quería ser salvado. ¿Tanto había sufrido? ¿Quién habría sido en el pasado?
El solo hecho de figurarme que alguien le hiciera daño, me lastimaba. No quería imaginarlo de ese modo. Ni siquiera quería recordar su grito de agonía mientras era fustigado frente a mis ojos. La imagen de él de rodillas, retorciéndose, me quemaba por dentro.
Ese chico por el que sientes pena, es tu asesino.
–¿Qué es lo que dices? –inquirí–. ¿Piensas que me siento atraída por ese asesi... pirata?
–No pienso nada en absoluto –Dolabella me entregó la copa de vino alterada con la pócima somnífera–. Pero deberías ofrecerle un poco de néctar. Es su último día, si necesita conseguir alguna prueba del delito en la Ciudad Violeta, no lo logrará mientras duerma.
Mi hermana siempre fue una buena estratega.
Antes de abrir la puerta para salir de mi dormitorio, escuché voces que murmuraban del otro lado, en el pasillo. Se trataba de una conversación entre el señor D' Volci y el señor Von Däniken. Podía escucharla, pero no distinguía sus palabras, hasta que atendí a la mención mi nombre. A continuación, decidí abrir ligeramente la puerta con el fin de espiarlos.
–Debes mantenerte a distancia, hermano –oí decir a Nicodemus–. Hazme caso.
Sebastián se rió.
–¿Qué pasa? ¿Es que ella te gusta?
–Sebastián, escúchame, estoy tratando de protegerte.
–¿De quién? ¿De una inofensiva damisela?
–No de ella –reconoció Nico después de una breve pausa–. De su padre. El rey Vittorio es un hombre peligroso. Esa chica te meterá en problemas.
–¿Y a ti no?
–Sé lo que hago.
–¿Y yo no?
–No, nunca sabes lo que haces.
–Entonces no estás celoso –decía Sebastián en un satírico tono de burla–. ¿Olvidas con quién estás hablando? ¿Crees que necesito de tu protección?
–¿Olvidas que estás hablando con el tipo que te asesinó?
Largué una maldición cuando la copa de vino resbaló entre mis dedos. La colisión del cristal contra el suelo produjo un ruido estridente. Los dos jóvenes me descubrieron bajo el umbral, respirando pesadamente. Mi pulso se había acelerado, mi cara enrojeció y mi frente comenzó a sudar.
Sebastián fue el primero en esbozar una sonrisa traviesa.
–Oh, ahí estabas –me ofreció su mano, la cual sostuve antes de dar un trémulo paso hacia adelante, esquivando el vino y los cristales rotos. Cuando estuve de pie en el pasillo, me examinó con la mirada, de arriba abajo, escrupulosamente–. Wow –soltó de repente–. Estás alucinante.
Solté su mano luego de permitir que besara la mía. Ambos caballeros estaban vestidos elegantemente, con sombreros de copa y abrigos de múltiples colas.
–Gra... gracias –tartamudeé. ¿Por qué estaba tan nerviosa?
–¿Estás nerviosa?
Negué con la cabeza.
–Me temo que no podrá brindar esta noche. He derramado su vino.
–No se preocupe, Alteza. ¿Cree usted que al menos pueda encontrarse conmigo antes del amanecer?
–No lo creo. Mis hermanas y yo estaremos dormidas, tal como lo hacen las buenas princesas.
La sonrisa de Sebastián se tornó aun más maliciosa.
–Seguro que sí, lady Luciana.

30 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó el capítulo, muchas de las predicciones que venía haciendo en estos días están sucediendo!! Lo del suicidio de Sebastián me suena que va a pasar pero sólo por la muerte de Luciana, si ella muere, entonces el lo hará aunque todo esto me hace acordar a Romero y Julieta, "Luciana muerta pero no muerta al igual que Julieta; Sebastián suicidándose como Romeo, al descubrir que su amada "está muerta" sólo por no saber una parte del plan", en fin si es así o no sabes lo mucho que me gusta fabular. Igual como creo en los finales felices, sean trágicos o no (un final feliz no significa que sea el "vivieron felices por siempre" aveces que los dos amantes mueran es según mi perspectiva un final feliz) creo que esta historia va tener ese desenlace "Final feliz". Nico los ama a los dos más de lo que pensamos. Te acuerdas que una vez te dije que me hacías acordar a Cassie Clare cuando escribías pero sin tratar de ser ella? Bueno desde el principio Sebastían me pareció fisicamente como Jem y peronalmente como Will aunque mucho más oscuro y fuerte, no taaan debil como Will, al menos no por ahora. Y Nico en lo personal me recuerda a Jem sacrificandose siempre por aquellos a quien ama más, por eso me niego a creer que no ama a Luciana sólo que ama a Sebastián también y haría cualquier cosa por verlos felices aún si eso significa sacrificar su propia felicidad, aunque por ahí no se puede evitar y se le nota ese dejo de "me importa muchísimo" para ser alguien que "no la ama". En cuanto al resto del grupo tengo deducciones pero voy a esperar un poco más para recién comentarlas. Espero el próximo capítulo con ansias. Así que si algún lector está leyendo este comentario, COMETÁ, SI VOS QUE LEES ESTO, DEJÁ UN COMENTARIO CORTO O LARGO NO IMPORTA, PERO COMENTÁ!
Te dejo un beso Steph, nos estamos viendo en otro cáp. y éxitos con todos los proyectos que te propongas, no dejes de escribir nunca!
MH

Noelia dijo...

Por dios que estresante cuando la estaban cogiendo a ella!!! yo decía "Pero nadie se da cuenta de que es la princesa!!??" uuuiisshhhh
Fantástico el capitulo ^^
Espero con ansias el próximo.

Anónimo dijo...

Oooh por dios tenias razón el Cap iba a ser revelador pero .. Dejo mas dudas deseo desesperadamente el otro capitulo o sea como la puedes dejar allí? Vos sos mala sabes ok no siguelan pronto

Anónimo dijo...

Stephany me encanto el capitulo . Siguelo pronto

Anónimo dijo...

O por dios que Sebastián no se suicide es decir Luciana esta casada yo no y no me importa que seas ... Ejejje siguela pronto

Anónimo dijo...

Como como la dejas hay! Comenten quiero esclarecer mis dudas siguelaaa escribes genial

Anónimo dijo...

Joder!! Esto cada vez se pone mejor steph por el amor a Eustace siguela como puedes dejarla

Anónimo dijo...

Shiit ese sebastiann es un pillin ... Y Nico o Nico eres tu el q protagoniza mis sueños húmedos siguela pronto

Anónimo dijo...

Hola steph me encanto eres una súper escritora sigue así!!

Anónimo dijo...

Sebastián que te traes y Luciana si tiene tanto poder porque no lo usas a que le temes nena si tu poder sirve de algo aprovechalo

Anónimo dijo...

Oo Luciana tu padre es una #%^$#,! Entiendelo de una ves es hora de que te bajes de esa nube.. Y tomes el lugar que te corresponde

Anónimo dijo...

Por fís. Por fís. Siguela no nos castigues otra vez .. El capitulo estuvo maravilloso

Anónimo dijo...

Porque Sebastián porque tienes esposa .. Si ya teníamos una vida juntos? Y nuestros planes que? Siguela stepha no seas mala

Anónimo dijo...

O por dios increíble escribes estupendo siguela por fís

Anónimo dijo...

Increíble el capitulo estupendo continuala

Anónimo dijo...

Muy bueno el capitulo, develarnos cosas? mas que eso me dejo con muchas mas preguntas!!! muero por saber que sucedera a continuacion! xoxo

Wilmeliz dijo...

Wow este capitulo estuvo espelusnante.
Estoy tratando de pensar claro para no escribir un disparate.
Tengo que decir que estuvo bastante bueno. Me ha dejado totalmente en shock.
¿Jerry y Char se iban a casar? ¿Porque ya no lo haran? Amo esa pareja. Por eso me encanto Obssesion.
¿Miranda muerta? Nooooo pobre Collin Siempre sufriendo. Ania y damien como es que los amo a esos dos.

Eustace, ese viejo si que lo amo pero me aterra. Ese ultimo libro si que va estar candente. Estoy deacuerdo que Jonny depp seria perfecto. Ese tipo se arriesga con todos sus personajes y este papel seria estupendo para el. Pero eustace me preocupa. La vision de sebastian me tiene mal. ¿El morira? No quiero pensar que locura el hara. Quede en shock con la aparicion de su esposa. Se nota que esa mujer no traera nada bueno. Ya siento que la odio.

La relacion de Nico y Sebastian me sigue resultando confusa. ¿Como sera posible que Sebastian este muerto por culpa de nico? Y lo mas comico es que Sebastian lo quiera. Ahora nose si nico ama a Luciana. Tengo claro que Sebastian le tiene cariño a luciana y se preocupa por ella. El beso de ellos dos no lo espero ansiosia. Me encanta seguir viendo esos momenos de ellos dos.

Es increible todo lo que sucede en un capitulo. Estoy super anciosa por saber mas de esta historia. Que cool que subiras capitulo cada vez que llegue a los 30 sin importar el dia que sea. Ya quisiera saber el misterio que hay detras del padre de luciana.

Sigue esceibiendo tan estupendamente. Amo tus novelas y espero algun dia tener el libro en fisico.

Wilmeliz dijo...

Oh casi se me olvidaba preguntarte.
¿Yo podria enviarte mi historia para el concurso el dia 29 de junio?
Es que no se exactamente el dia en que termine y ahora estoy teniendo problemas con la compurtadora de mi casa. “Su dueño” no me deja tocarla y ahi tengo la historia. Aunque por suerte la guarde en el dispositivo y la unica persona que tiene computadora me viene a buscar ese dia.
Mi historia ya la tengo escrita y todo. Me falta arreglarle unos detalles.

Bueno en fin espero que pronto nos hables sobre tu sello editorial y nos cuentes como te va con ese nuevo objetivo que tienes propuesto.

Aahh me dejastes en shock. Estoy loca por saber que mas pasara en la historia. Amo como escribes.

Anónimo dijo...

Sin palabras, no se que comentar, tengo tantas cosas en la cabeza que no puedo ni ponerlas en orden, tengo que saber que sigue, sos una excelente escritora, se nota que naciste con ese don, no lo dejes nunca! Suerte

Anónimo dijo...

Por fís. Siguelaa quiero mas mas mas...

Anónimo dijo...

O por dios sorprendente sigue escribiendo esperando con ansias el siguiente capitulo pregunta para Eustace ... ¿ Porque eres tam irresistible?

Anónimo dijo...

Lday Luciana celosa? De la gitana.. Pero si ella es SU ESPOSA y tu tienes ESPOSO. Será que algun día se besan?

Anónimo dijo...

Como que no hay boda? Terminaron? Siguelaaaaaa

Anónimo dijo...

Sin palabras continuala pronto tienes un gran talento

Anónimo dijo...

Steph aqui nacary el capitulo estuvo genial.. Tal cual dijiste se esclarecieron varias dudas .. Pero ahora tengo otras espero puedas continuaría pronto xoxo


PD: ya comente Nay asi que la furia de tu perro puede estar contenida jjejej XD

Anónimo dijo...

Plis plis plis que querrá que haga para que subas otro capitulo te regalo a mi abuela.. Claro espero que te sirva la lapida porque ya esta muerta siguelaa como es que sebastián muere ?..???

Anónimo dijo...

Spteph el capitulo estubo estupendo .. No se que decir que no hayan comentado ya ... PREGUNTA PARA ANIA. .



Me prestarías a Damien?

Eunicess dijo...

Steph hola
Lamento no haber comentado antes. Espero que me perdones. Tengo que decir que las visiones me han dejado en shock. Jerry y Charity NECESITAN su final FELIZ no soporto verlos tan tristes. Mas a jerry que es un pedazo de pan. Ese chico lo amo.

Sebastian, Nicodemus y Luciana es un triangulo amoroso que de verdad los amo. Cada vez me entero de ma cosas. Steph tu siempre me dejas shokeada.

Sabes debes algun dia hacer un video tuyo contestando todas nuestras preguntas y hablando un poco mas d ti. Seria tan brutal. Te considero una de las mejores escritoras no-profesionales que hay en internet. Yo siempre entro a leer novelas de escritoras como tu a wattpad y siempre me digo... Son buenas, pero ninguna como Stephany. Porque es la verdad ningunas de tus novelas tienen comparacion.

Tu forma de esceibir es completamente unica. Te deseo tantos exitos. Bueno ya me tengo que ir bye. Y comentare mas a menudo.

Hola dijo...

Steph una pregunta...

¿Si la historia tiene más de 5 páginas de puede enviar?

Te explico yo juez la historia y todo bien. Me llego hasta las 5 páginas y todo perfecto. Pero yo no sabía que era a doble espacio y cuando le undi para doble espacio me dio una cantidad de 10 páginas. Y ahora no estoy segura si se puede o no.

Hola dijo...

* Hize **

Me equivoque y escribí juez.

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