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jueves, 18 de julio de 2013

Capítulo 13: Cacería de Brujas






Capítulo 13: Cacería de Brujas

Todavía recordaba la última conversación que había tenido con mi padre, la oía claramente en mis oídos, haciendo eco en las paredes de mi mente. Se burló de mí tanto como quiso.  Me había llamado mocosa inútil, me había humillado con cada tajante palabra que se le ocurrió. Haz lo que quieras, me había desafiado ante mi amenaza de escapar. A diferencia de Micaela, tú regresarás lloriqueando después de un par de horas.
Odiaba escuchar todas esas palabras que me descalificaban. Llorica, malcriada, inútil, débil. Si ahora representaba todos esos adjetivos, no lo haría nunca más. Luciana Winterborough no era una cobarde. Y subestimarme, se convertiría en un error.
Curiosamente, Sebastián nunca se había atrevido a decir cosas como esas de mí. Al menos no en mi presencia. Él era sincero, intransigente. Si lo pensara, no dudaría en soltarlo. Me había dicho otras cosas, pero no creo que ninguna me hubiera molestado tanto como aquellas mencionadas por el rey y Nicodemus. Ellos me creían incapaz de todo.
–Coge tu espada –me dijo este último–. Si quieres ser útil el día del rescate, empezarás a entrenar desde ahora.
Hice lo que me mandaba, aniquilándolo con la mirada. Habíamos acordado que entrenaríamos a solas en el bosque, de manera que los otros soldados no pudieran preguntarse por qué un tipo tan inexperto había entrado a su legión.
–Sí –mascullé–. De otro modo, seré un estorbo. Una niña inútil.
Mis palabras parecieron golpear a Nicodemus, su expresión se suavizó.
–Jamás he dicho eso.
Abroché mi pechera.
–No con esas palabras –admití–. Pero lo has dejado claro.
Se acercó.
–Lo estás haciendo mal –me ajustó la armadura. Sus manos rondaban cerca de mi cintura–. Quiero ver tu postura, sostén la empuñadura.
Se alejó un par de pasos para mirarme. Regresó para corregirme. Estaba haciéndolo todo mal, desde sostener la espada, hasta la posición de mi cuerpo. Acomodó mis dedos sobre la empuñadura de mi arma y levantó mi codo.
–Separa las piernas –con una rodilla, las separó él mismo–. Flexiona un poco las rodillas. Eso es –se puso a un metro de distancia–. ¿Qué tal están tus costillas?
Palidecí.
Si vuelves a golpearlas, moriré.
–Oh, mucho mejor. Prácticamente no las siento.
Eso era porque casi había dejado de sentir mi torso entero. Sebastián tenía razón, te acostumbras al dolor, no importa cuán desgraciado sea. Y no, nunca mi vocabulario había sido tan sucio, ni siquiera en mis pensamientos. Pero desde ahora sería otra mujer. Una más fuerte.
–¿De verdad? –Nico alzó una ceja, no me creía–. Desde aquí pareciera que no puedes siquiera moverte.
Hice una mueca jactanciosa.
–Tú lo has dicho, pareciera.
–Eso significa que puedo poner mi puño justo ahí, ¿no?
Si pudiera perder más color, lo habría hecho.
–Yo...
–Sabes bailar –prorrumpió–. Eso ayudará en tu equilibrio. Pelear no es más que una danza –una dolorosa–. Baja la espada –me ordenó–. Antes de enseñarte el manejo de armas, debes desarrollar tu resistencia. Debes aprender el manejo de tu propio cuerpo –enterré la espada en la tierra–. Empezaremos con algo sencillo. Golpea mis manos.
Extendió sus manos delante de mí, la cuales estaban envueltas en los guantes de su armadura. Cerré las mías en puños.
Estuve largos minutos dando puñetazos a sus manos mientras él me observaba con aburrimiento. Más tarde, trató de enseñarme a patear. Levantar mis piernas hasta sus manos ya era una ardua hazaña, hacerlo con fuerza era más que complicado. Además, Nicodemus era alto, casi nunca atinaba en el blanco.
–Derecha, derecha, izquierda –me repitió el patrón–. Primero puños, luego patadas. ¡Te hace falta fuerza y resistencia! ¡Más rápido!
Repetí ese patrón en mi cabeza una y otra vez al tiempo que los ojos de Nicodemus me prestaban atención. Parecían despedir llamaradas azules. Mis músculos ardían, pero me negaba a parar. Tenía que hacerme más fuerte si quería participar en el rescate de Sebastián. Tenía que ser capaz de protegerlo si fuese necesario, también a Nicodemus.
–Tu padre me matará –profirió–. Dos de sus hijas se han escapado. Nadie aquí puede saber que eres la princesa. Si alguien se lo dice...
–Tres de sus hijas –le corregí de pronto, jadeando–. Dolabella.
Su mirada se ensanchó ligeramente.
–¿Dolabella se escapó?
Derecha, derecha, izquierda. Más rápido, más rápido. Izquierda. Más rápido. Derecha, derecha.
–No, pero lo hará –dije sin aliento.
–Detente –me avisó Nico.
Mi respiración era pesada, el sudor empapaba mi cuerpo.
–Todavía puedo...
Él sacudió la cabeza.
–No es sano, estás temblando. Mañana seguiremos.
Me limpié la humedad del rostro con la manga de mi camisa.
–Quiero darme un baño.
–Lo haremos al amanecer. Hace frío y el lago está oscuro, es peligroso –en silencio, caminamos a través de los árboles–. Y, Luciana, si pensara que eres un estorbo, o una niña inútil. Nunca te habría dado la oportunidad de estar acá.
–Lucius –le guiñé un ojo.
Cuando regresamos al campamento, nos sirvieron gachas dulces con poca miel. A pesar de que estaba muerta de hambre, tuve una batalla al comérmelas. No sabían demasiado bien.
–¿Qué? –inquirió Nico al advertir que revolvía mi comida en el plato–. ¿Estás demasiado acostumbrada... acostumbrado, a tus cocineros del castillo?
Tragué una gran cucharada de comida.
–Estoy bien.
Él largó una risita.
–Dormirás esta noche en mi tienda, he puesto una cama ahí para ti.
Por poco me atraganté.
–Dormiré... ¿contigo?
Se encogió de hombros.
–¿Prefieres compartir tienda con uno de ellos?
Señaló hacia todos esos grandes soldados de aspecto peligroso. De cualquier forma, no me haría regresar al castillo, si era eso lo que se proponía.
–Dormiré en cualquier parte –acepté.
La tienda era pequeña, las dos camas estaban prácticamente unidas. Pero no iba a quejarme, no podía darle esa satisfacción al fanfarrón capitán. Él no se durmió hasta un poco más tarde de la medianoche, estaba ocupado trazando un plan para ingresar en las mazmorras y liberar a Sebastián.
Entretanto, yo recortaba mi cabello con una afilada daga. Necesitaba darle forma. Vislumbré mi reflejo sobre la superficie de plata del escudo de Nicodemus. Mi pelo caía sobre mi frente y rozaba mi nuca, tenía casi el mismo largo que el de Sebastián.
¿Cuántas veces por minuto pensaba en ese chico? ¿Por qué es que todo se relacionaba con él? ¿Dónde estaría en este momento? ¿Qué estaría haciendo? ¿Pensaría, por un segundo, en mí? Probablemente estaba asustado, encerrado, siendo golpeado o forzado a trabajar. La gente no sobrevivía demasiado tiempo a las mazmorras de Populonia.
–Buenas noches, Luciana –se despidió Nicodemus antes de apagar la última lámpara de aceite que se hallaba encendida.
Permanecí entre las sombras un momento antes de meterme a la cama. En mis sueños, busqué al caballero de plata y bronce. Pero, por más que grité su nombre, llamándolo, no lo encontré. Él siempre había estado ahí cuando cerraba los ojos, ¿por qué no ahora?

Alguien retiró las sábanas de mi cuerpo. Me acurruqué en el incómodo colchón. Hacía tanto frío... Gemí.
–¡Lucius! ¡Despierta!
Por los dioses, acababa de quedarme dormida, no podía haber amanecido tan pronto. Me revolví. Yo estaba acostumbrada a pasar la noche en vela y a dormir hasta la hora del almuerzo. Mis párpados pesaban demasiado como para abrirse.
–¡Ah, me ahogo! –me incorporé de un salto cuando Nicodemus derramó en mi cara un tazón con agua.
Él se reía a carcajadas.
–Vístete, saldremos a trotar con el resto de los soldados.
–¿Qué? –chillé–. ¡Pero si todavía es de noche!
–Faltan dos horas para que amanezca –me contradijo–. Apresúrate, o te dejaremos. ¿Alguna objeción? –murmuré un insulto–. ¿Cómo?
–Ninguna, capitán.
Salió de la tienda, dejándome a solas.
Ellos estaban a punto de marcharse hacia las colinas cuando me reuní con el grupo. Nicodemus estaba al frente, liderándolos. No había manera de que lo alcanzara, así que corrí junto a dos sujetos grandes, músculos y atractivos que estaban al final de la formación. Maldición, todos ellos eran atractivos. Nicodemus era, de hecho, el de aspecto más joven.
Uno de los dos hombres me echó un vistazo de reojo.
–¿Por qué el capitán te protege? ¿De dónde vienes? –no vaciló en preguntarme.
–De... yo... yo trabajaba en el Castillo Real.
Los dos se rieron pérfidamente.
–Oh. Y, ¿cómo dices que te llamas?
–Lucius.
–Lucius ¿qué?
Infiernos.
Tartamudeé.
–Von... Von Däniken.
–¿Eres hermano del chico al que vamos a rescatar?
Oh, demonios. Tuve ganas de golpearme en la cara.
–Sí, yo... Bueno, es un apellido común.
–¿En dónde?
¿En dónde? ¡En dónde! ¿Cómo se suponía que yo lo sabría?
–En Alemania –respondí.
–¿Alemania? –me preguntó uno de ellos.
–Oh, ya sabes, ese país de mortales –le respondió su compañero.
Asentí como si supiera de lo que hablaba.
–Muero por ir al pueblo para echarme a unas cuantas mujerzuelas –comenzó a decir el más alto luego de cinco minutos–. ¿Qué tal tú, Lucius? Pareces muy joven, apuesto a que eres virgen.
Los dos se rieron, empujando mis hombros.
–No soy virgen –rebatí–. Tengo arsenales de mujeres.
–¿Sí? –uno de ellos alzó una ceja–. Nombra alguna.
Sonreí antes de mencionar sin vacilación el nombre de mis once hermanas.
El soldado más bajo separó ligeramente sus labios.
–Entonces, cuéntame. ¿Qué haces para hacerlas gritar?
Me sonrojé hasta que mi piel se confundió con mi cabello. ¿Qué iba a decir ahora?
–Las... toco –recordé la carta que había escrito con Dolabella para alejar a lord Nicodemus–. Y... las beso. Beso sus pechos.
Recibí una afectiva palmada en la espalda.
–Me llamo Nero –comentó el menos alto, que parecía tener unos veintiséis años. Tenía barba larga, cabello rubio rojizo y ojos de color esmeralda.
–Yo soy Galeo –dijo el segundo, que, a pesar de ser más alto, lucía más joven. Tenía la piel de un increíble tono bronceado, los ojos azules, una recortada barba y el cabello castaño.
Les sonreí.
–Seremos buenos amigos.
Se burlaron con una risotada.
–Por supuesto.
–¿Por cuánto tiempo estaremos corriendo? –balbuceé sin aliento. Mi cabeza estaba palpitando con punzadas de dolor.
Habíamos estado trotando durante unos veinte minutos.
–Oh, tan sólo será una hora.
¿Tan sólo? ¡¿Una hora?!
Durante todo el camino, estuve recordándome a mí misma que debía continuar moviendo los pies. Primero el derecho, luego el izquierdo. Por último respirar. Respirar lentamente para evitar fatigarme.
Alrededor de los cuarenta minutos, mis pies dejaron de moverse, mi visión se había vuelto borrosa. Me incliné, apoyando las manos sobre mis rodillas. Mi pulso iba deprisa, el campo estaba girando a toda velocidad, la ropa se me pegaba al cuerpo debido al sudor frío que me empapaba de pies a cabeza.
–¿Te encuentras bien? –me preguntó Galeo, tirando de mi brazo.
–¿Qué hacen ahí parados? ¡Muévanse! –Nicodemus estaba abriéndose paso hacia mí.
No podía verme así.
Intenté enderezarme, pero lo único que conseguí fue doblarme aun más. Caí sobre mis rodillas, tuve fuertes arcadas y vomité sobre el césped. Lo hice durante largo rato, expulsé cada cosa que había comido la noche anterior, temblando, a punto de echarme a llorar. El sabor amargo se había pegado a mi garganta, las contracciones continuaban retorciendo mi estómago, mis manos estaban pegajosas.
Gracias al cielo tenía el cabello corto.
Maldición, el príncipe me había visto vomitar. Cuando levanté mi rostro para verlo, quise enterrar mi cabeza en la tierra. Estaba tan avergonzada.
Al menos él no parecía asqueado. Se limitó a mirarme de manera estoica. No parecía sentir alguna pena o compasión por mi estado, no iba a recogerme, ni me ayudaría a limpiarme, ni me diría que todo estaba bien. Ni siquiera me ofrecería su mano. Era un insensible.
–Levántate –me gruñó–. Puedes ir adelantándote hacia el lago que se encuentra colina abajo. Te alcanzaremos más tarde –asentí mientras apoyaba un pie en el suelo para levantarme. Me tambaleé–. ¿Te encuentras mejor?
Estaba tan mareada.
–Sí, capitán –mentí.
Prácticamente me arrastré montaña abajo. Mis pies no eran capaces de despegarse del suelo, mis manos se aferraban a cada superficie para evitar que me derribara mi propio peso. Estaba jadeando cuando encontré el agua.
Me lavé las manos, el rostro y el cuello. El agua fría se escurría hasta mi pecho, refrescándome. Me quité las botas y la armadura. Estaba empezando a desabrochar los botones de mi camisa cuando una docena de hombres se acercaron corriendo. Los soldados. Ellos comenzaron a desvestirse en mis narices mientras yo les miraba perpleja.
¡Jamás había visto a ningún hombre desnudo!
No sabía si debía huir, o cubrir mis ojos, o... comencé a caminar en retroceso hasta que tropecé. Salté al darme la vuelta y reconocer a Nicodemus, quien se reía traviesamente, sosteniendo mis brazos.
–¿Qué pasa, Lucius? ¿No quieres entrar al agua?
Sacudí la cabeza con torpeza.
Él también empezó a quitarse la ropa sin pudor alguno. Divisé la piel pálida de su pecho fuerte cuando se sacó la camisa por encima de la cabeza. Desabrochó sus pantalones, mostrándome su ropa interior. Mi rostro ardía. Escapé corriendo, dando traspiés, estrellándome contra otros cuerpos sudorosos semidesnudos.
En el campamento hacía más calor que de costumbre, el sol había empezado a despuntar y me estaba tostando la piel. Por Tinia, acababa de verme rodeada por una buena cantidad de hombres desnudos en plena forma. Todavía el rubor me cubría todo el cuerpo.
De repente, un joven se aproximó al cuartel, galopando en un pequeño poni. Era escuálido, menudo y parecía tener unos quince años. En su vestimenta llevaba el símbolo del monarca. Dos cruces unidas verticalmente. Me miró, buscando a alguna otra persona en derredor.
–He traído una carta de Lord Vittorio, Su Majestad Imperial y Real –anunció–. Debo entregársela al capitán Nicodemus D' Volci.
Extendí una mano.
–Puedo dársela, soy su escudero.
El chico me inspeccionó con recelo, pero me la entregó antes de marcharse raudamente. Lo único que tenía el sobre era ese mismo símbolo que llevaba el mozalbete en su traje. Era una carta de mi padre, para Nicodemus. Pero yo era su escudero, además de la princesa, hija del mismo rey. Tenía todo el derecho de leerla.

La cacería de brujas ha comenzado, corten tantas cabezas como puedan.
Lord Vittorio el Grande,
Majestad Imperial y Real.

Eso era todo lo que decía, en la elegante letra cursiva del consejero de mi padre. La tinta del enunciado era negra, mientras que la firma del monarca resaltaba en rojo. Mi corazón latió presurosamente. ¿Era eso tinta o sangre?
–¿Qué es eso?
Alcé la vista para encontrar a Nicodemus cerniéndose sobre mí, su sombra me cubría. Su cabello castaño oscuro estaba mojado, goteando, al igual que su inmaculado torso desnudo.
–Una carta –confesé, dándosela–. Para ti.
Sus ojos se estrecharon.
–¿La leíste?
Le sonreí, como si eso pudiera reparar el daño.
–Eres incorregible.
Tardó un segundo en leerla, despidió un resoplido e hizo una bola con el papel, arrojándolo a sus pies.
–¿Cazarás a las brujas? –cuestioné.
–No –me respondió, encogiéndose de hombros–. Enviaré a algunos de mis hombres a los pueblos para evitar la matanza indiscriminada. Pensé que ya te habías dado cuenta de que odio a tu padre.
Abrí ampliamente mis ojos, atónita.

Nicodemus atrapó mis brazos, inmovilizándome. Respiré con fuerza sobre sus labios.
–¿Qué harás ahora?
Bajé la mirada entre nosotros.
–Oh no, no te atrevas a golpear mis pelotas –me advirtió–. Mete tu pierna entre las mías y golpéame detrás de la rodilla, me hará flexionarlas –lo intenté–. Un poco más fuerte –lo hice–. Eso es –me soltó–. Prepárate, te arrojaré un puñetazo. Si no lo bloqueas, o lo esquivas, lo recibirás. Y no será agradable. Eres pequeña y ágil, confío en ti.
Llevé mis puños hacia los costados de mi cara. Para mi sorpresa, él se movió demasiado rápido como para que yo pudiese reaccionar. Aun así, interpuse mi brazo entre ambos. La embestida me lanzó hacia atrás, contra un árbol, mis ojos se llenaron de lágrimas.
–¿Estás bien? –Nico corrió hacia mí, examinándome.
–Sí –afirmé, sosteniendo mi brazo, esperaba que no tuviese un hueso roto.
–Joder, Luciana –rezongó–. Te haré trizas, tú eres de cristal.
Lo empujé.
–¡No soy de cristal!
–¿De porcelana entonces?
–De acero, para tu información. Y mi nombre es Lucius.
Sonrió, extendiendo sus brazos para ayudarme a levantar. Cuando caí sobre su pecho, presionó sus labios contra mi frente. Era tan dulce.
–¿Qué están haciendo? –oí prorrumpir a Nero.
Mis ojos se ampliaron. ¿Desde cuándo había estado ahí?
–Entrenar –Nicodemus dio un paso atrás mientras respondía con perfecta calma. Se giró para mirar a su soldado–. ¿Algún problema?
Nero dejó que una sonrisita astuta apareciera en su boca.
–Me ha parecido que se besaban –se rió–. ¡Qué locura!
–Te ha parecido mal –le reprochó el capitán–. Y, si fuera así, ¿qué?
El soldado se puso rígido antes de retirarse con un caminar veloz. El príncipe me obsequió una sonrisa que me hizo temblar.
–Mañana entrenarás con las armas –me anunció, tocando mi espalda suavemente–. Vamos, les contaré mi plan para rescatar a Sebastián.
Mientras cenaba un poco de carne asada simple, Nicodemus estaba hablando sobre estrategias militares para evitar que la cacería de brujas se realizara en su máxima expresión. Hablaba sobre no alarmar a las otras legiones de las distintas provincias y no dar señales de una posible oposición al régimen monárquico.
–Tenemos algunas legiones de nuestro lado, pero no las suficientes –explicó al tiempo que daba ojeadas al mapa táctico–. No creo que sea buena idea liberar a los presos de Populonia, no sin conocer sus crímenes. Eso podría volverse en nuestra contra. Pienso que la mitad nosotros podemos participar en el rescate de Sebastián mientras que el resto puede distribuirse por las provincias para refrenar los asesinatos de gente inocente. Hay dos posibles opciones, enfrentar a los guardias de las cárceles con un gran ataque directo, o infiltrarnos, como si nosotros mismos fuésemos sus aliados, para culminar con un rescate silencioso. ¿Cuál prefieren?
Levanté mi mano. Nicodemus pareció consternado al principio, incluso renuente a dejar que interviniera. Alzó una ceja y se relajó.
–¿Qué tienes para decir, Lucius?
–El rescate silencioso nos pondrá en una situación ventajosa. Habrá menos muertes y más sigilo con respecto a la rebelión. Un gran enfrentamiento pondrá a mucha gente en contra de tus soldados.
–Pero será más divertido –refutó Galeo.
–Lucius tiene razón –me apoyó el capitán–. Tenemos que ser cuidadosos. Al amanecer, enviaré a un escuadrón para que secuestre a un rehén que nos consiga los uniformes de sus guardias. En tres días, llevaremos a cabo la misión. No podemos esperar mucho más.
Tan pronto como todos se retiraron a sus tiendas, me escabullí silenciosamente hacia el lago. Necesitaba darme un baño, a pesar del frío que estaba haciendo. Mi cuerpo olía a sudor y barro. Me desnudé en la oscuridad, aturdida por las sombras y los sonidos nocturnos. Me sumergí en la negrura del agua para lavar mi piel, mi cabello, al tiempo que la luz plateada de la luna jugueteaba con mi cuerpo, acariciándolo.
–Lo sabía –escuché una voz ronca.
Nero.
Me miraba desde la tierra, reclinado contra un árbol. Me sumergí hasta la barbilla.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué no te bañaste cuando todos lo hicimos?
Nadé hacia el extremo más alejado del lago mientras Nero acortaba la distancia que nos separaba. Hundió sus botas en el agua.
–Soy... tímido.
–También yo –me aseguró al tiempo que se quitaba la camisa–. Hoy me pareció escuchar que el capitán te llamaba Luciana.
Nadé más lejos.
–Escuchaste mal.
–Sí, siempre veo mal, escucho mal. Debo estar loco.
–Sí –le ataqué.
Él estaba caminando, sumergiéndose lentamente. Mi pecho palpitaba furiosamente, ruidosamente.
–¡Vete! –entré en pánico.
–¿Por qué? –soltó una carcajada.
–Porque yo te lo ordeno, Nero.
Cuando Nicodemus apareció, exhalé el aire que había estado reteniendo en mis pulmones. El soldado me dio una mirada desafiante antes de coger su camisa del suelo y largarse. Me eché el cabello mojado hacia atrás.
–Él lo sabe, creo que lo sabe –murmuré–. ¡Sabe que soy mujer!
–Baja la voz, Luciana –me reprendió el príncipe, entregándome mi ropa–. No pasa nada, vístete.
–¡Voltéate! –protesté.
Me dio la espalda mientras yo me ponía la ropa.
–¿En qué estabas pensando? –me habló por encima de su hombro–. ¿Por qué jodida razón vienes a esta hora al lago?
Lo señalé con furia.
–¡No mires!
–¿Sabes al peligro que acabas de exponerte? Podría haberte pasado cualquier cosa. Incluyendo que ese imbécil se aprovechara de ti –con mi ropa puesta, caminé por delante de Nicodemus, en dirección al campamento. Él atrapó mi brazo–. Estoy hablando muy en serio, Luciana, no vuelvas a escapar de la tienda a mitad de la noche. Me he preocupado como el demonio al ver que no estabas junto a mí.
Puse mis manos sobre sus hombros para pararme en las puntas de mis pies y besarle en la mejilla. Inclusive en la oscuridad, su rostro enrojeció. Su espalda estaba rígida.
–Sebastián tenía razón –masculló–. Eres una manipuladora.
–Ustedes dos son muy injustos conmigo –avanzamos en silencio algunos pasos–. ¿Crees que él me reconocerá?
Hubo una breve pausa.
–Claro que lo hará, eres la misma.
–¿Crees que me veo horrible con el cabello corto?
Él me echó una ojeada por el rabillo del ojo.
–¿Horrible? –redundó–. Claro que no. Tú eres hermosa de cualquier manera.
Mis mejillas se pusieron calientes.
–Tú... ¿eres mi amigo?
Más silencio. Era como si le costara responder.
–No, soy tu esposo.
En ese momento recordé que estaba casada con él.
–Nunca me lo dijiste, ¿por qué te casaste conmigo? –le cuestioné–. No fue por el dinero, tampoco porque me amases. Y odias a mi padre. ¿Todo fue un plan para arrebatarle la corona?
–No hagas preguntas peligrosas.
Agarré su brazo.
–Contéstame, soy tu esposa.
–En este momento, eres mi escudero, ¿entendiste?

A la mañana siguiente, despertamos temprano para hacer el recorrido por la montaña. Como es obvio, no lo completé, pero al menos no había vomitado. Yo estaba emocionada, porque Nicodemus había prometido enseñarme a utilizar las armas. Habíamos comenzado por las espadas, pero no fue tan fácil como creí.
–Sé que estás cansada –departió–, pero tenemos poco tiempo para entrenarte. No pretendo que seas un soldado completo, lo único que quiero es que logres defenderte por ti misma. Y, puesto que el rescate no será una gran batalla, pienso que podemos lograrlo –levantó su espada–. Trataré de embestirte y hundir la hoja en uno de tus costados. Tú alzarás la pierna y me patearás en el pecho, ¿de acuerdo?
Asentí.
–No estoy cansada –un leve resuello en mi voz delató lo contrario.
Nicodemus se puso en guardia y se abalanzó sobre mí con toda la fuerza de su cuerpo. En ese momento, creí que moriría. Pero él me había entrenado para dar buenas patadas. Al segundo siguiente, levanté mi pierna y lo golpeé en el pecho.
El impacto me tiró hacia atrás, no obstante, conseguí empujar levemente su cuerpo, bloqueando el ataque. Salvo que ahora me encontraba en el suelo, siendo apuntada al cuello por una afilada hoja de plata. Tragué, alcé el florete en mi puño y golpeé el suyo, arrojándolo fuera de su mano, la cual me tendió un segundo después.
Sonrió.
–Eres grandiosa –me felicitó–. Te diré un truco. Si golpeas a tu adversario en el pecho con la empuñadura, empleando la suficiente potencia, le dejarás sin aire durante algunos segundos –me tendió una daga pequeña–. Toma, aprenderás a lanzar.
Durante todo el día, estuve perfeccionando mi técnica de lanzamiento, comencé con dagas cortas, luego largas y, por último, enormes lanzas. Éstas eran pesadas, por lo tanto difíciles de emplear. Sin embargo, cuando el cielo empezaba a tornarse rosa y naranja bajo el sol del atardecer, había dominado la técnica. Aunque no podía alcanzar las kilométricas distancias a las que llegaba Nicodemus, tenía buena puntería.
Cuando anocheció, coger el arco y las flechas se me hizo más forzado. Algunos arcos eran más complejos y pesados, tenían casi mi tamaño. Iniciamos con uno simple, pequeño y de madera ligera. Nico se posicionó detrás de mí, con una mano en mi cintura para enderezar mi postura.
–Levanta el codo –murmuró en mi oído. Una sacudida estremeció mi cuerpo. Su mano acomodó mi brazo tembloroso–. Fija tu objetivo –la diana se hallaba en el tallo de un árbol lejano. El centro era un diminuto punto negro, rodeado por un aro blanco al que le precedían otros de varios colores. Mi visión era casi incapaz de enfocar el centro absoluto–. Déjala ir, ahora.
Solté la flecha, que aterrizó en la diana, en uno de los bordes exteriores. Suspiré de frustración.
–¿Sabes todo el tiempo que me tomó poner una flecha dentro de una diana? –Nico apretó mis hombros con cariño–. Siéntete orgullosa, acabas de hacerlo estupendo. Con algo de práctica, serás como yo.
Sabía que mentía, pero le sonreí de todas formas. Si quería ser útil en el rescate, necesitaría ser mejor que eso. Entrenaría hasta caer rendida durante los pocos días que restaban hasta que se llevase a cabo a la misión.
–¿Qué sigue? –proferí.
–Ir a descansar. Es tarde.
Lo miré con renuencia.
–No podemos descansar, queda poco tiempo.
Perezosamente, Nico levantó sus manos para tomar mi rostro con delicadeza, sus pulgares me acariciaron las mejillas.
–Estás cansada –me recordó–. Tu cuerpo está tembloroso y tienes sombras terribles bajo los ojos. No sé si lo has notado, pero has adelgazado varios kilos. No puedo seguir forzándote.
Su boca se encontraba cerca de la mía.
–No estás forzándome. Quiero seguir.
Sentí su aliento rozando mis labios.
–No voy a permitírtelo.
Fruncí las cejas.
–No puedes prohibirme nada, soy la princesa.
–Eres mi escudero, Lucius –apretó los dientes al hablar mientras juntaba su cara a la mía un poco más.
Cerré los ojos, como si esperara algo. Algo que sabía que pasaría. Sentí que su nariz rozaba la mía, al igual que su gélida respiración.
–¡Capitán! –exclamó una voz masculina entre jadeos.
Galeo.
En menos de un segundo, nos habíamos separado el uno del otro.
–¿Qué pasa? –demandó el príncipe.
El soldado tenía los ojos bien abiertos.
–¡Hay centinelas del rey en el lago tratando de ahogar a un par de jóvenes!
Nicodemus maldijo por lo bajo antes desenvainar su espada.
–Trae mi escudo, Lucius.
Había cuatro hombres en el lago, hundiendo a dos adolescentes dentro del mismo. Ellas forcejeaban mientras el agua ahogaba sus gritos de agonía. Todo pasó rápido, igual que un parpadeo. Una de las muchachas dejó de moverse.
–¡Ésta era humana, se ahogó! –informó en voz alta uno de los soldados. La otra joven continuaba luchando–. ¡Ella es una bruja! ¡Hay que encadenarla!
No tuvieron tiempo de ejecutar su acción, una docena de lanzas los atacaron, dejando sus cuerpos tendidos sobre la tierra húmeda. De inmediato, nuestros escuadrones recogieron los cuerpos, uno de ellos sin vida. La damisela despierta continuaba dando alaridos de pánico, luchando. Nicodemus se abrió paso hasta ella para atraparla en sus brazos.
–Cálmate –la sujetó con fuerza–. Tranquila, no te haremos daño –el resto de los soldados estaban intentando reanimar a la segunda joven humana–. ¿Qué ha pasado?
–¡Ellos...! –sollozó–. ¡Ellos querían saber si éramos brujas!
Tragué grueso.
Había varias maneras de reconocer a una bruja. Para comprobarlo, eran sumergidas en pozos, o lagos. Si la persona se ahogaba, significaba que era una simple mortal. Si sobrevivía, se sabía que era una hechicera. Eran herejes, practicantes de la magia negra. Eso era lo que siempre me había dicho mi padre.
–¿Eres una bruja? –le preguntó el príncipe a la joven, que pareció atragantarse. Sacudió la cabeza de un lado a otro–. Puedes decírmelo, no te lastimaré.
–¡Mientes! ¡Estás mintiendo!
–Escúchame –él atrapó sus brazos con fuerza–. Te juro por mi honor que no voy a lastimarte. ¿Eres o no una bruja? –pasaron minutos enteros en los que ella se limitaba a llorar. Hasta que finalmente asintió con lentitud–. Todo está bien –la consoló–. Vete, escapa ahora. Pones en peligro a mi legión –sin vacilar, salió corriendo, perdiéndose en la lejanía. Era igual de rápida que una pequeña liebre. Nico se pasó las manos por el rostro al ver el cuerpo fallecido–. ¿Era una humana?
–Sí, capitán.
–Entiérrenla en alguna parte.
–Señor, ha llegado el rehén de las mazmorras de Populonia.
–¿Dónde está?
–Atado en el campamento, se niega a darnos información alguna, pero hemos podido robar un par de uniformes de sus guardias. Si conseguimos un sastre, quizá nos pueda hacer varias réplicas más.
Seguí a Nicodemus hasta su tienda de campaña, acompañándolo en su frustración. Exhausto, se pasó las manos por el pelo, estacionándolas en su nuca. Se veía... triste.
–¿Estás bien? –le pregunté en voz baja.
–Sí.
Puse una mano en su cara.
–No me mientas –miré sus ojos profundos.
–Estoy bien, es sólo que... detesto lo que le hace tu padre a la gente inocente. Detesto no poder hacer nada para evitarlo. Sus crueles cacerías dejan demasiadas víctimas. Esa chica humana...
–¿Me odias? –lo interrumpí–. Tú me odias debido a mí padre, ¿verdad?
Pareció sorprendido por mi pregunta.
–No digas tonterías –se rió con suavidad–. Al principio, sí. Cuando empecé a encontrarme contigo en Somersault, te odiaba. También a tus hermanas. Luego me di cuenta de que ustedes eran también ciegas víctimas de su poder –se alejó un par de pasos de mí, aclarándose la garganta–. Debo irme, tengo un rehén al que interrogar.
Tan pronto como dejó la tienda, un sentimiento de terror me invadió. Me sentí sola y vacía. Suspirando, me senté en la cama, la cual era frígida, dura e incómoda. Había dormido muy poco desde mi llegada, no había tenido sueños, ni pesadillas. ¿Dónde estaba Sebastián? ¿Por qué no visitaba mis sueños?
Cerré los ojos, esperando hallarlo.
–Hola, pequeña Lucy.
Salté de la cama al oír a Nero, que estaba de pie en la entrada de la carpa.
–¿Qué haces aquí? –jadeé.
Caminó despacio hacia mí.
–¿Creíste que ibas a engañarme? –me agarró el rostro, sujetando mi mandíbula–. Tienes la cara de una muñequita, no era posible que fueses un hombre.

34 comentarios:

Wilmeliz dijo...

No se que opinar. Entiendo porque Sebastian no aparecera. La historia esta narrada por luciana y mientras el este fuera de su alcance ell no podra saber nada de el. Odio cuando comienza haber mas acercamiento entre nico y luciana. Se sabe que ella se quedara con Sebastian. Siempre son asi las historias. Y estoy segura que esta no es la excepcion. Solo espero que nicodemus no se quede solo. Odio cuando mis favoritos se quedan solos.
No preguntare porque tu decicion de dejar de publicar novelas en el blog. Pero solo espero poder llegar a leer mas tus fantasticas historias. Soy tu fans.
Bueno el capitulo me encanto.

DANIELA dijo...

Me encanto este capitulo , los personajes de luciana y nico estan dejan ver otro lado de su personalidad me encantaaa nico pero me gustaria mas que luciana quede con sebastian <3 .

PD:TENGO UNA PRIMITA DE 11 MESES , SI TE LA REGALO SUBIRIAS LOS CAPITULOS ANTES DE LOS 30 COMENTARIOS ¿?

Anónimo dijo...

Vale ame el capitulo. Amo a Nico mucho mas que sebastian. Pero mi corazon es blando y por supuesto no deseo que nada malo le pase a sebastian. Solo se que nico esta mostrando es personalidad sexy que tiene. Sebastian no es malo, es solo que sufrio mucho.

LittleMonster dijo...

Estubo super emocionante este capitulo!!! me encanta Niccodemus!!!
Cuando lei que dejaras de publicar en el blog senti algo frio dentro de mi y a si me duro durante el resto del dia T.T (bueno eso lo lei en la manana y ya son las 5:00 y aun me siento helada por dentro) :( Pero bueno entiendo que debes de progresar jaja y se que tienes un gran futuro por delante, eres mi escritora favorita! y seguire leyendo los libros que saques aunque no los publiques en el blog. Oye, por cierto, ya no publicaras los pecados de Eustace? Estaba ansiosa tambien por esa.

Anónimo dijo...

Espero que te mejores steph. No sabia lo que era lechina hasta que lei varicela y entendi. El capitulo estuvo muy bueno. Entre Nico y Sebastian Prefiero a Nico. Pero espero que salven a Sebastian. Me gusta la nueva relacion que se esta formando entre luciana y Nico.
Tu sabes que eres una excelente escritora.

Anónimo dijo...

Espero poder llegar a leer Los pecados de Eustace. Seria horrible haber leido todos los libros y no leer el ultimo. Se que tu sueño es publicar con alguna editorial. Y siempre has pensado desde Obssesion cerrar el blog. Solo espero que no lo cierres y nos mantengas informados de todo los progresos que estas haciendo. Aunque te sigo en twitter yo no son fan de twitter yo soy mas de facebook. Deberias hacerte un Ask. Seria cool hacerte preguntas. El capitulo me encanto. Amo a nico de verdad que si.

Anónimo dijo...

No creas que nos tardamos en comentar solo porque no tenemos prisa en leerte. La realidad es que este mes de julio fue muy ajetreados para todos.
Ame el capitulo.
Aunque extrañe a seba prefiero a nico

Anónimo dijo...

Ya me estoy volviendo loca con esta novela. me encanta demasiado. nico es hermoso

Anónimo dijo...

Espero que te recuperes. Todavia a mi no me han dado pero temo el dia en que me den. El capitulo genial

Anónimo dijo...

Steph me has dejado mal. Espero que nada le pase a luciana. Nico cada vez mas hermoso. Al fin mas protagonico para el. Aunque estoy segura que el es co- protagonista.
Oye estoy hanciosa por saber de tu editorial. Deseo saber como funciona todo.

Anónimo dijo...

Steph cuidate y amamos tus novelas. Estoy en shock porque no podre leer los pecados de eustace, pero por algo tu haras las cosas. El capitulo estuvo muy interesante. Ahora me preocupa lo que pasara luciana por culpa del guardia. Tu sabes que eres muy buena escritora.

Anónimo dijo...

El capitulo ha estado para morirse. Nico es bello. Lo amo, sorry sebastian pero nico me reaulta mas misterioso que tu. Pobre luciana. Ya quiero leer mas y mas.

Anónimo dijo...

sebastian? qien es sebastian? yo amo a nico♥
es qe el es tan asdfghjkl♥
el es el chico bueno o el malo?:$lo amo no me importa qe sea un viejo de 300 años*.*
...y NeroD:qe no se le ocurra hacerle algo a luciana!
si ya de porsi el y galeo los interrumpieron todo el caapitulo:@
me encanta tu novela*.*maraton? si? no? siii?
ya qiero leer el sigiente cap^.^

p.d.como puedes dudar de si qeremos leer tu novela mujer? es solo qe hay peqeñas personitas qe son flojas (ñe como yo:P) y les da mucha flogera mover sus manos para escribir un comentario pero tod@@@@@@s nos morimos por el proximo capitulos:D
p.d.2:ojala qe estas bien! maldita varicela-.-'es mala:C
-brenda

Anónimo dijo...

Steph cuídate. Ya he pasado por varicela y se que es horrible. El capítulo me dejo en shock. Espero que nero no haga nada malo. Entre Sebastián y Nicodemus, me gusta más Nicodemus. Me enamore de el a primera leída.
Ya quiero ver que habrás tu editorial. Espero que hables pronto sobre ella.

Anónimo dijo...

Que nero ni se le ocurra lastimar a luciana. Pobre por todo lo que tiene que pasar. Cada dia que pasa me gusta mas nico que sebastian

Anónimo dijo...

Me matas con cada capítulo. Estoy que no puedo ni dormir bien. Amo esta novela.
Pobre Luciana no sale de una sin meterse en problemas.

Anónimo dijo...

Nicodemus es akdaksansaks
Ese chico me tiene babeando.
Sin duda esta novela cada vez se pone mejor.
Aunque pensé que tendría menos capítulos que las otras.
Me siento muy emociona con tu editorial.
¿en qué consiste?
Ya no escribiré más nada.

Anónimo dijo...

Ame el capítulo.
La relación entre Nico y Lucy es mi favorita.
Nico es tan hermoso.
Pero lo que escribisteis al principio de ania.
Yo nunca le vi posibilidades a Adrien porque el nunca despertó nada en ania. Entre ellos no hubo sentimientos de amor.
En cambio aquí creo que Lucy se podría enamorar de Nico.
Ya estoy loca por el final de esta novela.

Anónimo dijo...

Noooooooooooook
QUE NERO NO LE HAGA NADA A LUCIANA o LUCIUS.

Anónimo dijo...

Tu tienes arte en la escritura. Deberías vender tus libros:

Anónimo dijo...

ya no podremos leer los pecados de Eustace? :( y que pasara con la entrvista para Eustace? esa tampoco? :'(
Por otro lado me alegra que vallas a tener tu propia editorial! :)

Anónimo dijo...

Estuvo genial. Uo sabia que nero no era tonto y se daria cuenta que licius era una mujer. Ademas Nicodemus no tiene pinta de gay y esa cercania a Licius era extraña. Por otro lado no me quejo del capitulo. Luciana tuvo suerte de encontrarse con tanto hombre guapo. Sobre todos los comentarios que veo de Nicodemus y Sebatian. Yo amo a Nicodemus. Sebastian es tierno (a su manera) pero Nicodemus es mi love.

Eunicess dijo...

Steph que pronto te recuperes de las estupidas varicelas.
El capitulo me dejo en o.o todo momento. No puedo dormir pensando en que le pasara a luciana. Nero es un idiota. Nico nico nico ¿porque eres tan bello? Sebastian ¿te estan tratando mal? Yo no discutire quien me gusta mas. Todavia lo estoy pensando. Eres una escritora genial.

Maria dijo...

Que capitulaso tan wow. Lucy siempre esta en problemas. Ella no me cae bien pero tengo que reconocer que es una suertuda. Ame el capitulo a mas no poder. Nore que no le haga nada. Ya que veo que las chicas y quizas chicos estan en si que Sebastian o Nico a cual aman, Yo digo Jerry o Maximiliano. Ese guitarrista estupido espero que no este sufriendo. Sabras que ame que tuviriera su propio protagonico y sabras que ame que todas tus sagas se conecten.

Sol dijo...

Aaahhh como ame este capitulo estoy que no me soporto a mi misma. Pobre Luciana. Me pregunto si Dolabella se escapo de su casa y tambien me pregunto como estaran sus hermanas.

Anónimo dijo...

OMG pense qe estaba enamorada de sebastian...ahora nico*.* confundes mi corazon steph! sigela si? pronto?-ssy

Eliza dijo...

Sin duda esta novela cada vez se pone mejor. Pasan cada de cosa que de verdad me tiene con ganas de leer mas. Chicas comenten mas que si no Steph no sube nada.

Francisca dijo...

Steph hablando en serio. Me encanta esto este capitulo. Obvio el final no me gusta, pobre Luciana.
NICODEMUS LLEGA PRONTO.
Nicodemus es un amor lo adoro. Sebastian es lindo simpatico, atractivo, hermoso, idiota, imbecil, pero amor a Nico antes que a el.

Anónimo dijo...

Sin duda el capitulo estuvo genial.
Esta novela cada vez se pone mejor.
Ya quisiera saber que pasara en el final.
Sin duda esta novela es super buena.

Anónimo dijo...

Luciana mas te vale que utilices todo lo que Nico te ense~o, porque si no tu virginidad estara perdida.
Nore es un entrometido y un idiota.
Steph ame el capitulo.

Anónimo dijo...

Este capítulo a tenido de todo. Me encanto

Anónimo dijo...

cada vez a mo mas a nico! ya son 30 coments?ya nuevo cap? de verdad qe no puedo esperar para leer el sigiente!
me alegro mucho por ti! qe estes haciendo tu propia editorial es impresionante en serio que te admiro:D por otra parte me pone trite qe ya no segiras escribiendo para el blog osease para nosotras:c
morire sin tus historias! son demasiado buenas!*.*

Anónimo dijo...

subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!si?subeee! si? sube!siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii? amo tu nove♥

Mora dijo...

Nunca pierdes tu esencia.
Es un capitulo genial..
Yo.. ¿Que pasara después? ¡Ahhhhh! No es justo que lo dejaras hay..
Tendrá 24 *-* Sii..

Espero que te recuperes. :c
Solo quiero preguntarte algo ¿Que es Rywick, o mas bien que significa?

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