Capítulo
5: Noches Negras
Caí en mis
rodillas junto al sillón de Sebastián al mismo tiempo que largaba un alarido de
sorpresa, pánico y dolor. Él me cubrió la boca rudamente bajo su mano.
–Adelante –me
dijo con los dientes apretados–. Acaricia al gatito grande para que pueda
domesticarse. ¿No es eso en lo que estás pensando? –negué con la cabeza–. ¿Sabes
que una bestia como yo podría devorarte a pedazos? –su rostro se aproximó
peligrosamente al mío. Sentí su nariz rozando la mía–. Puedo morder, nena.
Duro.
–¡Suélteme! Me
hace daño –refunfuñé tan pronto como dejó de cubrirme la boca con su mano.
Sus dedos se
aflojaron en torno a mi brazo, pero no me soltaron.
–Que pase
buena noche, lady Luciana.
Me soltó.
–Descanse en
paz, Sr. Von Däniken –rumié en tono inicuo.
–Espero que
sueñes conmigo.
–Sería una
pesadilla.
–Oh sí –me
guiñó un ojo.
Me obligué a
dedicarle una reverencia antes de volver al dormitorio. Mis hermanas estaban
metiéndose en sus camas con los rostros preocupados. Dolabella estaba colocándose
su camisola para dormir cuando acudí a ella.
–No importa si
nos deshacemos de los vestidos –mascullé al tiempo que me quitaba el mío–.
Estamos atrapadas, Bella.
Mi hermana me
despidió una mirada de soslayo.
–¿De qué
hablas?
Deshice los
broches de mi corsé.
–El Sr. Von
Däniken lo sabe todo –Dolabella abrió ampliamente sus ojos–. Shh –le advertí
para que no se pusiese a hablar en voz alta–. Quiere que tenga una visión a
cambio de su silencio.
Ella sacudió
la cabeza.
–No puedes
hacer eso, Lucy.
–Lo hice
–admití.
–¿Qué?
–Mi visión fue
inútil. No era lo que estaba buscando.
Dolabella
tragó.
–¿Y qué viste?
Sentí que el
color se esfumaba de mi rostro.
–Eso no
importa. Necesitamos que Sebastián no nos delate.
–¿Quién?
–El Sr. Von
Däniken.
Ella me
observó con recelo.
–¿Qué has
visto, hermana?
Por Tinia,
Bella era sagaz e inteligente.
Tragué grueso.
–Era... –me
coloqué mi camisón para dormir después de haberme desnudado. Le lancé una
mirada a Micaela–. Pude ver la transformación de Mica en un vampiro.
Los músculos
de Bella se relajaron.
Cuando me metí
en la cama, no pude evitar ponerme a pensar en mi visión. En mi cuerpo frígido
y muerto tras el cristal. Tenía que tratarse de una visión a largo plazo. Y sin
embargo...
La única
manera de que un inmortal muriese era que fuese asesinado. Cuando pensaba en la
palabra asesinato, la imagen de Sebastián regresaba a mi mente, instalándose en
la parte de atrás de mis párpados. Él era ese hombre al que temía en mis noches
más negras. Y ahora se presentaba ante mi padre, irrumpía en mi castillo.
Estaba aquí para hacerme daño.
El aire gélido traspasó el rojo de mi vestido, hecho
con pétalos de enormes rosas y adornado con otras más pequeñas que embellecían
mi cuello, cabello y brazos. El aroma perfumado de las flores intoxicaba mi
oxígeno.
Varios espejos flotaban alrededor de mí, en medio de
los bosques etruscos, como colgados en paredes invisibles, mostrándome la
imagen de mi reflejo. Era difícil, inclusive para mí misma, reconocerme en ese
cristal.
Mi piel parecía demasiado pálida en contraste con el
matiz escarlata que teñía mi vestido y mis labios. Mi cabello agregaba una
exótica tonalidad naranja a los perfectos colores del retrato. Yo estaba tan
quieta que cada uno de los espejos parecía ser una pintura enmarcada con un borde
ovalado de oro.
La luz provenía de pequeños relámpagos pálidos que
se filtraban a través de las copas de los verdes árboles. Pude sentir cálidos
roces de irradiación solar. Una calidez que atravesaba el viento helado, brindándome
confort. Hacía tanto frío que cada fulgor caliente relajaba mis músculos.
Perseguí la luz, que se movía lejos de mí, esquivándome. ¿Estaría huyendo?
Repentinamente, el suelo cedió bajo mis pies y caí
hacia las profundidades. Hacia la oscuridad. Intenté gritar, pero la voz se
negaba a salir de mi garganta. Mientras descendía, mi piel era rasgada por
punzantes objetos. Me parecía que se trataba de espinas sobre las ramas de los
árboles que crecían encorvados sobre las paredes del agujero.
De la nada, un centenar de brazos brotaron desde las
penumbras e intentaron atraparme. Salvo que en lugar de evitar mi caída, se
robaban partes de mi vestido. Hasta que alguien logró capturar mi brazo,
deteniéndome.
Observé mis pies colgando hacia el vacío antes de
levantar la mirada para hallar un par de ojos con iris violetas y pupilas
plateadas resplandeciendo entre las sombras. Una andanada de energía barrió mi
cuerpo, atravesándome tan potentemente que me hizo soltar la mano que me
sostenía.
Aunque no logré verlo, sabía que Sebastián estaba
ahí. Se mantuvo sosteniéndome, asiendo mi brazo. Las descargas que manaban de
su piel eran tan intensas que resultaban dolorosas. Tiró de mí hacia la pequeña
plataforma de piedra en la que él se hallaba de pie. Había una cueva
resguardándolo de la más diminuta luz, aunque a estas profundidades era poco
probable que cualquier destello lo alcanzara.
Respiré con agitación tan pronto como caí de
rodillas encima del suelo rocoso. Sebastián me había soltado, pero continuaba
de hinojos delante de mí, confundiéndose con una sombra entre las penumbras.
Su cercanía, al igual que su silencio, era
inquietante. El desasosiego viajaba a través de mis venas, enfriando mi sangre,
helando mis huesos. No sabía si temía más a caer hacia el vacío, o hacia
Sebastián. No estaba segura de qué era más nocivo para mi salud.
Algo traspasó la negrura de la oscuridad, un
destello similar al de un metal del color del bronce oxidado. Parecía ser que
Sebastián estaba empuñando un arma mortal, curvada. Hasta que me percaté de que
no era así. En realidad, su propia mano era un sucio garfio con un deletéreo
filo.
Una sensación álgida recorrió suavemente la piel de
mi rostro. Su punzante garfio estaba acariciando mi mejilla lentamente al
tiempo que yo temblaba por el terror instalado en mi pecho. A pesar de que mi
corazón martillaba a toda velocidad contra mis costillas, hice todo lo posible
para evitar moverme. Porque si lo hacía, mi cara sería lacerada por la
encorvada cuchilla.
–Hola –oí decir a Sebastián en una tonalidad
profunda, sensual.
Escucharlo produjo el más inexplicable raudal de
calor en el interior de mi cuerpo. Había algo tan provocativo en su tono de voz
que, secretamente, me hacía querer gemir.
La luz se abrió paso a través del cielo,
iluminándolo igual que los destellos de la luna que cruzan las rendijas de las
puertas en habitaciones umbrosas. Su cara fue recortada por las sombras, sus
perfectas facciones eran duras, su expresión ecuánime.
Después reparé en sus andrajosas ropas, la camisa
abierta, las pesadas botas sucias, los anillos de oro que envolvían sus dedos,
los brazaletes de cuero sobre sus antebrazos. Su cabello estaba desordenado,
ocultando, a medias, esa penetrante mirada. Lucía como un verdadero pirata.
–Hola –contesté en un hilillo de voz–. Eres un
pirata.
Puse mi mano encima de su antebrazo cubierto de
brazaletes. Toqué la fascinante tensión que endurecía cada uno de sus músculos
rígidos. Las puntas de mis dedos estaban apenas rozándolo, pero aun así podía
sentir como se convertía en una roca por la tensión que le provocaba mi tacto.
Su semblante se oscureció, como si las sombras lo
hubiesen arrastrado hacia las tinieblas. A cada segundo, su expresión se volvía
más aterradora. Era como si el ser tocado por mí le estuviera causando tanto
dolor que quisiera arrancarme la cabeza.
Sus ojos me susurraban una promesa de muerte, el
garfio que sustituía su mano se presionaba más fuerte contra mi piel. Deslicé
mi mano hasta su muñeca, que no era otra cosa sino un disco de madera gruesa
sobre la cual reposaba el gancho filoso de hierro que estaba a punto de surcar
mi carne.
Despacio, recorrí el garfio con mis dedos
temblorosos. Jadeé mientras intentaba aferrarlo para alejarlo de mi cara.
–Así es como tú me ves –Sebastián gruñó–. Como un
pirata. Por lo tanto, soy uno –sentí que su garfio empezaba rasguñarme–. Podría
haber sido más humillante –dijo con una nota de humor–. Podrías haberme traído
hasta aquí vestido de bailarina. O usando tangas.
De no haber estado aterrada, me habría reído.
–No me hagas daño –musité.
Una pequeña sonrisa macabra apareció curvando su
hermosa boca.
–Siempre me pides lo mismo.
De súbito, rodeó mi nuca con su garfio, atrayéndome
más cerca de su rostro.
–Dame la maldita visión que necesito, niñita, o lo
último que verás será mi rostro de satisfacción salpicado con sublimes gotas de
tu sangre.
Tragué grueso.
–Suélteme –refunfuñé. El pánico teñía mi entonación.
El garfio cortó levemente la piel sobre mi nuca
debido a mis movimientos bruscos. Nuevamente me quedé quieta al tiempo que
Sebastián ponía un dedo sobre mis labios.
–Shh. Eso es, no te muevas –la sangre caliente se
deslizó a través de mi espalda, manchando mi vestido hecho con pétalos de
rosas–. Cuéntame el futuro. Hazlo –decía en un cándido susurro–. Dime lo que
quiero oír.
–No puedo –me quejé con contrariedad, las lágrimas
estaban comenzando a inundar mi visión.
–Esto es un sueño. Sé que puedes tener visiones en
sueños.
–No sucede cuando quiero.
La rabia deformó el semblante de Sebastián, sus ojos
se transformaron, igual que los de un furibundo lobo.
–Nunca me das lo que quiero. ¡Nunca!
Grité, puesto que el garfio estaba cortándome el
cuello, seccionando mi garganta, rebanando mis huesos.
Y lo último que conseguí ver fue aquella cara
diabólica manchada con diminutas gotas de mi sangre roja.
Por centésima
vez, desperté gritando. El sudor humedecía mi rostro y las palmas de mis manos.
Mis hermanas ya estaban fuera de la habitación, probablemente preparándose para
el almuerzo. Salvo Micaela, que se encontraba sentada en su cama, abrazando sus
rodillas, observando el vacío. Todavía estaba metida en su ropa de dormir, su
piel lucía blanca como la de una muñeca de porcelana.
Contemplé las
figuras grabadas en relieve en el techo, pinturas repletas de color que
representaban criaturas etruscas, o dioses. Los matices rojos y amarillos
dominaban la enorme pieza, simbolizando de forma intencionada la riqueza y los
lujos. El oro y el terciopelo.
No obstante,
todo lo que el color rojo me recordaba era aquel vestido hecho con delicados y
perfumados pétalos de rosas. O, en el peor de los casos, mi sangre sobre el
rostro de bronce de Sebastián.
Al lamer mis
resecos labios, probé los restos de mis lágrimas saladas. Ése era el sabor del
recuerdo de las tormentosas noches en las que aquel caballero oscuro me
atosigaba.
–¿Te
encuentras bien? –Mica logró susurrar de forma ronca. Todavía no me miraba.
Asentí antes de secar mis mejillas con un dedo–. También piensas en sangre,
¿no?
La miré.
–¿Por qué
piensas una cosa así?
–Porque te
mordí. Has de estar aterrorizada. Por mi parte, sangre es en todo lo que
consigo pensar, y me pone enferma. No quiero hacer daño a nadie, me siento como
basura. No puedo creer siquiera que me dejaran sola contigo.
Había olvidado
su mordida. Toqué las magulladuras sobre mi cuello con languidez.
–Ni siquiera
me duele tu mordida. No eres un monstruo.
–Eso lo dices
porque no sabes lo que pasa por mi mente ahora –aseveró luego de un extenso
silencio. Sacudió su cabeza–. Será mejor que vayas a almorzar. Las chicas irán
a nadar después. Ahí están tus nuevas zapatillas –señaló hacia la cómoda con un
dedo.
–¿No vienes?
–interrogué con nerviosismo.
–El sol me
hiere –me explicó.
–¿No vas
comer?
–En este
momento la comida humana me causa náuseas.
Sin discutir
mucho más, me vestí antes de reunirme en la mesa con mis hermanas. Observé atentamente
los diseños de los platos y cubiertos mientras esperaba por nuestros alimentos.
Bebí hipocrás distraídamente, estaba tan ensimismada que casi había olvidado
que el resto de mis hermanas se encontraban allí conmigo. Sus voces eran como
lejanos murmullos.
Hasta que
Dolabella sacudió mi brazo.
–¡Lucy! ¿Te
encuentras bien? ¿No piensas probar un bocado?
Cuando vi mi
plato, noté que tenía encima carne de jabalí asada con salsa de vegetales.
Parpadeé y comencé a comerla.
El paseo al
lago terminó por levantar mi ánimo, salí de mis pensamientos y retocé junto a
mis hermanas durante todo el camino. Íbamos de cuatro en cuatro en cada
carruaje. Los cocheros tendrían que dejarnos y recogernos a mitad de la tarde.
Mis hermanas
mayores se despidieron de manera coqueta de los caballeros, lo cual era un
comportamiento enteramente inapropiado. Tan pronto como ellos nos dejaron a
solas, comenzamos a desnudarnos. Entretanto, vislumbré las cristalinas aguas
azules que se manchaban con la sombra de los árboles y el reflejo del sol.
Sentí el
césped bajo mis pies descalzos, la brisa fresca contra mis despojados pechos,
el fulgor del sol tostando mis pálidos hombros. Cada vez que me bronceaba,
nuevas pecas aparecían para espolvorear mis hombros y nariz.
Fui la última
en zambullirme al agua, la cual estaba más fría de lo que esperaba. Por eso me
sumergí con rapidez, a fin de que mi cuerpo se acostumbrara a la temperatura.
Luego de nadar un minuto, mis músculos agarrotados empezaron a relajarse.
Era
maravillosa la sensación tibia del sol, el viento sobre mi cara y el agua
envolviendo mi cuerpo. Todo al mismo tiempo. Los peces pequeños que nadaban en
enjambres se alejaban cuando intentaba atraparlos, los cines nos rodeaban
cautelosamente, a cierta distancia, con miedo de que pudiésemos dañar a sus
crías.
Al igual que
cada semana, mis hermanas y yo convertíamos este momento en una juerga.
Nuestros gritos de alegría se escuchaban incluso en las instalaciones del
castillo. Aquellos malintencionados rumoraban que nos encontrábamos con amantes
tan pronto como los cocheros nos dejaban a orillas del lago.
El tiempo pasó
más rápido de lo que creímos. Seguíamos sumergidas en el lago cuando oímos el
ruido de los caballos y las ruedas de los carruajes acercarse. Gritamos,
salimos del agua, cogimos nuestros vestidos y corrimos a ocultarnos entre los
árboles.
Me separé del
grupo para esconderme detrás de un roble. Yo era demasiado pudorosa como para
permitir que cualquier hombre me mirara desnuda. Inclusive a veces sentía
vergüenza frente a mis hermanas.
Me vestí a la
velocidad de un rayo, lanzando mi vestido por encima de mi cuerpo húmedo.
Todavía respiraba audiblemente después de haber corrido. Estaba segura de que
estaba sola. Hasta que levanté mi mirada y alguien apareció súbitamente delante
de mí. Una silueta alta se materializó ante mis ojos. Mis labios se separaron
para emitir un sonido de terror o sorpresa. Apenas conseguí jadear.
Sebastián se
movió igual que una sigilosa sombra antes de envolver mi cintura entre sus
brazos. Empujó mi cuerpo contra el suyo, apretándome con fuerza. Exhalé un frío
aliento sobre su lisa barbilla.
–Hola –me
saludó, al igual que en mi sueño.
Glaciales
gotas de agua rodaban desde mi cabello hasta mi rostro. Mi cuerpo entero había
empezado a tiritar. Pestañeé varias veces, asimilando la imagen angelical del
Sr. Von Däniken. Tenía un rostro de facciones inocentes, pero con expresiones
macabras.
¿Desde cuándo
había estado ahí?
Una sensación tórrida
endureció mis pechos. Nunca en mi vida había sentido nada semejante. Todo mi
cuerpo se calentó, sonrosándose. ¿Cómo es que Sebastián podía hacerme perder el
control sobre mi cuerpo?
Me enfurecí.
–¿Estaba usted
espiándonos, Sr. Von Däniken? –prorrumpí con alteración.
–No –negó de
inmediato–. Te espiaba a ti.
Mis mejillas ardieron.
–¿Está usted
diciéndome que me ha visto desnuda? –sus labios temblaron como si estuviera
intentando reprimir su sonrisa. No contestó–. ¡Respóndame, Sr. Von Däniken!
–Di mi nombre
y pronunciaré todo lo que quieras escuchar.
–No diré su
nombre, bestia salvaje. ¡No me toque! –sus brazos me aferraron con más fuerza,
como muestra de su renuencia y rebeldía–. ¡Serás fustigado por esto! ¡Espía!
¡Criminal! ¡Ladrón!
–Qué
apasionadas palabras salen de su boca, milady. Me excitan.
–Es
suficiente, hablaré con mi padre.
Logré quitarme
sus manos de encima, pero él atrapó mis brazos una vez más.
–Sí, tu padre
tiene que enterarse de algunas cosas.
–Deje de
manipularme.
–Deja de
amenazarme.
Me soltó.
Cuando se echó hacia atrás, me percaté de que mi sombrero estaba en su mano. Lo
puso sobre mi cabeza.
–Proteja sus
ojos del sol, señorita.
Sus acciones
me desconcertaron. Medité sobre su comportamiento.
–¿Qué quiere
de mí ahora?
Esbozó una
sonrisa bastante distinta a las que guardaba en su colección de malignas
sonrisas. Ésta era una encantadora y juguetona.
–Simplemente
he venido a admirar su inmaculada belleza. He escuchado que las diosas más
sensuales de los cielos envidian su hermosura.
Si Sebastián
me hubiera abofeteado, habría estado menos confusa. En ese instante comprendí
que mentía. Le dediqué una sonrisa astuta.
–Apuesto a que
sí –entrecerré mis ojos al verlo. Levanté mis faldas hasta mis tobillos para
permitirme caminar mejor a su alrededor–. Yo no soy una princesa tonta e
ingenua, Sr. Von Däniken. ¿Qué ha venido a robarme esta vez?
Él observó con
atención cada uno de mis movimientos.
–Bonitos
tobillos –comentó.
Mi rostro se
calentó de ira. Eso sencillamente era un cumplido vulgar.
–¡Usted es un
bruto!
Reprimió una
risita.
–Si supieras
lo que pienso acerca de tus pechos...
Fue
suficiente. Levanté mi mano y abofeteé su rostro con toda la fuerza que tenía.
Un salvaje instinto hizo que Sebastián reaccionara violentamente a eso. De un
momento a otro, mi espalda estaba contra un árbol mientras que su antebrazo
presionaba mi cuello hasta dificultar mi respiración.
–Escúchame
bien, Luciana –pronunció lentamente cada palabra–. Desde que tengo uso de razón
aprendí a devolver los golpes de las personas que me patean. Tienes que saber
que aprendí a hacer daño antes de saber incluso hablar. La próxima vez que me
golpees, no seré tan compasivo contigo. ¿Me has oído?
–No... –tosí–.
No me lastimes.
Sonrió.
–Siempre me
pides lo mismo.
Sus palabras
hicieron eco dentro de mi cabeza. Regresé al sueño que tuve esa mañana. ¿Habría
sido una premonición? Él retrocedió. Algo sombrío acababa de oscurecer su expresión.
Por un momento creí que era miedo. Pero sus ojos eran herméticos. Ocultaban la
más insignificante emoción.
Después de lo
que parecía una lucha interna consigo mismo, descansó su espalda contra un
árbol, puso sus manos sobre sus sienes y dejó escapar lentamente aire por la
boca. Pensé de manera enfermiza en ese aliento tibio que rozaba sus labios.
Recordé lo placentero que era sentirlo sobre mi cara. Un cosquilleo feroz
consumió mis entrañas.
Sebastián
parecía vulnerable en su estado actual. Tal vez así se veía cuando estaba a
solas, cuando no había nadie a quien pudiera demostrarle su bravuconería.
–¿Se encuentra
bien, Sr. Von Däniken?
Me aproximé,
pero no lo toqué, a pesar de las ganas que tenía de acariciar su cuadrada
mandíbula, o de pasar mis dedos por encima de sus labios. Los cuales imaginaba
suaves al tacto, en conflicto con esas muecas duras que normalmente hacía.
Tenía que
admitir que Sebastián era un exótico espécimen atractivo como el infierno.
Deseable.
Me sonrojé con
solo pensar en ello. En el cuerpo debajo de esa chaqueta de cuero. Él no traía
camisa esta vez, simplemente la prenda negra abrochada hasta la mitad de su
pecho, mostrando unos bronceados pectorales cuadrados.
¡Madre mía!
¡Que los dioses perdonaran mis impúdicos pensamientos!
–Llámame
Sebastián –me pidió. Esta vez su voz era un leve jadeo. No había exigencia en
su tono. Era más bien como una súplica–. Por favor –culminó, clavando esos
grandes ojos en los míos.
–Sebastián
–accedí–. ¿Es tu herida? ¿Te duele?
–No –largó con
brusquedad.
¿Por qué era
tan hosco? ¿Tan cerrado?
–Pagaría un penique por tus pensamientos.
Su expresión
iracunda se suavizó.
–Eso es
curioso. Yo también pagaría para saber tus pensamientos.
Mis mejillas
ardieron. Nunca antes había tenido pensamientos lujuriosos, hubiera muerto de
vergüenza si alguien los descifrara.
–¿De verdad?
–pregunté.
–No tienes
idea.
Le sonreí.
–Te diré un
secreto, a cambio de otro.
Un destello malintencionado
iluminó su mirada violeta.
–Ése es un
buen juego.
Me aclaré la
garganta.
–Mi secreto
es... –vacilé–. Anoche tuve un sueño. Contigo.
Me ruboricé.
–Oh –largó
Sebastián con severidad. Luego de un par de segundos, una de sus cejas se elevó
con ironía–. ¿De veras? ¿Qué has soñado?
–Un secreto a
la vez, caballero. Su turno.
Él tenía una
sonrisa que me debilitaba.
–He robado
algo tuyo.
Parpadeé,
perpleja por un instante. Sonreí.
–Oh, te
refieres a algo más.
Puso los ojos
en blanco.
–Sí, sí, algo
más.
–¿Se puede
saber qué es aquello que me robó?
Algún brillo malévolo
cruzó su semblante de manera furtiva. Silenciosa. Tal como una estrella fugaz
atravesando el oscuro cielo azul marino que destellaba plata.
–Un secreto a
la vez, señorita Winterborough.
La luz del sol
besaba su precioso rostro de bronce. Y me sentí molesta por ello. Era
incomprensible. ¿Acaso no podía soportar que fuese tan agraciado bajo el calor
de oro que se derramaba sobre su piel?
¿O acaso estás celosa del sol? Me interrogó una voz
interna. Ese sol que es capaz de besar, o abrazar, cada centímetro de su piel
acaramelada. Probablemente tan dulce como la misma miel.
Sacudí a la
odiosa voz en mi interior cuando el sonido del galope de los caballos se
apoderó de mi cabeza. Los cocheros estaban cerca, cada vez más. Mis hermanas
estarían buscándome.
Di un paso
hacia atrás, poniendo distancia entre este mortífero rufián y yo. Pero quien
apareció a continuación no fue un cochero, ni tampoco ninguna de mis hermanas.
Se trataba de otro caballero que se aproximaba a un galope veloz, como si
alguien le estuviese persiguiendo. Vestía una armadura roja, traía una espada,
un escudo y un casco, igual que un soldado de nuestro ejército.
Escuché que
Sebastián escupía una maldición en voz baja. Me aplastó contra un árbol, encerrándome
entre sus poderosos brazos.
–Luciana,
necesito salir de aquí ahora. Ven conmigo –murmuró cerca de mi rostro.
Sentí mi pulso
acelerarse.
–No –me opuse.
Él largó un
sonido de frustración.
Abruptamente,
una lanza aterrizó en el tronco del árbol, clavándose a escasos centímetros por
encima de mi cabeza. Grité al tiempo que me encogía de miedo igual que una niña
pequeña. Mis piernas comenzaron a temblar por el temor.
–¡Ese hombre
quiere matarte, ¿verdad?! –chillé de manera temerosa.
–No, por
supuesto que no. Él solamente arroja lanzas muy cerca de mi cabeza. ¿Qué te
hizo pensar algo así?
Le miré de
forma fulminante. Era grosero ser sarcástico con una dama, aun más si se
trataba de la princesa de Etruria.
–Déjame ir.
–No
–insistió–. Sígueme, por favor.
–¿Por qué iba
a hacer eso?
Sin previo
aviso, sujetó mis brazos antes de empujarme contra otro árbol cercano. Otra
lanza, más larga que la anterior, se enterró en el lugar en el que habíamos
estado hacía un segundo.
–¿Me tienes
miedo? –me preguntó. Era difícil saber si estaba desesperado o sencillamente
agitado.
No le
contesté. La respuesta era evidente.
–¡Vamos,
contéstame! ¡No tengo mucho tiempo!
Aparté mi
mirada de sus ojos. Estos eran demasiado intensos para ser soportados por mucho
tiempo. Cuando veía sus iris incandescentes me parecía que estos perforaban muy
hondo en mi alma.
–Sí –musité
sin aliento.
Sebastián
retrocedió con violencia, como si le hubiese golpeado.
–¿Por qué?
–masculló con suavidad–. ¿Acaso te he hecho daño?
Cerré los ojos
con fuerza, intentando no concentrarme en la espontánea e inevitable
sensualidad que segregaba esa voz herida.
–Se ha
encargado usted de aterrorizarme, Sr. Von Däniken –le respondí con sinceridad–.
Además, es incorrecto que permanezca a solas con cualquier caballero. Si me
disculpa...
–Luciana,
tengo que mostrarte algo, es importante –me agarró con rudeza–. Te traeré de
vuelta antes del anochecer. No voy a hacerte daño. Te lo prometo.
Por
descabellada que la idea fuese, Sebastián lucía honesto. Tan desarmado como
jamás lo había visto.
No puedes creerle. Me decía a mí misma.
Entonces la
voz molesta que atormentaba mis pensamientos regresaba para presionarme. ¿Luciana Winterborough es una princesa
cobarde?
–¿Por qué un
soldado te persigue? –cuestioné.
Él suspiró a
forma de rendición.
–Un secreto a
la vez, señorita, uno a la vez –su mano capturó la mía en una suave presión que
terminó por hacerme tiritar–. Si vienes conmigo, te contaré en el camino.
–¡Desenvaina,
Von Däniken! –la voz del soldado se elevó sobre nosotros cuando éste se acercó
en su blanco corcel–. A no ser que desees morir como un cobarde.
Tres soldados
aparecieron tras el primero, todos montados en sus caballos. Sebastián tiró de
mi brazo, obligándome a seguirlo.
–Corre –me
dijo tranquilamente–. Siempre que estés a mi lado, estarás en peligro.
Por un momento
aquella frase me dejó petrificada en mi sitio. ¿Me estaba pidiendo que corriera
lejos de él o que lo siguiera? No lo supe jamás. Sebastián me liberó de su
sujeción, permitiendo que me alejara y regresara con mis hermanas.
Pero mis pies
vacilaron y, antes de que pudiese darme cuenta, estaba corriendo a sus
espaldas. Mi sombrero cayó hacia atrás, pero la cinta de raso lo mantuvo atado
en mi cuello. Los bordes de la falda de mi vestido se estaban manchando de tierra,
al igual que mis nuevas zapatillas.
Los soldados
nos adelantaron en sus caballos, rodeándonos. Sebastián tuvo que detenerse
cuando tres gruesas espadas apuntaron a su cuello. Hizo un vertiginoso
movimiento, desenvainando una daga corta al mismo tiempo que pateaba la espada
de uno de sus perseguidores.
–Para mí será
un completo placer librar batalla con ustedes, chicos. Pero, no sé si notaron
que tengo un acompañante. Quien, por cierto, es una de las princesas.
Los soldados
me miraron por primera vez, como si acabaran de percatarse de que estaba ahí.
–Será mejor
que bajen sus armas –continuó Sebastián–. Trabajo para los dioses y soy un
huésped en el Castillo Real. No pueden matarme mientras sea un invitado de lord
Vittorio.
Sin dejar de
observarme, uno de los hombres me habló.
–¿Es eso
cierto?
Tragué con
fuerza antes de asentir.
–El Sr. Von
Däniken realiza una misión para mi padre. No puede ser ejecutado hasta que no
acabe con ella.
Ellos
devolvieron sus armas a sus fundas.
–De ser así,
pediré una audiencia con lord Vittorio para hablarle de tus crímenes. De modo
que te ejecute por sí mismo, o le dé de comer a la brujas con tu carne. Por los
dioses no me preocupo, sé que no se alarmarán por un insignificante bandido
como tú.
Los hombres
comenzaron a retirarse con calma hacia los confines del bosque, donde iniciaban
los jardines del castillo, cuando, de improviso, uno de ellos se volvió para
escupir a Sebastián, quien retrocedió de un salto antes de que la desagradable
saliva atañera su rostro.
Su cara se deformó
con la ira, enrojeciendo. Empuñó su daga una vez más, apretujándola con fuerza
en un puño. Si lo conociera mejor, no dudaría en pensar que lo único que
deseaba era lanzarla en medio de la espalda del soldado. Pero tal vez su
dignidad u orgullo se lo impedían.
–Anda, cabrón,
salta de ese caballo y desenvaina. Te despedazaré hasta que tus huesos sangren.
El hombre hizo
aquello que le pedía sin vacilar. Sus rasgos, más que enfadados, eran una
máscara de odio.
–Eso será lo
que haré contigo, asesino.
Aquella última
palabra la escupió con desprecio. Como si tuviera una poderosa razón para hacer
aquella atroz acusación. Me llevé las manos a la boca, atónita.
–¿A quién ha
matado el Sr. Von Däniken? –prorrumpí.
El soldado me
observó con una expresión de oscuro humor.
–A mi hermano
Rómulo.
Me volví hacia
Sebastián.
–¿Lo hiciste?
Para mi
horror, él sonrió diabólicamente. Parecía disfrutar de su propia, secreta broma
privada.
–No lo sé,
puede ser. No puedo recordarlo. No llevo la cuenta de todos a los que mato.
Rememoré
aquella visión de mi cuerpo en un ataúd de cristal...
Si Sebastián
era un asesino...
Me sentí
repentinamente mareada. El suelo comenzó a girar bajo mis pies. Mi rostro se
tornó pálido, el color abandonó mis mejillas.
–No te hagas
el idiota. Tú recuerdas perfectamente a mi hermano. No lo olvidarías. Nunca
olvidarás la noche en la que murió bajo tu oxidada espada forjada por los
demonios de la muerte.
Se hizo un
eterno minuto de tensión, todos los rostros que me rodeaban eran como la
piedra. Duros, pungidos. Como el mármol blanquecino. O, en el caso de
Sebastián, como una piedra de bronce, bordeada con plata. Había un silencio que
era sepulcral, fúnebre.
Nada más se
escuchaban los relajantes sonidos de la naturaleza, que daban el matiz
equivocado a esta escena. Podía oír el graznido de los cisnes mientras
salpicaban en el agua, los pájaros emitiendo silbidos agudos, el viento
revoloteando entre los árboles.
–Oh, ese
Rómulo –dijo el Sr. Von Däniken despacio–. Por supuesto, ¿cómo olvidar al
bastardo que se acostó con mi esposa?
30 comentarios:
El capitulo ha estado genial. Ese
final me ha dejado en shock.
Sebastian estuvo casado???
No se si pensar que quizas esto es una broma de el o es verdad.
Estoy empezando a creer que Luciana es tonta de haberlo perseguido.
Sebastian es extra~o.
Porque odian que lo toquen?? O porque cuando entra en trance le pide a la princesa que diga su nombre??? Son preguntas sin respuestas.
Sin contar que me parecio tonto por su parte que Sebastian le preguntara a luciana si tenia miedo de el. Eso era mas que obvio.
Esta historia esta muy buena. Me encanta.
Cada vez se pone mejor.
El capitulo estuvo genial.
No puedo creer que Sebastian estuvo casado eso si que no me lo esperaba.
Tu siempre me sorprendes
El capitulo me encanto y mas el final.
Eso si que no me lo esperaba
Muy buen capitulo. No puedo creer que este casado Sebastian. De el puedo creer cualquier cosa menos que hubiera estado casado. Me pregunto que paso con su esposa.
este capitulo si tuvo muchas sorpresas
¿Como que el estuvo o esta casado?
Esta novela me esta volviendo loca. Me encanta cada capitulo.
Steph eres cruel con ese final
El capitulo estuvo genial.
El final me dejo con la boca abierta.
No puedo creer que el estuvo casado o lo esta.
Sebastian me resulta tan incomprensible.
Ya yo sabia que cuando ellas estuvieran en el lago el las iba a ver.
Tambien me sorprendio su pregunta a luciana. Es un poco obvio que el da miedo.
Ademas me da pena su hermana Mica, es una lastima que vaya a ser vampiro.
el capitulo estuvo genial.
Steph ese fue mi comentario
No pensé que te hiba a gustar.
Pues si es la verdad como tu lo dices.
Sebastian es una persona bastante despreciable pero LO AMO
Es inevitable no hacerlo.
Me encanto el final
¿Es casado?
El final me ha dejado en estado de shock pero solo te puedo decir una cosa ¿Por que lo paras ahí? ¿porque no sigues? ¿porque nos dejas con la intriga, juegas con nosotros, nos torturas sin saber que pasará?¿ Y si la gente no comenta y no lo puedo saber hasta no se NUNCA? me ha pasado antes y si pudiese hacer algo no lo consistiría pero no puedo así que me tendré que aguantar.
En mis comentarios nunca hablo de los capítulos pero bueno me tendrás que querer así(si quieres).
Me encanto el capitulo estuvo genial como siempre
Steph ha estado genial.
Sin duda el final me ha dejado en shock total
¿Como que Sebastian esa casado?
Tu siempre me sorprendes con cada capitulo.
Como es eso de que Sebastian esta casado
Siento que me volveré loca
sin comentarios
¿Sebastian es casado?
No lo creo
apuesto a que mato la esposa también
de el espero cualquier cosa
Ok no voy a pensar que eso ultimo es verdad.
Tu historia es fabulosa
es tan diferente que me encanta
Aunque todas tus novelas me encantan
Estoy segura que Sebastian no es malo -miro disimuladamente al lado- Estoy segura que me retracto. Comienzo a dudar de que esta novela Luciana termine con Sebastian.
Steph Creo que eres un genio
Estoy segura que esta novela será un exito. Perdona que pregunte esto ya que he visto que varias veces lo han preguntado y no has contestado.
¿Porque no vendes tus novelas por Amazon?
Creo que esta novela es fantástica
Steph, se me había olvidado pedirte un favor.
Me gustaría que recomendaras mi novela. Te dejare el link del blog que es ahí donde tengo el link de la pagina en donde la publico. Si no es mucha molestia claro.
http://oneinamillonovela.blogspot.com/?m=1
Si el link no funciona me avisas para arreglarlo.
http://oneinamillonovela.blogspot.com/
Aqui te dejo el link por siacaso el otro no funciona.
Me encanto
Sin duda no me esperaba ese final.
Ya estoy loca por saber que pasara.
Tu novela me tiene obsesionada.
Es fantástica
Sebastian es hermoso A su estilo claro pero es hemoso
Todavía quiero saber de donde se conocen Sebastian y Nico
Estoy shockeada
No me esperaba el final de este capitulo.
Me encanto Sebastian es ÚNICO
lo amo
Genial ahora estoy en la oficina de mi escuela porque por ser el ultimo día están tirando bombas de agua.
Bueno el capitulo me encanto
Me encanto el capitulo
estuvo genial
muy divertido
Ya estoy loca por leer el próximo capitulo
Ya quiero leer el siguiente CAP.
Estoy deseosa por saber que pasara.
Capitulo Genial
me encanto
Estoy enamorada de Sebastian es tan atractivo.
Me encanto
Me encanta
Esta novela es la mejor.
Publicar un comentario