Capítulo
20: Un Misterio
La fulminante
ira que sentía en mi interior se transformó rápidamente en un fuego doloroso.
Había un nudo en mi estómago, que ascendió velozmente hacia mi pecho y se atoró
en mi garganta. No llores, Luciana,
me dije.
No sería tan estúpida
como para demostrarle a Sebastián que estaba destrozada. Hacía horas atrás, su
cuerpo estaba pegado al mío, su boca se movía contra la mía con aquella misma
furia con la que besaba a esa mujer. ¿Cómo era capaz de hacer algo así?
Yo había
creído que...
Había sido
tonta e ingenua.
La cabeza me
daba vueltas y era difícil enfocar cualquier cosa. Aunque tal vez no era
solamente por la rabia. Mis puños estaban tan apretados que mis nudillos habían
perdido todo rastro de color. Sin estar segura de lo que hacía, tiré del brazo
de Sebastián para arrastrarlo lejos de sus amigos, rompiendo el libidinoso beso
que compartía con esa chica.
–¿Qué estás
haciendo? –protestó.
–Te detesto
–le ultrajé–. Te odio.
Él me miró con
su ceño fruncido, parpadeando numerosas veces.
–¿Qué te hice?
–¡No puedes
besar a todas las mujeres que se te atraviesen! ¡No puedes!
–¿Por qué no?
Tú no eres mi novia, puedo hacer lo que me plazca.
Tenía razón.
Él no era mío, ni yo era suya. Podía hacer lo que quisiera, besar a quien
quisiera, dormir con quien quisiera. ¡No me importaba!
–Sí, también
haré lo que me plazca –le informé.
Se encogió de
hombros.
–Bien, no me
importa.
Me di la
vuelta para caminar hacia la barra y, con ayuda de un individuo, me subí encima
para danzar sensualmente, animada por una multitud de hombres que elogiaban mis
pasos con ovaciones entusiastas.
–¡Baja
inmediatamente de ahí! –me ordenó Sebastián desde el suelo, su voz estaba
amortiguada por la música. Continué bailando sin prestarle atención–. ¡Luciana,
te haré bajar!
En respuesta a
sus quejas, fue abucheado. Un sujeto me acarició la pierna, deslizando su mano
desde mi pantorrilla hasta mi rodilla.
–¿Qué haces,
cerdo de mierda? –le gritó Sebastián al hombre antes de coger su brazo para
torcérselo tras su espalda–. Si vuelves a tocarla, te arrancaré los dientes de
uno en uno.
Me puse de
rodillas sobre la mesa para estar más cerca de su rostro.
–Déjame en
paz, Von Däniken, no eres mi novio –murmuré mientras le acariciaba el puente de
la nariz con un dedo.
Iracundo, me
agarró de la cintura y me subió sobre su hombro. Protesté, estaba segura de
eso, pero las palabras fueron murmullos incomprensibles. Todos los hombres del
lugar se quejaron en voz alta, clamando improperios. Traté de sacudirme en sus
brazos, mas no lo logré.
Tan pronto
como me dejó de pie en el suelo, la habitación comenzó a girar a toda
velocidad. Trastabillé hacia atrás y Sebastián me agarró de la cintura,
evitando que cayera. Me recosté contra su pecho, cerrando los ojos.
–Creo que voy
a morir –susurré.
–Vamos a casa.
–Pero quiero
bailar. ¡Quiero bailar con tu amigo!
Me sacudí en
sus brazos.
–No bailarás
con nadie, ¿me oyes? Tú eres mía. Mía.
Me reí
mordazmente.
–¿Tuya? –repetí
incrédula–. Eso significa que nadie puede tocarme, pero que tú puedes echarte a
todas las mujeres que quieras, ¿verdad?
Me miró ceñudo
durante largos segundos.
–Exactamente,
eso es lo que significa.
Volví a reír
con una socarrona carcajada.
Emprendí mi
camino hacia el amigo de Sebastián, aquel grande y fuerte. Le puse una mano en
la espalda para llamarlo. Cuando se volvió hacia mí, enredé mis brazos
alrededor de su cuello y me moví contra su cuerpo, danzando lentamente. De
inmediato, lo sentí cogerme de la cintura, correspondiendo a mi baile.
La mirada de
Sebastián perforaba mi espalda, sentí el fuego de sus ojos en mi cuerpo,
chamuscándome. Al girar en la pista, le eché un vistazo por el rabillo del ojo.
Se había sentado cerca de la barra junto a tres mujeres coquetas mientras
fumaba un cigarrillo. Aquella maldita mirada ardiente no dejaba de seguir todos
mis movimientos.
El grandullón
me apretó con más fuerza contra su cuerpo antes de presionar sus labios sobre
mi clavícula. Salté por el repentino beso que ascendía hacia mi cuello y empujé
sus hombros.
–¿Qué estás
haciendo? –sus macizos músculos me estrujaron–. Suéltame.
–Vamos,
preciosa –rugió en mi oído–. Has estado tratando de seducirme desde que
llegaste, no me digas que no quieres que te toque.
–No, no
quiero.
Cuando su mano
apretó mi trasero, levanté la rodilla para patear su entrepierna. No obstante,
el tipo logró esquivar mi golpe.
–No te hagas
la dura, nena. Sé lo que quieres.
Traté de mover
mi pierna entre las suyas para derribarlo, pero, antes de que pudiera hacer
ningún movimiento, lo vi caer al suelo. Despidió palabrotas mientras Sebastián
le apisonaba la garganta con el pie. Este último se inclinó sobre el primero
para tirar de su cabello corto.
–¿No has
escuchado que ha dicho que no?
De forma
expedita, el hombre consiguió liberarse de Sebastián, poniéndose de pie.
Temblé.
Demonios, iba
a aplastarlo.
La música redoblaba
fuerte en mis oídos, una vena palpitaba bajo mi sien, provocándome dolor.
Sebastián me puso detrás de su cuerpo y yo tiré de su chaqueta.
–Vámonos –le
rogué.
–¿Es tu novia?
–preguntó el grandullón, señalándome con la barbilla–. Porque parece que no
sabes cómo complacerla. Ha corrido a mis brazos, amigo.
Las manos de
Sebastián se hicieron puños al tiempo que su espalda se ponía rígida, tal como
si hubiera una cuerda tirando de sus huesos para enderezarlos. Aquel músculo en
su mandíbula pareció reventar.
–¿Y qué me
dices de tu novia? –contraatacó–. A diferencia de otros, no tuve que forzarla
para que se desnudara en mi jacuzzi, créeme.
La mirada del
enorme hombre tomó un borde filoso de verdadero odio. Tragué saliva mientras mi
sangre se volvía hielo. Podía sentir el peligro crepitando en el aire. Algo iba
a suceder, algo malo.
–Sebastián,
para –le imploré.
En menos de un
segundo el tipo gigantesco había cogido a Sebastián por el cuello. Sin
esfuerzo, lo levantó del suelo antes de empujarlo contra una mesa. Sus dedos se
apretaban con fuerza en torno a su garganta.
Sin siquiera
pensar, me abalancé encima de su atacante, subiendo sobre su ancha espalda. Envolviendo
un brazo alrededor de su cuello, presioné su arteria carótida. Nicodemus me
había enseñado ese truco.
En poco
tiempo, el cuerpo del hombre se había relajado en mis brazos. Era tan pesado
que no pude evitar que cayera encima de Sebastián y le aplastara con su peso.
De una patada, empujé su cuerpo. Debajo, Sebastián se encontraba inconsciente.
Me derrumbé a
su lado.
–¿Sebastián?
–mi voz trepidaba–. Sebastián, despierta.
Me recosté en
su pecho, sintiendo en etéreo ritmo de su corazón. Él vivía, todavía lo hacía.
Le puse una mano en la mejilla, advirtiendo cuán indefenso parecía.
–¡Alguien
ayúdeme! –grité.
Las personas
en derredor se alejaron, inclusive huían del bar.
–Si ese tío
está muerto...
–¡No está
muerto! –me quejé.
Escuché un
gruñido a mis espaldas y me volví hacia éste. Mi cara perdió todo atisbo de
color cuando me percaté de que el grandullón no solamente había despertado,
sino que me apuntaba con una pistola.
Cerré los ojos
fuerza cuando oí el atronador sonido del arma al ser disparada. Los segundos
pasaron, el bullicio del bar en mis oídos se había transformado en un suave
retumbar lejano. Todo lo que escuchaba era el tamborileo de mi corazón
desenfrenado en mi pecho. Más tarde, el rumor de unas sirenas.
–Luciana, abre
los ojos, mírame –me susurró en el oído la voz de Sebastián. Su aliento era
frío contra mi piel. Le obedecí–. ¡Corre, corre!
Se levantó,
cogiéndome de la cintura. El hombre enorme estaba lamentándose en el suelo, con
una herida abierta en el muslo. Supe en ese instante que Sebastián había
disparado primero. El bar se iluminó entre destellos rojos y azules que
traspasaban las ventanas, filtrándose desde las calles. Sebastián sujetaba mi
mano, tirando de mí para que le siguiera.
–¡Pitonisa,
nos atrapará la policía, corre!
Una marea de
gente escapaba por las ventanas y puertas, ambos nos mezclamos entre ellos para
salir del establecimiento. Las luces de colores provenían de algunos vehículos
blancos, los cuales se habían aparcado alrededor del bar, cerrando el paso.
Unos hombres
vestidos de azul gritaban a las personas que no perdieran la calma, que
permanecieran dentro. Entretanto, Sebastián me hizo subir a su motocicleta,
delante de él.
Mis nervios
estaban fuera de control mientras escuchaba que otras motocicletas nos seguían,
mientras oía los estruendos de las balas o sentía la velocidad alarmante en la
que rodábamos sobre el asfalto.
De pronto me
di cuenta de que llovía y de que había anochecido. Las gotas de agua cortaban
mi piel como agujas, mi cuerpo no paraba de temblar. Hasta que finalmente sentí
el silencio, la calma. La motocicleta redujo su velocidad hasta quedarse
quieta.
–Luciana
–murmuraba Sebastián, sosteniendo mi rostro en sus manos–. ¿Estás bien? Dime
algo.
Le miré a
través de mis pestañas húmedas al tiempo que mi cuerpo daba fuertes sacudidas.
Él estaba ahí, frente a mí. Sin un solo rasguño. Pero en mi cabeza se reproducía
constantemente el ruido de las armas de fuego al ser disparadas. En mi mente
aparecía aquella visión en la que Sebastián apretaba el gatillo mientras
apuntaba a su cabeza. En mi mente recordaba su sangre salpicando fuera de su cráneo.
Nunca antes
había sentido un miedo tan profundo, tan angustioso.
–Pitonisa,
háblame. O moriré, juro que lo haré –me dijo. Había verdadero miedo en su voz,
sufrimiento.
Sin poder
evitarlo, me eché a reír, al mismo tiempo que lloraba. Abracé su cintura,
advirtiendo el modo en que su vivo cuerpo entraba en calor, relajándose. Los
dos estábamos empapados. Levanté mi rostro, encontrándome con el par de ojos
que debilitaban mi existencia.
Incluso a
través de las lágrimas, Sebastián era hermoso. Su cabello estaba adherido a su
cara mientras que las gélidas gotas de lluvia se deslizaban por sus mejillas o
se detenían en sus largas pestañas. Sus cejas gruesas eran oscuras, haciendo un
contraste extraño con el color de sus ojos. Su piel pálida comenzaba a
recuperar el color bronce dorado que le caracterizaba.
En ese
instante supe con certeza que lo amaba.
Fui consciente
de que si lo perdía, iba a morirme. De que no podría vivir sin él ni un solo
segundo. Quise confesarle mi amor, pero tenía miedo de su reacción. Tenía miedo
de que no sintiese lo mismo, de que se burlara de mí.
Entonces me
besó, suavemente, lentamente. Sabía a cerveza y a pasión. La sensación de su
cuerpo contra el mío era magnífica, el movimiento dulce de su lengua en mi boca
me hizo arquearme. Le acaricié el cuello con una mano antes de hundirla en su
húmedo cabello. Tuve una desesperada necesidad de pedirle que no me dejara, que
jamás me abandonara.
Poco a poco,
mi hambre por él se incrementó, al igual que mi necesidad. El beso se tornaba
más frenético e impetuoso a cada segundo, nuestras lenguas luchaban por el
control, empujándose, saliendo y entrando de nuestras bocas.
Hice descender
mis manos por encima de sus hombros, las deslicé sobre sus duros bíceps y las
introduje dentro de su chaqueta de cuero, acariciando con las puntas de mis
dedos sus macizos abdominales. Gemí en su boca, dominada por un vehemente fuego
que surgía desde mi interior.
–Te necesito
–dijo Sebastián en un jadeo–. Si algo te sucede... –un sonido gutural brotó de
su garganta, interrumpiéndolo, haciéndome estremecer–. Nunca me lo perdonaría,
nunca.
Salté de la
motocicleta hacia el suelo, empujándolo hacia una verja metálica, aferrándome a
su cuerpo. Introduje mis manos por debajo de su camiseta, arrastrando mis dedos
sobre su piel desnuda, sintiendo cada uno de sus músculos bajo mis manos.
Se movió para
cambiar de posición, dejándome encerrada entre su cuerpo y la verja, a la cual
se enganchaban sus dedos por encima de mi cabeza. Sus caderas se juntaron a las
mías, su pecho aplastaba mis senos y su rodilla se metió entre mis muslos,
separándolos.
Mientras
tanto, su lengua se empujaba entre mis dientes y me acariciaba el paladar.
Sentí que enloquecería cuando sus manos levantaron en dobladillo de mi blusa,
acariciando mi cintura desnuda. Mis manos indagaban sobre la majestuosidad de
su espalda, recorriendo sus omóplatos, deslizándose por encima de la sedosa
piel que cubría su musculatura de piedra.
Otro gemido se
escapó de mi boca. Iba a volverme loca. Su aroma me estaba haciendo delirar,
sus tacto me causaba alucinaciones, el lento movimiento de su cuerpo contra el
mío me provocaba espasmos.
–¿Qué...
estamos haciendo? –me interrogó Sebastián en voz baja mientras trataba de
recuperar el aliento–. Tú... tú tienes –metí mi lengua en su boca y él chupó–.
Tienes que alejarte de mí. Porque yo... yo no podré.
–No
–lloriqueé–. Yo no quiero estar lejos de ti, no quiero.
Dejó de
besarme antes de sujetar mis brazos, aprisionándome contra la verja de metal.
–No, no –masculló
con los ojos cerrados. Su frente estaba unida a la mía, su respiración era
interrumpida y pesada. Me pareció que hablaba más para sí mismo que para mí–.
¿Qué es lo que me haces?
Me soltó,
recostándose contra la verja, junto a mí. Despacio, se sentó en el suelo, como
si sus rodillas no pudieran seguir soportando su peso. Me senté a su lado,
apoyando mi cabeza contra su brazo, tiritando mientras las ráfagas de agua
helada me empapaban.
Sebastián sacó
un cigarrillo de su bolsillo y lo encendió. Era increíble que pudiera haberlo
hecho, considerando la potente brisa húmeda que abarrotaba el ambiente. Cuando
comenzó a fumar, el humo que salía de su boca calentó mis mejillas. El aroma
era embriagador, a hierbas y alcohol.
–Debemos
hablar –murmuró antes de exhalar otra oleada de humo.
Yo estaba de
acuerdo. Pero me aterraba saber el rumbo que podría tomar esa conversación. Me
dolía todo el cuerpo y tenía la sensación de que no era debido a alguna causa
física. Era debido a él. Lo amaba tanto que dolía.
Los siguientes
minutos transcurrieron en silencio. Nadie volvió a decir una palabra mientras
que el frío se metía en mis huesos, haciéndome tiritar. O mientras su delirante
presencia me causaba tanto estupor que me adormecía al igual que una droga. Cuando
su cigarrillo se consumió, lo arrojó en una zanja y me rodeó con su brazo para
calmar los temblores que me sacudían.
–Vamos a casa
–propuso.
Me quité las
botas, dejándolas tiradas a mitad de la alfombra.
–Cámbiate de
ropa, no quiero que te enfermes –me decía Sebastián mientras atravesaba la
puerta del departamento.
Se quitó la
chaqueta de cuero, la cual había adquirido más peso debido al agua. Mis
sentidos se paralizaron cuando advertí que su delgada camiseta blanca se pegaba
a su pecho, abdomen y hombros debido a la humedad. La tela se había tornado un
poco tranparente, exponiendo la deliciosa vista de su esculpido torso.
Estiré un
brazo, planeando cerrar distancias para tocarlo. O tal vez arrancarle la ropa
por mi propia cuenta. Desesperanzada, dejé caer mis manos a los costados de mi
cuerpo. No obstante, sabía que él había notado ese vórtice famélico que había
franqueado mi mirada.
Antes de que
pudiera continuar devorándolo con mis ojos, se metió en el cuarto de baño.
Cuando salió, yo estaba metiendo los brazos en los agujeros de una camiseta
suya, con la cual planeaba dormir. Nada más llevaba debajo mis bragas, por lo
que me apresuré en vestirme, a fin de cubrir mi cuerpo rápidamente.
Él solamente
vestía unos pantalones que reposaban en lo más bajo de sus caderas,
permitiéndome vislumbrar la obra de arte que era su cuerpo. Cuando sentí que mi
boca se secaba, tuve que humedecer mis labios con mi lengua. Nerviosa, cogí las
mantas de la cama y me tumbé en la terraza, arropada bajo una gruesa colcha.
Sebastián me
siguió, se sentó en el suelo, a una prudente distancia de mí, y encendió otro
cigarrillo en su boca. Todavía hacía frío y todavía continuaba tan ebria que
era difícil saber cuántas estrellas destellaban en realidad en el firmamento. Él
miraba hacia el cielo, ensimismado, como si estuviera perdido en alguna otra
galaxia. Algo extraño nublaba su mirada. Ladeó la cabeza ligeramente antes de
esbozar una sonrisa.
–Creo que ya
lo veo –dijo–. ¡He visto al conejo!
Observé la
luna sobre mi cabeza y sonreí.
–Es porque
estás ebrio.
–No, de verdad...
–se detuvo–. No estoy tan ebrio.
Mi sonrisa se
borró.
–Me prometiste
que estarías sobrio.
Sopló una nube
de humo.
–Oye, no es
justo, tú también estás ebria.
Me reí. ¿De
qué reía?
–No es verdad
–mentí.
Sebastián
apagó su cigarrillo contra el suelo antes de tumbarse a mi lado, abriéndose
espacio bajo la colcha. Su desnudo brazo casi tocaba el mío.
–¿No es
verdad? –se burló, alzando una mano frente a mi rostro–. ¿Cuántos dedos ves?
Parpadeé
varias veces y entorné mis ojos.
–¿Cinco?
El ruido de su
risa retumbó en mis oídos. Era un sonido celestial, capaz de excitarme tanto
como su tacto, capaz de embriagarme más que el alcohol.
–Borracha –me acusó
entre risitas. Me giré hacia él, reposando mi barbilla en su pecho, e intenté
tocar su nariz con un dedo, pero terminé pinchando su ojo–. ¡Ouch! –me agarró
la mano y me dio un juguetón mordisco en la punta de mi dedo–. Me debes un
beso, ¿recuerdas?
Mientras
sentía su piel desnuda bajo la mía, todo lo que quería era besarlo. Sus labios
eran perfectos, suaves, llenos, deseables. Seguían enrojecidos e hinchados,
marcados con los leves rasguños que mis dientes le habían hecho.
–Ya te he
besado –le recordé.
–No lo has
hecho –sonrió. Y yo pensé en cuánto me gustaría ver esa sonrisa por siempre–.
Yo te he besado. Eso no cuenta. Quiero que me beses... como la primera vez,
cuando te hacías pasar por el escudero de Nico.
Me eché a reír
a carcajadas.
–¿En qué
pensaste? ¿Qué es lo que creíste al ver que un hombre te besaba? Quiero decir,
tú no me golpeaste o algo...
Su cara se
ruborizó.
–Pensé que
estaba volviéndome gay. ¡Fue un alivio saber que eras tú!
Los dos compartimos
una risa auténtica mientras su aliento cálido se mezclaba con el mío.
–Tienes que
saber que no voy a besarte. ¡Tú hiciste trampas! Me debes, por el contrario,
mis respuestas.
–¿Cuáles
respuestas? –cuestionó, sosteniendo una sonrisa–. Soy yo el que se muere por
saber qué piensas a cada segundo, el que se pregunta por qué sonríes y cuándo
volverás a hacerlo, el que se pregunta por qué tienes una mirada tan sensual o por
qué, cuando te hicieron, pusieron las trece pecas más sexys del mundo sobre tus
bonitos hombros. Tú eres un misterio, mujer.
Mis labios se
separaron de asombro.
¿De verdad se
preguntaba todas esas cosas?
–¿Has contado
mis pecas?
–Oh, sí –resbaló
un dedo por encima de mi clavícula, deslizándolo hacia mis hombros y moviéndolo
hacia mi espalda por encima de la tela de la camiseta–. También hay dos pecas
cerca de tu ombligo y otra un poco más abajo, donde comienza tu vientre. Las he
besado todas, ¿sabes?
Un intenso
rubor me cubrió la cara, recorrió mi cuello y se extendió hacia abajo,
calentando todas las partes de mi cuerpo. Mi corazón se aceleró. Cada vez que
Sebastián sonreía, o hablaba, o me miraba, yo me enamoraba aún más, si es que
era posible. Lograba olvidarme de toda la oscuridad que había dentro de él, de
los besos que compartía con otras mujeres, de su temperamento volátil, de sus
palabras hirientes, de su gusto por las drogas, de su interés por robar, de sus
comportamientos violentos, de las cicatrices a las que se aferraba, de...
Todo lo que
veía era un hombre sencillo, que doblaba mi corazón y lo exprimía hasta beber
de la última gota de mi amor. Ése que disfrutaba de mi tacto, que sabía todas
mis debilidades, que conocía mi fascinación por el chocolate, que había contado
todas mis pecas, que había besado todo mi cuerpo, que me defendía de sus amigos
pervertidos, que me había mostrado la magia, que decía adorar mis cicatrices.
Que me hacía reír. Simplemente era un ángel que esperaba para que alguien
restaurara sus alas rotas.
Inevitablemente,
me acerqué a sus labios. Me sentía tentada a acariciarlos, a lamerlos con
suavidad. Con la punta de mi nariz, acaricié el puente de la suya. Él era tan
fuerte... soportaba el peso de un pasado repleto de heridas. Las pruebas
estaban en su cuerpo, marcándolo.
Cuando sus
labios se separaron, soltando un dulce aliento a licor, lo besé. Mi lengua
trazó el contorno de su labio inferior, degustándose con ese suculento sabor.
Un temblor endureció mis pechos y se alojó entre mis piernas. Tuve que gemir, fuerte.
Me pregunté si
aquello que le hacía a mi cuerpo era magia, o sencillamente esas trampas que
decía practicar. Sentí su sonrisa bajo mis labios mientras nos besábamos.
–¿Cuándo me
enseñarás a hacer trampas? –interpelé entre respiraciones cortas.
Su sonrisa se
transformó en una cadenciosa risa sensual y sus manos atraparon mi rostro,
retirando los cabellos que me cubrían los ojos.
–Un día,
pitonisa, harás muy feliz a algún afortunado bastardo.
Por alguna
razón, aquella frase me hirió. Traté de olvidar el dolor en mi pecho y volví a
recostarme en el suelo, con mi cabeza sobre sus bíceps.
–Yo... –no
estaba segura de qué decir–. Siempre he soñado con tener un verdadero esposo
que me dé muchos niños. No sería una mujer completa sin hijos. Quiero doce, al
igual que mis padres.
Sebastián
levantó una ceja pícara.
–¡Joder,
¿doce?! –se rió–. Sí, él será un maldito suertudo por tenerte. Es decir, ¡sexo
todos los días!
Mi estómago
dolió por tanto reír.
–¡Tendré seis
príncipes y seis princesas!
Su risa se
apagó paulatinamente.
–Yo no tendré
hijos –expresó con severidad luego de un momento de silencio.
–¿Por qué?
Transcurrió un
lento minuto sin que me respondiera.
–¿Qué dirán de
mí? "Mi padre es un puto ladrón que se la pasa todo el día borracho".
Yo... no quiero convertirme en mi padre.
Mi corazón se
encogió por su confesión.
–¿Él te hacía
daño?
Sus ojos se
cerraron con fuerza. Asintió.
–A mí, a mi
hermano mayor y a mi madre. ¿Sabes? Probablemente creas que tu padre es cruel,
pero al menos él te dio la oportunidad de crecer entre tus hermanas, entre
sueños y juegos. Yo jamás fui un niño, nunca soñé con el futuro, nunca soñé
nada en absoluto. Crecí entre botellas de cervezas, colillas de cigarro y humo
de marihuana. Y, todo lo que hacía cada día de mi vida, era sobrevivir.
Aquello me
atravesó como una espada, perforándome.
–¿Tu madre
permitía que te lastimara?
Suspiró.
–Ella era
igual a él. Era adicta a la heroína y alcohólica. Y también me golpeaba, con
cualquier cosa que hallara. Algunas veces, cuando yo lloraba de hambre o de
dolor, se salía de control. Entonces me ataba y me encerraba en un diminuto
baúl en el que apenas podía respirar. Solía pasar días ahí dentro, sin ver
siquiera un atisbo de luz, hasta que convulsionaba por desnutrición o
deshidratación –hizo una pausa–. Tantas veces estuve a punto de morir... me
acostumbré a la oscuridad, me acostumbré al dolor. Cuando mi madre tenía cortos
períodos de lucidez, recordaba que me había encerrado y venía a buscarme. Otras
veces fui rescatado por mi hermano.
Luego de
algunos segundos silenciosos, continuó.
–Podrá
parecerte muy loco lo que te voy a decir, pero yo les quería a ambos, a mi
hermano y a mi madre. Las pocas veces que ella estaba sobria, me trataba con
menos rudeza –sus ojos miraban a la distancia–. Un día la escuché llorar
mientras me llamaba por mi nombre. Yo estaba escondido bajo su cama, que era
donde siempre dormía, en caso de que papá llegara ebrio para darme una paliza.
Yo tenía cuatro años y mi pierna estaba fracturada, ennegrecida por los
puñetazos que había recibido más temprano. Como sabía que mi padre se había
marchado, me arrastré en silencio hacia la luz, donde mamá sollozaba, encogida
en un rincón. Su ojo derecho había quedado ciego de forma permanente después de
tantos golpes, pero incluso así derramaba lágrimas.
–No quise
abrazarla, por miedo a que me pegara –relató–. Sin embargo, cuando ella me vio,
me estrechó contra su pecho al tiempo que me rogaba que le perdonara. Ese día
me prometió por primera vez que no volvería a hacerme daño y que no permitía
que mi padre me lastimara tampoco. Recuerdo que mi única respuesta fue decirle
que tenía hambre. Ella se rió y pidió una pizza para los dos. Y yo me sentí
feliz. Tan feliz como puede ser un niño que apenas puede caminar por la
debilidad.
–Por supuesto,
mi madre no cumplió su promesa –admitió–. Y volvió a hacérmela muchas veces,
cada vez que estaba un poco sobria y arrepentida. Ése era todo el amor que podía
recibir de su parte, es por eso que lo aceptaba. Con mi hermano era distinto,
lo quería mucho más. Un día, cuando robé un poco de pan a los vecinos, él se
culpó para que mis padres no me apalearan. En cambio recibió una paliza por mi imprudencia. Solía ser un buen chico, mi ídolo.
–¿Qué le
sucedió? –inquirí, aunque no estaba segura de querer seguir escuchando.
–Él era dos
años más grande. Cuando cumplió diez, me enseñó el poderoso efecto de las
drogas y el alcohol. Yo tan sólo tenía ocho cuando descubrí que si inhalabas
cocaína, o te inyectabas heroína, o te embriagabas; desaparecían los problemas,
el dolor, el hambre, el sufrimiento, el mundo. A los nueve años tuve mi primera
sobredosis. Fumaba cualquier cantidad de mierda y consumía cada pastilla que
encontraba. La sobredosis no fue una alerta para mí, sino una esperanza. Soñaba
con poder morirme. A lo largo de mi adolescencia, estuve preso más veces de las
que puedo contar. Y apenas sobreviví –se detuvo para tomar una bocanada de
aire–. En fin, las drogas también hicieron de mi hermano una persona violenta,
o el odio, no estoy seguro. El único que siempre pensé que no me lastimaría, me
hizo daño de igual forma.
–Un año antes
de mi muerte –prosiguió–, empecé a andar con Nicodemus. Él parecía un tipo
agradable y santurrón. Y me pareció divertido corromperlo. Siempre intentaba
hacer que bebiera de más o fumara un poco de hierba. Hasta que empecé a
quererlo. No puedes arrastrar a este mundo a alguien a quien quieres. Esto es
la perdición. Claro, jamás imaginé que Nico había venido a buscarme porque yo era
un elegido de los dioses que se transformaría en Visitante Noctámbulo. Si él me
lo hubiera contado, habría creído que estaba consumiendo alguna especie de
hongo alucinógeno.
–Una noche –aspiró
una bocanada de aire–, cuando llegué a casa, me encontré con que mi hermano y
mi madre discutían. Algo normal. Él le gritaba que era una puta y ese tipo de
cosas. Estaba muy drogado. De pronto intentó golpearla, así que tuve que
interferir. Rompí una botella en su cabeza, pero un trozo de vidrio le cortó el
cuello... –Sebastián se puso las manos sobre los ojos mientras que su
respiración se volvía interrumpida–. No fue mi intención matarlo. Juro que no
–su desesperada mirada buscó la mía–. Me crees, ¿verdad? ¿Me crees?
Cabeceé.
–Te creo,
Sebastián. Creo en todo lo que dices.
–Mi madre me
echó de casa, gritándome que era un desgraciado, que maldecía el día en el que
había nacido. Pasé la noche en la calle, drogándome hasta desmayarme –exhaló
aire lentamente–. A la mañana siguiente, cuando regresé a casa, encontré a mi
madre ahorcada en el baño. En ese instante supe que no podría resistir más.
–Recuerdo
haber corrido hacia el sótano y haber caído de rodillas en el suelo –me contó–.
Allí abajo todo era oscuro y frío, igual que el infierno. Recuerdo que le eché
numerosas miradas a ese baúl en el que solía encerrarme mi madre. Ya era
demasiado grande para entrar ahí, sin embargo, ése era el sitio en el cual
escondía mi pistola. Sabía lo que debía hacer, mas mi cuerpo no se movía por el
entumecimiento. Hasta que apareció Nico para colocar el arma en mi mano. Fui
capaz de levantarla hasta mi sien cuando escuché sus susurros persuasivos. Me
dijo que lo único que me salvaría del dolor, era la muerte. Me prometió que
jamás tendría otra pesadilla.
En ese momento
me senté, colocando las manos sobre mi cabeza. No resistí otro segundo, me puse
a llorar en silencio. Sebastián se incorporó, empujándome hacia sus brazos.
–No puedo
seguir escuchando –lloré–. No puedo creer que te hicieran tanto daño... No
puedo. Yo quería haber estado ahí para defenderte, quería...
Sentí su
cálida mejilla contra la mía.
–Ya pasó,
Luciana. Estoy bien. A los siete años, aprendí a jamás volver a llorar. Soy más
fuerte.
Él no entendía
que en realidad era el mismo niño asustado que estaba roto por dentro y por
fuera. Todo en lo que se había convertido, era consecuencia de su pasado.
–Entonces,
¿por qué... por qué cuando te toco te estremeces? Tú sigues herido, sigues
quebrado.
–Es...
–vaciló–. Pitonisa, nadie nunca me había tocado con tanta suavidad. Cuando tú
lo haces, me desconcierta. Me desconcierta lo que siento, me confunde que seas
tan delicada conmigo. Todas las personas que alguna vez me tocaron, me hicieron
daño. Te lo dije, tengo cicatrices que, aunque sanen, siguen doliendo como si
estuvieran sangrando.
Le puse una
mano en el cuello, acariciándolo con mis pulgares. Esa extraña tensión estaba
ahí, en sus músculos rígidos, en su vena hinchada.
–Ojalá me
dejaras sanarte –le susurré–. Ojalá pudiera curar todas tus heridas.
–Tú lo haces
–su voz sonaba más rígida, más severa–. Me haces sentir mejor. Yo te necesito
–levantó mi rostro para besar mi boca con urgencia–. Te necesito ahora.
Me tumbó bajo
su peso al mismo tiempo que deslizaba sus dedos sobre una de mis piernas,
ascendiendo con urgencia, levantando el dobladillo del camisón que me cubría
los muslos.
31 comentarios:
No puede haber una novela mejor que esta. Me divido entre leer "Grandes Esperanzas" de Dickens & tu novela. Es lo único que leo actualmente... O sea, yo escribo, pero no soy tan buena como tú. Eres INCREIBLE escribiendo.
Amo la historia, los personajes, todo... De hecho ya tengo tus libros en mi biblioteca personal (en mi compu^^!)
POr favor, SIGUEEEEE escribiendo esta novela & otras más. Es perfect! :3
AHHHH AMOOOOOOOOOOOOOOO a Sebastián!!!!!!! :3 Quiero un Sebastián para navidad :3
XOXO
Te he nominado a un premio en mi blog, pasate cuando puedas.
Lena
http://compasesrotosips.blogspot.com.es/
Pienso que lo peor de todo, es que esto sí pasa. Hoy, encontramos muchos casos como esos. Y es completamente horrible, pocos son lo agradecidos de tener un familia sólida, o de tener una mamá amorosa, o un hermano que te apoye.
Te puedo confesar que esta novela me ha encantado mucho. Zukunft también fue como una catarsis para mi, y me gusta que esta novela también lo sea.
¿Quién no quisiera sanar a Sebastián? Verdaderamente ya quiero que esten juntos. Que se digan todo lo que significan para el otro. Si ellos no se quedan juntos, estaré en la obligación de decirle Jerry que te secuestre otra vez y que haya castigos más duros.
--
Ya quiero leer más, para mi es una tortura esperar a que llegar a los 30 comen. como que pierdo la ilación.
--
Un beso y un abrazo.
Terelú.
primero qe nada: dos capitulos solamente!!!?????se me ha ido tan rapida esta novela...aun recuerdo cuando apenas llego sebastian al castillo:')
yy ok ok creo qe tendre qe admitir qe tal vez y solo tal vez sebastian se este ganando mi corazoncito qe pertenecia a nico
sufrio tanto de peqeño!:C pobrecito creo qe ahora lo comprendo mas
ademas ya ve el conejo en la luna!!!casi lloro de alegria al leer eso(si soy una exagerada y qe?) ya se dio cuenta de qe esta enamorado de luciana!
yyy qe clase de amigos son esos sebastian!? creo qe despues de eso definitivamente debera consegir nuevos amigos:/
la verdad qe ame el capitulo y no puedo esperar para el sigiente aunqe no qiero qe la nove se acabe!:C
cuando se van a confesar su amor??? ya qiero leer el capitulo y lo digo enserio aveces es feo tener qe esperar una semana o mas:'(
pregunta...planeas publicar otra nove aqi en el blog?
de verdad qe me encantaria qe lo hicieras! eres un gran escritora y lo digo enserio he llegado a leer libros publicados por editorial y todo eso y no son ni la mitad de buenos de tus novelas!
p.d. ya estoy viendo la forma para poder comprar tu libro en amazon:D
p.d.2 mis comentarios son muy largos?lo soento a veces hablo(en este caso escribo) mucho:S
-brenda
me ha encantado el cap
me gusta como pones una cancion al principio del cap ke siempre va con el cap
diablos te juro que se me a echo muy corto :/ no el capitulo si no la novela completa talvez sea el echo de que me aiga aventado 17 capitulos de un jalon /: pero bueno
chica! no quiero que acabe!!!!
¡¡¡OYE!!! es genial que reescribas tu yo y el-.
por que es una novela hrmosa!!
asi que avisa cuando la trmines
tu novela *.*
amo a sebastian
sigla me gusta mucho tu nvela y cada capitulo es mejor
dos capitulos ? solo dos? ke leere despues de esta magnifica novela? me encanta tu novela
no kiero ke se termine
sigela me gusto mucho el capitulo
porque sebastian tiene que ser taaan sexy? lo amo:3
muy beuno el capitulo!
¿Jerry te deja libre y tu estas feliz??? ¡No puede ser posible! O_O
Pero.. deberías contarnos como fueron esos castigos, Grrr.
Yo leí "Tu Yo y El" y me gusto, se que con tus modificaciones quedara mejor, es una historia bastante interesante.
Este al igual que los capitulos anteriores es muy bueno... ¡LETRAS ROJAS! Las extrañaba taaantoo.
Saludos..
El capitulo me encanto sigue asi.
Aunque no quiero que se acabe quiero leer el final.
No comente antes porque quiero seguir atrasando los capitulos finales.
El capitulo me encanto sigue asi.
Aunque no quiero que se acabe quiero leer el final.
No comente antes porque quiero seguir atrasando los capitulos finales.
Genial
Sebastian es tan aksaksaksaks Pero lo amo.
aunque al que tiene mi Corazon es Nico, a pesar de ser un complete tonto.
Escribes fantastico Steph. Eres genial.
Cada novela tuya es fantastica. Estoy loca por que digas que zukunft esta a la venta.
Steph no puedo creer que pronto se acabe la historia.
Me encanto el capitulo. Esta novela es genial.
Al principio no me gustaba por que Luciana me caia super mal. Era tan tonta que no la soportaba. Pero me encanta ahora.
me gusto demasiado el capitulo
tienes mucho talento para la escritura:D
no puedo esperar a kue ya sean los 30 comentarios
letras rojas;p
como siempre muy buen capitulo steph siempre haces un capitulo lo mas interesante posible
hola hola step! muy buen capitulo como siempre nunca decepcionas
grrr no quiero saber que es lo que les estara haciendo jerry a damien y joseph(66)
haha sige asi estuvo estupendo el cap
me ha encantado como poco a poco sebastian ha abierto su corazon para luciana y ahora ya se conocen mas
muy buena tu nove
Excelente capitulo. Me encanto
Steph siempre haciendo maravillas con las letras
Ame el capitulo.
Nicodemus siempre sera mi favorito y exijo una historia corta de el y dollabela. Por lo menos un capitulo en el que pongas su primer encuentro y como se sintieron y despues cada encuentro a escondidas de las otras. Seria genial.
Luciana comienza a caerme bien.
La unica protagonista que no me cayo bien y ni me caera es Larissa. Jerom era demasiado para ella y se merecia algo mejor.
Steph sube
Me muero
Estoy muerta
x . x
Ya quiero leee mas
El capitulo estuvo muy bueno
Es increible como pronto se acabara todo esto
Steph sube
Hola steph.
El capitulo estuvo genial.
Me encanto
Extraño a Nicodemus, lo quiero de vuelta.
Sebastian es tan aksakskaks que me dan ganas de ahorcarlo.
Pero bueno esta genial todo.
Publicar un comentario