Capítulo
9: El Asesino y el Príncipe
–Sebastián,
basta. ¿Estás ebrio? –inquirió el señor D' Volci.
El joven Von
Däniken se encogió de hombros.
–El alcohol es
gratis aquí, ni siquiera tengo que robarlo –el color había comenzado a regresar
a mi rostro cuando oí las siguientes palabras–: Además, no estoy mintiendo. Me
asesinaste, ¿no es cierto?
No pude
contener mi curiosidad.
–¿A qué se
refiere, Sr. Von Däniken?
Nicodemus dejó
escapar una exhalación.
–No lo
escuches, Luciana. Tiene problemas con la bebida.
Sebastián
sonrió antes de reposar un brazo alrededor de mis hombros.
–No lo
escuches, Luciana. Tiene problemas mentales.
Nicodemus le expelió
una mirada adusta. Les miré a los dos con consternación, me liberé del peso del
brazo de Sebastián, sujeté mis faldas y me apresuré escaleras arriba. Sentí sus
pesados pasos persiguiéndome mientras me desplazaba a través del pasillo de los
dormitorios. Un fuerte agarre me detuvo, un brazo rodeó mi cintura, envolviendo
mi abdomen comprimido por el corsé.
Su respiración
se sentía gélida sobre la piel de mi cuello.
–Déjeme sola,
lord Nicodemus –exigí. Luché contra la coacción de sus brazos–. Que usted, su
señoría, hubiese sido un poco amable conmigo, no significa que yo hubiera
dejado de odiarle. ¡Ha arruinado mi vida!
Su amigo, el
caballero de plata y bronce, apareció bruscamente delante de mí. Su silueta se
dibujó en el aire, su figura pasó de ser translúcida a adquirir todos y cada
uno de los colores que le caracterizaban. Él sujetó mis antebrazos al tiempo
que se acercaba para dejarme acorralada. Cuando traté de retroceder, mi espalda
se encontró con el macizo pecho de mi consorte.
Sebastián me
acarició cuidadosamente una mejilla.
–No queremos
lastimarte –me dijo–. Queremos dar un paseo contigo, pitonisa.
Mi rostro
ardió, mi pecho estaba palpitando con urgencia.
–¡Suéltenme,
par de bestias!
El agarre de
Nicodemus sobre mí se aflojó hasta que me dejó libre. Traté de correr, pero
tropecé con Sebastián en el acto, quien no hizo ademán de capturarme. No
obstante, el calor de su pecho me hizo sentir un perturbador cosquilleo dentro
de mi vientre. Tan pronto como empecé a sudar, me giré hacia la izquierda,
entré en uno de los aposentos para invitados y cerré la puerta. Para mantenerla
sellada, dejé caer un trozo rectangular de madera sobre aquellas bases
metálicas que funcionaban como cerradura.
Noté el modo
en el que mis manos trepidaban, tomé una bocanada de aire que se sintió como si
respirase por primera vez y me senté en el suelo, descansando mi espalda contra
la puerta. Por un momento creí que me hallaba dentro del dormitorio del Sr.
Volci, hasta que mis ojos hallaron grandes bolsas de tela sobre la cama, las
cuales estaban atadas con soga.
Me levanté
para revisarlas; las más grandes contenían pequeñas esculturas pertenecientes
al castillo, figurillas de oro, plata o diamante; las más pequeñas contenían
monedas doradas. Éste tenía que ser el dormitorio de Sebastián.
–¿Lady
Luciana? –me llamó Nicodemus desde el otro lado de la puerta–. Princesa,
discúlpeme.
Guardé silencio
mientras tiraba de la colcha y removía las almohadas. Cuando creí que
encontraría más objetos robados, únicamente hallé armas. Las clásicas primero,
dagas, espadas, hachas incluso. Después había artefactos de color negro, hechos
de algún metal pesado. Eran pequeños y no parecían ser capaces de herir
demasiado.
¿Quién eres, Sebastián?
–No toques las
pistolas, Luciana, podrías hacerte daño –le escuché decir en voz baja.
¿Pistolas?
¿Así que eso eran? ¿Así lucían?
Nunca había
visto una pistola. En Etruria no se fabricaban, pero había escuchado de esas
armas letales que habían fabricado los mortales para su mundo terrestre. Se
decía que con solo mover un dedo podrías asesinar, en menos de un segundo, a
una o más personas desde la distancia. Sin librar una batalla, sin dar
posibilidades para defenderse. Estaban hechas para gente sin conciencia, sin
honor.
Cuando abrí
los cajones de su cómoda, descubrí botellas de vino, algunos cigarrillos,
extrañas pipas e inclusive algunas bolsas pequeñas de tela que contenían
plantas medicinales como la belladona u otras flores conocidas en Etruria como
Akhantas o Lucancias. Sebastián no era un médico, lo que significaba que usaba
aquellas drogas en sí mismo, por placer.
Ten cuidado, Luciana. Me decía su voz dentro de
mi cabeza.
Temblé.
Abrumada, no
fui capaz de continuar mi búsqueda. Lo próximo que hubiese hallado serían
cadáveres, o mujeres vivas encerradas en el armario, ¿no?
Me senté sobre
uno de los sillones de terciopelo que reposaba estático junto a la cama.
Parecía cómodo, incorruptible. Intenté que mi trémulo cuerpo se relajara, mis
manos se aferraron con ímpetu a los reposabrazos, mi cabello se estaba
adhiriendo a mi nuca debido al sudor que empapaba mi cuerpo.
–¿Se encuentra
bien, princesa? –decía lord Nicodemus al tiempo que golpeaba la puerta remisamente.
–¡Váyanse!
¡Los odio a ambos!
–Si abres la
puerta, Luciana, prometo explicarte lo que Nico y yo somos. Te diré quién soy
–me juró Sebastián.
Lo siguiente
que oí fue una corta discusión que ambos tenían entre susurros. Podía escuchar
el cuchicheo, mas no lograba distinguir alguna palabra.
–No vamos a
lastimarte –añadió D' Volci.
–Si te
comportas –puntualizó Von Däniken.
–No es cierto.
No permitiré que te haga daño, confía en mí, por favor.
Tuve problemas
para ponerme de pie, mis brazos y piernas parecían pesar el doble. Moverme
hasta la puerta me tomó un desmesurado esfuerzo, al igual que tratar de
abrirla. ¿Por qué iba a dejarlos pasar de todos modos?
Nicodemus
lucía sorprendido, Sebastián sonreía con descaro. Sin decir una palabra, me
retiré para dejarles entrar.
–¿Sabes acaso
que el dinero que robas le pertenece al reino etrusco? –acusé a Sebastián en un
tono tranquilo.
Él parecía
entretenido mientras observaba el desastre que había dejado en su habitación.
Se giró para mirarme antes de escupir una sardónica risotada.
–Qué graciosa
resultaste ser –comentó–. ¿Tienes una idea de en qué gasta tu padre el “dinero
del reino”? –parpadeé,
desconcertada–. No, nena, ese oro no es para el reino. Es para tus caprichos y
los de tu amado papito.
–Sebastián,
para –terció Nico. El muchacho estaba parado en medio de la estancia,
contemplando con detenimiento cada detalle de la misma–. Pensé que habías
dejado de drogarte, hermano.
El señor Von
Däniken pateó el cajón de la cómoda en el que se encontraban sus pertenencias,
con el fin de cerrarlo.
–Lo he hecho.
–No es verdad
–replicó su amigo.
–He dejado las
drogas. No fumo esa mierda.
–Haz lo que
quieras –refunfuñó Nicodemus con enfado al tiempo que sus ojos se
entrecerraban.
–Eso hago,
gracias.
Tragué saliva.
–¿Quiénes son
ustedes? ¿Por qué están en mi castillo?
–Sabes por qué
estamos aquí, Luciana –me contestó Nicodemus suavemente–. No hay otras razones.
Por supuesto,
Sebastián estaba aquí por el desafío de mi padre, por el baúl de oro. Él me
había descubierto, tanto a mí, como a todas mis hermanas. Entonces, ¿por qué
seguía acosándome?
Nicodemus era
mi pareja de baile en el palacio de Somersault, pero ahora era mi esposo. Había
venido a contraer matrimonio conmigo. ¿Por petición de mi padre? ¿Por decisión
propia? ¿Por acuerdo mutuo?
Lo más curioso
del asunto era que ambos, el asesino y el príncipe, eran amigos, los mejores.
¿Qué estaba mal? ¿Eran dos grandes estafadores? ¿Querían el dinero del
castillo?
–Daré ese
paseo con ustedes –accedí. Antes de que cualquiera de los dos se pusiera a
celebrar, agregué–. Pero, será en mis términos. Iremos al pueblo, acompañados
de un guardia y un cochero. Y deberán responder a todas las preguntas que haga.
Los dos
compartieron una mirada, parecían estar comunicándose millones de cosas con ese
solo gesto. Sebastián terminó por sonreír.
–Por mí está
bien –se encogió de hombros.
Nicodemus
asintió.
–De acuerdo.
Sin peinar mi
cabello, coloqué mi corona en lo alto de mi cabeza, me puse un par de guantes de
seda, sustituí mi vestido por uno casual y até una capa en mi cuello.
–Su carruaje
está listo, princesa Luciana –me avisó una de las criadas.
En las afueras
del castillo, Sebastián esperaba dentro de una carroza. Había utilizado la capa
que lo hacía invisible para pasar desapercibido. El personal de mi padre estaba
al tanto de que daría un paseo con mi esposo, pero nadie sabía que el señor Von
Däniken también vendría.
Nicodemus
estaba esperándome junto al carruaje. Como es debido, me hizo una reverencia, la
cual le devolví. Besó mi mano antes de ayudarme a entrar en la carroza. Alisé
los pliegues de mi falda y me senté junto a Sebastián, quien me sonrió con
juguetona picardía.
–Te ves
hermosa –me galanteó en voz baja.
Le dediqué una
sonrisa altanera.
–No mientas,
ni siquiera me he peinado.
–Precisamente,
amo tu cabello suelto.
Sentí sus
dedos sobre mi cuello, ascendiendo lentamente hacia mi cabellera. Mi espalda se
puso rígida debido a ese arrobador contacto, un escalofrío hizo trepidar mi
cuerpo entero. Enterró su mano en mi pelo para robar el broche que mantenía mi
descuidado peinado en su lugar. Fui capaz de divisar cuando regresaba sus dos
manos a los bolsillos de su chaqueta.
–No amas mi
pelo suelto –refuté–. Amas la hebilla de oro con rubíes que lo sostenía.
Él abrió sus
ojos un poco debido a la sorpresa que le causó el que hubiese advertido sus
intenciones. Sus cejas se alzaron.
–Has aprendido.
Nicodemus
entró en el carruaje. Los tres tuvimos que apretujarnos en el asiento debido a
que mi padre había ordenado una carroza de dos puestos para la privacidad de
"los recientes novios". De modo que me encontré aplastada entre los
dos muchachos. El interior del vehículo olía a cerezas y canela. Canela debido
a Sebastián, cerezas debido al vino que se encontraba en el bar que colgaba
sobre nuestras cabezas. Aspiré profundamente, llenando mis pulmones. Ambas
fragancias me embriagaron.
Los caballos
empezaron a andar cuando decidí formular mi primera pregunta.
–¿Qué querías
decirle a mi padre esta mañana, Nicodemus? Dijiste que tenías que hablarle
sobre mí.
Hubo silencio.
El joven ni siquiera me miró cuando le hablé, ni tampoco después. Parecía haber
ignorado mis palabras. Sus ojos estaban puestos en una copa de cristal vacía
que había cogido del bar. Pasaron un par de minutos, inclusive creí que tendría
que volver a manifestar mis dudas en voz alta, hasta que finalmente oí su
respuesta.
–Preferiría
que me llames Nico.
Tragué.
–Responde.
Me miró.
–Sabes la
respuesta. Tú eres la adivina, no yo.
Su comentario
me confundió.
–¿Querías
contarle de mi visión? –él tomó una botella de vino y comenzó a llenar su copa.
Se encogió de hombros en el proceso–. No lo entiendo –repuse con furor–.
Todavía puedo pedirle al cochero que dé marcha atrás.
–Te queda poco
tiempo, Luciana. Eso es lo que tu visión significaba.
Un dolor agudo
se asentó en mis sienes.
–¿Poco tiempo
para qué?
–Princesa, no
lo sé. No he estudiado la adivinación jamás, tú sí.
–Poco tiempo
de vida –habló Sebastián desde su oscura esquina. Su voz fue igual de oscura.
Imágenes
fugaces franquearon mis recuerdos. Un féretro de cristal, un vestido rojo,
flores, negrura. Paz. El olor a flores muertas cortó de pronto el aire.
Mi muerte...
en poco tiempo.
–No es verdad
–susurré con la voz entrecortada y rota.
Sabía que era
verdad. Una visión era real hasta que otra la contradijera. Iba a morir. Pero,
exactamente, ¿cuánto era poco tiempo? ¿Cuánto significaba poco para un alma
inmortal?
Sebastián tomó
mi mano en la suya.
–Por supuesto
que no es verdad.
Si algo podía
matarme, eso sería un asesino. Uno capaz de convencerme de que estaba a salvo a
su lado. Solté su mano, sintiéndome increíblemente asfixiada dentro de ese
diminuto espacio. Mis pulmones parecían hacerse pequeños, mis guantes se
humedecían con mi sudor, tuve fuertes náuseas.
Sin previo
aviso, Sebastián sujetó mi rostro con sus dos manos, inmovilizándolo. Me obligó
a mirar esos ojos llameantes. Contemplé su boca, aquellos apretados labios,
tirité. Su rostro estaba tan cerca... ¿Iba a besarme?
–¿Qué demonios
debo hacer para que confíes en mí? –parecía ofendido e iracundo–. Mira, no
tengo intenciones de matarte, ¿de acuerdo?
Cerré mis ojos
con fuerza.
–¿Cómo he de
creerte?
Cuando me
percaté de que su mirada estaba instalada en mis labios, mi respiración falló,
mi corazón dio un vuelco y mis manos se pusieron temblorosas. Me soltó, arrellanándose
en el asiento.
–Tienes razón,
no deberías creerme.
Dioses, ¿cómo
es que ese chico tenía la habilidad de hacer que el suelo se moviera?
–Quiero
creerte –rebatí en voz baja.
Él no pudo
disimular su asombro cuando me miró. Sin embargo, todo lo que hizo fue quedarse
quieto un instante antes de sacudir su cabeza de un lado a otro. El sonido del
galope de los caballos estaba retumbando a un ritmo constante dentro de mi
cabeza. Estaba comenzando a acostumbrarme a ello, tal como lo había hecho con
el tamborileo de mi desenfrenado corazón.
–¿Quieres?
–Nicodemus me ofreció una copa de vino, la cual acepté.
Estuve atenta
al contenido de color rojo, contemplé a través del cristal aquel líquido que
lucía como un mar de sangre frente a mis ojos. Meneé la copa, de modo que el
aroma de las cerezas se desprendiera para mí.
Aquel néctar
podría haber sido fácilmente envenado mientras Sebastián me distraía con su
apasionada mirada y sus exquisitos labios. Ése podría ser el plan de un
príncipe y un asesino para arrastrarme hasta ese ataúd de mi visión.
Exhalé aire
lentamente. ¿Estaba volviéndome tan paranoica como mi padre? Yo no era tan
importante, no era monarca. Era una princesa, una de doce. ¿Por qué alguien iba
a querer matarme? Porque eres la única de
tus hermanas que está casada, me respondió mi voz interior. Eres la próxima reina.
Eso era
cierto. Pero ¿por qué estos dos muchachos a mi lado querrían hacerme daño?
Nicodemus era, de forma irreparable, mi esposo, con el cual compartiría todas
mis riquezas.
Aunque tal vez
él no quería tenerme a su lado.
Quizás ambos
eran estafadores. Sebastián, un mago asaltador; Nicodemus, un cazador de dotes
que debía causar mi muerte "accidental" para poder librarse de mí sin
ser perseguido por las tropas del rey.
Pese a mis
cavilaciones, bebí un trago. Si no lo hacía, me volvería loca, terminaría
dudando de mi propia sombra. Las sombras
son peligrosas, ¿por qué no dudar de ellas?
Un grato sonido
de risas me sacó de mis pensamientos, la juguetona carcajada de Sebastián
mezclada con una más suave, la de Nico. Las dos sonaban auténticas, felices.
Juntas hacían una composición más que armónica.
–¿Bromeas?
–decía Sebastián a su amigo–. Tendría que beberme toda la botella a morro para
emborracharme con eso. El vino es para niñas, quiero whisky.
–No tenemos
whisky –replicaba Nico–. Pero esto parece ser sidra, ¿quieres?
–Es mejor que
nada –contestó Sebastián encogiéndose de hombros.
Observé a
Nicodemus, su precioso rostro, sus aquilinas facciones, sus labios llenos,
rosados, sus profundos ojos azules, los hoyuelos de sus mejillas, su corto
cabello castaño oscuro. Parecía tan joven... podría tener unos diecisiete años
si fuese mortal.
Pero no lo
era.
–Te escuché
decir que tienes más de trescientos años –intervine–. Dijiste que no eres un
ser mágico, pero ¿eres de raza inmortal?
–Sí –contestó
sin dilación.
Sebastián se
rió.
–Cómo mientes,
hermano –se dirigió a mí–. ¿Quieres saber la verdad? Ambos somos inmortales,
mas no de "raza inmortal". No hemos nacido así.
–¿Eso quiere
decir que alguna vez fueron mortales? –exclamé con curiosa sorpresa.
–Eso quiere
decir... –interrumpió Nicodemus.
–Que debemos
bajar del carruaje –Sebastián completó la frase un segundo antes de desaparecer
frente a mis ojos tras su capa de invisibilidad.
El mercado
negro del pueblo de Vetulonia era un sitio pintoresco, atestado de seres
mágicos por doquier, colmado de coloridos templetes de ventas con exóticas
mercancías. Todo parecía alborozado, despierto, la música de un laúd se
escuchaba a lo lejos, las personas parecían contentas y cordiales. Había
mercaderes extranjeros, atracciones, tiendas, artistas ambulantes, magos y
campamentos del ejército en los alrededores, bordeando la zona.
Tan pronto como
nos alejamos del cochero, el guardia y la carroza, Sebastián reapareció a mi
lado, tal como un destello de luz. Casi salté al verlo.
–Hola, dulzura
–dijo sonriente.
–Hola
–respondí mecánicamente.
–Le hablaba a
él –me corrigió después de lanzarle una mirada a su amigo, quien caminaba junto
a mí.
–Oh, hola –respondió
Nicodemus, fingiendo estar avergonzado.
–Hola,
pitonisa –Sebastián me interceptó para detener mi caminar. Estiró un brazo para
jugar con uno de los risos de mi cabellera, la cual caía sobre mis pechos como
una cascada naranja–. Si fueses una diosa, sería yo tu principal adorador.
Mi pulso
aumentó su ritmo de forma considerable cuando mi cuerpo se percató de la
cercanía que tenían sus manos a mi pecho. Sus dedos se desprendieron de mi
cabello al tiempo que Nicodemus se echaba a reír. Sebastián se unió a sus
carcajadas.
–¿Ahora usas
cumplidos medievales? –se burlaba Nico–. ¿Has perdido tu originalidad?
El joven Von
Däniken extendió una mano delante de mí, ofreciéndomela. Sentí su tibia palma
bajo la mía durante un efímero instante, luego una oleada de energía hizo
vibrar mi brazo, propagándose hasta mi columna. Algo se movió bajo mi guante de
seda, como pequeñas alas de un insecto. Solté su mano. Una mariposa naranja con
manchas púrpuras despegó de su palma y revoloteó en el aire, alrededor de mí.
Mis labios se
separaron, sonreí.
–¿Cómo lo
hiciste?
–Magia
–respondió el señor D' Volci.
Sebastián
negó.
–Trampas. Algo
en lo que soy experto.
Un cantante se
aproximó hacia nosotros, entonando rimas con una melodiosa voz. Aquel muchacho
era apuesto y tenía el cabello largo, rubio. Cogió mis manos y comenzamos a
danzar al ritmo de su lírica. Me reí por lo alto mientras dábamos vueltas en
medio de la multitud al compás de la música.
Lo escuché
hacer rimas jocosas y románticas. “Toma
mi mano, hermosa mujer. Si tienes esposo, me va a demoler. Canta conmigo como
los amantes, a mí me parece que te he visto antes”.
Las personas
comenzaron a bailar y aplaudir con alegría hasta que aquel cantante fue tirado
al suelo de pronto. De un momento a otro alguien se había abalanzado sobre él,
rompiéndole la boca de un puñetazo. Me quedé perpleja al observar a Sebastián
de pie a su lado, mirándole con displicencia. Él masajeaba sus nudillos doloridos
tras haberlo golpeado.
–¿Quién te
crees que eres? –le insultó–. ¿No te das cuenta de que ella es una dama?
Desde el
suelo, el cantante levantó la mirada para contemplar el rostro perverso de
quien le había aporreado.
–Disculpe, no
me di cuenta de que estaba casada.
Sebastián
balanceó su cuerpo hacia adelante para patear al bardo. Nicodemus lo detuvo a
tiempo, ordenándole que se tranquilizara. Al parecer, los tragos se le habían
subido a la cabeza.
–¿Qué te
sucede? ¿Has enloquecido? –agarró sus brazos desde atrás, forzándolo a retractase
en sus acciones. Von Däniken se sacudió de encima a su amigo para luego alisar los
pliegues de su saco con sus manos. Me cogió de un brazo, arrastrándome lejos
del cantante.
–Vamos,
Luciana.
–Suéltame,
tengo que pedirle disculpas al trovador.
Me soltó.
–Sí, anda a
besuquear su boca lastimada.
Atónita, lo
miré fijamente.
–¿Estás
celoso?
Luego de un
breve silencio, esbozó una sonrisilla malintencionada.
–¿Por qué lo
estaría?
–Porque te
gusto –contesté con orgullo.
–¿Qué te hace
pensar que me gustas? –se acercó hasta que nuestros pechos se juntaron. Mis
rodillas temblaron–. ¿Sabes qué? Tienes razón, me vuelves loco –el dorso de su
mano me acarició la mejilla.
¿Estaba siendo
sarcástico o sincero? ¿O es que simplemente continuaba ebrio? Por los cielos,
era tan confuso, tan desconcertante. De todas formas, ¿por qué debería
importarme?
Hice todo lo
posible por alejarme de él, paseé alrededor del mercado, dando largas zancadas
para dejarle atrás. Vislumbré cada colorido pabellón, atraída por las telas,
los zapatos, las joyas y la comida. El aroma que flotaba en el ambiente era una
mezcla de lo agradable con lo desagradable del entorno. Olía a la putrefacción
de la basura, a la carne cruda y al pescado, con un agregado de fragancias
suculentas de frutas frescas, flores, algodón, miel, frambuesas, uvas, vino y
especias.
Me detuve en
frente de un quiosco de verduras al percatarme de que una niña me observaba,
oculta tras las faldas de su madre. La pequeña tenía una melena de cabello
dorado junto con un par de orejas puntiagudas que sobresalían de ésta. Parecía
temerosa ante mi presencia, de modo que le sonreí con dulzura. Su madre le dio
suaves empujones y le susurró al oído que corriera a esconderse. Pude leerlo en
sus labios.
¿Qué es todo esto? Pensé. No
soy un ogro.
Ella era
aparentemente mortal, pero su hija era un hada, quizá una poderosa. La
chiquilla corrió lejos del puesto de verduras, la vi desaparecer tras los arbustos espesos del bosque. Por todo el
lugar los mercaderes estaban escondiendo sus mercancías, así como también
cerrando sus talleres y comercios. De igual manera, los duendes se estaban dispersando
entre los setos o haciendo una carrera apresurada hacia sus hogares.
–¿Qué sucede?
–interpelé.
Fue Nicodemus
el que respondió.
–Los aldeanos
se han percatado de que llevas una corona. El monarca odia que los seres mágicos
ronden a su alrededor, es por eso que hace un mes ha decretado que aquellos que
se mantuvieran dentro de su campo visual durante sus visitas, serían apresados
en la picota. Ellos piensan que tú tomarás las mismas medidas.
Abrí los ojos
como platos.
–¡No! –detuve
a un hombre de baja estatura que intentaba rehuir–. Venga aquí –él se giró para
mirarme con desconfianza al tiempo que acomodaba un minúsculo sombrero en el
centro de su cabeza–. ¡Que venga le he dicho! Es una orden.
Con temor, dio
lentos pasos en mi dirección.
–Tiene que perdonarme,
Alteza, no he querido mancillarla con mi horrible presencia, por favor no me arreste,
tengo hijos...
–Me ofende –le
reproché con enfado–. Su presencia me halaga, no me importuna. Además, éste es
su pueblo, ¿por qué he de reprenderlo por pisar la tierra que le corresponde?
–Su Majestad
dice...
–Basta, no soy
mi padre. No soy como él. Cuénteme, ¿qué es lo que vende en el mercado negro?
El hombrecillo
tiritó.
–Vendo flores
exóticas, Su Alteza.
Le sonreí y me
agaché para ponerme a su altura.
–¿Puedo
verlas? Amo las flores.
Para mi
sorpresa, él negó.
–Lo lamento,
no puede.
–Son ilegales
–me avisó Sebastián.
–¿Qué quieres
decir con ilegales? ¿Te refieres a venenosas?
Nicodemus
negó.
–Se refiere a
mágicas. Tu padre castiga a quienes usen la magia sin su autorización. Está
prohibido para todos aquellos que sean inferiores a nobles.
Miré los ojos
del duende.
–¿Puede
venderme una de sus flores? Prometo, ante Tinia, no castigarlo por ello.
De forma
temblorosa, el hombre extrajo un trébol de cuatro hojas de un pequeño baúl que
descansaba bajo su brazo.
–Para usted,
madame. Es de la buena suerte.
–Tenga –le
ofrecí como pago un brazalete de plata que Sebastián todavía no me robaba.
El duende besó
mi mano enguantada antes precipitarse hacia el bosque con su extravagante andar
y sus grandes botas de hebillas doradas. Me volví para mirar a mis acompañantes
con una triunfante sonrisa.
–Parecía tan
contento...
Nicodemus me
devolvió una amplia sonrisa, la cual me hizo callar y sonrojarme. A su lado,
Sebastián parecía sorprendentemente tenso.
–Regresemos al
castillo –sugirió.
Sacudí la
cabeza.
–¿Creen que se
escaparán de mis preguntas tan fácilmente?
Ambos
susurraron algo entre dientes que sonaba similar a una maldición. Recorrí la
plaza, convenciendo a los seres mágicos de que no debían marcharse. Un pintor
ambulante se acercó para regalarme una muestra en miniatura de una de sus
pinturas. Ésta era un retrato de mí, en el que aparecía bailando alegremente
con el trovador. La obra era exquisita, precisa, con un estilo clásico barroco,
repleta líneas curvas y atestada de colores exagerados. Le di las gracias al
artista con un gesto de cabeza, puse la pintura bajo mi brazo y, por último,
desvié mi atención hacia las tiendas de amuletos y pociones.
–Ésta de aquí
–un mercader me señaló una botella con un líquido rojo dentro–, hace que todos
aquellos que la consuman, se vean obligados a decir únicamente la verdad.
Le lancé una
mirada de soslayo a los dos jóvenes que me seguían.
–Podría
utilizarla en un par de chicos.
El hombre de
la tienda se atrevió a coger mi mano para colocarme un brazalete de cuero en el
que colgaba un colmillo.
–Es un
colmillo de vampiro –me explicó–. El dios Zephyr os protegerá –un gato negro
chilló después de salir de su escondite bajo la mesa del mostrador–. Tienes
razón, Cleopatra –le dijo el vendedor al felino antes de regresar su atención a
mí–. He oído que la familia real practica rituales de adivinación –puso dentro
de mi mano una cadenilla con un colgante de forma esférica del tamaño de una
nuez–. Esto ayuda a visualizar el futuro, es una pequeña bola de cristal.
De repente, sentí
que algo se movía sigilosamente cerca de mis faldas. Al principio creí que se
trataba de otro gato, hasta que descubrí que era un niño, el cual arrastraba un
pie para caminar hacia su padre, el vendedor.
–Papá, tengo
hambre –le llamó, tirando insistentemente de la tela de sus pantalones.
El chiquillo
vestía harapos sucios y rotos, su cabello grasiento caía sobre sus grandes ojos
marrones, su piel, ennegrecida por la suciedad, apenas cubría sus huesudos
brazos pálidos. El hombre se puso de rodillas para tomar el rostro del niño
entre sus manos con muchísima ternura.
–Peder, estoy
tratando de vender la mercancía. Si lo logro, esta noche cenaremos gachas.
Tienes que resistir un poco, ¿está bien?
El pequeño
sacudió la cabeza, sus enormes ojos estaban comenzando a adquirir cierta
brillantez debido a las lágrimas que empezaban a acumularse en ellos.
–¡Mentiroso!
–le gritó–. ¡Dejarás que los malvados hombres te quiten el dinero de nuevo!
El vendedor
besó la frente del chiquillo y se levantó para mirarme.
–¿A qué
malvados hombres se refiere? –cuestioné.
–Cobradores de
impuestos –respondió Sebastián con la inmediatez de un reflejo–. Ningún aldeano
es capaz de comer más de una vez al día debido al alto precio de los impuestos
que ha dictaminado tu padre –señaló con dedo hacia el sitio donde habían
publicado el último proclama que informaba un aumento de los impuestos al
cincuenta por ciento.
Era la tercera
vez en las últimas dos semanas que algo como esto sucedía.
La culpa ocasionó
que mi corazón se encogiera hasta doler. Recordé las veces que jugueteé con la
comida que sobraba en mis finos platos de oro mientras diminutos niños lloraban
de hambre en el resto de las provincias etruscas.
–¿Qué le ha
pasado en la pierna al pequeño? –pregunté por lo bajo al mercader.
–Su anterior
dueño se la cortó –me respondió con voz trémula luego de una breve pausa.
Un nudo se
formó en mi garganta cuando me di cuenta de que el pequeño poseía una pierna de
palo, escondida por sus pantaloncillos. Ésa era la causa de que cojeara al
andar.
–¿Anterior
dueño? –la voz salió a duras penas de mis labios. Mi pecho se sentía comprimido,
presionaba mis pulmones sin dejarme respirar.
–Antes de que
yo lo adoptara, Peder servía de esclavo a unos piratas.
Respiré hondo,
sopesando el peso de aquellas palabras. Luego de dejar escapar el aire
lentamente, me llevé las manos a la cabeza y me quité la corona. Cada una de
esas joyas, confeccionadas en oro y diamantes, podrían comprar océanos enteros.
En el Castillo Real había doce iguales, la mía y las otras once que pertenecían
a mis hermanas. Nada pasaría si una hiciera falta.
–Éste es un
presente para usted y el resto de su familia –atrapé las manos callosas del
humilde señor para poner en ellas mi corona–. Dígame, ¿tiene usted una esposa?
¿Algún otro hijo?
El rostro del
hombre parecía conmocionado.
–No tengo
esposa –admitió–. Tengo seis hijos adoptados y uno propio.
Le sonreí.
–Con esto
podrá alimentarlos durante un siglo.
Él negó, en su
cara se reflejaba el miedo.
–Alteza, no
podría aceptar algo tan valioso.
–Por favor,
señor, acepte mi dádiva. No podría dormir en paz si no lo hace.
–Señorita
Winterborough, su corona es demasiado para nosotros. No la merecemos. Solamente
un miembro de vuestra familia debería poseer un bien tan preciado.
Le di una
mirada dura.
–¿Quiere
discutir con la princesa?
El mercader
sacudió la cabeza precipitadamente.
–No es mi
intensión...
–Basta, no
quiero oírle –le dediqué una sonrisa afectuosa antes de marcharme hacia la
siguiente tienda. Sentí la presencia de Sebastián siguiéndome de cerca, sus
pasos apresurados. Sin detenerme para mirarlo, le dije–: ¿Qué pasa? ¿Estás
enfadado porque no has podido robar mi corona antes de que la regalase a un
pobre campesino?
Él cogió mi
brazo para hacer que lo enfrentara cara a cara.
–¿Crees que
preferiría tener tu corona para enriquecerme antes de que la tenga esa miserable
familia? –farfulló furibundo. No respondí, todo lo que pude hacer fue parpadear
con asombro–. Bien, piensa lo que quieras. De todas formas, quiero que sepas
que has hecho lo que ninguna de tus hermanas haría. Has tenido un gesto verdaderamente
noble. Aunque sé que te importa una mierda ganarte mis respetos.
El alma se
cayó a los pies al escuchar sus palabras. ¿Lo había lastimado al ser tan
grosera? ¿Estaba siendo honesto? ¿No era este caballero el sanguinario que yo
pensaba? ¿No era un asesino sin escrúpulos o moral? Su semblante parecía tan sincero
que formulé una disculpa en mis pensamientos. Estaba dispuesta a pronunciarla
en voz alta cuando...
–He estado
esperándolos –oímos una sugerente voz femenina.
30 comentarios:
Esta buenisima siguela
Steph continuala. Quien es esa mujer Sebastián es mio
I WANT SEX WHIT JERRY!!!
I WANT SEX WHIT EUSTACE!!!
I WANT SEX WHIT JERRY!!!
yo solo quiero con ellos dos!! son los mas sexys aparte de Joe!
hahah y conste que tu dijiste!!!
me marcho pronto pero prometo volver a comentar...
pregunto! como estas?
me extrañaste?
hahah no eh leido los capitulos desde que me desapareci pero los leere yap!
recuerdo qe solo habia leido el primer capitulo creo!? no se bien
me desapareci por que no tengo internet en mi casa y ahora estoy en casa de mi tia con el celular de mi hermana que se lo robe pero tu no sabes nada!
y tenia que saber de ti! y de estos jodidos calientes del infierno! Chicos.
prometo volver pronto! ;)
i love you!! see ya soon!!
By: Sherline T.
pd: juro que mi nombre parese de puta!
pd2: te extrañe todo este tiempo... y a Jerry!!! como lo extraño!! :(
Oww me parece que Luciana sera una excelente reina! ya quiero que Sebastian la bese *___* jaja estoy emocionada por el siguiente capiitulo! sera altamente revelador :O
Ultimamente he estado leyendo tus novelas anteriores para recordar aquellos dias xd
Y me di cuenta de algo que no me di cuenta laa primera vez que lo lei:
Una vez Joe dijo: "El mundo se acabaria antes de que Joseph Blade tubiera celos"
Y Jerom le dijo a Larissa la misma frase!!!! OOOWWW! tan egocentrico igual que su padre :3
Aun tengo curiosidad de saber que paso con Josephine y Aita, se que como Jerry ya esta con Charity entonces los demas ya tienen paz ya que Jerry la tiene, asi que me pregunto que sera de ellos, de Jerom y Larissa, de Damien y Ania aaahhh :D
Me encantó este capítulo porque Luciana empiezaa a ser más realista y a salirde esa burbuja en la que vive encerrada, ahora que se traerán estos dos sexys? La reacción de Sebastián fue muy graciosa aunque excesiva para mi gusto, de todas maneras hay que siruarnos en el estilo que viven que no es el mismo que el de Ania, Damien, Mir, etc etc. Ellos están chapados a la antigua así que sería un poco comprensible su reacción aunque el que tendría que haber reaccionado así es Nico porque él es su esposo, pero no la ama, so... Me hice un lío, en fin, seguila, me encanta!! Besos
Sos una geniaaaaaa!!!!!! Definitivamente tienes un don para escribir, no dejes de hacerlo nunca, amé el capítulo como siempre, sebastian me mataaaaaa!!!! sigue la novela! Suerte
Comentando rapidito, amé el capítulo y amo la novela en si, seguila!! Sebastian es mi personaje hombre favorito ni yo se por qué pero lo ees, suerte con tu proyecto!!
AMAZIIIIING!!!!!!!
¿Perfecto? perfecto es poco para lo que fue este capitulo sabes, las ultimas semanas no había tenido mucho tiempo para mi por los exámenes y todo eso y entonces me perdí unos cuantos capítulos y decidí releer la historia detenidamente y deleitándome con cada detalle llegué a una retorcida conclusión lo digo así ya que puede ser la cosa más incoherente que hayas leído o quizás y tenga razón y no es así pero para mi sebastian, nicodemus y luciana son damien,cole y ania o sino la vida de sebastian y nico fue un poco parecida a la de ellos *rogando por que lo sean* por otra parte por supuesto quien no querría ver a jerry desnudo si deja un comentario o besar a joseph omg y de violar a damien emmm...creo que he tenido unos cuantos sueños hot con damien jajaja ese chico es jodidamente sexy como dice ania compartir cama con eustace uno de mis sueños por realizar, un trio con colin? emmm quizas podria participar eustace y jerry también haha oh si subir al carro de dimitri. Y pues ojala y sebas en el proximo capitulo bese a luciana porque me encantaria escucharla narrar ese momento y el sebas esta como esperando mucho tiempo no
? Cambiando un poco de tema en estos días viendo piratas del caribe encontré que johnny depp seria un perfecto eustace no se creo que sería él o un chico con un carisma y un talento como el de él, quien podría representarlo. Esto es todo por hoy ;) espero que subas lo antes posible pleaseee.
Muuuuuuyyy bueno!!!! Necesito saber quién es ese nuevo personaje y qué es lo que quiere!!!
NO NO NO!! TENGO QUE SEUIR LEYENDO Y VER QUÉ SUCEDE!! MATÓ LA PARTE EN EL QUE EL LE DICE "POR SUPUESTO QUE NO" CUANDO LUCIANA DICE QUE NO SE VA A MORIR, Y COMO LE DICE "TE QUEDA POCO TIEMPO DE VIDA" O ALGO A´SÍ, ME LO IMAGINO CONN ESA VOZ SEXY PERO OSCURO TEÑIDA DE PREOCUPACIÓN Y MIEDO, ES OBVIO QUÉ EL LA AMA, ESO LO SABEMOS, NO SE QUE DESENLACE TENDRÁ PERO SI LUCIANA MUERE Y ÉL NO ENTONCES REALMENTE VA A SER ALGO TRISTE, PERDER A LA ÚNICA PERSONA QUE PROBABLEMENTE HAYA AMADO Y QUE LO AME, PORQUE QUE ELLA LO AMA TAMBIÉN ES OBVIO, EN FIN A ESPERAR EL SIGUINTE CAPÍTULO, BESOS STEPH!
nooooo tengo que saber que se traen entre manos estos dos! y quien es esa persona al final!!??
capitulo altamente revelador? mujer, quieres matarme no es cierto? lo mismo que dijo una chica: quiero que sebastian la bese ya!!! un beso grande!
No se si me intriga saber más sobre Sebastián o sobre Nico, mepa que de Nico no conocemos mucho todavía, aunque tengo sospechas de que es realmente bueno, tendré que esperar, siguela, besitos
Hola Steph,
El capitulo me ha gustado en su mayoria.
El final como que me encanto.
Yo no odio a Sebastian. El es especial... Pero es muy bipolar y me asusta a veces.
Aunque es dificil no amarlo.
Me gusta que el y Nico sean buenos amigos.
Nico me esta asustando. Algo esconde y destras de su cara linda siento que el es el malo de la historia.
Pero me niego a creer que el de verdad sea malo.
Esta historia sin duda es muy buena.
Steph, ya me dejastes curiosa con el proximo capitulo.
Bueno me tengo que ir.
Por cierto a la mayoria de tus preguntas Si.
Yo quiero ver a jerry de todas las formas.
Amo a ese guitarista loco.
Amo a dimitri, a Eustace, Damien, Colin, Joe, Adolph, Alan y por supuesto a Aita.
Yo en la cama con todos ellos soy feliz 😳😆
Pero bueno... no soy hombre asi que a Angie prefiero matarla y quedarme con Joe.
Quiero violar a Damien, joe, eustace, jerry Sebastian Nicodemus, Aita, Colin y a todos
Por ultimo No no quiero que Sebastian se bese con Luciana. Prefiero que primero sea con Nico SU esposo.
Me encanto el capitulo
Estuvo muy bueno
Si quiero violar a Damien,
Si quiero acostarme con Eustace
Si quiero ver a Jerry desnudo y tocarlo
Si quiero montarme en el carro de dimitri y violarlo.
Si extraño a Adolph y Alan
Si quiero besar a joe.
No quiero que Sebastian y Luciana se besen.
Aunque si fuera en el ultimo capitulo seria mas emotivo.
Ya quiero leer el capitulo 10
O por dios el capitulo estuvo estupendo.. Sos grande seguida please prontito
OGB.....!!! Quien llego quien quien? Y revelador? De esclarecer ? O revelador revelador? Que ? Es tu culpa por poner hombres tan sexys en la nove siguela pronto
Hola steph aqui lectora fantasma primero Sos una gran escritora .. No quiero que sebastián bese a Luciana que me bese a mi ;;) siguela por cierto mi nombre es nacary y tratare de pasar mas
Maldita la luna que jamas se puede acercar a su amado .. Desde el principio de los tiempos una persigue a la otra en un ciclo constante .. Aun a sabiendas que sus caminos jamas se encontraran es la luna o el sol tan masoquista que a pesar de eso aun se anhelan o es que saben cual es su deber? Spteph cual es el deber de Sebastián? Porque persigue a Luciana pero cuando esta tan cerca .. Simplemente sigue su recorrido me encanta como escribes tu redacción es tan pulcra como el naciente de tus ideas,, espero la continúes pronto
Siguela siguela siguela
STEPH DONDE ANDAS..??
Hola Steph,
El capitulo me ha gustado
El final me encanto.
Sebastian. El es especial
Me gusta y
Nico me esta asustando
Pero me niego a creer que el de verdad sea malo aunq algo esconde
Steph, ya me dejastes curiosa siguela
Ola k ace? Castigandonos no subiendo capitulo o k ace?
O por dios o pos dios comentario corto pero igual comentaario .. Que onda con sebas y Nico? O sea que son y como es que Nico lo asecino?
Queremos CAP? O si no? Queremos CAP? O si no?
Quien es quien es es me dejaste con una curiosidad horrible Sos mala mujer mala.. Sube como lo dejas hay
Me encanto el capitulo Sebastián es tan adfhkkgda y Nico es tan asdghjj y Luciana una boba que no aprovecha ninguno de los 2 y respondiendo tus preguntas TODAS son si y no soy chico pero estaría con angie si joe participa jaajja ok no
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