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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 19: La Chica Detrás del Espejo





Capítulo 19: La Chica Detrás del Espejo

No puedo ser yo.
Respiré de manera interrumpida mientras vislumbraba a esa chica detrás del cristal que me devolvía la mirada con sus ojos hundidos de un matiz verde pálido. Ella no tenía un solo cabello en su cabeza y su piel era tan blanca como una nube en un día soleado. En lo único en lo que coincidíamos era en la cicatriz que había en su mandíbula. Y tal vez en la forma de nuestros rasgos, si ella no tuviera esa expresión sombría.
Cuando le grité que se alejara, me lo devolvió. Cuando ladeé mi cabeza, me imitó. Cuando coloqué una mano sobre el gélido cristal del espejo, hizo lo mismo. Con lágrimas en los ojos, vociferé que me dejara en paz, que se marchara.
Advertí que la cicatriz en su cara estaba moviéndose, creciendo, alargándose hasta alcanzar cada vez un tamaño mayor. Me llevé las manos al rostro, sintiendo mi propia cicatriz estirándose sobre mi piel. En menos de un segundo, me atravesaba toda la cabeza, moviéndose sinuosamente al igual que una serpiente. Estaba marcando mi mejilla, elevándose sobre mi frente, doblándose por debajo de mis ojos, deformando mi nariz, mis labios. Había un sendero trazado desde mi oreja hasta la parte de atrás de mi cabeza calva.
Grité, desesperada.
Asimismo, las cicatrices en mi brazo, muslo y espalda comenzaron a tomar vida propia, rodeándome todo el cuerpo al igual que cadenas.

Abrí los ojos, dando un alarido de pánico mientras terminaba de retorcerme en aquella frígida cama. Abracé mis piernas, haciéndome un ovillo. Y apreté su mano.
Él se encontraba a mi lado, agarrando con fuerza mi mano al tiempo que mi cuerpo terminaba de estremecerse por un dolor emocional, que acababa por ser físico.
Lo primero que había empezado a doler era mi pecho, comprimiéndose como si hubiese algo pesado aplastándolo. Después cada cicatriz en mí, como si tuviesen vida, como si todavía sangraran. ¿Es que nunca se esfumaría el ardor?
Iracunda, alcé la mirada hacia Sebastián.
–¿Dónde estabas? –sollocé.
Sus brazos me envolvieron con ternura.
–Lo lamento. Perdóname –me besó en el cabello–. Traté de estar ahí, intenté detenerlo. Pero mis poderes están desmayando, no he podido hacer nada. Te escuchaba gritar... Maldita sea, quería sacarte de ahí.
Guardé silencio, tragándome el llanto.
–Despiértame –le rogué–. Siempre que tenga una pesadilla, despiértame.
–Pero, Luciana...
–Por favor –añadí con la voz rota.
–Lo haré –levantó mi rostro para besar con delicadeza mis labios–. Te lo prometo –su calurosa presencia me reconfortaba, aliviaba mi pecho del dolor–. ¿Qué era lo que te atormentaba? ¿Qué estabas soñando?
Me temo que la única que me atormentaba era yo.
No lo dije, pero sabía que incluso si Sebastián hubiera estado allí, probablemente no habría podido hacer nada contra mi autodestrucción.
Miré esos ojos violetas que me ponían débil.
–¿Extrañas mi cabello? –solté, parpadeando para limpiar mis ojos de las lágrimas.
Lo vi fruncir el ceño.
–¿Por qué?
–Contesta.
Me miró detenidamente mientras removía algunos cabellos que se me habían pegado a la frente por el sudor frío que me recorría el cuerpo.
–A veces –respondió con sinceridad–. Es verdad, me hubiera gustado acariciarlo cuando estabas gritando mi nombre anoche, o tenerlo extendido por todo mi pecho. Pero no tardará en crecer.
Tragué grueso.
–Ya no soy bonita, ¿verdad?
Se le escapó una risita que intentó ocultar.
–¿De qué estás hablando? –resopló–. Tú ni siquiera eres bonita –me acarició el mentón con sus nudillos–. Tú eres... –se tomó un segundo para mirarme, hallando la palabra adecuada–. Eres preciosa.
Un cosquilleo hizo vibrar mi estómago.
–Pero... estoy llena de cicatrices y tengo... ¡Tengo una en la cara! Yo...
–Hey –me cortó–. ¿Qué cosas estás diciendo? –me dedicó una sonrisa que me dejó sin aliento–. Si me preguntaras cuál es mi lado favorito de tu cara... –me examinó, haciendo girar mi rostro para mirar mi perfil–. Definitivamente sería éste –me tocó con un dedo la cicatriz–. Ésta es tu mejilla más bonita –besó la alargada marca–. Nena, ésa es la cicatriz más hermosa que he visto jamás.
–No me mientas, las cicatrices no son hermosas.
–Las tuyas lo son. Te hacen lucir más sexy que Megan Fox en 'Transformers'. Y, ¿sabes qué más? Te hacen lucir real.
Una punzada de algo extraño se alojó en la boca de mi estómago.
–¿Quién es esa Megan Fox?
Su sonrisa era maligna mientras se arrodillaba en la cama, a horcajadas sobre mí, sosteniendo mis caderas entre sus rodillas.
–Oh, es sólo una novia –contestó–. Una de tantas –besó mi hombro desnudo–. Tú eres más bonita –hizo descender su boca a través de mi brazo–. Ella no tiene esta linda cicatriz.
Besó la marca profunda sobre mi brazo, la cual había sido hecha por la espada del capitán de las cárceles de Populonia. Retrocedió hasta terminar de rodillas al borde de la cama. Juguetonamente, cogió mi tobillo, levantando mi pierna mientras yo daba patadas para zafarme de su sujeción.
Cuando viera a esa tal Megan Fox, la golpearía.
–Ella tampoco tiene este bonito pie de princesa –continuó Sebastián antes de besar de forma casta la planta de mi pie, causándome cosquillas–. Ni este delicioso tobillo –siguió, dándome una mordida delicada en el hueso de mi tobillo.
Esto ocasionó un cosquilleo totalmente distinto en mi cuerpo, uno que ascendió a través de mis muslos y terminó alojado entre mis piernas. Todo mi cuerpo estaba sonrojado. Desde los dedos de mis pies hasta mis cabellos naranjas.
Todo lo que yo llevaba puesto era una ancha camiseta de Sebastián con mangas cortas que estaba levantándose hasta revelar parte de mis glúteos. Él dejó caer mi pierna y se inclinó hacia adelante para besar la cicatriz sobre mi muslo.
–Tampoco tiene esta sensual marca –gruñó en una profunda voz seductora.
–Sebastián –protesté, retorciéndome.
–Hmmm... –gimió–. Adoro la forma en la que pronuncias mi nombre.
De pronto, se escuchó un golpeteo en la puerta.
Salté, incorporándome tan bruscamente que mi frente se estrelló con fuerza contra la de Sebastián. Los dos gritamos una queja de dolor al mismo tiempo. Él se frotó el lugar donde lo había aporreado.
–Tratas de vengarte de mí, ¿no es así? –me reclamó en tono de broma–. Eso va a dejarme un moretón inmenso.
Besé su frente adolorida antes de frotar la mía, gimoteando.
–Están llamando a la puerta, tonto.
Él comenzó a besar mi cuello, obligándome a recostarme.
–Seguramente es algún vendedor.
–¡Lucy! –la voz de mi hermana irrumpió en el departamento–. ¡Luciana, abre la puerta!
Dentro de mi pecho, mi corazón saltó a una potente velocidad. Gateé fuera de la cama, intentando de forma inútil meter mis piernas dentro de mis vaqueros.
–¡Por Dios, es mi hermana! –dije, entre susurrando y gritando.
–¡Ábreme ahora mismo!
Bien, no había tiempo para los pantalones. Alisé la camiseta, extendiéndola tanto como podía para cubrir mis desnudos muslos. Y corrí hacia la puerta.
–¡Espera, Bella!
Sebastián intentó cogerme por la cintura, pero me zafé. Él me persiguió hasta la puerta. Cuando atrapé el pomo para abrirla, empezó a besar mi nuca al mismo tiempo que sus manos levantaban el dobladillo de mi camiseta, acariciándome los muslos, los glúteos, las caderas.
–No la dejes entrar –murmuró en mi oído.
Un sonido ronco brotó fuera de mis labios. Aunque todavía estaba adolorida debido a la ferviente noche que había pasado, la idea era tan tentadora...
–¡Basta!
Aparté sus manos y abrí la puerta.
Me lancé a los brazos de mi hermana tan pronto como la vi. Fue un abrazo breve, porque ella empujó mis hombros a fin de dejar espacio entre nosotras para poder escudriñarme.
Yo hice lo mismo, estudiándola con mi mirada. Parecía demasiado distinta desde la última vez que la vi. La recordaba como esa princesa elegante. No obstante, ahora se veía más sencilla, utilizando pantalones de jean y una camiseta estrecha.
Su cabello rubio estaba trenzado, cayendo sobre su hombro. Su postura era acusadora en sí misma, con las piernas ligeramente separadas y una mano sobre la cintura. Sus ojos se estrecharon sobre mí, hasta que su mirada letal se elevó por encima de mi hombro.
–¿Qué ha estado haciéndote este cerdo? –señaló con un dedo a Sebastián, quien le guiñó un ojo–. ¡Mírate! ¡Estás irreconocible! Pareces tan frágil, delgada, lastimada, amoratada, pálida, abatida, triste, moribunda, enclenque...
–Woah –la detuve–. Lo he pillado, gracias.
–Hermana, es como si no hubieses dormido en días... Tus ojos están hinchados, con sombras horribles debajo –dio un paso adelante, intentando echarle un vistazo al departamento. O entrar. Abrí la puerta por completo, dejándola pasar–. Nico me dijo que podrías estar sufriendo, que te había visto tan mal... ¡Tenía razón!
Agarró la caja de pizza que todavía descansaba encima de la barra de la cocina y se la arrojó a Sebastián, quien apenas logró esquivarla.
–¡Hey!
–Has estado golpeándola, ¿no es así, bastardo de mierda?
Mis ojos se ensancharon.
¿En qué clase de mundo paralelo Dolabella decía palabras obscenas?
Ah, sí, ella pensaba que Sebastián me estaba lastimando físicamente. ¡Pero había dicho palabras sucias!
–Un momento, alto ahí –se defendió Sebastián–. Puedo ser cualquier clase de basura, pero jamás seré un maldito sádico de esos que disfrutan azotando a las mujeres.
Bella cogió un cuchillo de la cocina.
–Más te vale, cabrón. Porque si llegas a tocarle un solo cabello... ¡Corto tu pene!
Me pareció que un escalofrío recorría la espalda de Sebastián. Mientras ellos tenían aquella discusión, observé el vientre plano de mi hermana.
–¿Estás embarazada? –interpelé.
Ella se atragantó a mitad de una palabrota. Se quedó callada, sonrojándose por todo el cuerpo. Ahora comenzaba a parecerse a mi hermana de siempre. Lucía culpable y avergonzada.
–¿Estás embarazada? –repitió Sebastián–. ¡JA! Nico está muy jodido. ¿En dónde dejó el condón?
–Tú cállate –le ordenó a Sebastián–. Espero que estés diciendo eso porque has sido lo suficientemente inteligente como para usar protección al revolcarte con mi hermanita.
Sebastián, que tenía los brazos cruzados sobre su pecho, palideció. A pesar de eso, se las arregló para decir:
–Siempre uso condón.
¿De qué estaban hablando?
–¿Qué es un condón? –intervine.
–¡No lo has usado! –le acusó mi hermana–. No pudiste haberlo hecho sin tener la obvia sutileza de explicarle lo que era.
–Deja de meterte en mi vida sexual, niñita.
–¡Es la vida sexual de mi hermana! Probablemente te has tirado a la mitad de las mujeres de la tierra...
–Eso no es un problema. ¡Siempre uso condón!
–No te creo.
–No lo hagas, no es contigo con quien me acuesto, ¿verdad?
–Luciana, ¿qué es lo que le ves a este asqueroso patán?
–¿Podrían callarse? –espeté.
Dolabella cogió mis manos.
–¿Desayunaste, querida? ¿Has comido algo?
–Hermana, estoy bien, en serio.
Me agarró del brazo.
–Vístete, vendrás conmigo al departamento.
Me liberé de su agarre.
–No. Yo me quedo.
–Luciana, no puedes...
–Ve a casa, Bella. Voy a estar bien.
–¿Estás enfada conmigo? ¿Es por Nicodemus? ¿Le quieres? –sus dorados ojos buscaban los míos–. Es eso, ¿cierto? Seguramente me odias...
–No, no. No es eso. Yo estoy feliz por ustedes y por el bebé. Porque habrá un bebé, ¿no es verdad?
Ella se tomó un par de segundos antes de contestar.
–Sí, hay un bebé, Luciana. Serás tía, ¿sabes?
No pude evitar sonreír.
–¡Seré tía! –la atraje hacia mis brazos y besé sus mejillas, emocionada. Parecía increíble escuchar aquello. Iba a ser tía del bebé de Nicodemus. Me giré hacia Sebastián–. ¿Lo escuchaste? ¡Serás tío! ¡Seremos tíos!
Él permaneció imperturbable, serio.
Dolabella apretó mis manos.
–Lucy, ¿estás segura de que estarás bien en este lugar? –me interrogó con cautela–. Tengo miedo de que pierdas la cabeza por algún chico que no te merece –no había mirado a Sebastián, pero la punzante indirecta lo había pinchado de todas formas–. Debes pensar antes de tomar grandes decisiones. Debes ser cautelosa con el sexo, debes cuidarte. Y cuidar de tu corazón, también.
Sí, sabía que tenía que haber pensado. Que había perdido toda razón al estar con Sebastián. Pero... había sucedido. Era algo tormentoso que no podías detener tan fácilmente. Una sensación que me llenaba por dentro antes de dejarme vacía.
Bajé la cabeza, avergonzada.
–Estas cosas... sólo pasan –le recordé sus propias palabras.
–Lo sé, yo lo sé –aseveró–. Pero, ¿entiendes la responsabilidad que he asumido? Tendré un hijo con un hombre que no es mi esposo, he escapado de casa, viviré en una ciudad en la que no conozco nada ni a nadie. Tengo suerte de que Nico ha prometido estar a mi lado, pero, ¿qué pasaría si él hubiera decidido abandonarme? ¿Comprendes todo esto?
Todo lo que hice fue asentir.
Yo no podía hacer otra cosa. No podía jurarle que estaba segura de lo que hacía, porque no estaba segura de nada. No podía prometerle que Sebastián era un buen tipo, que me cuidaría. Porque era más certero que terminara haciéndome daño.
–Tengo que irme, hermana –me dio un beso fraternal en la frente–. Si no quieres estar más con este patán, puedes venir a mi casa, ¿de acuerdo?
–Claro que sí.
Abrí la puerta para dejarla marchar y le di un último abrazo. Cuando se fue, me giré para mirar a Sebastián, que se hallaba sentado al borde de la cama, pasando las manos por su pelo una y otra vez. Le mostré una pequeña sonrisa.
–Vamos a ser tíos –suspiré, dejándome caer a su lado sobre el colchón. Me recosté con las piernas colgando fuera de la cama y mi cabeza reposada en mis manos–. ¿No es lindo?
–Tú serás tía –puntualizó. Su tono fue severo, tenso, nervioso.
¿Qué le sucedía?
–Nico es tu hermano –argumenté con cautela.
–No lo es. Mi único hermano está muerto.
Aquello me desconcertó. Me incorporé.
–¿De qué estás hablando? –transcurrieron larguísimos minutos en los que no respondió. Tenía las manos presionadas sobre los ojos, los hombros caídos hacia adelante. Su respiración era superficial–. ¿Tenías un hermano?
Dejó caer sus apretados puños a sus costados.
–Sí, y lo he asesinado. ¿Podemos cambiar de tema?
Una sensación de pánico creció en mi pecho hasta palpitar en mi garganta.
–Pero, Sebastián...
Su mirada me hizo callar, un estremecimiento me recorrió la espalda. Mi corazón iba deprisa mientras observaba de cerca su agraciado rostro. Había algo triste y oscuro bordeando sus ojos, ensombreciéndolos.
–¿Estás bien?
No pude evitarlo, puse mi mano sobre su hombro. Y él saltó como si mi tacto lo estuviera quemando. Yo no lo creía capaz de matar a un miembro de su familia, pero lo había hecho. Me lo había confesado.
–Sebastián –atrapé su rostro con mis manos, pese a las protestas de su cuerpo–. ¿Estás bien?
–¿Por qué me lo preguntas? Ni siquiera te importa.
–Me importa –alegué.
Me importas más de lo que nadie me importó jamás.
Él sacudió la cabeza. Parecía creer que aquello era imposible en cualquier dimensión.
–Suéltame –atrapó mis manos, retirándolas de su cara.
Recordé la forma en la que me había hecho sentir la mujer más hermosa de la tierra cuando yo me estaba derrumbando por algunas cicatrices que me marcaban. Él me había ayudado. Tenía que devolvérselo.
Pero él no me decía una palabra acerca de sus sentimientos. Estos se encontraban aprisionados bajo una coraza que había construido con todos los retazos de un hombre roto. Sus cicatrices eran mucho más grandes que las mías, más profundas. Sabía que por dentro sufría, sangraba.
En sus ojos veía la miseria. Pero también veía la bondad. Él era un ángel.
–¿Quién ha cortado tus alas? –le pregunté, extendiendo una mano para rozar su cara con mis dedos. El contacto prácticamente era nulo, pero le ayudaría a acostumbrarse a mi calor–. ¿Quién ha acabado con tu risa, con tus sueños? –deslicé mis dedos suavemente por encima de sus labios–. ¿Quién te ha hecho sangrar?
Sebastián lucía tan estupefacto como si acabara de recibir una bofetada. Sabía que él tenía sus propias pesadillas, esas que no lo atormentaban cuando dormía, sino a cada segundo de su vida, invadiendo su cabeza, oscureciendo su alma.
Cuando se puso de pie, hice lo mismo.
–Por favor, deja que te... Deja que te ayude.
Deja que te quiera.
Levantó una camiseta del suelo y se la puso encima.
–Tengo que irme.
Comenzó a calzarse sus botas.
–¿A dónde?
–Iré por algo de comer y a la farmacia por algún anticonceptivo de emergencia. No queremos tener un accidente.
–¿Puedo acompañarte?
–No –soltó bruscamente.
–Por favor –le supliqué–. No quiero estar sola y encerrada. Nunca he estado encerrada.
Parpadeó varias veces al mirarme.
–¿Te sientes como una prisionera? Porque todavía puedes correr al departamento de tu hermana...
–¡No he querido decir eso! –lo interrumpí–. Todo lo que quiero es acompañarte.
–Bien, haz lo que quieras. Me da igual.
Suspirando, me coloqué un par de pantalones. Apenas conseguí ponerme los zapatos antes de que Sebastián saliera disparado por la puerta. Me subí en su motocicleta luego de que me pusiera el casco como solía hacerlo. Me abracé de su fuerte cintura, aspirando el aroma a jabón y hombre que exudaba su piel. Tuve el impulso de besarle la espalda, los hombros. Pero estaba tan tenso que no me atreví.
Habíamos compartido una inmensa intimidad la noche pasada, incluso al amanecer, cuando se había despertado sujetando su mano. Sin embargo, ahora parecía que nada hubiera sucedido nunca entre los dos. Había un muro separándonos de nuevo.
Nos detuvimos en una cafetería a comer bizcochos y café. Él ni siquiera me habló. En la farmacia, lo seguí en silencio. No era más que una sombra para Sebastián. Ignoraba mis preguntas, mis intentos por entablar conversación, incluso mi tacto.
Cuando aparcamos en un solitario callejón, decidió romper el silencio.
–Quédate aquí –me dijo–. No te muevas, no me sigas, no intentes ir a ninguna parte y no hables con ningún extraño.
–¿A dónde vas?
–Ya regreso.
Lo seguí con la mirada mientras se alejaba caminando. Tenía una forma de moverse que era similar a la de un depredador. Se movía con un balancear elegante de hombros, dando zancadas seguras, lentas, pero amplias. Hacía que quisieras tocarlo, que quisieras tener todo su peso encima de tu cuerpo mientras mordía tu boca, acariciaba tus piernas o te...
Mi sangre se volvió más líquida y caliente dentro de mi cuerpo.
Había un grupillo de personas esperándolo en la esquina. Tres hombres y dos mujeres. Ellos vestían de manera similar a la de Sebastián, chaquetas de cuero, botas y vaqueros. También llevaban numerosos aretes o tatuajes por todo el cuerpo.
Tan pronto como él les entregó una gran cantidad de billetes verdes, una mujer se le acercó para poner algo en el bolsillo de su pantalón. No alcancé a vislumbrar lo que era. La mujer le susurró algo al oído, pero tampoco conseguí leer el movimiento de sus labios.
Ella se alejó, sonriéndole. Sebastián le devolvió el mismo gesto coqueto. Seguidamente, uno de los hombres le tendió un arma de fuego. Mi corazón latió a toda velocidad mientras le veía guardar dentro de su chaqueta aquel artefacto de metal oscuro.
No me gustaba que tuviera un arma, no. Las imágenes de la visión que Timandra me había mostrado aparecieron detrás de mis párpados cuando cerré los ojos. Mis puños se apretaron.
Escuché un rugido y abrí los ojos. Aquellos delincuentes se habían subido a sus propias motocicletas antes de desaparecer entre los sucios callejones. Sebastián regresó con el mismo caminar tranquilo, su expresión seguía siendo impasible.
–Mis amigos me han invitado a un bar, ¿quieres venir? –me consultó mientras encendía el motor de la máquina.
–¿Por qué te han dado un arma?
Por un momento sentí que sus músculos se tensaban, luego se relajó en mis brazos.
–No puedo robar sin tener un arma –me explicó.
–¿Por qué debes robar? ¿Es ésa la única forma de conseguir dinero? –le reclamé, sin poder detenerme–. ¿No has pensado en que las personas podrían necesitar el dinero que les hurtas?
Me habló por encima de su hombro.
–¿Por qué no le dices lo mismo al ladrón de tu padre? –se quejó de forma tajante–. No nací rico como tú, princesita. A algunos no nos llueve el dinero del cielo tan pronto como venimos al mundo. Por supuesto, hay otras maneras de conseguirlo, pero ésta es la más fácil. De todas formas, no tienes derecho a decir una palabra, tú nunca has tenido que mover un dedo para llevarte comida a la boca, así que deja de joderme.
La furia me invadió al tiempo que la motocicleta aceleraba. No contesté. Desde ese momento había decidido no volver a decirle una palabra más.
El bar era un salón atestado de humo de cigarrillo en el que un montón de personas estaban reunidas jugando billar o naipes. Apostaban, bebían, bailaban. Sebastián fue asediado por un montón de personas que le saludaban por doquier. Sus amigos de antes le esperaban alrededor de una mesa mientras arrojaban dardos a un blanco colgado en una pared.
Ellos eran jóvenes, ninguno pasaba de los veintidós años. Le saludaron efusivamente, en especial las dos mujeres, que se inclinaban a cada segundo para rozar su fuerte brazo con las puntas de sus dedos o le ofrecían tragos de su bebida.
¿Sería alguna de ellas Megan Fox?
La rabia seguía tensionando todo mi cuerpo.
–¿Quién es tu amiga? –uno de los hombres se interesó por mí. Me dio una larga mirada de arriba abajo, estudiándome con una sonrisa sugerente en la cara.
Noté que aquel músculo en la mandíbula de Sebastián comenzaba a vibrar.
–Es Luciana –murmuró entre dientes.
–Es un placer –el hombre me ofreció su mano. Cuando la tomé, acarició mis nudillos antes de besarlos con suavidad–. ¿Quieres algo de tomar?
Me pareció escuchar que un gruñido se escapaba de la garganta de Sebastián. Solté la mano del sujeto. Éste era un moreno de piel pálida y ojos azules. Grande como una puerta.
Los otros dos hombres eran bajitos, uno de ellos tan delgado como un farol y el otro algo regordete. En cuanto a las mujeres, una era rubia, la otra castaña. Ambas eran similares, con pechos del tamaño de las sandías, bien exhibidos en blusas provocadoras.
–La verdad es que tengo sed –admití.
–Voy por algo para ti, princesa –el joven moreno me guiñó un ojo.
–¿Qué has estado haciendo? Hace tiempo que no vienes por aquí –la mujer rubia empezó a conversar con Sebastián–. Podrías pasar un rato por mi casa esta noche, ¿no? Para recordar las cosas que solíamos hacer.
Los dos se lanzaron una sonrisa cargada de insinuaciones.
–Creo que sí –respondió Sebastián mientras se servía alguna bebida de una botella que había en medio de la mesa–. Aunque, también podemos recordar un poco de eso ahora mismo.
Se llevó el vaso a la boca, bebiéndose el contenido de un solo trago. De inmediato, agarró a la mujer por la cintura, empujándola contra su cuerpo. La furia me hizo mirar puntos rojos por todas partes. Hacía tan solo unas horas, la cintura que Sebastián sostenía era la mía, además de otras partes de mi cuerpo.
Quería que ella lo supiera, por supuesto. Y quería tirar de su horrible cabello largo para arrastrarla por todo el suelo.
–¿Quieres que te sirva otro trago? –le sugirió ella.
–Por favor –le respondió él de forma coqueta.
Cuando ella se inclinó sobre la mesa para coger la botella, Sebastián le echó un vistazo a su enorme trasero cubierto por una diminuta falda de cuero. Si no paraba, iba a desmembrarlos a los dos.
–Dijiste que no te pondrías ebrio –protesté, rompiendo con mi promesa interna de no hablarle.
Él me miró divertido, alzando las manos.
–No estoy ebrio.
–Me lo prometiste –le recordé, prensando los dientes al hablar.
–No me pondré ebrio, de verdad –pasó un brazo por encima de mis hombros–. ¿Quieres jugar una partida de billar?
Tiró de mi brazo, llevándome hacia una mesa de juegos vacía. Me entregó un taco antes de coger el suyo y reclinarse contra la pared sobre uno de sus hombros con los pies cruzados sobre sus tobillos. Me sentí desnuda ante aquella penetrante mirada que recorría todo mi cuerpo. Un escalofrío me atravesó.
–¿Sabes jugar?
Para dar inicio a la partida, retiré la pieza triangular que mantenía unidas a las bolas. De un solo golpe había logrado introducir cuatro bolas en los agujeros. Sonreí con orgullo.
–¿Acabas de desafiarme? –me preguntó, cruzándose de brazos.
Me encogí de hombros.
–Tómalo como quieras.
Sonrió con malicia.
–Oh sí, eso es un desafío.
Sebastián se paró cerca de la mesa, examinando la posición de las bolas mientras se frotaba la barbilla. Se inclinó para golpear la bola blanca con el taco y alcanzó a insertar cinco números en las troneras. Mi barbilla casi cae al suelo.
–El primero en introducir ocho bolas, gana –anunció.
Alcé una ceja.
–Y, ¿qué gana?
–Eso depende –le puso tiza a la punta de su taco–. ¿Qué quieres?
–¿Qué quieres tú?
Ni siquiera se lo pensó.
–Quiero un beso. Tú me darás un beso.
Mis mejillas se calentaron, ruborizadas.
Pensaba ganar este juego de todos modos.
–Si yo gano, me darás respuestas. Todas las que quiera.
Lentamente, su sonrisa desapareció. Sabía a lo que me refería. Sus ojos seguían siendo estrechas aberturas.
–Hecho –me ofreció una mano.
Cuando lo toqué, una potente oleada de energía me hizo temblar internamente. La amiga rubia de Sebastián se acercó a la mesa para entregarle una bebida. Al mismo tiempo, el enorme muchacho moreno regresó con una copa para mí. El contenido era un néctar de color rosa pálido.
–Gracias –dijimos Sebastián y yo al mismo tiempo, sin dejar de mirarnos.
Inmediatamente, planeé una estrategia de juego mientras tragaba un sorbo de mi néctar dulce. Conseguí introducir de un tiro dos bolas en las troneras. Si en el próximo turno alcanzaba a meter otras dos, ganaría.
No obstante, no fue posible. De un solo golpe, Sebastián consiguió insertar las cuatro bolas restantes. Mis labios se separaron de la impresión.
–Eso no es posible –me quejé, incrédula.
–Por supuesto que lo es. Te di una paliza, pitonisa –me dedicó una sonrisa triunfante mientras yo me enfurruñaba–. Escucha, tal vez no te esperabas que fuese tan bueno. Fue un poco injusto. Voy a darte otra oportunidad –comenzó a reorganizar las bolas en su posición inicial–. Vamos a fingir que el juego no ha terminado. El que logre insertar quince primero, gana. Llevo nueve puntos, tú seis.
Me bebí de un trago el contenido de mi copa, entrando en calor. Esta vez no sería tan ingenua como para dejar que me venciera.
Dos turnos más tarde, me había derrotado de nuevo. Arrojé una bola al suelo, furibunda.
–Vamos, no te pongas así. ¿No puedes aceptar perder? –me decía Sebastián–. Para que no digas que soy malo, sigamos jugando. Será hasta llegar a treinta.
Acepté, solamente porque quería demostrarle que podía ganarle. Llamé a una camarera para pedirle otra copa y Sebastián hizo lo mismo, salvo que él le guiñó coquetamente un ojo a la mujer.
Minutos más tarde, mi cuerpo estaba tenso mientras apuntaba con el taco hacia la bola blanca. Me enderecé mientras que Sebastián cogía dos vasos de ron de una bandeja que nos había servido la camarera. Me entregó uno.
–Si haces eso, lograrás introducir dos bolas –me advirtió después de que tragué el sorbo de ron. No me gustaba especialmente esta bebida, pero relajaba la tensión de mis músculos.
–Sé lo que hago –gruñí–. Voy a insertar tres.
Lo escuché reír y disparé la bola blanca contra las otras tres. Se suponía que la primera golpearía a la bola número cinco, después ésta aporrearía a las otras dos y conseguiría insertarlas todas. No obstante, la bola número nueve no alcanzó la suficiente velocidad y se detuvo cerca de la entrada del agujero.
Apreté los dientes con frustración antes de beber un gran trago de ron. Sentí el alcohol enfriando mis venas, metiéndose en mis sienes.
–Te lo dije –me recordó Sebastián, disparando cuatro bolas directo a las troneras.
–¿Qué es lo que haces? –protesté, airada–. Utilizas magia, ¿no es así?
Soltó una carcajada burlona.
–No hago magia, Luciana –me crucé de brazos, sin ganas de continuar. Él se aproximó para empujar mi barbilla hacia arriba con sus dedos–. Te ves hermosa cuando te enfadas, ¿lo sabías?
Me giré hacia la mesa de billar para hacer mi jugada.
–No –comenzó a corregirme Sebastián, observándome con la cabeza ladeada–. Fallarás la bola número cuatro.
Se inclinó sobre mí, uniendo su cuerpo al mío. Su pecho contra mi espalda, su brazo rozando el mío, una de sus manos agarrando mi muñeca al tiempo que la otra se estacionaba en mi cintura, enderezándome.
–No golpees tan fuerte –me dijo al oído en voz baja.
Después de que el temblor profundo de mi vientre se aplacara, empujé el taco contra la bola. Cinco números entraron en los agujeros, poniéndome a la delantera.
–¡Ahí lo tienes, tonto! –le saqué la lengua antes de reírme de alegría.
Con una sonrisa en la cara, Sebastián contemplaba mi boca, levantando durante efímeros instantes sus ojos hacia los míos.
–Bonita risa –me galanteó–. Pero no cantes victoria, todavía no ganas.
Terminó su vaso de ron antes de coger otro de la bandeja. En su siguiente tiro introdujo las últimas cuatro bolas y volvió a reunirlas en el centro de la mesa.
Horas más tarde, me derrotó. Luego de acabar con la partida de los treinta puntos, la habíamos extendido hasta una de cincuenta. Pero esta vez habíamos formado equipos. Los chicos conmigo y las dos mujeres con él. Aun así, perdí.
Sí, incluso con la ventaja de que nuestro equipo era más numeroso. Sebastián era capaz de insertar siete o nueve bolas en un solo tiro. Era tan bueno que parecía sospechoso. Aquella rubia le acarició la espalda, felicitándolo. Él le susurraba cosas al oído.
–¡Hiciste trampas! –lo acusé.
Me sonrió de forma perversa.
–Eso es exactamente lo que hice.
–¡No voy a besarte!
Se encogió de hombros.
–No lo hagas, hay otras chicas que quieren besarme.
Si continuaba provocándome, no iba a abofetearlo, sino a descuartizarlo como un guerrero aniquila a su enemigo. A él y a esa Megan.
Cuando Sebastián le pidió amablemente a la rubia que le sirviera un trago, ésta introdujo la punta de un dedo en su vaso para después humedecerse los labios.
–¿Por qué no bebes de mí? –le ofreció mientras se daba lamidas sugestivas en el labio superior con la punta de su lengua.
Él la besó, sin siquiera vacilar.

30 comentarios:

Wilmeliz dijo...

Sebastian es tan puto, pero comienza a caerme bien.
Dolabella es tan tierna, pero comienzo a pensae que hubiera pasado si Luciana se enamoraba de Nicodemus. Me alegro que vayan a tener un bebe.
Luciana se pone celosa sin darse cuenta que Sebastian es libre ee hacer lo que quiera. Ya no puedo creer como ha avanzado esta historia, mientras los otros dias la empezaba a subir. Creo que es super estupendo todo.
Me he mandado a comprar el libro. Cuando lo tenga te envio una foto (sin mi obvio). Lo pondre junto a mis otros libros y vera lo lindo que se vera.
Me siento tan feliz por ti.
Jerry es obvio que eres el mas guapo.

KELLY_JONAS dijo...

OMG! Steph es tan increíblemente sorprendente lo que ha llegado a suceder cada capitulo me atrapa y cada vez me enamoro de sebastian aunque a veces hasta yo me pongo celosa de las cosas que hace los chicos malos atraen, enamoran y enloquecen y eso es precisamente lo que ha hecho sebastian así como muchos otros personajes de tus novelas luci es muy valiente en todos los sentidos no se si seria capaz de soportar esas cosas tan decididamente, sube pronto y espero que no la pases tan mal en manos de jerry ¿Qué es lo que más extrañas de tu libertad? jaja si no te trata como se debe envío a joseph a tu rescate. Espero que te llegue este comentario y jerry no lo omita o lo edite a su conveniencia Por otro lado jerry tu eres el mas sexy, ardiente e irresistible ;)así que no te molestes la encuesta dirá la verdad sin presiones haha. xoxo

Terelú dijo...

Odio que Sebastián este tan quebrado como para hacerle daño a la persona que ama. PORQUE ÉL AMA A LUCIANA Y NO LE IMPORTA NADA.

Este capítulo me ha dado una cólera inmensa. [Además fue muy corto :(]

Bueno ya quiero leer el siguiente.
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JERRYYYYYYYYYYYYYYYYY.
My sexy lover! Secuestraste a Steph por qué no me secuestras a mi también (?)
Ñé, tu eres el más sexy, quién podría dudar de eso.
Bueno espero que Steph logre salir y haga sus capitulos más largos... e.e

Un beso Jerry, hoy soñaré contigo. 1313

Saludos Steph!!

atte: Terelú

Anónimo dijo...

Nah, no creo que este capítulo fuera corto. Me pareció perfecto. Creo que no importa la longitud del capítulo siempre y cuando el capítulo tenga lo necesario. Además tus capítulos siempre son largos y creo que ya era ora de que comensaras hacerlos más cortos.
Sebastián es tan aksjaksjajsk uno no sabe que hacer con el. No quiero herirlo pero, Sebastián eres un puto. ¿Cuándo comensaras a ser más... lindo. Porque bueno no eres.
Me parece tan inocente la relación de Dolabella y Nicodemus, pero creo que me hubiera gustado más que Nico se quedará con Luciana.

Anónimo dijo...

no me gusto este cap , luciade deberia hacetsedel rogar para que sabastian aprenda

DANIELA dijo...

me gusto este cap , que tierna es bella me encanta como defiende a su hermana

brenda(: dijo...

fue mi imaginacion o el cap fue corto? tal vez fue solo que lo lei rapido de la emocion:P
sebastian es un idiota con i mayuscula! como se le puede ocurrir hacerle eso a luciana?!
ese chico va a tener serios problemas! de verdad espero que luciana lo patee donde mas le duela-.-
o mejor aun qe le page con la misma moneda a ver si le gusta
muy buen capitulo de verdad que me encanto
y ella tambien1 hahah quien creeria que una princesa podria usar ese lenguaje!:P
sigela pronto! cuidate steph sabes qe tus lectores te amamos y a tus novelas:D

p.d. jerry tiene mucha razon el es muy sexy;)
-brenda

Anónimo dijo...

en estos omentos estoy envidiando mucho a esa rubia!
sigela steph

Anónimo dijo...

jeryy tu eres el mas sexy!te apuesto a qe damien y joseph hacen trampa en esas votaciones;)

Anónimo dijo...

la siges? siiiiiiiiiii?
me encanta tu novela

Anónimo dijo...

sebastian tiene razon
a muchas les gustaria besarlo
lo/ yo soy una de ellas

Anónimo dijo...

me encanto el cap!

Noelia dijo...

Pero qué coñ....???!!! A este tio se le va un poco demasiado la pinza NO??!!
Besar a otra tipa delante de ella?? Se merece una paliza! Voy a recoger firmas...

Sherl dijo...

que mierda!! yo me ausento y ya subes como quince capitulos?
okay is joke

Querido jerry bombonsito de mi vida sexosa(? hahaa
a mi no me tienes que pedir q camie mi voto por q yo desde un pricipio vote por ti por para mi eres el mas sexy de todo el planeta, galaxia, particula, universo y cualquier lugar que mire o piense.

tu eres el mas sexy y con S mayuscula y con el que quiero tener sexo furioso y caliente haahah


ya pues me largo de aqui que ya con solo pensar en ti tengo orgasmos

by: Sherl

pd: Steph cariño sube capitulo yaaah!! me avente todos en dos horas so siguelaa! te quiero












Anónimo dijo...

de essas veces qe lees un capitulo y no puedes esperar por el siguiente!

Anónimo dijo...

sigela pronto steph de verdad qe tus novelas son geniales;)

Anónimo dijo...

jeryy tu eres el mas sexy! no necesitas ninguna encuesta para saberlo
ame el cap

Anónimo dijo...

sigela pronto me encanto el capitulo

zari dijo...

sebastian es un puto! porque aun asi lo amo?
los chicos malos son los mas atractivos siempre! que no daria yo por ser esa rubia
espero que luciana le haga darse cuenta que se esta portando como un idiota
aunque supongo que ella no se puede meter en eso
el es un hombre casado!:$

zari dijo...

p.d. jerry solo tienes mi voto porque sebastian no esta en la encuesta

Anónimo dijo...

ha estado buenisimo el cap
siguela pronto vale?

Anónimo dijo...

Continúa Steph, bueno jerry acaba y sube capítulo

Anónimo dijo...

Estuvo genial. Como siempre me encanto.
El capítulo estuvo perfecto.
No importa si esta largo o corto. Ojalá todos sean como este... Fácil de leer.

Anónimo dijo...

Ya estuvo genial.
Eres magnífica
Jerry eres mega guapo Te Amo
Tu eres el más sexy de todos.

Anónimo dijo...

Ya estoy loca porque Alas rotas salga en papel. Sin duda la comprare. Espero que todas tus fans te apoyen comprando tus libros.
Ya mande a busca el mío.
También te recomiendo que lo subas a kindle. No es necesario que quites tu versión gratuita. Pero a veces las personas prefieren comprar digitalmente.
Te deseo lo mejor del mundo.

Anónimo dijo...

Espero poder leer Zukunft pronto en papel. Esa novela me marco por su mensaje. Siempre me hizo estar atenta. De verdad. Sin duda es el mejor libro de tus dos sagas.
Sigue así.

Anónimo dijo...

Me encanto el capítulo.
Alas rotas es una de tus mejores historias.
Ya quiero leer más.
Sebastián es tan aksjaksjajsk me dan ganas de matarlo.

Anónimo dijo...

Ya quiero seguir leyendo .
Amo a Nicodemus.
Es lo mejor.
Sebastián te odio

Anónimo dijo...

Sebastián es tan idiota.
Lo odio.

Anónimo dijo...

El capítulo me encanto.
De verdad que cada vez se pone mejor.
Amo a Nico y a Sebastián.

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