.

.

Translate

Nota: Está prohibida la republicación, copia, difusión y distribución de mi novelas en otras páginas webs.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Capítulo 18: Ambrosía





Capítulo 18: Ambrosía

Por alguna razón, aquellas palabras que Nicodemus había pronunciado me habían golpeado como una patada en el estómago. Le miré a través de mis espesas pestañas, incrédula.
–¡¿Te casaste conmigo amando a otra mujer?! –vociferé mientras las ganas de abofetearle con fuerza me consumían–. ¿Quién es ella?
Lanzó un suspiro de cansancio.
–Es complicado, Luciana...
–¿Quién es?
–Es tu hermana –admitió–. He entregado mi alma a Dolabella.
Respiré pesadamente, incapaz de asimilar aquello.
Mi hermana.
Dolabella.
Su nombre giró en mi mente, retorciéndose, alzándose en mis oídos, provocándome un penetrante dolor en las sienes.
–¿Cómo pudiste? –jadeé–. ¡Te has casado conmigo amando a mi hermana! ¡Mi hermana! Eres un enfermo... –tomé una bocanada de aire, tratando de calmarme. Me eché el cabello hacia atrás para mirarle a los ojos–. ¿Por qué?
–Mira –profirió luego de un breve silencio–, si no te lo dije antes es porque creí que podría afectarte. Sé que eres sensible, sé lo que significa el matrimonio para ti. Y, a pesar de todo, intento ser un caballero.
–¿Desde cuándo la amas? Pasó antes de que nos casáramos, ¿no?
–Tienes que oírme.
Una vez más, agarró mi cara con sus manos. Las aparté.
–No me toques.
Puso sus puños a los costados de su cuerpo.
–Amo a Dolabella desde nuestro primer encuentro en Somersault. La única razón por la que fui tu pareja de baile cada noche, es porque debíamos guardar las apariencias sobre nuestra relación.
Entonces el engaño iba mucho más lejos...
–Me presenté en el Castillo Real para pedir su mano, estaba dispuesto a casarme con ella –siguió–. Pero tu padre empezó a decir que debía casarme contigo, que tú morirías pronto... Y, cuando lo hicieras, yo podría devolverle su corona. No está interesado en que ninguna de ustedes sea reina –hizo una pausa–. Por supuesto, me negué un montón de veces a esto. Hasta que él amenazó con matar a Dolabella y tuve que aceptar el trato. Micaela acababa de escaparse, yo había escuchado cómo ordenaba a sus guardias que la asesinasen al encontrarla. Sabía que era perfectamente capaz de acabar con cualquiera de sus hijas.
Mi sangre se volvió de hielo de repente.
–Tú... –entrecerré mis ojos, masajeando mis sienes adoloridas–. Tú eres el padre del hijo que Bella espera. Es por eso que ella se negaba a decírmelo, es por eso que era imposible su matrimonio...
–¿De qué estás hablando? –aferró mis brazos–. ¿Dolabella está embarazada?
–Eso... Eso fue lo que ella dijo.
–Mírame, ¿estás segura?
–¡Sí!
–Mierda –comenzó a caminar de un lado a otro–. Tengo que ir a buscarla.
–¿Irás a Etruria? –cuestioné–. Tienes que llevarme contigo, por favor. Tienes que llevarme a casa, no puedo estar otro minuto en este lugar.
Sacudió la cabeza.
–No puedes ir allá todavía. Tu padre ha caído preso, pero sus tropas están desatando el infierno para liberarlo. Es peligroso.
–¿Dónde está Bella?
–Ella está aquí –confesó en voz baja–. Se está quedando conmigo en un departamento a un par de calles.
Sentí alivio.
Estaba aquí, estaba bien.
–¿Y el resto de mis hermanas?
–Ellas... –tragó saliva–. Las tomamos como rehenes –antes de que pudiera maldecirlo en voz alta, añadió–. No tienes que preocuparte, están siendo tratadas bien. Te juro que se encuentran en perfectas condiciones.
Todo esto era demasiado para asimilar. Había detalles que seguían sin encajar.
–Aclamas amar a Dolabella –argumenté con los dientes apretados–, pero también acabas de admitir que te hago sentir confusión. ¿Qué es lo que eso significa? ¿Estás jugando con sus sentimientos?
–No, no, claro que no –repuso–. Luciana, te quiero. Eres la hermana de la mujer que amo y estos últimos días que he pasado contigo he sentido una gran necesidad de cuidarte y protegerte. Pero también eres una joven hermosa y un... –sonrió levemente–. Un excelente guerrero.
–¿No estás seguro de lo que sientes por mi hermana? Porque si es así, aléjate de ella antes de que le hagas daño. Si algún día llora por tu causa, recuerda que... –me tomé un segundo para respirar–. Recuerda que tú me entrenaste.
–Estoy seguro de que la amo. Es sólo que... cuando me besaste creí sentir...
Levanté la vista al techo.
–¡No puedes sentir nada! ¡Nada! ¡Soy su hermana!
–Y mi esposa –agregó–. Además, ¿no fuiste tú la que me besó, pese a tus sentimientos por Sebastián?
Largué un resoplido.
–No siento nada por Sebastián. Y él no es tu hermano.
Se cruzó de brazos.
–Para mí lo es, lo sabes.
–Nunca te habría besado de haber sabido que tenías una relación con mi hermana.
Lo escuché dar una exhalación larga y sonora.
–No pienses cualquier cosa –profirió–. No sería capaz de lastimar a Bella. Lo que siento por ti no es más que una profunda amistad.
Observé su mirada azul durante extensos minutos, asegurándome de que era sincero.
–Bien –puntualicé–. Porque a partir de ahora, has dejado de ser mi esposo. No me importa lo que este maldito anillo signifique.
Cuando Nico asintió, oímos que se abría la puerta de alguno de los departamentos. Precisamente, el nuestro. De su interior salieron dos mujeres semidesnudas, muy ebrias, susurrándose al oído la una otra.
–Si no sientes nada por él –susurró Nico mientras veía pasar a las jóvenes–, ¿por qué te encontré llorando?
Presioné mis ojos bajo las palmas de mis manos hasta verlo todo rojo. No podía responder a eso, no ahora. No quería saber esa respuesta.
–Sácame de aquí –murmuré con la voz rota por el nudo en mi garganta–. Llévame con Bella, por favor.
Él me envolvió con sus brazos.
–Sí, lo haré –me prometió–. ¿No debes buscar alguna cosa en el departamento?
No quería tener que entrar ahí nuevamente. Si me enfrentaba a Sebastián, iba a desplomarme.
–Mi ropa –musité.
–Te acompaño.
Cuando entramos en la estancia, parecía vacía. Vacía en absoluto.
–¿Dónde está Sebastián? –me interrogó Nicodemus, esperando que yo supiese la repuesta mientras le echaba un vistazo a la terraza.
–No... no lo sé –balbuceé antes de precipitarme hacia el cuarto de baño.
Lo encontré tumbado boca abajo delante de la puerta, inconsciente. Todo lo que llevaba encima eran unos vaqueros desgastados.
–Sebastián –me arrodillé junto a su cuerpo, poniendo una mano sobre su espalda. Mi voz temblaba.
Nico llegó a mi lado antes de que le llamara.
–Mierda –soltó–. Hermano.
Los hombros de Sebastián se agitaron levemente y supe que estaba despertando. Cogí uno de sus brazos para ayudar a Nicodemus a ponerlo de rodillas. Tan pronto como estuvo en esa posición, vomitó. Me levanté para buscar una toalla al tiempo que su amigo le transportaba hasta la cama. Sebastián se sentó en el borde de la misma mientras yo, de rodillas en la alfombra, limpiaba su boca. Alzó la cabeza para ver a Nico.
–¿Por qué trajiste a Timandra? –le gruñó con la voz ronca.
Su amigo pareció sorprendido por aquel ataque.
–La encontré llorando –se explicó–. Dijo que debía estar contigo, que la habías dejado sola. Ella es una bruja, estaba corriendo peligro en Etruria, pensé que te gustaría...
–Cabrón –escupió, iracundo. Después reparó en mí. Su mirada tenía algo desesperado y perdido, sus pupilas estaban dilatadas–. Luciana –su voz fue un susurro–. Sucedió algo. Yo... discutí con ella, con Timandra. Y me embriagué. No quería dejarte sola, pero... no podía presentarme en este estado a la cena. Luego olvidé llamarte, lo lamento.
Cuando sus dedos me rozaron la mejilla, sentí la humedad en mis ojos otra vez. Estaba furiosa y herida al mismo tiempo.
–Así que decidiste traer a dos mujeres a casa –rebatí con amargura.
Sus ojos despidieron una chispa de ira.
–Tú no puedes reclamarme por la mujeres que traigo a casa –sus dientes estaban apretados, un músculo en su mandíbula vibraba–. Nosotros no somos nada, ¿lo entiendes? Tú estás casada y también yo. No me jodas más.
–Oye, hermano –Nicodemus buscó su mirada–. ¿Cuánta droga has consumido?
El silencio taciturno invadió la habitación.
–Un montón –confesó por fin.
–¿Cuáles?
–Yo... –se pasó los dedos por el pelo–. No sé, algunos estimulantes. Anfetaminas, ecstasy, cocaína. Un montón de mierda.
–Tengo que llevarme a Luciana –suspiró Nicodemus–. Se quedará conmigo.
Sebastián resopló.
–No puedes llevártela a ninguna parte.
–No puedo dejarla contigo mientras estés drogándote y haciéndola correr peligro.
Alterado, Sebastián se puso de pie, cogiéndome por la cintura.
–Vete, no la toques.
Mi espalda estaba contra su pecho, sus manos retenían mis caderas cerca de su cuerpo. El aire que se escapaba de su boca me besaba el cuello. Mi corazón martilleaba a toda prisa dentro de mi pecho debido al pánico que me abrumaba.
–¿Sabes que Luciana pudo haber terminado perdida en algún barrio peligroso? ¿Estás consciente de que corre peligro a tu lado? ¡Podría estar muerta en este momento!
–¡No quiero hacerle daño!
–Pero lo harás, tarde o temprano. Sabes que está destinada a morir y si puedo protegerla...
Los brazos de Sebastián estrecharon con más fuerza mi cintura.
–No volveré a drogarme, lo prometo. Pero no puedes llevártela, no la alejes de mí.
–Suéltala –ordenó su amigo. Casi después de un minuto, sus brazos aflojaron el agarre, dejándome ir–. ¿Qué pasa contigo? Tú... no te habías puesto tan mal desde que... desde que eras humano.
–Sabes que... –comenzó a balbucear Sebastián mientras yo daba lentas zancadas para alejarme de él–. Soy más humano aquí, he comenzado a perder mis poderes y...
–Y las drogas hacen mejor efecto en tu cuerpo.
Sebastián asintió.
–Hay más –decía Nico–. Te pasa algo, pero nunca he logrado entenderte. No sé lo que sientes, tú no me lo dices. Sebastián, soy tu hermano...
–Vete.
–Sí, lo haré.
Nicodemus tomó mi mano en la suya.
–Luciana –me llamó Sebastián. Al verlo tan perdido sentí ganas de echarme a llorar. Sus puños cerrados temblando, sus ojos nublados por una tormentosa tristeza–. Si te prometo estar sobrio todo el tiempo, ¿te quedarías? Lo que sucedió esta tarde no volverá a pasar. No te vayas, por favor.
Tragué saliva, esperando que con eso se deshiciera el nudo en mi garganta. Yo necesitaba pensar y, para eso, no podía tenerlo cerca. Pero tampoco podía dejarle solo sabiendo que podría intoxicarse hasta caer inconsciente cada día. Yo me había prometido a mí misma sanarle. No podía huir sin cumplir mi promesa. Él necesitaba mucho ser salvado de aquello que le atormentaba.
–De acuerdo –susurré, al tiempo que veía crecer la esperanza en sus ojos.
–Luciana, no –se opuso Nico–. Quédate con tu hermana, te lo ruego. Tendré que volver pronto a Etruria y no puedo dejarte sola con él.
–Estaré bien, de verdad –solté su mano.
–¿Estás segura de lo que haces? –no lo estaba, por supuesto, pero asentí de todos modos–. Bien. Le diré a Dolabella que tenga cuidado contigo de todas formas.
Estaba siendo estúpida, lo sabía. ¿Acaso me gustaba sufrir? Mientras Nico se marchaba, el pánico se apoderaba de todo mi ser. Escuché que Sebastián suspiraba a mis espaldas.
–Iré a darme un baño.
Entretanto, me dirigí a la terraza para tomar aire fresco. Pero la soledad sólo ocasionó que, finalmente, las lágrimas se escaparan de mis ojos. Si no sientes nada por él, ¿por qué te encontré llorando?
Nicodemus tenía razón, sentía algo por Sebastián, algo fuerte. Sin embargo, no quería averiguar lo que era. Sabía que ese conocimiento terminaría debilitándome todavía más. Todo aquello que había aprendido como soldado, parecía haberse borrado de mi memoria. No me sentía fuerte o guerrera junto a Sebastián. Todo lo que sentía era fragilidad y decadencia. Miedo. Incluso los recuerdos felices me asustaban.
–¿Podrás perdonarme? –escuché su voz detrás de mí y mi espalda se puso rígida.
Un escalofrío me hizo sacudirme. Me limpié la cara con el dorso de la mano antes de girarme. Al verlo, mis rodillas flaquearon. Era tan hermoso.
La noche parecía abrazarlo, como si formara parte de ésta. Su mirada tenía el brillo de la misma luna. Se había puesto otros pantalones limpios, pero solo eso. No llevaba ninguna otra prenda encima. Su torso desnudo resplandecía como el bronce, incluso con las cicatrices grabadas en su piel. Éstas eran similares a un exótico diseño.
–Está bien, todo está bien –me esforcé para mostrarle una pequeña sonrisa.
–No lo merezco, ¿sabes? He sido una basura.
Se recostó en el suelo con la cabeza apoyada sobre sus manos. Hice lo mismo, tendiéndome a su lado.
–No eres tan malo como crees que eres –le animé–. Te conozco. Y sé que te comportas como un idiota pero... Lo mereces. Mereces una oportunidad.
Había dos estrellas adornando el firmamento. Eran diminutas, pero se esforzaban por brillar más que las luces de la ciudad.
–He roto con Timandra –soltó de pronto, cambiando de tema.
–¿Por qué esa mujer te afecta tanto? Dijiste que no la amabas.
–La detesto –refunfuñó–. Ella quiere mantenerme atado mientras tiene un montón de amantes. Pese a la repulsión que siento por Timandra, todo lo que hace me tortura. No sé lo que hace conmigo, pero logra manipularme, seducirme. Me hace desearla aún cuando todo lo que quiero es huir de sus hechizos.
Escucharlo hablar así de ella me hizo sentir un gran nudo en la boca de mi estómago. Un velo de furia y dolor empañó mi semblante.
–¿Nicodemus sale con Dolabella? –me preguntó después de un momento silencioso.
Solté una exhalación.
–Sí, lo hace.
Él se rió de forma socarrona.
–Lo que significa que está casado contigo, pero su amante es tu hermana. Y ambas están de acuerdo con eso, ¿o no? –resopló–. Siempre creí que yo era el cínico.
Me apoyé sobre mi codo para mirarle.
–Sebastián, me casé con Nicodemus porque mi padre me obligó.
Él me miró con curiosidad.
–¿No le quieres?
–Es mi amigo, nada más.
Se incorporó al tiempo que una pequeña sonrisa traviesa tiraba de las comisuras de sus labios hacia arriba. Adoraba tanto esa sonrisa que me contagié de ella.
–¿Qué? ¿Qué significa esa sonrisa? –inquirí, entrecerrando mis ojos al mirarle.
–¿Qué significa la tuya?
Me sonrojé.
–Que estoy hambrienta y me debes una cena.
Unos hermosos hoyuelos se formaron en sus mejillas cuando su sonrisa se hizo más amplia.
–Ven –me hizo una seña de acercarme con dos de sus dedos–. Podrías darme un mordisco –me guiñó un ojo, señalando su cuello.
Me mordí el labio para contener una gran carcajada.
–Nunca cambiarás –exclamé–. He decidido que te perdonaré si cocinas para mí.
Sus cejas se elevaron.
–Deberíamos pedir una pizza. De otra manera, terminarás odiándome. De verdad, no sé siquiera preparar un maldito sándwich.
–¿Qué es una pizza?
Sus ojos brillaron con astucia.
–Es mejor que la ambrosía.

–Dioses, tenías razón –acordé, masticando una rodaja de pepperoni–. Es la mejor comida salada que he probado en mi vida.
–¿Estoy perdonado ahora? –Sebastián se reclinó de la barra de la cocina mientras lamía las puntas de sus dedos manchadas con salsa roja.
De pronto, me imaginé lamiendo la salsa en sus dedos elegantes y largos. Sentí que mi mirada se ensombrecía por un oscuro deseo. Era difícil tenerlo tan cerca sin percatarse de aquella deliciosa musculatura en su torso, de los huesos hundidos en sus caderas, de la altura a la que caían sus pantalones desgastados.
Él debería usar más ropa. Estaba siendo obsceno.
–No sé. En realidad, creo que no me gusta tanto...
Sentí ganas de poner mi mano sobre ese pecho bronceado. Y lo hice, sin darme cuenta, sin pensarlo. Durante un segundo nos miramos a los ojos, hasta que los suyos bajaron entre nuestros cuerpos, siguiendo mi mano, la cual estaba muy quieta, extendida sobre uno de sus duros pectorales.
La piel bajo mi palma era caliente, suave como la seda.
Él atrapó mi mano dentro de la suya y la sostuvo un momento antes de llevársela a los labios para besar mi palma con delicadeza. Sus labios hicieron arder mi piel.
–¿No te gustó tanto? –refutó–. Y, ¿qué significaban esos gemidos que dejabas escapar a cada segundo?
El iris púrpura en sus ojos lanzaba destellos.
–Tú ganas, te perdono.
–Tienes algo de salsa aquí.
Puso su dedo índice bajo mi mentón al tiempo que su pulgar se deslizaba bajo mi labio. Un segundo después, ese dedo estaba encima de mi labio, moviéndose con sutileza de izquierda a derecha, acariciándolo hasta hacer que enrojeciera.
Esa caricia hizo que mi estómago revoloteara. Un cosquilleo feroz se instaló en mi vientre, transformándose en una vorágine de calor entre mis piernas. Aquel sencillo contacto era demasiado erótico.
–Dios, Luciana –la manera en la que pronunció mi nombre con la respiración entrecortada hizo que toda la sangre de mi cuerpo se calentara–. Si no te beso ahora, moriré.
Su corazón bajo mi mano palpitaba a un ritmo poderoso y constante. El mío dio todo un vuelco al momento en que asimilé sus palabras. De un momento a otro, Sebastián estaba inclinado, capturando mis labios con los suyos, empujando su lengua entre mis dientes. Tomando toda la cordura que quedaba en mí.
Deslicé las puntas de mis dedos sobre sus costillas, descendiendo hacia sus abdominales al tiempo que su lengua violaba mi boca, robando mi razón, mis sentidos. Sentí que mis piernas fallaban y que mi cuerpo temblaba mientras tanteaba los músculos de piedra bajo su piel. Ésta era lisa en algunas zonas y fruncida en otras debido a las cicatrices.
Cuando sus manos levantaron el dobladillo de mi blusa, rozando mi cintura desnuda, introduje mis dedos en la cinturilla de su pantalón. Un sonido gutural se escapó de mi garganta, seguido por otro más fuerte. Sus manos me alzaron para sentarme con cuidado sobre la encimera de la cocina. Tocó mi rodilla desnuda, deslizando sus dedos lentamente hacia mis muslos mientras separaba mis piernas.
–Me enloquece –gruñó en una profunda voz ronca por el deseo– que te hayas puesto esa falda.
Hundí mis uñas en sus fuertes hombros, temblando al tiempo que devoraba su boca. Mi cabeza palpitaba, mis pechos ardían, mis labios picaban.
–Te... –murmuré en un hilillo de voz quebrada–. Te necesito.
–También yo –le escuché gemir, el sonido recorriéndome todo el cuerpo–. Te deseo.
Pero él no me necesitaba de la misma manera. Sebastián quería tener mi cuerpo, nada más. Yo deseaba poder tener su corazón, su alma. Porque lo quería. O, tal vez, porque lo amaba. Había sido tan estúpida como para enamorarme y lo lamentaría el resto de mi vida. Hacía apenas una semana yo era una princesa. Una que soñaba casarse con algún artista, tener un montón de niños y ser feliz.
Sebastián no era ese artista sensible, a pesar de que sus manos tenían el tacto delicado y furioso que tendría un escritor, un pintor, o un pianista. Sus dedos se deslizaban sobre mi cuerpo al igual que lo hubieran hecho sobre las teclas blancas y negras, entonando una apasionada melodía. Quizás él no podía hacer una rima ni aunque estuviese siendo torturado para ello, pero su voz era tan seductora y sugestiva como la de un poeta o un cantante.
No obstante, sabía que este caballero de bronce y plata que había conocido una tormentosa noche en mis sueños no podría ofrecerme la felicidad que anhelaba. Cuando estaba en sus brazos, me sentía dichosa. Solamente el mirarlo a los ojos cuando sonreía, me llenaba de júbilo.
Parecía increíble, pero los momentos más felices e inolvidables de mi vida, los había pasado a su lado. El éxtasis que experimentaba en este instante, era tan placentero que asustaba. Entonces, ¿cuál era el problema?
Que los momentos más tristes de mi vida también habían sucedido por su causa, que él no estaría dispuesto a darme lo que deseaba, incluso si yo le ofreciera todo de mí. Podría darle mi cuerpo, mi amor, mi vida, pero él no iba a hacer lo mismo por mí, ¿verdad?
Nosotros no somos nada. Me había dicho.
Esas palabras aún dolían, porque desde el momento en el que lo había visto por primera vez, había significado algo para mí. Le había dado un giro a mi vida, a mis deseos, a mis sueños. A mis pesadillas.
Una de sus manos desabrochó mi sostén. Sus dedos me recorrieron la espalda antes de acariciar mis senos con sutileza, trazando círculos sobre mis pezones. Su mano completa masajeó mis pechos, causando que mi espalda se arqueara en respuesta.
No podía soportarlo más, me estaba enloqueciendo.
Mi necesidad por él crecía, arremolinándose entre mis piernas. Su aroma masculino, a canela y jabón, me hacía querer lamer todo su cuerpo como si de un caramelo se tratase. Sus labios descendieron hacia mi cuello, besándolo. La punta de su lengua me daba lamidas pasionales, sus dientes mordisqueaban mi carne.
Incapaz de soportar tanta tortura, grité.
Mis muslos estaba tensos, mis hombros se sacudían por el arrobamiento. Él se detuvo a mirar mis ojos. Los suyos parecían resplandecientes, con aquellas pupilas tan grandes como pálidas. Su respiración era interrumpida.
–Sebastián –le supliqué–. Por favor.
–Lo sé, nena –me susurró–. Pero tenemos que ir despacio. Tú eres virgen.
Yo no sabía exactamente por lo que estaba rogando, pero lo necesitaba, lo ansiaba con una urgencia famélica. Sentí sus manos acariciando mis muslos, arriba y abajo, levantando mi falda. Me acerqué a su oreja para morder los numerosos aretes de plata que la adornaban al tiempo que una de mis manos se cerraba en torno a su poderoso bíceps tatuado.
Comenzó a quitarme la camisa, pasándola por encima de mi cabeza. Yo no deseaba otra cosa que sentir aquella piel desnuda contra la mía. Terminó de arrancar mi sostén, deslizando los tirantes a través de mis brazos.
Y sus labios besaron mis senos desnudos, con su lengua como aliada. Me retorcí entre sus brazos mientras que mi cuerpo se arqueaba, juntándose al suyo, atraído por una fuerza mítica. Sus besos descendieron hasta mi abdomen, avanzando hacia mi vientre, hasta detenerse donde comenzaba mi falda. Con sus dientes, atrapó la tela de esta prenda, bajándola lentamente, revelando mis bragas.
–Ven aquí –murmuró, empujando mis caderas contra las suyas.
Enredé mis piernas alrededor de su cuerpo mientras que me levantaba en sus brazos para lanzarme en la cama. Su peso me aplastó poco a poco. El contacto con su cuerpo me estaba debilitando, su pecho sobre los míos, sus desnudos brazos alrededor de mí, esa pierna entre mis muslos que usaba para separar las mías.
En un arranque de euforia, rodé encima de su cuerpo, sentándome a horcajadas sobre su cintura al tiempo que repartía besos a lo largo de ese musculoso cuello suyo. Había soñado tanto con saborear su piel. Degusté su sabor dulce, picante. Sabía de la misma manera que olía, a locura, a las estrellas alumbrando en medio de la noche, a pecados. A hombre.
Sus manos descendieron a través de mi espalda hasta terminar sobre mis glúteos. Una risa traviesa se escapó de su boca, haciéndome vibrar internamente.
–No, nena, no harás eso –me advirtió antes de volver a situarme debajo de su cuerpo.
Comenzó a hacer bajar el cierre de mi falda para sacarla por mis piernas. Tan pronto como ésta estuvo fuera de mi cuerpo, agarró mis brazos, sosteniéndolos a mis costados.
–Quédate quieta –me dijo antes de poner un beso dulce en mi boca. Luché para enredar mis manos en su pelo o poner mi lengua en su pecho cuando me soltó. Sin embargo, volvió a retenerme. Esta vez aferrando mis muñecas, manteniéndolas a cada lado de mi cabeza–. No te muevas –su voz era un erótico susurro candente.
Me miró, débil. Delirante. Contemplaba el modo en que mi pecho subía y bajaba pesadamente, al mismo compás de mi respiración. Se puso más cerca de mí, donde su pecho casi rozaba mis senos. Hubo un contacto minúsculo que me hizo retorcerme.
La sonrisa de Sebastián estaba llena de cruel satisfacción, al igual que esa devoradora mirada nocturna. Asimismo, empezó a frotar su pecho contra mis endurecidos pezones palpitantes. Sucedió una y otra vez, a un ritmo minucioso y estudiado. Cada roce dejándome hambrienta.
Una de sus manos acarició mi cadera, deslizándose hacia mi vientre, introduciéndose en mis bragas. Solté un grito ahogado al sentir que sus dedos me inspeccionaban, me acariciaban. Tan pronto como levanté mis caderas de la cama, extasiada, él decidió retirar mis bragas, tirando de ellas hacia abajo.
Una oleada de vergüenza me recorrió la piel, haciéndome sonrojar. Me quedé inmóvil, únicamente tratando de cerrar mis piernas, pero su rodilla me obligaba a separarlas.
–¿Sucede algo? –me preguntó, sin dejar de hacer contacto visual. Para tranquilizarme, me acarició la nariz con la suya–. ¿Quieres parar? –mis ojos estaban bien abiertos. Sabía que no podía ocultar mi temor en este instante–. Siempre que tienes miedo, haces esa mirada. ¿Estás asustada de mí?
Sentí el calor enrojeciendo mi cuello.
–No, es que... –jadeé de forma interrumpida–. Ningún hombre me había visto... completamente desnuda. No así.
Y ninguno me había tocado jamás en los lugares que él lo había hecho. Ninguno conocía el sabor de mi tez, o la esencia de mi piel desvestida. Sebastián esbozó una pequeña sonrisa ladeada. Esa sonrisa que parecía ocultar secretos y prometer placeres.
–Yo te he visto desnuda –me contradijo–. Te estaba espiando cuando te bañabas en el lago –me recordó. Su seductora voz me estaba haciendo alucinar, erizaba cada parte de mi piel–. Y en sueños –me susurró al oído, provocándome sacudidas salvajes–. Una noche soñaste que estabas tumbada en la hierba de un jardín. Todo lo que te cubría eran las flores y el sol, que besaba tu hermosa piel –besó mi mejilla con suavidad, después la cicatriz de mi mandíbula y por último regresó a mi cuello–. Estaba tan celoso.
Celoso del sol, pensé.
Estaba celoso.
Esa palabra indujo una ráfaga de emoción en mí.
Entre mis muslos, sentí la aspereza de sus jeans contra mi suavidad. Así fue como decidí que debía desnudarlo de la misma forma en la que él lo había hecho conmigo. Estiré mi brazo para desabrochar el botón de sus pantalones. Pero su mano capturó la mía.
–No –me avisó, levantando sus cejas.
–Pero...
–Con calma, pitonisa.
Bajó a través de mi cuerpo para dejar un reguero de besos sobre cada pedazo prohibido de mi piel. Besó mis senos, mis rodillas, mis piernas, la parte interna de mis muslos y...
–Oh –gemí.
Su mirada estaba quemándome mientras yo daba un espectáculo para él, derritiéndome entre sus brazos como lava, retorciéndome. Si seguía, iba a deshacerme. Iba a desmayarme. Aquello era una tortura.
–Di mi nombre, por favor –me pidió en un gruñido.
No podría soportarlo otro segundo, iba a...
Un estallido de placer furioso me golpeó con tanta fuerza que grité su nombre mientras cerraba mis puños en la sábana. Mi cuerpo trémulo se deshizo en sacudidas, oleadas de pura euforia. Entretanto, Sebastián no paraba de acariciarme, de darme lamidas por todas partes, exprimiendo hasta la última gota de mi éxtasis. Aquello fue poderoso, delirante.
Él me sostuvo en sus brazos hasta que mi cuerpo terminó de trepidar. Estaba agotada, sudando. Apenas respirando.
Una vez más, traté de abrir sus pantalones, anhelando hacerle experimentar la misma sensación que había sometido a mi cuerpo.
–¿Estás segura? –me interrogó, deteniendo mi mano–. Porque si haces eso, no creo poder detenerme, ¿entiendes?
¿Detenerse? ¿Quién quería detenerse?
Yo quería... quería tocarlo.
Le escuché gruñir cuando deslicé mis dedos por debajo del borde de sus pantalones luego de haber abierto ese botón. Se acomodó entre mis piernas, moviendo suavemente su pelvis contra mí al mismo tiempo que dejaba suaves besos en mi boca.
–Iré despacio, ¿sí? No quiero lastimarte –me avisó en voz baja.
Mi corazón martilleaba impacientemente bajo mis costillas. Una parte de mí albergaba un pánico increíble. Mis hermanas me habían advertido una vez que hacer el amor podía ser doloroso la primera vez. Y yo sabía tan poco acerca de amar.
–¿Qué tendré que hacer? –musité.
Sebastián me miró con ternura, esbozando una sonrisa para mí.
–Tendrás que dejarte llevar –apartó algunos cabellos de mi frente con un dedo–. Y decirme siempre que no te esté gustando lo que hago.
Me incliné hacia adelante para besarlo al tiempo que mis manos empujaban su pantalón y su ropa interior hacia abajo. Él me ayudó a terminar de desvestirlo y, cuando no quedó una sola prenda sobre su cuerpo, me tomé varios minutos para admirar su desnudez.
Era precioso, tan perfecto como una estatua de bronce. Esculpido por las manos de un ángel tal vez. Tenía una figura tan esbelta y atlética como la de un dios. Cada músculo, cincelado a la perfección, se contraía con cada uno de sus lentos movimientos.
Tenía un tatuaje en su pantorrilla izquierda similar a un dragón que se enroscaba en su fuerte pierna de acero. Tenía algunas otras cicatrices que no conocía, puesto que siempre iban escondidas debajo de su ropa. Por ejemplo, había una en forma de media luna por debajo de su cadera derecha. Deslicé mis dedos por encima de la marca pálida, sintiendo la textura áspera.
Sujetando mi cintura, Sebastián comenzó a entrar en mí, despacio, al tiempo que un terrible ardor se instalaba entre mis piernas. Me mordí el labio con fuerza para evitar gritar mientras hundía mis dedos en su espalda. Cuando solté un chillido de dolor, él salió de mi cuerpo, jadeando.
–Tienes que relajarte, preciosa –me susurró en el oído antes de llevarse el lóbulo de mi oreja a su boca, mordisqueándolo. Todo mi cuerpo vibró ante eso.
Por el amor de Dios, lo necesitaba dentro.
Intentó hacerlo de nuevo, lentamente. Arqueé mi espalda, facilitándole el acceso a mis caderas.
Grité con fuerza cuando finalmente me penetró.
Maldición, dolía muchísimo. Y se sentía bien al mismo tiempo.
–¿Estás bien? –su voz fue una débil exhalación de preocupación.
Ahogué un lloriqueo.
–Sólo... no te muevas.
Besó mis labios.
–No lo haré.
Durante medio minuto, permanecimos inmóviles mientras me acostumbraba a la sensación de tenerlo dentro de mí. Fui yo la primera en moverse, meneando con suavidad mis caderas contra su cuerpo. Hasta que Sebastián adoptó su propio ritmo, arrebatándome el control.
Sus embates fueron suaves al principio, pero se hacían más profundos a cada segundo que transcurría. Nuestros cuerpos sudorosos y calientes se encontraban con cada golpe, cada embestida. El sonido de mi respiración entrecortada se mezclaba con el de sus excitantes ruidos de placer.
Escuchar sus gemidos guturales en mis oídos me llevaba al borde de la locura. La tensión estaba acumulándose de nuevo entre mis piernas, demandando urgentemente su liberación. Mordí de forma violenta sus labios, provocándolo.
Todo mi cuerpo se arqueó en su última embestida, encontrándose con el suyo en un lugar paradisíaco. Sentí su debilidad, los temblores que blandían todo su cuerpo. Y lo estreché entre mis brazos, sintiendo todo su calor. En ese instante me convertí en mujer. La mujer más feliz del mundo. Una capaz de darle consuelo y júbilo a su amante. Una capaz de sentir el cielo en los brazos de un hombre.
De lo único que no me sentía capaz, era de hablar. Sin embargo, lo intenté.
–Siempre supe que hacías magia.

31 comentarios:

Wilmeliz dijo...

Vaya tengo tanto que decir la vez pasada no pude, pero ahora si.

1. Ahora que se que Nicodemus es feliz, a su forma claro, creo que me he abierto para ver la relacion de Sebastian y Luciana y aunque en otro momento no hubiera dicho esto Creo que hacen linda pareja.
2. Jamas me imagine que Nico amara a Dolabella y que hubieran mantenido una relacion incluso cuando Luciana estaba en somersault con nico.
3. De verdad que estoy en shock. Todo este tiempo pense que nico amaba a luciana y la odie a ella por no quererlo y querer a Sebastian. Pero ahora se que su destino siempre fue con Sebastian.
4. No puedo creer que el padre de Lucy este preso, esta novela se pone mejor.
5. Haciendo comparaciones de cuales de tus novelas es mas largas, el resultado fue esta.
6. ¿Porque todavia no tienes tu libro?
7. Espero que concideres kindle. Tengo una amiga que solo compra los libros digitales. En mi opinion creo que puedes venderlo en ambas plataformas y seguir ofreciendo tu version gratuita.
8. Ya tengo el dinero para mandar a comprar El hotel nighmare.
9. ¿Es seguro que lo compre ahora o en el futuro le haras cambios a la historia?
10. Crei que publicarias los libros en orden, pero me emociona que pronto publiques Alas rotas, creo que esta historia llega al fondo.
11. Vaya Steph no dire nada respecto a las letras rojas.
12. No se que mas decir, solo que el capitulo fue muy bueno.
13. ¿Ya tienes las portadas nuevas de todas tus novelas?
14. Mucha suerte con el trabajo de edicion.

Aberla dijo...

Sabes el libro que estoy ansiosa de tenerlo en mis manos: Zukunft. Se que falta muchisimo para que esa historia salga. Porque para sacarla tendrias que haber sacado la saga tentacion completa y los primeros 3 libros de la historia de Ania.
Aun asi me emociona saber que sacaras tus libros en papel. ¿Cual fue el detonante para que te decidieras autopublicarte en amazon?

Anónimo dijo...

Vaya no se si sentirme molesta con Nico por hacerme creer que amaba a Luciana. No me cabe en la cabeza que el amara a Dolabella y que tuvieran una relacion a escondidas. La verdad ha sido un capitulo muy bueno.

Anónimo dijo...

Esta novela cada vez se pone mejor.

Anónimo dijo...

El capitulo estuvo muy bueno.
Amo las letras rojas.
Estoy ansiosa por leer mas.

terelú dijo...

Ay fue hermoso. :'}

''Siempre supe que hacías magia.''

JHSJKDFHSDJKFHSDFJGHDFJKGDF.

Me encantó, siguela pronto!

Terelú.
x.
pd: siempre supe que Nico estaba enamorado de su hermana.

DANIELA dijo...

me gustomuchooo este capitulo y me encanto que nico este con bella

Anónimo dijo...

Que capitulazo.
Nico enamorado de dolabella. Jamas me paso eso por la mentw. Y yo odiando a luciana por querer a Sebastian.

Anónimo dijo...

Muero con el capitulo.
El principio me dejo aturdida.
Pero ahora quiro a Sebastian.
¿Si subes este libro primero que los otros 4 de la saga no confundira al lector con la historia?

brenda(: dijo...

dos palabras: me mataste!
de verdad por un segundo crei qe nico diria qe me amaba a mi:P pero bueno supongo qe bella es una buena opcion tmbn:D
timandra! agghh como odio a esa tipa! sebastian nunca ha sido mi favorito pero como odio a esa bruja-.-' solo causa problemas!
espero el proximo cap con ansias! cada vez se pone mejor la novela:D
-brenda

Anónimo dijo...

Ahora encuentro a Sebastian tierno, pero sigo amando a nico.
Nunca pense que el y dolabella tuvieran una relacion. Jamas me paso por la mente.

ALEJANDRA TREJO dijo...

HOLA...!!! DE NUEVO STEPH PASO A SALUDAR Y A FELICITARTE POR ESE EMOCIONANTE CAPITULO ME ENCANTO... AUNQUE AUN DEBO PONERME MÁS AL DÍA :D ERES UNA DE MIS ESCRITORAS FAVORITAS DEL MUNDO SIEMPRE TENGO EN MENTE ¡DEBO LEER LAS HISTORIAS DE STEPH! ¡DEBO PONERME AL DÍA! JEJEJE BUENO CON ESTO DIGO HASTA PRONTO... Y SIGUE ADELANTE STEPH TU IMAGINACIÓN ES UN MUNDO MARAVILLOSO Y TUS HISTORIAS SON FANTASTICAS, MEGA GENIALES... :)

Anónimo dijo...

Apuesto a que escribir este capitulo fue emocionante para ti.

Anónimo dijo...

El capitulo me ha hecho caerme de espaldas.
Ame todo el capitulo.
Quiero leer el proximo con urgencia.

Anónimo dijo...

definitivamente ame el capitulo♥
ya kiero saber ke sige!

Anónimo dijo...

Necesito leer mas. Steph, se que jerry te tiene secuestrada. Te gusta sus castigos?? Apuesto a que si jajaja

Anónimo dijo...

Nico y bella ¿quien lo diria?
Me ha sorprendido bastante y mas
Cuando crei que nico amaba a luciana.
Esta novela si que promete un final prometedor. ya quiero leerlo.

Anónimo dijo...

Steph, ¿porque nos torturas? Sube capitulo rapido? Mira que ha terminado en una excena bastante buena.
Vale soy pervertida y que?

Anónimo dijo...

Un capitulo excelente
Para una novela excelente.
Estoy que me muero por saber que mas pasara.
Ya me tienes temblando.

Anónimo dijo...

Sebastian te quiero
Nico te amo
Jerry te extraño
Eustace Viejo loco pero hermoso
Me encanto el capitulo.
Eres genial.
Estoy segura que al momento que publiques tu libro lo comprare.

Anónimo dijo...

Creo que al momento en que pusistea una imagen de dolabella supe que algo importante ella haria.
Y mira lo que son las cosas. Dolabella robo el alma de nicodemus. (Robo significa ganar su corazon)
Creo que ellos dos hacen una linda pareja.

Anónimo dijo...

Sube
Sube
Sube
Sube
Sube
Amo cada novela que escribes. Estoy loca por leer mas y mas. Ya no aguanto.

Anónimo dijo...

Nico es tan hermoso LO AMO
Sebastian es tan SEXY
Ambos son agua y aceite y los hacen ver tan lindos.
Nico y Bella
Lucy y Seba
Creo que son complementos perfectos.
Aunque crei que Galeo y Bella quedarian juntos.

Eunicess dijo...

Aaahhh
Me desapareco por un tiempo y tu ya hace de las tuyas.
Me he cadado con la mandibula en el piso.
Nicodemus y dolabella?? No lo creo.
Creo que esta novela es genial.
De todas tus novelas la que me encantaria tener en mis manos seria Zukunft. Esa historia fue genial y fantastica.
Pero se que falta mucho.
Bueno ya quiero leer mas. Muero por saber mas.

Anónimo dijo...

No se que decir. Saber que prontose acabara lastima.
Pero estoy ansiosa por saber sobre el final.

Anónimo dijo...

Estupendo
Magnifico
Me he quedado con ganas de leer mas.
Amo esta historia.

Anónimo dijo...

Ya no aguanto Jerry suelta a steph y dejala libre.

Anónimo dijo...

Las letras rojas son mis partes favoritas.
Amo las letras rojas.

Anónimo dijo...

Nicodemus es muy caballeroso.
Hace que lo ame mas y mas
Cualquiera diria que el es el protagonista por tanto amor que recibe.
Pero sebastian no ha echo nada por robar nuestros corazones.

Berta dijo...

Excelente capitulo.
Me gusto mucho.
Noco y bella hacen linda pareja.

Anónimo dijo...

sin palabras...me dejaste sin palabras
sebastian♥ como lo amo
ya quiero saber que sigue

VISITAS

.

.