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jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo 9: El Asesino y el Príncipe






Capítulo 9: El Asesino y el Príncipe

–Sebastián, basta. ¿Estás ebrio? –inquirió el señor D' Volci.
El joven Von Däniken se encogió de hombros.
–El alcohol es gratis aquí, ni siquiera tengo que robarlo –el color había comenzado a regresar a mi rostro cuando oí las siguientes palabras–: Además, no estoy mintiendo. Me asesinaste, ¿no es cierto?
No pude contener mi curiosidad.
–¿A qué se refiere, Sr. Von Däniken?
Nicodemus dejó escapar una exhalación.
–No lo escuches, Luciana. Tiene problemas con la bebida.
Sebastián sonrió antes de reposar un brazo alrededor de mis hombros.
–No lo escuches, Luciana. Tiene problemas mentales.
Nicodemus le expelió una mirada adusta. Les miré a los dos con consternación, me liberé del peso del brazo de Sebastián, sujeté mis faldas y me apresuré escaleras arriba. Sentí sus pesados pasos persiguiéndome mientras me desplazaba a través del pasillo de los dormitorios. Un fuerte agarre me detuvo, un brazo rodeó mi cintura, envolviendo mi abdomen comprimido por el corsé.
Su respiración se sentía gélida sobre la piel de mi cuello.
–Déjeme sola, lord Nicodemus –exigí. Luché contra la coacción de sus brazos–. Que usted, su señoría, hubiese sido un poco amable conmigo, no significa que yo hubiera dejado de odiarle. ¡Ha arruinado mi vida!
Su amigo, el caballero de plata y bronce, apareció bruscamente delante de mí. Su silueta se dibujó en el aire, su figura pasó de ser translúcida a adquirir todos y cada uno de los colores que le caracterizaban. Él sujetó mis antebrazos al tiempo que se acercaba para dejarme acorralada. Cuando traté de retroceder, mi espalda se encontró con el macizo pecho de mi consorte.
Sebastián me acarició cuidadosamente una mejilla.
–No queremos lastimarte –me dijo–. Queremos dar un paseo contigo, pitonisa.
Mi rostro ardió, mi pecho estaba palpitando con urgencia.
–¡Suéltenme, par de bestias!
El agarre de Nicodemus sobre mí se aflojó hasta que me dejó libre. Traté de correr, pero tropecé con Sebastián en el acto, quien no hizo ademán de capturarme. No obstante, el calor de su pecho me hizo sentir un perturbador cosquilleo dentro de mi vientre. Tan pronto como empecé a sudar, me giré hacia la izquierda, entré en uno de los aposentos para invitados y cerré la puerta. Para mantenerla sellada, dejé caer un trozo rectangular de madera sobre aquellas bases metálicas que funcionaban como cerradura.
Noté el modo en el que mis manos trepidaban, tomé una bocanada de aire que se sintió como si respirase por primera vez y me senté en el suelo, descansando mi espalda contra la puerta. Por un momento creí que me hallaba dentro del dormitorio del Sr. Volci, hasta que mis ojos hallaron grandes bolsas de tela sobre la cama, las cuales estaban atadas con soga.
Me levanté para revisarlas; las más grandes contenían pequeñas esculturas pertenecientes al castillo, figurillas de oro, plata o diamante; las más pequeñas contenían monedas doradas. Éste tenía que ser el dormitorio de Sebastián.
–¿Lady Luciana? –me llamó Nicodemus desde el otro lado de la puerta–. Princesa, discúlpeme.
Guardé silencio mientras tiraba de la colcha y removía las almohadas. Cuando creí que encontraría más objetos robados, únicamente hallé armas. Las clásicas primero, dagas, espadas, hachas incluso. Después había artefactos de color negro, hechos de algún metal pesado. Eran pequeños y no parecían ser capaces de herir demasiado.
¿Quién eres, Sebastián?
–No toques las pistolas, Luciana, podrías hacerte daño –le escuché decir en voz baja.
¿Pistolas? ¿Así que eso eran? ¿Así lucían?
Nunca había visto una pistola. En Etruria no se fabricaban, pero había escuchado de esas armas letales que habían fabricado los mortales para su mundo terrestre. Se decía que con solo mover un dedo podrías asesinar, en menos de un segundo, a una o más personas desde la distancia. Sin librar una batalla, sin dar posibilidades para defenderse. Estaban hechas para gente sin conciencia, sin honor.
Cuando abrí los cajones de su cómoda, descubrí botellas de vino, algunos cigarrillos, extrañas pipas e inclusive algunas bolsas pequeñas de tela que contenían plantas medicinales como la belladona u otras flores conocidas en Etruria como Akhantas o Lucancias. Sebastián no era un médico, lo que significaba que usaba aquellas drogas en sí mismo, por placer.
Ten cuidado, Luciana. Me decía su voz dentro de mi cabeza.
Temblé.
Abrumada, no fui capaz de continuar mi búsqueda. Lo próximo que hubiese hallado serían cadáveres, o mujeres vivas encerradas en el armario, ¿no?
Me senté sobre uno de los sillones de terciopelo que reposaba estático junto a la cama. Parecía cómodo, incorruptible. Intenté que mi trémulo cuerpo se relajara, mis manos se aferraron con ímpetu a los reposabrazos, mi cabello se estaba adhiriendo a mi nuca debido al sudor que empapaba mi cuerpo.
–¿Se encuentra bien, princesa? –decía lord Nicodemus al tiempo que golpeaba la puerta remisamente.
–¡Váyanse! ¡Los odio a ambos!
–Si abres la puerta, Luciana, prometo explicarte lo que Nico y yo somos. Te diré quién soy –me juró Sebastián.
Lo siguiente que oí fue una corta discusión que ambos tenían entre susurros. Podía escuchar el cuchicheo, mas no lograba distinguir alguna palabra.
–No vamos a lastimarte –añadió D' Volci.
–Si te comportas –puntualizó Von Däniken.
–No es cierto. No permitiré que te haga daño, confía en mí, por favor.
Tuve problemas para ponerme de pie, mis brazos y piernas parecían pesar el doble. Moverme hasta la puerta me tomó un desmesurado esfuerzo, al igual que tratar de abrirla. ¿Por qué iba a dejarlos pasar de todos modos?
Nicodemus lucía sorprendido, Sebastián sonreía con descaro. Sin decir una palabra, me retiré para dejarles entrar.
–¿Sabes acaso que el dinero que robas le pertenece al reino etrusco? –acusé a Sebastián en un tono tranquilo.
Él parecía entretenido mientras observaba el desastre que había dejado en su habitación. Se giró para mirarme antes de escupir una sardónica risotada.
–Qué graciosa resultaste ser –comentó–. ¿Tienes una idea de en qué gasta tu padre el “dinero del reino? –parpadeé, desconcertada–. No, nena, ese oro no es para el reino. Es para tus caprichos y los de tu amado papito.
–Sebastián, para –terció Nico. El muchacho estaba parado en medio de la estancia, contemplando con detenimiento cada detalle de la misma–. Pensé que habías dejado de drogarte, hermano.
El señor Von Däniken pateó el cajón de la cómoda en el que se encontraban sus pertenencias, con el fin de cerrarlo.
–Lo he hecho.
–No es verdad –replicó su amigo.
–He dejado las drogas. No fumo esa mierda.
–Haz lo que quieras –refunfuñó Nicodemus con enfado al tiempo que sus ojos se entrecerraban.
–Eso hago, gracias.
Tragué saliva.
–¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué están en mi castillo?
–Sabes por qué estamos aquí, Luciana –me contestó Nicodemus suavemente–. No hay otras razones.
Por supuesto, Sebastián estaba aquí por el desafío de mi padre, por el baúl de oro. Él me había descubierto, tanto a mí, como a todas mis hermanas. Entonces, ¿por qué seguía acosándome?
Nicodemus era mi pareja de baile en el palacio de Somersault, pero ahora era mi esposo. Había venido a contraer matrimonio conmigo. ¿Por petición de mi padre? ¿Por decisión propia? ¿Por acuerdo mutuo?
Lo más curioso del asunto era que ambos, el asesino y el príncipe, eran amigos, los mejores. ¿Qué estaba mal? ¿Eran dos grandes estafadores? ¿Querían el dinero del castillo?
–Daré ese paseo con ustedes –accedí. Antes de que cualquiera de los dos se pusiera a celebrar, agregué–. Pero, será en mis términos. Iremos al pueblo, acompañados de un guardia y un cochero. Y deberán responder a todas las preguntas que haga.
Los dos compartieron una mirada, parecían estar comunicándose millones de cosas con ese solo gesto. Sebastián terminó por sonreír.
–Por mí está bien –se encogió de hombros.
Nicodemus asintió.
–De acuerdo.

Sin peinar mi cabello, coloqué mi corona en lo alto de mi cabeza, me puse un par de guantes de seda, sustituí mi vestido por uno casual y até una capa en mi cuello.
–Su carruaje está listo, princesa Luciana –me avisó una de las criadas.
En las afueras del castillo, Sebastián esperaba dentro de una carroza. Había utilizado la capa que lo hacía invisible para pasar desapercibido. El personal de mi padre estaba al tanto de que daría un paseo con mi esposo, pero nadie sabía que el señor Von Däniken también vendría.
Nicodemus estaba esperándome junto al carruaje. Como es debido, me hizo una reverencia, la cual le devolví. Besó mi mano antes de ayudarme a entrar en la carroza. Alisé los pliegues de mi falda y me senté junto a Sebastián, quien me sonrió con juguetona picardía.
–Te ves hermosa –me galanteó en voz baja.
Le dediqué una sonrisa altanera.
–No mientas, ni siquiera me he peinado.
–Precisamente, amo tu cabello suelto.
Sentí sus dedos sobre mi cuello, ascendiendo lentamente hacia mi cabellera. Mi espalda se puso rígida debido a ese arrobador contacto, un escalofrío hizo trepidar mi cuerpo entero. Enterró su mano en mi pelo para robar el broche que mantenía mi descuidado peinado en su lugar. Fui capaz de divisar cuando regresaba sus dos manos a los bolsillos de su chaqueta.
–No amas mi pelo suelto –refuté–. Amas la hebilla de oro con rubíes que lo sostenía.
Él abrió sus ojos un poco debido a la sorpresa que le causó el que hubiese advertido sus intenciones. Sus cejas se alzaron.
–Has aprendido.
Nicodemus entró en el carruaje. Los tres tuvimos que apretujarnos en el asiento debido a que mi padre había ordenado una carroza de dos puestos para la privacidad de "los recientes novios". De modo que me encontré aplastada entre los dos muchachos. El interior del vehículo olía a cerezas y canela. Canela debido a Sebastián, cerezas debido al vino que se encontraba en el bar que colgaba sobre nuestras cabezas. Aspiré profundamente, llenando mis pulmones. Ambas fragancias me embriagaron.
Los caballos empezaron a andar cuando decidí formular mi primera pregunta.
–¿Qué querías decirle a mi padre esta mañana, Nicodemus? Dijiste que tenías que hablarle sobre mí.
Hubo silencio. El joven ni siquiera me miró cuando le hablé, ni tampoco después. Parecía haber ignorado mis palabras. Sus ojos estaban puestos en una copa de cristal vacía que había cogido del bar. Pasaron un par de minutos, inclusive creí que tendría que volver a manifestar mis dudas en voz alta, hasta que finalmente oí su respuesta.
–Preferiría que me llames Nico.
Tragué.
–Responde.
Me miró.
–Sabes la respuesta. Tú eres la adivina, no yo.
Su comentario me confundió.
–¿Querías contarle de mi visión? –él tomó una botella de vino y comenzó a llenar su copa. Se encogió de hombros en el proceso–. No lo entiendo –repuse con furor–. Todavía puedo pedirle al cochero que dé marcha atrás.
–Te queda poco tiempo, Luciana. Eso es lo que tu visión significaba.
Un dolor agudo se asentó en mis sienes.
–¿Poco tiempo para qué?
–Princesa, no lo sé. No he estudiado la adivinación jamás, tú sí.
–Poco tiempo de vida –habló Sebastián desde su oscura esquina. Su voz fue igual de oscura.
Imágenes fugaces franquearon mis recuerdos. Un féretro de cristal, un vestido rojo, flores, negrura. Paz. El olor a flores muertas cortó de pronto el aire.
Mi muerte... en poco tiempo.
–No es verdad –susurré con la voz entrecortada y rota.
Sabía que era verdad. Una visión era real hasta que otra la contradijera. Iba a morir. Pero, exactamente, ¿cuánto era poco tiempo? ¿Cuánto significaba poco para un alma inmortal?
Sebastián tomó mi mano en la suya.
–Por supuesto que no es verdad.
Si algo podía matarme, eso sería un asesino. Uno capaz de convencerme de que estaba a salvo a su lado. Solté su mano, sintiéndome increíblemente asfixiada dentro de ese diminuto espacio. Mis pulmones parecían hacerse pequeños, mis guantes se humedecían con mi sudor, tuve fuertes náuseas.
Sin previo aviso, Sebastián sujetó mi rostro con sus dos manos, inmovilizándolo. Me obligó a mirar esos ojos llameantes. Contemplé su boca, aquellos apretados labios, tirité. Su rostro estaba tan cerca... ¿Iba a besarme?
–¿Qué demonios debo hacer para que confíes en mí? –parecía ofendido e iracundo–. Mira, no tengo intenciones de matarte, ¿de acuerdo?
Cerré mis ojos con fuerza.
–¿Cómo he de creerte?
Cuando me percaté de que su mirada estaba instalada en mis labios, mi respiración falló, mi corazón dio un vuelco y mis manos se pusieron temblorosas. Me soltó, arrellanándose en el asiento.
–Tienes razón, no deberías creerme.
Dioses, ¿cómo es que ese chico tenía la habilidad de hacer que el suelo se moviera?
–Quiero creerte –rebatí en voz baja.
Él no pudo disimular su asombro cuando me miró. Sin embargo, todo lo que hizo fue quedarse quieto un instante antes de sacudir su cabeza de un lado a otro. El sonido del galope de los caballos estaba retumbando a un ritmo constante dentro de mi cabeza. Estaba comenzando a acostumbrarme a ello, tal como lo había hecho con el tamborileo de mi desenfrenado corazón.
–¿Quieres? –Nicodemus me ofreció una copa de vino, la cual acepté.
Estuve atenta al contenido de color rojo, contemplé a través del cristal aquel líquido que lucía como un mar de sangre frente a mis ojos. Meneé la copa, de modo que el aroma de las cerezas se desprendiera para mí.
Aquel néctar podría haber sido fácilmente envenado mientras Sebastián me distraía con su apasionada mirada y sus exquisitos labios. Ése podría ser el plan de un príncipe y un asesino para arrastrarme hasta ese ataúd de mi visión.
Exhalé aire lentamente. ¿Estaba volviéndome tan paranoica como mi padre? Yo no era tan importante, no era monarca. Era una princesa, una de doce. ¿Por qué alguien iba a querer matarme? Porque eres la única de tus hermanas que está casada, me respondió mi voz interior. Eres la próxima reina.
Eso era cierto. Pero ¿por qué estos dos muchachos a mi lado querrían hacerme daño? Nicodemus era, de forma irreparable, mi esposo, con el cual compartiría todas mis riquezas.
Aunque tal vez él no quería tenerme a su lado.
Quizás ambos eran estafadores. Sebastián, un mago asaltador; Nicodemus, un cazador de dotes que debía causar mi muerte "accidental" para poder librarse de mí sin ser perseguido por las tropas del rey.
Pese a mis cavilaciones, bebí un trago. Si no lo hacía, me volvería loca, terminaría dudando de mi propia sombra. Las sombras son peligrosas, ¿por qué no dudar de ellas?
Un grato sonido de risas me sacó de mis pensamientos, la juguetona carcajada de Sebastián mezclada con una más suave, la de Nico. Las dos sonaban auténticas, felices. Juntas hacían una composición más que armónica.
–¿Bromeas? –decía Sebastián a su amigo–. Tendría que beberme toda la botella a morro para emborracharme con eso. El vino es para niñas, quiero whisky.
–No tenemos whisky –replicaba Nico–. Pero esto parece ser sidra, ¿quieres?
–Es mejor que nada –contestó Sebastián encogiéndose de hombros.
Observé a Nicodemus, su precioso rostro, sus aquilinas facciones, sus labios llenos, rosados, sus profundos ojos azules, los hoyuelos de sus mejillas, su corto cabello castaño oscuro. Parecía tan joven... podría tener unos diecisiete años si fuese mortal.
Pero no lo era.
–Te escuché decir que tienes más de trescientos años –intervine–. Dijiste que no eres un ser mágico, pero ¿eres de raza inmortal?
–Sí –contestó sin dilación.
Sebastián se rió.
–Cómo mientes, hermano –se dirigió a mí–. ¿Quieres saber la verdad? Ambos somos inmortales, mas no de "raza inmortal". No hemos nacido así.
–¿Eso quiere decir que alguna vez fueron mortales? –exclamé con curiosa sorpresa.
–Eso quiere decir... –interrumpió Nicodemus.
–Que debemos bajar del carruaje –Sebastián completó la frase un segundo antes de desaparecer frente a mis ojos tras su capa de invisibilidad.
El mercado negro del pueblo de Vetulonia era un sitio pintoresco, atestado de seres mágicos por doquier, colmado de coloridos templetes de ventas con exóticas mercancías. Todo parecía alborozado, despierto, la música de un laúd se escuchaba a lo lejos, las personas parecían contentas y cordiales. Había mercaderes extranjeros, atracciones, tiendas, artistas ambulantes, magos y campamentos del ejército en los alrededores, bordeando la zona.
Tan pronto como nos alejamos del cochero, el guardia y la carroza, Sebastián reapareció a mi lado, tal como un destello de luz. Casi salté al verlo.
–Hola, dulzura –dijo sonriente.
–Hola –respondí mecánicamente.
–Le hablaba a él –me corrigió después de lanzarle una mirada a su amigo, quien caminaba junto a mí.
–Oh, hola –respondió Nicodemus, fingiendo estar avergonzado.
–Hola, pitonisa –Sebastián me interceptó para detener mi caminar. Estiró un brazo para jugar con uno de los risos de mi cabellera, la cual caía sobre mis pechos como una cascada naranja–. Si fueses una diosa, sería yo tu principal adorador.
Mi pulso aumentó su ritmo de forma considerable cuando mi cuerpo se percató de la cercanía que tenían sus manos a mi pecho. Sus dedos se desprendieron de mi cabello al tiempo que Nicodemus se echaba a reír. Sebastián se unió a sus carcajadas.
–¿Ahora usas cumplidos medievales? –se burlaba Nico–. ¿Has perdido tu originalidad?
El joven Von Däniken extendió una mano delante de mí, ofreciéndomela. Sentí su tibia palma bajo la mía durante un efímero instante, luego una oleada de energía hizo vibrar mi brazo, propagándose hasta mi columna. Algo se movió bajo mi guante de seda, como pequeñas alas de un insecto. Solté su mano. Una mariposa naranja con manchas púrpuras despegó de su palma y revoloteó en el aire, alrededor de mí.
Mis labios se separaron, sonreí.
–¿Cómo lo hiciste?
–Magia –respondió el señor D' Volci.
Sebastián negó.
–Trampas. Algo en lo que soy experto.
Un cantante se aproximó hacia nosotros, entonando rimas con una melodiosa voz. Aquel muchacho era apuesto y tenía el cabello largo, rubio. Cogió mis manos y comenzamos a danzar al ritmo de su lírica. Me reí por lo alto mientras dábamos vueltas en medio de la multitud al compás de la música.
Lo escuché hacer rimas jocosas y románticas. “Toma mi mano, hermosa mujer. Si tienes esposo, me va a demoler. Canta conmigo como los amantes, a mí me parece que te he visto antes”.
Las personas comenzaron a bailar y aplaudir con alegría hasta que aquel cantante fue tirado al suelo de pronto. De un momento a otro alguien se había abalanzado sobre él, rompiéndole la boca de un puñetazo. Me quedé perpleja al observar a Sebastián de pie a su lado, mirándole con displicencia. Él masajeaba sus nudillos doloridos tras haberlo golpeado.
–¿Quién te crees que eres? –le insultó–. ¿No te das cuenta de que ella es una dama?
Desde el suelo, el cantante levantó la mirada para contemplar el rostro perverso de quien le había aporreado.
–Disculpe, no me di cuenta de que estaba casada.
Sebastián balanceó su cuerpo hacia adelante para patear al bardo. Nicodemus lo detuvo a tiempo, ordenándole que se tranquilizara. Al parecer, los tragos se le habían subido a la cabeza.
–¿Qué te sucede? ¿Has enloquecido? –agarró sus brazos desde atrás, forzándolo a retractase en sus acciones. Von Däniken se sacudió de encima a su amigo para luego alisar los pliegues de su saco con sus manos. Me cogió de un brazo, arrastrándome lejos del cantante.
–Vamos, Luciana.
–Suéltame, tengo que pedirle disculpas al trovador.
Me soltó.
–Sí, anda a besuquear su boca lastimada.
Atónita, lo miré fijamente.
–¿Estás celoso?
Luego de un breve silencio, esbozó una sonrisilla malintencionada.
–¿Por qué lo estaría?
–Porque te gusto –contesté con orgullo.
–¿Qué te hace pensar que me gustas? –se acercó hasta que nuestros pechos se juntaron. Mis rodillas temblaron–. ¿Sabes qué? Tienes razón, me vuelves loco –el dorso de su mano me acarició la mejilla.
¿Estaba siendo sarcástico o sincero? ¿O es que simplemente continuaba ebrio? Por los cielos, era tan confuso, tan desconcertante. De todas formas, ¿por qué debería importarme?
Hice todo lo posible por alejarme de él, paseé alrededor del mercado, dando largas zancadas para dejarle atrás. Vislumbré cada colorido pabellón, atraída por las telas, los zapatos, las joyas y la comida. El aroma que flotaba en el ambiente era una mezcla de lo agradable con lo desagradable del entorno. Olía a la putrefacción de la basura, a la carne cruda y al pescado, con un agregado de fragancias suculentas de frutas frescas, flores, algodón, miel, frambuesas, uvas, vino y especias.
Me detuve en frente de un quiosco de verduras al percatarme de que una niña me observaba, oculta tras las faldas de su madre. La pequeña tenía una melena de cabello dorado junto con un par de orejas puntiagudas que sobresalían de ésta. Parecía temerosa ante mi presencia, de modo que le sonreí con dulzura. Su madre le dio suaves empujones y le susurró al oído que corriera a esconderse. Pude leerlo en sus labios.
¿Qué es todo esto? Pensé. No soy un ogro.
Ella era aparentemente mortal, pero su hija era un hada, quizá una poderosa. La chiquilla corrió lejos del puesto de verduras, la vi desaparecer tras los  arbustos espesos del bosque. Por todo el lugar los mercaderes estaban escondiendo sus mercancías, así como también cerrando sus talleres y comercios. De igual manera, los duendes se estaban dispersando entre los setos o haciendo una carrera apresurada hacia sus hogares.
–¿Qué sucede? –interpelé.
Fue Nicodemus el que respondió.
–Los aldeanos se han percatado de que llevas una corona. El monarca odia que los seres mágicos ronden a su alrededor, es por eso que hace un mes ha decretado que aquellos que se mantuvieran dentro de su campo visual durante sus visitas, serían apresados en la picota. Ellos piensan que tú tomarás las mismas medidas.
Abrí los ojos como platos.
–¡No! –detuve a un hombre de baja estatura que intentaba rehuir–. Venga aquí –él se giró para mirarme con desconfianza al tiempo que acomodaba un minúsculo sombrero en el centro de su cabeza–. ¡Que venga le he dicho! Es una orden.
Con temor, dio lentos pasos en mi dirección.
–Tiene que perdonarme, Alteza, no he querido mancillarla con mi horrible presencia, por favor no me arreste, tengo hijos...
–Me ofende –le reproché con enfado–. Su presencia me halaga, no me importuna. Además, éste es su pueblo, ¿por qué he de reprenderlo por pisar la tierra que le corresponde?
–Su Majestad dice...
–Basta, no soy mi padre. No soy como él. Cuénteme, ¿qué es lo que vende en el mercado negro?
El hombrecillo tiritó.
–Vendo flores exóticas, Su Alteza.
Le sonreí y me agaché para ponerme a su altura.
–¿Puedo verlas? Amo las flores.
Para mi sorpresa, él negó.
–Lo lamento, no puede.
–Son ilegales –me avisó Sebastián.
–¿Qué quieres decir con ilegales? ¿Te refieres a venenosas?
Nicodemus negó.
–Se refiere a mágicas. Tu padre castiga a quienes usen la magia sin su autorización. Está prohibido para todos aquellos que sean inferiores a nobles.
Miré los ojos del duende.
–¿Puede venderme una de sus flores? Prometo, ante Tinia, no castigarlo por ello.
De forma temblorosa, el hombre extrajo un trébol de cuatro hojas de un pequeño baúl que descansaba bajo su brazo.
–Para usted, madame. Es de la buena suerte.
–Tenga –le ofrecí como pago un brazalete de plata que Sebastián todavía no me robaba.
El duende besó mi mano enguantada antes precipitarse hacia el bosque con su extravagante andar y sus grandes botas de hebillas doradas. Me volví para mirar a mis acompañantes con una triunfante sonrisa.
–Parecía tan contento...
Nicodemus me devolvió una amplia sonrisa, la cual me hizo callar y sonrojarme. A su lado, Sebastián parecía sorprendentemente tenso.
–Regresemos al castillo –sugirió.
Sacudí la cabeza.
–¿Creen que se escaparán de mis preguntas tan fácilmente?
Ambos susurraron algo entre dientes que sonaba similar a una maldición. Recorrí la plaza, convenciendo a los seres mágicos de que no debían marcharse. Un pintor ambulante se acercó para regalarme una muestra en miniatura de una de sus pinturas. Ésta era un retrato de mí, en el que aparecía bailando alegremente con el trovador. La obra era exquisita, precisa, con un estilo clásico barroco, repleta líneas curvas y atestada de colores exagerados. Le di las gracias al artista con un gesto de cabeza, puse la pintura bajo mi brazo y, por último, desvié mi atención hacia las tiendas de amuletos y pociones.
–Ésta de aquí –un mercader me señaló una botella con un líquido rojo dentro–, hace que todos aquellos que la consuman, se vean obligados a decir únicamente la verdad.
Le lancé una mirada de soslayo a los dos jóvenes que me seguían.
–Podría utilizarla en un par de chicos.
El hombre de la tienda se atrevió a coger mi mano para colocarme un brazalete de cuero en el que colgaba un colmillo.
–Es un colmillo de vampiro –me explicó–. El dios Zephyr os protegerá –un gato negro chilló después de salir de su escondite bajo la mesa del mostrador–. Tienes razón, Cleopatra –le dijo el vendedor al felino antes de regresar su atención a mí–. He oído que la familia real practica rituales de adivinación –puso dentro de mi mano una cadenilla con un colgante de forma esférica del tamaño de una nuez–. Esto ayuda a visualizar el futuro, es una pequeña bola de cristal.
De repente, sentí que algo se movía sigilosamente cerca de mis faldas. Al principio creí que se trataba de otro gato, hasta que descubrí que era un niño, el cual arrastraba un pie para caminar hacia su padre, el vendedor.
–Papá, tengo hambre –le llamó, tirando insistentemente de la tela de sus pantalones.
El chiquillo vestía harapos sucios y rotos, su cabello grasiento caía sobre sus grandes ojos marrones, su piel, ennegrecida por la suciedad, apenas cubría sus huesudos brazos pálidos. El hombre se puso de rodillas para tomar el rostro del niño entre sus manos con muchísima ternura.
–Peder, estoy tratando de vender la mercancía. Si lo logro, esta noche cenaremos gachas. Tienes que resistir un poco, ¿está bien?
El pequeño sacudió la cabeza, sus enormes ojos estaban comenzando a adquirir cierta brillantez debido a las lágrimas que empezaban a acumularse en ellos.
–¡Mentiroso! –le gritó–. ¡Dejarás que los malvados hombres te quiten el dinero de nuevo!
El vendedor besó la frente del chiquillo y se levantó para mirarme.
–¿A qué malvados hombres se refiere? –cuestioné.
–Cobradores de impuestos –respondió Sebastián con la inmediatez de un reflejo–. Ningún aldeano es capaz de comer más de una vez al día debido al alto precio de los impuestos que ha dictaminado tu padre –señaló con dedo hacia el sitio donde habían publicado el último proclama que informaba un aumento de los impuestos al cincuenta por ciento.
Era la tercera vez en las últimas dos semanas que algo como esto sucedía.
La culpa ocasionó que mi corazón se encogiera hasta doler. Recordé las veces que jugueteé con la comida que sobraba en mis finos platos de oro mientras diminutos niños lloraban de hambre en el resto de las provincias etruscas.
–¿Qué le ha pasado en la pierna al pequeño? –pregunté por lo bajo al mercader.
–Su anterior dueño se la cortó –me respondió con voz trémula luego de una breve pausa.
Un nudo se formó en mi garganta cuando me di cuenta de que el pequeño poseía una pierna de palo, escondida por sus pantaloncillos. Ésa era la causa de que cojeara al andar.
–¿Anterior dueño? –la voz salió a duras penas de mis labios. Mi pecho se sentía comprimido, presionaba mis pulmones sin dejarme respirar.
–Antes de que yo lo adoptara, Peder servía de esclavo a unos piratas.
Respiré hondo, sopesando el peso de aquellas palabras. Luego de dejar escapar el aire lentamente, me llevé las manos a la cabeza y me quité la corona. Cada una de esas joyas, confeccionadas en oro y diamantes, podrían comprar océanos enteros. En el Castillo Real había doce iguales, la mía y las otras once que pertenecían a mis hermanas. Nada pasaría si una hiciera falta.
–Éste es un presente para usted y el resto de su familia –atrapé las manos callosas del humilde señor para poner en ellas mi corona–. Dígame, ¿tiene usted una esposa? ¿Algún otro hijo?
El rostro del hombre parecía conmocionado.
–No tengo esposa –admitió–. Tengo seis hijos adoptados y uno propio.
Le sonreí.
–Con esto podrá alimentarlos durante un siglo.
Él negó, en su cara se reflejaba el miedo.
–Alteza, no podría aceptar algo tan valioso.
–Por favor, señor, acepte mi dádiva. No podría dormir en paz si no lo hace.
–Señorita Winterborough, su corona es demasiado para nosotros. No la merecemos. Solamente un miembro de vuestra familia debería poseer un bien tan preciado.
Le di una mirada dura.
–¿Quiere discutir con la princesa?
El mercader sacudió la cabeza precipitadamente.
–No es mi intensión...
–Basta, no quiero oírle –le dediqué una sonrisa afectuosa antes de marcharme hacia la siguiente tienda. Sentí la presencia de Sebastián siguiéndome de cerca, sus pasos apresurados. Sin detenerme para mirarlo, le dije–: ¿Qué pasa? ¿Estás enfadado porque no has podido robar mi corona antes de que la regalase a un pobre campesino?
Él cogió mi brazo para hacer que lo enfrentara cara a cara.
–¿Crees que preferiría tener tu corona para enriquecerme antes de que la tenga esa miserable familia? –farfulló furibundo. No respondí, todo lo que pude hacer fue parpadear con asombro–. Bien, piensa lo que quieras. De todas formas, quiero que sepas que has hecho lo que ninguna de tus hermanas haría. Has tenido un gesto verdaderamente noble. Aunque sé que te importa una mierda ganarte mis respetos.
El alma se cayó a los pies al escuchar sus palabras. ¿Lo había lastimado al ser tan grosera? ¿Estaba siendo honesto? ¿No era este caballero el sanguinario que yo pensaba? ¿No era un asesino sin escrúpulos o moral? Su semblante parecía tan sincero que formulé una disculpa en mis pensamientos. Estaba dispuesta a pronunciarla en voz alta cuando...
–He estado esperándolos –oímos una sugerente voz femenina.

30 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta buenisima siguela

Anónimo dijo...

Steph continuala. Quien es esa mujer Sebastián es mio

Sherl dijo...

I WANT SEX WHIT JERRY!!!
I WANT SEX WHIT EUSTACE!!!
I WANT SEX WHIT JERRY!!!

yo solo quiero con ellos dos!! son los mas sexys aparte de Joe!
hahah y conste que tu dijiste!!!


me marcho pronto pero prometo volver a comentar...

pregunto! como estas?
me extrañaste?
hahah no eh leido los capitulos desde que me desapareci pero los leere yap!
recuerdo qe solo habia leido el primer capitulo creo!? no se bien
me desapareci por que no tengo internet en mi casa y ahora estoy en casa de mi tia con el celular de mi hermana que se lo robe pero tu no sabes nada!
y tenia que saber de ti! y de estos jodidos calientes del infierno! Chicos.
prometo volver pronto! ;)

i love you!! see ya soon!!

By: Sherline T.

pd: juro que mi nombre parese de puta!
pd2: te extrañe todo este tiempo... y a Jerry!!! como lo extraño!! :(

LittleMonster dijo...

Oww me parece que Luciana sera una excelente reina! ya quiero que Sebastian la bese *___* jaja estoy emocionada por el siguiente capiitulo! sera altamente revelador :O
Ultimamente he estado leyendo tus novelas anteriores para recordar aquellos dias xd
Y me di cuenta de algo que no me di cuenta laa primera vez que lo lei:
Una vez Joe dijo: "El mundo se acabaria antes de que Joseph Blade tubiera celos"
Y Jerom le dijo a Larissa la misma frase!!!! OOOWWW! tan egocentrico igual que su padre :3
Aun tengo curiosidad de saber que paso con Josephine y Aita, se que como Jerry ya esta con Charity entonces los demas ya tienen paz ya que Jerry la tiene, asi que me pregunto que sera de ellos, de Jerom y Larissa, de Damien y Ania aaahhh :D

Anónimo dijo...

Me encantó este capítulo porque Luciana empiezaa a ser más realista y a salirde esa burbuja en la que vive encerrada, ahora que se traerán estos dos sexys? La reacción de Sebastián fue muy graciosa aunque excesiva para mi gusto, de todas maneras hay que siruarnos en el estilo que viven que no es el mismo que el de Ania, Damien, Mir, etc etc. Ellos están chapados a la antigua así que sería un poco comprensible su reacción aunque el que tendría que haber reaccionado así es Nico porque él es su esposo, pero no la ama, so... Me hice un lío, en fin, seguila, me encanta!! Besos

Anónimo dijo...

Sos una geniaaaaaa!!!!!! Definitivamente tienes un don para escribir, no dejes de hacerlo nunca, amé el capítulo como siempre, sebastian me mataaaaaa!!!! sigue la novela! Suerte

Anónimo dijo...

Comentando rapidito, amé el capítulo y amo la novela en si, seguila!! Sebastian es mi personaje hombre favorito ni yo se por qué pero lo ees, suerte con tu proyecto!!

Anónimo dijo...

AMAZIIIIING!!!!!!!

KELLY_JONAS dijo...

¿Perfecto? perfecto es poco para lo que fue este capitulo sabes, las ultimas semanas no había tenido mucho tiempo para mi por los exámenes y todo eso y entonces me perdí unos cuantos capítulos y decidí releer la historia detenidamente y deleitándome con cada detalle llegué a una retorcida conclusión lo digo así ya que puede ser la cosa más incoherente que hayas leído o quizás y tenga razón y no es así pero para mi sebastian, nicodemus y luciana son damien,cole y ania o sino la vida de sebastian y nico fue un poco parecida a la de ellos *rogando por que lo sean* por otra parte por supuesto quien no querría ver a jerry desnudo si deja un comentario o besar a joseph omg y de violar a damien emmm...creo que he tenido unos cuantos sueños hot con damien jajaja ese chico es jodidamente sexy como dice ania compartir cama con eustace uno de mis sueños por realizar, un trio con colin? emmm quizas podria participar eustace y jerry también haha oh si subir al carro de dimitri. Y pues ojala y sebas en el proximo capitulo bese a luciana porque me encantaria escucharla narrar ese momento y el sebas esta como esperando mucho tiempo no
? Cambiando un poco de tema en estos días viendo piratas del caribe encontré que johnny depp seria un perfecto eustace no se creo que sería él o un chico con un carisma y un talento como el de él, quien podría representarlo. Esto es todo por hoy ;) espero que subas lo antes posible pleaseee.

Steph dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Muuuuuuyyy bueno!!!! Necesito saber quién es ese nuevo personaje y qué es lo que quiere!!!

Anónimo dijo...

NO NO NO!! TENGO QUE SEUIR LEYENDO Y VER QUÉ SUCEDE!! MATÓ LA PARTE EN EL QUE EL LE DICE "POR SUPUESTO QUE NO" CUANDO LUCIANA DICE QUE NO SE VA A MORIR, Y COMO LE DICE "TE QUEDA POCO TIEMPO DE VIDA" O ALGO A´SÍ, ME LO IMAGINO CONN ESA VOZ SEXY PERO OSCURO TEÑIDA DE PREOCUPACIÓN Y MIEDO, ES OBVIO QUÉ EL LA AMA, ESO LO SABEMOS, NO SE QUE DESENLACE TENDRÁ PERO SI LUCIANA MUERE Y ÉL NO ENTONCES REALMENTE VA A SER ALGO TRISTE, PERDER A LA ÚNICA PERSONA QUE PROBABLEMENTE HAYA AMADO Y QUE LO AME, PORQUE QUE ELLA LO AMA TAMBIÉN ES OBVIO, EN FIN A ESPERAR EL SIGUINTE CAPÍTULO, BESOS STEPH!

Anónimo dijo...

nooooo tengo que saber que se traen entre manos estos dos! y quien es esa persona al final!!??

Anónimo dijo...

capitulo altamente revelador? mujer, quieres matarme no es cierto? lo mismo que dijo una chica: quiero que sebastian la bese ya!!! un beso grande!

Anónimo dijo...

No se si me intriga saber más sobre Sebastián o sobre Nico, mepa que de Nico no conocemos mucho todavía, aunque tengo sospechas de que es realmente bueno, tendré que esperar, siguela, besitos

Wilmeliz dijo...

Hola Steph,

El capitulo me ha gustado en su mayoria.
El final como que me encanto.
Yo no odio a Sebastian. El es especial... Pero es muy bipolar y me asusta a veces.
Aunque es dificil no amarlo.
Me gusta que el y Nico sean buenos amigos.
Nico me esta asustando. Algo esconde y destras de su cara linda siento que el es el malo de la historia.
Pero me niego a creer que el de verdad sea malo.
Esta historia sin duda es muy buena.
Steph, ya me dejastes curiosa con el proximo capitulo.
Bueno me tengo que ir.

Wilmeliz dijo...

Por cierto a la mayoria de tus preguntas Si.
Yo quiero ver a jerry de todas las formas.
Amo a ese guitarista loco.
Amo a dimitri, a Eustace, Damien, Colin, Joe, Adolph, Alan y por supuesto a Aita.
Yo en la cama con todos ellos soy feliz 😳😆
Pero bueno... no soy hombre asi que a Angie prefiero matarla y quedarme con Joe.
Quiero violar a Damien, joe, eustace, jerry Sebastian Nicodemus, Aita, Colin y a todos
Por ultimo No no quiero que Sebastian se bese con Luciana. Prefiero que primero sea con Nico SU esposo.

Anónimo dijo...

Me encanto el capitulo
Estuvo muy bueno
Si quiero violar a Damien,
Si quiero acostarme con Eustace
Si quiero ver a Jerry desnudo y tocarlo
Si quiero montarme en el carro de dimitri y violarlo.
Si extraño a Adolph y Alan
Si quiero besar a joe.
No quiero que Sebastian y Luciana se besen.
Aunque si fuera en el ultimo capitulo seria mas emotivo.
Ya quiero leer el capitulo 10

Anónimo dijo...

O por dios el capitulo estuvo estupendo.. Sos grande seguida please prontito

Anónimo dijo...

OGB.....!!! Quien llego quien quien? Y revelador? De esclarecer ? O revelador revelador? Que ? Es tu culpa por poner hombres tan sexys en la nove siguela pronto

Anónimo dijo...

Hola steph aqui lectora fantasma primero Sos una gran escritora .. No quiero que sebastián bese a Luciana que me bese a mi ;;) siguela por cierto mi nombre es nacary y tratare de pasar mas

Anónimo dijo...

Maldita la luna que jamas se puede acercar a su amado .. Desde el principio de los tiempos una persigue a la otra en un ciclo constante .. Aun a sabiendas que sus caminos jamas se encontraran es la luna o el sol tan masoquista que a pesar de eso aun se anhelan o es que saben cual es su deber? Spteph cual es el deber de Sebastián? Porque persigue a Luciana pero cuando esta tan cerca .. Simplemente sigue su recorrido me encanta como escribes tu redacción es tan pulcra como el naciente de tus ideas,, espero la continúes pronto

Anónimo dijo...

Siguela siguela siguela

Anónimo dijo...

STEPH DONDE ANDAS..??

Anónimo dijo...

Hola Steph,

El capitulo me ha gustado
El final me encanto.
Sebastian. El es especial
Me gusta y
Nico me esta asustando
Pero me niego a creer que el de verdad sea malo aunq algo esconde
Steph, ya me dejastes curiosa siguela

Anónimo dijo...

Ola k ace? Castigandonos no subiendo capitulo o k ace?

Anónimo dijo...

O por dios o pos dios comentario corto pero igual comentaario .. Que onda con sebas y Nico? O sea que son y como es que Nico lo asecino?

Anónimo dijo...

Queremos CAP? O si no? Queremos CAP? O si no?

Anónimo dijo...

Quien es quien es es me dejaste con una curiosidad horrible Sos mala mujer mala.. Sube como lo dejas hay

Anónimo dijo...

Me encanto el capitulo Sebastián es tan adfhkkgda y Nico es tan asdghjj y Luciana una boba que no aprovecha ninguno de los 2 y respondiendo tus preguntas TODAS son si y no soy chico pero estaría con angie si joe participa jaajja ok no

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