Capítulo
16: Gran Sacrificio a los Dioses
Al principio,
sentí la renuencia en el cuerpo de Sebastián. Había intentado echarse hacia
atrás, pero luego se quedó quieto, aunque tenso. Yo no estaba pensando cuando
decidí poner mis dedos en su nuca y entrelazarlos en su sedoso cabello.
Su boca era
suave e inflexible a la vez. No estaba respondiendo a la presión de mis labios.
Aun así, se sintió tan bien. Era como... tal como acariciar el cielo. Calmaba
el ardor de mis labios, los saciaba.
Fue un toque
efímero, porque la rigidez de sus hombros me hizo recordar que él pensaba que
yo era un chico. Un chico que lo besaba en la boca a la fuerza. Con mi
enrojecida cara ardiendo, me alejé. Abrí los ojos como dos platos, asustada de
lo que pudiera hacerme.
Él tenía una expresión
de abundante confusión.
–¿Qué
diablos...? –departió.
No parecía
enojado, sino azorado.
Entonces fue
como si me mirara por primera vez. Sus ojos me estudiaron de una forma
distinta, siguiendo las líneas de mis rasgos, rozando mis labios, deteniéndose
en las pecas espolvoreadas sobre mis mejillas. Me puse de pie, decidida a salir
corriendo.
Su mano asió
mi brazo.
–¿Luciana? –me
atrajo hacia sí, colocando las manos sobre mis caderas–. Mierda.
Cuando se
levantó, la distancia que nos separaba se redujo.
Sus ojos
hicieron un repaso de mi cuerpo. Deslizó un dedo sobre la cicatriz de mi
barbilla, que todavía estaba abierta. No era una marca tan pequeña. Alcanzaba
al menos siete centímetros a lo largo de mi barbilla, curvándose al final hacia
mi cuello. Su tacto me quemaba. Atrapó un mechón de mi cabello entre su dedo
índice y su pulgar, examinando el nuevo largo.
–Estás tan
distinta...
Me besó.
Su boca
arremetió contra mí, sus labios prácticamente golpearon los míos, con fuerza,
separándolos. Gemí en su boca, extasiada, mientras sentía sus manos sobre mi
cara, sujetándome con urgencia. Su lengua lamió mi labio inferior,
humedeciéndolo, preparándolo para la posterior mordida. Sus dientes lo
aferraron con fuerza antes de que su boca realizara una leve succión sobre el
mismo.
En mi pecho,
mi corazón saltaba como si quisiera salirse de mi cuerpo. Latía con tanta prisa
que dolía. Cuando hundí mis dedos en su pelo, él hizo bajar sus manos hacia mi
estrecha cintura al tiempo que juntaba nuestros pechos. Su abdomen desnudo
rozaba el mío a través de la delgada tela de mi camisa. Su lengua penetró en mi
boca abierta, invadiéndome, moviéndose tan apasionadamente... Mis dedos se
curvaron, cerrándose entre los mechones de su cabello de plata.
Un sonido
entrecortado brotó de mi garganta, un potente temblor asaltó mi pecho. Su
lengua acarició mi paladar, enloqueciéndome. Sus manos descendieron para
empujar mis caderas contra las suyas. Sentí sus dedos aferrados a la cinturilla
de mi pantalón, moviéndose hacia la parte trasera, empujando mis muslos hacia
arriba.
¿Era posible
sentir tanto placer en un solo cuerpo? No estaba pensando, únicamente estaba
sintiendo. Estaba perdiendo toda razón.
Salté para
enredar mis piernas alrededor de sus caderas y... ¡Oh! Él gimió también,
ocasionando una vibración en mi garganta que me hizo estremecerme de pies a
cabeza. Una sensación caliente viajó desde la boca de mi estómago hasta mi
vientre, los músculos de mis muslos se tensaron. Mis pechos ardían y
palpitaban.
Pero todavía
el picor en mis labios no se desvanecía. Siguiendo el patrón que acababa de
aprender, introduje mi lengua en su boca, saboreándola. Dioses, era exquisito.
Libidinoso, prohibido. Hacía que mis labios se inflamaran incluso más. Lo sentí
succionando mi legua, enseñándome la manera en la que debía moverla.
Se separó de
mí durante un fugaz instante. Cuando me miró, advertí que sus plateadas pupilas
eran grandes. Éstas parecían opacar aquel violeta de su iris. Un jadeo
entrecortado se escapó de sus labios, los cuales mordí desesperadamente en mi
siguiente acometida. No obstante, sus brazos comenzaron a aflojar su agarre.
Me dejó en el
suelo al tiempo que apartaba mis manos de su cuello.
–No –masculló
sin aliento. Pero se inclinó para chupar mi labio superior, dejando que lamiera
su labio inferior–. No –dijo por segunda vez, alejándose–. Luciana... –se hizo
atrás, respirando pesadamente–. Luciana, yo te odio.
Su mirada evidenció
su rabia. Se llevó las manos a la cabeza, haciéndolas descender lentamente
hacia su nuca mientras largaba un suspiro de irritación. Sentí un dolor agudo
en todo el cuerpo que esta vez no tenía nada que ver con mis heridas físicas.
–Si me
odias... –rezongué en un tono medio herido, medio ofendido–, ¿por qué me
besaste?
–Porque soy un
idiota, por eso –me respondió bruscamente–. Me costó mucha sangre aprender a
odiarte, así que deja de joderme.
–Sebastián
–noté que su cuerpo se puso rígido cuando pronuncié su nombre–. Fui hasta
Populonia para participar en tu rescate, me convertí en un soldado, aprendí a
pelear como un hombre. Cada cicatriz que tengo la recibí por ti, para sacarte
de ese infierno. Y no me digas que no sé por lo que has pasado, porque lo vi
con mis propios ojos, lo sentí en mi propia carne. No entiendo cómo puedes
odiarme.
Él permaneció
en silencio durante bastante tiempo, únicamente repasando con la mirada cada
moretón o magulladura que estropeaba mi piel.
–Eso no evitó
que pasara días queriendo morirme –refutó finalmente–. Y no intentes culparme
de lo que te pasó, porque ha sido solamente tu culpa. Fuiste tú la que me puso
en ese calabozo en primer lugar.
–¡No fui yo!
–alcé la voz–. ¡Lo hizo mi padre!
–¡Es lo mismo!
Tú ni siquiera protestaste.
–¡Por supuesto
que lo hice!
–No me importa
–gruñó–. Estoy bien odiándote, déjame en paz.
Exhalé aire
por la boca, frustrada.
–Vete a la
mierda.
Dejó escapar
una risa oscura.
–Parece que
has aprendido nuevo vocabulario –farfulló–. ¿Quién diría que podrías soltar
palabras sucias desde esa pequeña boca que acaba de besar a un hombre casado?
Se cruzó de
brazos en una postura arrogante.
Tuve tantas
ganas de abofetearlo... Respiré pausadamente, intentando contener mi ira
mientras le despedía una furibunda mirada.
–Ahora
recuerdas que estás casado.
Soltó un
resoplido.
–Siempre lo
recuerdo.
–No lo haces.
Tú y yo somos buenos olvidando que estamos casados.
–Espera, ¿qué?
–preguntó–. ¿Tú qué? –le miré con confusión. Sonrió de la manera pérfida en la
que sonreiría un criminal antes de descuartizar a su víctima–. Ahora resulta
que estás casada...
–Por supuesto
que lo estoy.
Sus ojos
perforaron los míos, destilando llamaradas violetas.
–¿Desde
cuándo, maldita sea, eso es tan obvio?
Estreché mi
mirada, recelosa.
–¿De qué estás
hablando?
Cogió mi mano
y descubrió mi anillo dorado, ése que parecía estar tatuado en mi piel. De repente
el oro se sentía demasiado pesado.
–¿Quién es el
cabrón afortunado? –sus dientes estaban bien apretados cuando habló.
Fue entonces
cuando me di cuenta de que él realmente no lo sabía. Nunca lo supo.
Oh, esto es malo.
–Oh por Dios
–susurré, apartando la mirada al tiempo que alejaba mi mano de la suya–. Creí
que lo sabías.
–¡¿Cómo mierda
iba a saberlo?! ¿Acaso alguna vez me lo dijiste?
–Pensé que
Nicodemus te lo diría, no imaginé que...
Me interrumpió
con una risotada satírica.
–Claro, mi
mejor amigo lo sabía. Pero yo no.
Separé los
labios, tratando de encontrar las palabras adecuadas para enunciar la siguiente
frase.
–Nicodemus es mi esposo.
Su semblante
dejó de tener alguna expresión, su silencio fue de puro asombro. Hasta que
comenzó a reír como un psicópata.
–Joder, uno
esperaría ser el padrino de boda de su mejor amigo, ¿no? –el músculo de su
mandíbula había empezado a palpitar–. En lugar de eso, ni siquiera recibo una
invitación. Apuesto a que se perdió en el correo, ¿cierto?
–¿Por qué
tanto drama? –discutí–. ¡Tú estás casado!
–¡Nunca te lo oculté! Y ese bastardo hijo
de perra... ¿Por qué no me dijo una maldita cosa? Voy a matarlo. Los dos son
exactamente iguales.
–Sebastián –lo
corté.
–Ustedes
estuvieron juntos, ¿no es así? Él te enseñó a hacer esos movimientos
salvajes...
La rabia me
hizo enrojecer. Contuve la respiración y apreté los puños para evitar lanzarle
un golpe en su bonita cara. Me estaba lastimando tanto. No dije otra palabra
antes de darme la vuelta para salir de la tienda. Cuando su mano quiso atrapar
mi brazo, me zafé, echando a correr hacia el campamento.
Luché para
conseguir aire mientras me tumbaba sobre un trozo de tronco junto al resto de
los soldados que descansaban frente a la fogata. Parecía como si hubiera demorado
horas dentro de la tienda de Sebastián, inclusive el cielo estaba empezando a
oscurecerse.
–Luciana –me
llamó Galeo–. Debes comer, de verdad. Nicodemus va a matarme si no te obligo a
tragarte este estofado –agarré el plato que me ofrecía–. ¿Te encuentras bien?
Estás temblando.
Es un monstruo, pensaba, Sebastián es un monstruo. Llevé a mi boca dos cucharadas de
estofado.
–Estoy bien.
Pasé largos
minutos fingiendo comer, pensando en aquella acalorada discusión, recordando
con furia el modo en que me había besado, la manera en la que me había tocado
con urgencia. Si no lo supiera mejor, pensaría que me necesitaba, que me había
extrañado de la misma manera en la que yo lo había hecho. Pero de hecho me
odiaba.
Y yo a él.
Cuando recordaba
sus manos sobre mi piel, o su boca atacando la mía, mi cuerpo se sentía tan
avergonzado como caliente. Y había algo en mi pecho que parecía muerto de miedo
con respecto a eso. Algo se sentía incorrecto, erróneo. De alguna manera,
estaba aterrada. Al mismo tiempo, mi corazón estallaba de felicidad, palpitando
con premura, produciendo un hormigueo que se deslizaba desde lo alto de mi
tórax hasta lo más profundo de mi vientre.
A
continuación, alcé la vista y lo encontré sentado en la lejanía. Estaba
comiendo un trozo de pan viejo y se había colocado una camiseta limpia de
mangas cortas. La tela se adhería a la perfección a los músculos de su abdomen,
de su pecho, de sus hombros. Tuve la necesidad de humedecer mis labios.
Los suyos...
todavía se veían enrojecidos e hinchados, como si las marcas de nuestros besos
permanecieran en ellos. No estaba solo, había otros dos soldados sentados a una
distancia prudente y una joven mujer, quizá con un año más que yo, que trataba
de ponerle vendas encima de las heridas de sus muñecas o de envolver aquellas
en su cuello.
Él ignoraba a
todo el mundo, concentrándose en el trozo de pan que tenía en las manos.
Probablemente había pasado días enteros sin comer. Se le veía más delgado, sus
mejillas se mostraban más hundidas, sus costillas más visibles. Demonios si no
las había sentido sobre las mías hacía un instante.
Tan pronto
como terminó de comer, levantó la mirada, encontrándose con la mía. Un
escalofrío blandió mi cuerpo debido a la potencia de ese contacto visual.
Se giró,
atrapando el brazo de la sanadora para tirar de ella. La hizo subir a
horcajadas sobre su regazo al tiempo que le sonreía de manera seductora. Y la
besó.
Sí, de forma lasciva.
Me puse de pie
de un salto, dejando caer mi plato de comida. Mis ojos no podían creer que las
manos que acababan de acariciarme estuviesen paseándose pecaminosamente por
encima de los pechos de otra mujer.
Emprendí una
carrera precipitada hacia el bosque, adentrándome en la oscuridad. Cuando
tropecé contra un árbol, me aferré a éste para evitar caerme de bruces. Mi respiración
fallaba, todo estaba dando vueltas.
De pronto
sentí náuseas, caí de rodillas y vomité.
Lo poco que
acababa de comer ahora estaba fuera de mi organismo. Incluso cuando no tenía
nada más que expulsar, las arcadas continuaban sacudiendo mi cuerpo. Tal vez el
opio me había enfermado, porque no conseguía siquiera aclarar mi visión
borrosa.
¿Por qué
estaba llorando?
No podía ser
por él, no podía ser por Sebastián.
Alguien puso
una mano sobre mi espalda y deseé que fuese Nicodemus. ¿Dónde estaba cuando lo
necesitaba? Sabía que era Galeo el que había corrido a perseguirme. El único.
–Vamos,
Luciana –me cogió en sus brazos, como si no pudiese caminar por mi cuenta–.
Debes descansar.
Envolví mis
brazos alrededor de su cuello y hundí mi cara en su pecho, deseando con todas
mis fuerzas que Sebastián nos viera pasar a través del campamento. Lo cual era
poco probable, puesto que él estaría revolcándose con esa mujer en estos
momentos.
Galeo me dejó
en mi cama con delicadeza y me arropó. Recordé a Dolabella, cuidándome de la
misma forma, y sonreí al pensar que este chico podría ser un buen esposo para
ella. Antes de marcharse silenciosamente, dejó un té de hierbas en la mesita.
Un minuto
después, mientras intentaba cerrar los ojos para sacar la imagen de Sebastián
de mi cabeza, Nicodemus entró a la tienda, con su amigo pisándole los talones.
Los dos discutían, medio susurrando, medio gritando.
–No seas
enfermo, jamás la he tocado –protestaba Nico.
Fingí estar
dormida.
–¡Podías
habérmelo dicho! Y ¿qué demonios le hiciste? Ella no es la misma. La cambiaste,
la... La dañaste.
¿Dañada? ¿Así
era como me veía? Cerré mis ojos con más fuerza.
–No le he
hecho nada. Ella cambió por sí misma.
–Porque no la
has protegido lo suficiente.
–¿Qué querías
que hiciera? ¿Seguir cubriéndole los ojos con la venda que ha llevado toda su
vida? Ella quería esto, quería cambiar. La realidad es dura, pero no puedes
eludirla todo el tiempo –lanzó un suspiro–. Mira, sé que te gustaba por su
inocencia y pureza...
–Deja de
joder, ella no me gusta.
Nicodemus puso
una mano sobre mi hombro, deslizándola hacia mi brazo.
–Luciana –me
llamó en voz baja. Abrí los ojos, esperando que no fuese tan evidente que
estaban hinchados y enrojecidos por las lágrimas–. Escucha, levántate. Tienes
que irte.
Me incorporé,
parpadeando.
–¿A dónde?
–Tengo que
sacarte de este lugar antes de que tu padre consiga que alguien te mate.
–Envíala a
Somersault –propuso Sebastián, cruzando los brazos sobre su pecho.
Nico sacudió
la cabeza.
–No puedo
hacer eso. La encontrará. Por toda Etruria hay portales, correrá peligro ahí.
Estaba pensando en enviarla más lejos.
–¿Qué tanto?
–pregunté.
–Te irás a New
York con Sebastián.
Hice una mueca
de preocupación, moviendo mis ojos hacia su amigo.
–Debes estar
bromeando –se burló éste.
–Hablo muy en serio,
Sebastián. Los dos se irán a la ciudad.
–Ja, no iré a
ninguna parte con ella. Deja que se vaya sola.
–Sabes que no
sobreviviría un solo día en ese lugar. Además, también te conviene salir de
aquí. Y podrías llevar a Timandra contigo.
El pensamiento
de encontrarme en una ciudad desconocida, de mortales, junto a Sebastián y a su
esposa, en realidad me aterraba.
–Sebastián
tiene razón –balbucí–. Eso no es una buena idea en ninguna dimensión.
–No será por
mucho tiempo –insistió Nico–. Luego del alzamiento, iré a buscarte y podrás
regresar. Podrás ponerte la corona que te pertenece. Yo... yo creo que serías
una grandiosa reina.
–Una que conozca el sufrimiento del pueblo –masculló de repente su amigo en
esa tonalidad tenebrosa–. Es por eso que aceptaste esa jodida locura de que
participara en el rescate. La lastimaste a propósito, ¿no? Estabas preparándola
para llevar esa corona.
–¿Qué estás
diciendo? No te equivoques.
–Sé lo que
estoy diciendo, Nico, te conozco. Sé de tu obsesión por el bienestar de tu
pueblo, sacrificarías a cualquiera...
–No seas
cínico. Jamás mi intención fue que saliera herida de esto. He querido
protegerla tanto como tú.
–Eso no es
verdad. Tú quieres ser rey.
Noté que los
puños de Nicodemus se habían convertido en puños, las venas de su cuello
sobresalían visiblemente. Estaba segura de que en cualquier momento estallaría.
Había tanta tensión entre ambos.
–¿Has estado
fumando? –gruñó.
Sebastián se
rió.
–Si piensas
que estoy tratando de provocarte porque he estado fumando, te equivocas. Sabes
que lo que digo es cierto.
Los puños de
Nico se aflojaron ligeramente.
–Atraviesen el
muelle de Populonia, habrá unos piratas esperando para sacarlos de aquí. Y sí, es
una orden –nos miró, recordándonos que aquello iba dirigido a los dos.
Sebastián le
sonrió.
–Vas a
extrañarme. Y, por cierto, deberías echar a ese chico... Galeo. No me gusta.
–Suelta ese
maldito baúl –me apremiaba Sebastián, jalando mi brazo–. No necesitaremos esa
mierda en el lugar al que vamos.
–¡¿No
necesitaremos ropa?! –exclamé, horrorizada.
–No esa ropa.
–¿Y en dónde
conseguiremos otra?
Él me miró con
los ojos entrecerrados, como si me considerara una tonta por no saber la
respuesta.
–Soy un
ladrón. ¡Podemos conseguir cualquier cosa!
Escapar de la
ciudad iba a ser más difícil de lo que creíamos. Todos los pueblos estaban
convertidos en caos. Eran únicamente contenidos por los cientos de militares
que conformaban las legiones de mi padre. Había comenzado el Gran Sacrificio a
los Dioses.
Solté el baúl,
dejándolo caer en medio del desastre. Había mujeres gritando, hombres
corriendo, gente huyendo de nosotros. Ellos pensaban que éramos soldados,
debido a nuestra vestimenta, es por eso que se aterraban al vernos pasar.
En una plaza
pública había una gran congregación de personas enfadadas. Se escuchaba un
hombre dando un discurso, quien probablemente era el capitán de una de las
legiones.
...El pueblo debe entender que el sacrificio de
sangre fue exigido por los dioses. Que estarán ofreciendo su vida y la de sus
niños mágicos a cambio de un estado próspero. Etruria nunca ha conocido la paz,
¿por qué no empezar ahora? ¡Es felicidad o muerte! Que nos quiten la vida,
antes de hacernos miserables.
Todo era una
patraña absurda.
Las personas
se habían vuelto locas comprando venenos, o traficándolos ilegalmente. La
mayoría de las madres estaban dispuestas a envenenar a toda su familia antes de
caer muertos en las manos de un verdugo cruel.
Había rehenes
colgados de los árboles en jaulas, tal como piezas de carne exhibiéndose en una
carnicería. Todos serían asesinados, uno a uno, frente a sus familiares, frente
a todos los aldeanos. Eran elfos, duendes, hadas o hechiceros. Niños,
adolescentes, adultos, mujeres. Había gente gritando por ellos, suplicando que
fuesen liberados.
–¡Señora, será
guillotinada sino se calma! –le advirtió un soldado a una mujer que intentaba
llegar desesperadamente hacia los sacrificados.
–¡Máteme
entonces! ¡Le cambio mi vida por la de mi hijo! –sollozó ésta con la voz
desgarrada–. ¡No viviré sin él, no lo haré!
Se me hizo un
nudo en la garganta. Aferré un brazo de Sebastián antes llamarle por su nombre.
Él se quedó quieto, observando mi expresión compungida.
–Nicodemus
resolverá esto, Luciana. No debes preocuparte.
Seguidamente,
una barrera de soldados nos interceptó.
–¿Quiénes son
ustedes? ¿A dónde se dirigen?
–¡No ve que también somos soldados! –contestó
Sebastián–. ¡Fuimos enviados al oeste para contener a los rebeldes!
Sin esperar
una respuesta, los hizo a un lado.
Cerca de la
costa también había una muchedumbre concentrada mientras un líder les hablaba.
Deben entender que el pueblo es mayoría. Ningún
monarca puede contra ustedes. Ustedes son más fuertes, más poderosos. Son
capaces tomar la decisión que les parezca. ¡No pueden creer en las mentiras del
rey! Él piensa que su gente es ciega e ignorante...
Ése era un
orador de las tropas rebeldes que Nicodemus comandaba. Había una masa de
personas desconcertadas, confusas, recibiendo información opuesta por parte de
líderes exactamente iguales. Todos soldados, todos llevando el mismo uniforme,
todos con cargos poderosos. Estaba segura de que buscaban la verdad,
preguntándose en quién creer.
Pero también
estaba segura de que no comprarían las viles mentiras de mi padre por demasiado
tiempo. Había un pueblo enojado, sometido al sufrimiento, que no soportaría
otro abuso. Mi padre caería de su trono, tarde o temprano.
Había una
larga fila de personas en el muelle, todos queriendo desesperadamente huir de
la ciudad. Las madres estaban entregando a sus hijos a los grupos de piratas,
esperando que fuesen trasladados a cualquier otro lugar, o que al menos
vivieran. Había niños llorando, personas alteradas, soldados custodiando. La
mayoría eran soldados rebeldes, fingiendo formar parte de las legiones del
monarca.
Uno pensaría
que al hablar de costas, o muelles, significaría agua u océanos. Sin embargo,
no había tal cosa. Todo lo que había era vacío, como si el mundo terminara ahí.
Hacía casi
tres mil años, Etruria se encontraba rodeada por el mar Tirreno y el mar
Ligure. Hasta que los dioses decidieron ocultar la ciudad en medio de las
nubes, entre el cielo y la tierra, con el fin de protegerla de nuestro
destructor.
Sebastián tuvo
una conversación con unos barbudos hombres desaliñados que llevaban símbolos
piratas en su vestuario, anillos de calaveras de oro u otros accesorios
similares. Ellos nos condujeron hacia una pequeña barca de madera que tenía
alas en los costados, las cuales eran más grandes que las de un Pegaso.
–No pueden ir
en el gran barco –manifestó el bárbaro–. Ya saben que si no poseen sangre de
dios, podrían quedar atrapados durante toda la eternidad. Esta barca les
llevará hasta alguna isla italiana. Luego de desembarcar, habrá un artista
ambulante esperándolos en el muelle. Es un Leive, que les mostrará un portal
hacia New York. Nicodemus ha pagado por un departamento de una pieza en el que
deben quedarse, ¿correcto?
–Correcto
–asintió Sebastián, tomando asiento en la barca.
Lo seguí,
sentándome en el pequeño espacio de madera. El bote olía a roble, humo y
lluvia. La luna plateada parecía enorme en el firmamento, destellando su luz
plateada por doquier. En ese contexto, Sebastián lucía como una criatura
proveniente de la misma noche. Su silueta estaba recortada por las sombras, sus
ojos eran igual que llamas alumbrando en las tinieblas.
–Agárrate
fuerte –me avisó antes de que el bote se elevara en medio de la oscuridad.
–Y, ¿qué es
eso? –pregunté, fascinada.
New York era
una ciudad inmensa, repleta de luces. Nunca había visto algo parecido. Desde
que había puesto un pie ahí, había hecho preguntas sin cesar. El departamento
era una sala alfombrada con cuatro paredes y una terraza. Olía ligeramente a
humedad y no era bonito, pero, aun así, estaba encantada.
–Es un
teléfono –refunfuñó Sebastián.
–¿Para qué
sirve?
Él tiró de una
barra de hierro que había en la pared y, de pronto, una cama se desplegó. Me
llevé las manos a la boca, asombrada.
–¡Qué
increíble! –expresé antes de señalar a otra parte–. ¿Qué es eso?
–Un
microondas.
–¿Y qué hace?
–Luciana,
basta –me dijo con amargura–. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero
hablar contigo?
Me quedé
callada durante un minuto mientras lo seguía al cuarto de baño.
–Eso es
injusto –protesté–. Tengo muchas preguntas.
Él se volvió
para mirarme de forma odiosa.
–Todo lo que
tienes que saber es que estoy a punto de cortarte la lengua –abrió las puertas
corredizas de cristal que conducían a la terraza–. ¡Esto es perfecto!
–vociferó–. Una terraza, un bar y un jacuzzi. Voy a divertirme como el
infierno.
Crucé los
brazos sobre mi pecho.
–¿A quién le
hablas? ¿No se supone que no quieres conversar conmigo?
Se encogió de
hombros.
–¿Quién dice
que estoy hablando contigo?
–¿Estás
hablando solo?
–Sí.
–Estás loco.
–¿Quién dice
que no? –se giró para mirarme–. Escucha, dormirás en la cama. Yo dormiré en el
suelo.
–No puedes
dormir en el suelo. Es duro.
–Créeme, es
suave. He dormido en lugares peores. Además, es alfombrado.
–Si duermes en
el suelo, también lo haré yo.
Ahora parecía
hastiado mientras empezaba a desenvolver los vendajes de su cuello.
–Haz lo que
quieras.
–¿Por qué te
quitas las vendas? Podrías contraer una infección.
–Porque
quiero.
–Si te quitas
las vendas, haré lo mismo.
Cuando se
encogió de hombros, empecé a desenrollar las tiras de tela blanca que cubrían
mis muñecas.
–¿Qué estás haciendo?
–acortó la distancia que nos separaba para detenerme. Sujetó mis antebrazos–.
Deja de hacer todo lo que hago. ¿Estás loca? Necesitas curarte.
–¡También tú!
Resopló.
–Si empiezo a
desnudarme ahora, ¿lo harás también?
–Sí –asentí
con toda naturalidad.
–Está bien.
Comenzó a
quitarse los zapatos al mismo tiempo que desabrochaba sus pantalones.
–¡No!
Un acto
reflejo me hizo agarrar sus brazos. Me percaté de que éstos eran enormes y
musculosos bajo mis dedos. Mi respiración aceleró su ritmo. Él esbozó esa sonrisilla
diabólica a la que sus labios estaban acostumbrados. Sentí el calor de su piel
quemando mis manos.
–¡Tienes
fiebre! –lo solté–. ¿Estás enfermo?
–No –rezongó.
–Sebastián,
deja que limpie tus heridas –agarré sus brazos nuevamente–. Deja que te ponga
un poco de alcohol y vendas nuevas, por favor. Creo que estás enfermando...
–Déjame en paz
–se alejó.
–Por favor –lo
sujeté con fuerza, obligándolo a ver mis ojos–. Si dejas que cure tus heridas,
no volveré a hablar durante dos días. Te lo prometo.
–Sabes hacer
un trato, ¿eh?
Busqué su
mirada.
–¿Eso es un
sí?
–Está bien,
pero cállate ahora.
Corrí hacia el
cuarto de baño para buscar algún botiquín de primeros auxilios. Después de
hallarlo tras el espejo, regresé a su lado. Lo hallé sentado en el suelo, contra
la pared, de modo que me puse de rodillas delante de él.
Comencé
limpiando los agujeros y laceraciones que había alrededor de su cuello con un
poco de agua y alcohol. Sebastián no estaba quejándose en absoluto, pero
parecía tenso. A pesar de que tenía ganas de preguntarle si sentía dolor, me
quedé en silencio. Le cubrí la garganta con vendas de gasa. Después hice lo
mismo con sus muñecas, en donde las rasgaduras eran inclusive más profundas.
–Lo siento –lo
escuché balbucear mientras me observaba cuidarlo–. Perdón por haberte tratado
tan mal. Yo... a veces quisiera dejar de ser quien soy. Pero no puedo, ¿sabes?
Asentí sin
decir nada. ¿De verdad estaba pidiéndome disculpas?
–No entiendo
cómo es que haces estas cosas por mí –continuó–. Sabes que no lo merezco. Fui
una basura contigo –sentí que mi corazón se encogía–. Estaba tratando de
odiarte, porque todo es más fácil de esa manera. Mientras estaba encerrado en
aquel calabozo, llegué a repudiarte demasiado. Te culpaba.
Comencé a
desabrochar los botones de su camisa.
–Pero... no
puedo creer que hayas pasado por lo mismo que yo. Para rescatarme. Eres una
chica valiente.
El torso de
Sebastián estaba colmado de cardenales, cortaduras y cicatrices. Apliqué una
pomada sobre su piel, sintiendo cada duro músculo en bajo mis dedos. Su
respiración era serena, al mismo tiempo que entrecortada. Sentí el movimiento
de su pecho, los latidos de su corazón.
–Me molestó
mucho... que no me hubiesen contado lo de su matrimonio. Todavía lo hace. No
entiendo... nada. Bueno, yo sé que él te gusta...
Dejó de
hablar, como si dudara de que lo estuviera escuchando. Levantó mi rostro,
empujando ligeramente mi mentón hacia arriba después de atraparlo entre su dedo
pulgar y su índice.
–Luciana, dime
algo –abrí mis ojos ampliamente al mirar los suyos–. Bien, me cansé. No puedo
soportar que no me hables. Pregúntame cualquier cosa –acarició mi labio
inferior con un dedo–. Di mi nombre, por favor. No me gusta el silencio –le
sonreí, negando con la cabeza–. Te prometo que no me quitaré los vendajes. De
hecho, dejaré que me cures cuando quieras.
Sonreí más anchamente.
Las cosas que me hacía sentir cuando se comportaba de esa forma tan dulce eran
inexplicables. Adoraba a este joven tierno que se arrepentía y pedía disculpas.
A ese que me dejaba mirar en su interior.
–No han pasado
siquiera dos minutos, Sebastián –hice
énfasis en su nombre al hablar.
Él sonrió de
felicidad, una sonrisa de esas auténticas. Se inclinó hacia adelante y me besó
en la mejilla con suavidad. Mi corazón martilleó a toda prisa dentro de mi
pecho, mi cara se ruborizó. Cuando se retiró hacia atrás, me percaté de que el
lugar en el que me había besado seguía ardiéndome.
Respiré, luego
de darme cuenta de que había dejado de hacerlo. De repente, por alguna extraña
razón, estaba mareada. Sebastián extendió una mano para tocar la cicatriz
abierta en mi rostro. Me hice hacia atrás bruscamente, a la velocidad de un
parpadeo. Incluso jadeé.
Había sido una
reacción involuntaria.
Sebastián frunció
el ceño.
–¿Creíste que
iba a lastimarte?
–No
–rápidamente, sujeté sus dos manos–. Yo... fue un reflejo.
Su humor
cambió. Un velo oscuro había caído sobre su rostro.
–Supongo que
lo fue.
¿Cómo haría
para convencerlo?
–Escucha, sé
que no ibas a hacerme daño, es sólo... Fue mi cuerpo, he pasado por...
–Sí, te
entiendo –me aseveró, su tono triste–. Incluso si perdieras la memoria, tu
cuerpo seguiría recordándolo. Me ha pasado lo mismo, cada día de mi vida, cada
vez que alguien me toca. Las cicatrices son sabias, ellas guardan el recelo que
uno a veces olvida. Y duelen, por el resto de tus años.
Tragué el nudo
en mi garganta, deseando tocarlo. Queriendo demostrarle que a veces el tacto
significaba consuelo, pese a las cicatrices. No obstante, no me atreví.
Algún día lo
haría sanar y curaría sus alas rotas.
Si me dejaba.
–Buenas
noches, Luciana –murmuró, tumbándose en la alfombra sobre su costado.
–Buenas
noches, Sebastián.
Me senté cerca
de él, contemplando su precioso cuerpo bajo esa luz blanca que entraba desde la
terraza. Había silencio, pero al mismo tiempo se escuchaba un bullicio constante
por lo bajo. Los ruidos de la ciudad. La ciudad en la que él había crecido.
Las noches en
Etruria proporcionaban un silencio casi absoluto, interrumpido únicamente por
los ruidos del viento, de los grillos o de las ramas de los árboles al
crepitar. En cambio en este lugar la noche parecía tener vida. Todo parecía
despierto, iluminado, colorido.
Advertí que la
respiración de Sebastián tomaba un ritmo más suave y relajado. Lo supe por el
movimiento de sus hombros. Se había quedado dormido. Me pregunté si tendría
pesadillas, o si incluso soñaba, considerando que era un Visitante Noctámbulo.
30 comentarios:
AMAZINGLY PERFECT
no puedo esperar a seguir leyendo, eres asombrosa chica!
Ya miraste This is Gospel?
esta super genial!
Sigue asi y mandale saludos al loquillo de Eustace, quiero mis galletas de chocolate con diamantes de mistela!!!
Hola Steph. Bueno para comenzar:::
1. Me siento emocionada con que vendas tus libros en amazon. Es una buena opotunidad de crecer. Podras tener tu libro en papel como tanto deseas. Ademas con una buena promocion tu libro sera un exito en amazon. Conprar por amazon no es dificil. Lo unio que hay que tener es tarjeta de credito, pero pueden hacer lo que hago yo. Busco una persona que sea de confianza y tenga una tarjeta de credito y le pido el favor de que mande a buscar el libro. Hay que agotar todas las posibilidades.
2. Comprare de seguro el libro y si pudiera ya hubiera dado una reseña.
3. ¿Porque no pusistes en la venta la saga de tentacion primero?
4. Un unico consejo es en la portada de el libro. La portada me gusta pero creo que podrias hacer una un poco mas profesional.
5. Estoy emocionada con tener ya el libro en mis manos.
6. El capitulo me gusto y no me gusto.
7. Creo que sabes mi preferencia de los protagonistas masculinos. Se que Sebastian quiere hacerme creer que Nico es malo, pero en realidad creo que el es un tonto.
8. Adoro demasiado a Nico como para creer que es malo.
9. Luciana tiene un no se que que me cae mal. Aunque sea valiente y obstinada sigue no gustandome y esto e raro porque a annia la adore, a miranda la adore y a charity la adore, becca tambien esta y angelique. Por lo que no entiendo porque luciana no le creo nada.
10. Tengo que reconocer que Alas rotas esta cumpliendo con mis espectativas. Esta demasiado buena y creo que la saga the violet city es muy buena y estoy segura que el ultimo libro sera el mejor.
11. No se porque teno el extraño presentimiento que Eustace saldra pronto. Viejo tonto como lo amo.
12. Sebastian no me parece tan malo, pero prefiero a nico.
13. Jajaja Jerry esta loco, mira que culpalte por no ser mas sexy que joe y damien. Aunque quizas si has hecho trampa.
14. Tu sabes que eres la mejor no tengo que decirlo.
15. Me encantaria que pasaras a leer el primer capitulo de mi novela "Doble Personalidad" y si te gusta puedas recomendarla.
16. Http://www.sagadvakrat.blogspot.com
17. ¿Que planes tienes? Me gustaria escucharlos.
18. Creo que ya he dicho todo.
19. Cuando tenga en mis manos El hotel nightmare te publicare una foto en twitter. Recomendare mucho esta novela.
20. Hasta luego steph.
El capítulo estuvo muy bueno. Pero no me gusta la cercanía que tienen ellos dos. Yo quería que ella se quedara con Nico.
me gusto muchooo este cap pero no entiendo como nico no le dijo nada a sebastian de su matrimonio con luciana
wooow me encanto este cap espero que publiques rapido el proximooooo
SIN DUDA, MI CAPÍTULO FAVORITO, hasta ahora.
Sebastían le esta odiando por razones equivocadas y eso es frustrante. Si supiera, de verdad, todo lo que ha hecho por Él. Luciana es una chica valiente como también es terca como una mula [dos de las cosas que me hace recordar a Clary Fray], pero no podría odiarla, será irritante en sus momentos pero Luciana ha hecho que me identifique con ella. Yo tampoco entiendo como pueden odiarla.
Ay Seabstían, Sebastían, Sebastían. Dedo de admitir que le odié por lo de esa chica[a la que besó] pero sus celos y hasta su forma de ser, me encantan. Y noté que Él les vio a Luciana y Galeo...[I guess] por ese comentario de ''Y, por cierto, deberías echar a ese chico... Galeo. No me gusta''. Me encantó eso.
Sí me gusta Nico, mucho. Y quisiera, como toda chica, que pelee por Luciana hasta el final.
Sabes te confiesa algo, esta novela [de todas tus novelas] se ha convertido es una de mis favoritas, si tuviera que escoger cual de tus libros se hiciera físico [ojala sean todos] pero con mayor énfasis sería ''Alas Rotas''.
Es perfecto. Hasta todo esto me lo imagino como una película. Sería grandioso.
También estoy muy feliz que ves el comienzo de tu sueño. Realmente me emocioné con tus palabras.
<>
Sé que los amas y también yo, así que recuerda ''Have faith, restart, just hold on''.
Es maravilloso que tengas a Dios como tu guía, nunca lo abandones, ÉL te guiará para que llegues a cumplir tu sueño, te lo dice una soñadora que también tiene como guía a Dios.
Aqui estamos apoyándote Steph. En lo que se pueda, cuenta con mi apoyo. :}
*
Sí ese era el punto, en las cicatrices, en su odio a si mismo, en eso me recuerda a Grey. Y gracias por el reply. IT MEANS A LOT. <3
*
Espero con ansías el próximo capítulo.
Terelú.
Steph, don't give up, never.
<3
x
me gusto mucho este cap y no entiendo como sebastian puedee tener dos personalidades tan diferentes
Hola! Recién conozco tu blog y en verdad me gusta muchísimo. Prometo comenzar a leer tu novela en cuanto tenga un tiempo.
Me parece realmente admirable que una escritora de mi edad ya esté publicando sus libros con éxitos, me alegro mucho por tí!
Nos leemos ;)
Un abrazo enorme
Genial.. ahora tal vez Luciana y Ania se encuentren.. ¡La extraño tanto! :')
El próximo capitulo sera muuuy bueno, tal vez hayan.. ¿Letras rojas? :O
Una persona mas que te quiere desde algún lugar del mundo.
-Mora
Esta novela es muy buena. Si que la ame.
Steph lucha por tus sueños. Nunca te rindas.
Si alguna vez piensa que ya se acabo tu tiempo en publicar en el blog entonces dejalo.
Eres muy buena.
Sigo odiando a luciana. Ella me hace odiarla. Genial capitulo
Sube cap me muero
Subee
Ame el capitulo
Nico me tiene conquistada
Siguela
Esta genial
Escribes estupendo
meencantooo el cap esñero que subas prnto el proximo
El capitulo estuvo bueno,
Estoy sin comentario.
Steph, de verdad que admiro como escribes eres la mejor:
Quiero leer mas
Nico, nico, nico
¿Seras tonto? Mira que enviar a Luciana a los brazos de Sebastian solo se le ocurre a el. Por mas tierno que sea Sebastian Amare a Nico hasta al final.
Hasta que Luciana diga Sebastian lo seguire querierndo.
A luciana no la odio
Solo que tiene algo que no me cae bien.
La siento tan arrogante.
Tambien es bueno ser masoquista, pero no al extremo.
Buen cap.
Me encanto el capitulo
Estuvo genial
Sebastian es mil veces mejor que Christian Grey. No se de donde sacan esa comparacion.
El cap estuvo muy bueno
me gusto muchooo gracias por publicar , espero que el proximo lo publiques pronto
Muy buen capítulo. Me encanto.
Nico se está comportando como tonto.
Hola, estoy un poco enredada con el orden de las sagas y los libros jaja. Me llaman mucho la atención tus novelas, pero ahora mismo, tengo un montón de libros por leer, así que en cuanto se hagan menos me pondré a leer tus libros. Has escrito muchas novelas, ¿eh?, y se ve que tienes imaginación.
PD: Gracias por visitar mi pequeño blog.
Besos.
Ya deseó leer más y más
Me encanto el capítulo
eres genial escribiendo:
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