Capítulo
7: En la Luna Hay un Conejo
Tenía mis ojos
puestos en los suyos. Fui capaz de observar mi reflejo en sus pupilas plateadas
y en sus iris purpúreos. Ambos estuvimos en silencio al menos cinco minutos.
–¿Aún piensas
entregarme a mi padre? –me atreví a romper el silencio.
Se puso de pie
con la gracia de un esgrimista.
–Linda. Linda
princesa –canturreó–. Es tu reputación, o mi vida –fingió pensar, golpeteando
su barbilla con dos de sus dedos. Su expresión fue oscura cuando contestó–.
Todavía valoro un poco a este sensual cuerpo.
No fui capaz
de decir una sola palabra. De repente, los bordes de mi visión se hicieron
borrosos. Los colores se hicieron difusos, al igual que las luces.
Me encontré en un campo abierto repleto de césped y
agua. Escuché los sonidos relajantes, la brisa, los árboles, el agua
descendiendo desde las colinas, el canto de los pájaros igual que una orquesta.
Entonces un ave traspasó el cielo, una paloma blanca de gran tamaño, moviendo
sus alas al compás del viento.
Regresé a la
realidad, donde el Sr. Von Däniken me contemplaba curiosamente.
–¿Te
encuentras bien?
Parpadeé.
–Tuve una
visión.
–¿Una visión
opuesta?
Asentí.
Impaciente,
tomó mi mano en la suya. Sus dedos trazaron círculos lentamente sobre mis
nudillos.
–¿Qué has
visto?
–Había
tranquilidad absoluta –relaté–. Y una gran paloma blanca franqueando los
cielos.
Las comisuras
de los labios de Sebastián se alzaron en una mueca perversa. Cada vez que
sonreía de esa manera su rostro se tornaba endemoniadamente diabólico.
–Se me ocurre
una cosa que eso podría significar. Guerra –sugirió.
Eso tenía
sentido por completo. El mirar la representación de la paz en una visión
opuesta significaba solamente una cosa. Guerra. Pero ¿dónde? ¿Cómo o por qué?
El rostro de
Sebastián estaba recortado por sombras e iluminado tenuemente con luces que
danzaban como el fuego sobre sus facciones. Me di cuenta de que los candelabros
en las paredes se habían encendido por una razón: la noche comenzaba a
apoderarse de los cielos. En las afueras de la cabaña el cielo adquiría matices
rojos, naranjas, rosas y violetas. Era una exquisita combinación la que
reposaba en la línea del horizonte.
–Está
anocheciendo, Sr. Von Däniken. ¿Me lleva a casa?
Él empezó a
meditarlo. O a fingir meditar.
–Con una
condición, princesa.
Tragué saliva.
–¿Cuál?
–Vuelve a
decir mi nombre.
El alivio me
recorrió.
–Sebastián
–suspiré.
Él permaneció
en silencio, admirándome durante la eternidad de los segundos que corrían. Sus
manos continuaban aferradas a las mías, masajeando mis dedos con lentitud,
provocándome constantes escalofríos.
Su pulgar
presionaba mi palma, dibujaba formas, descendiendo hacia la parte interna de
mis muñecas, donde se detuvo a trazar cuidadosos círculos. Había algo íntimo y
erótico en la forma en la que tocaba mis manos desnudas. Con la prisa con la
que había salido del lago, había olvidado colocarme los guantes.
No sabía si
era algo malo, pero ese contacto se sentía prohibido. Provocaba cosas en mi
cuerpo que no estaba preparada para sentir, para soportar. Cerré mis manos en
torno a sus dedos. Yo misma no estaba segura de si mi intensión era detenerlo o
apremiarlo a seguir. Lo sentí apretar mi mano con suavidad un momento antes de
que se la llevara a los labios y besara mis nudillos.
Tuve que
reprimir un grito por la intensidad con la que sus labios me quemaron.
Después de
soltarme, caminó con paso lento y constante hacia los candelabros. Sopló el
fuego de las velas, una por una, mientras la habitación dulce se iba acoplando
con las sombras. Pronto había tanta oscuridad que escasamente distinguía los
destellos de plata procedentes del cabello y ojos de Sebastián. Un profundo
miedo se asentó en mi pecho, apretándolo con tanta fuerza que el acto de
respirar se me hacía imposible.
–¿Qué está
haciendo, Sr. Von Däniken?
No lo vi
moverse, o acercarse. Pero antes de que pudiera inhalar una bocanada de aire,
estaba delante de mí, avanzando, obligándome a retroceder en las penumbras.
Cuando mi espalda colisionó contra la pared, sentí su cuerpo presionándose al
mío.
Las
sensaciones que desencadenó en mí eran equivocadas, erróneas, diabólicas. Había
algo contradictorio en mi cuerpo. El miedo estaba haciéndome tiritar al mismo
tiempo que un satisfactorio calor se instalaba entre mis piernas debido a la
presión de sus caderas contra mi vientre, a la fricción de sus brazos desnudos
contra los míos, a sus costillas aplastando mis rígidos senos.
Sus manos se
estacionaron en la pared, una a cada lado de mi cabeza, encerrándome. Sentí
todos aquellos suculentos músculos de su torso desnudo flexionándose, moviéndose
y tensándose plácidamente contra mi piel. Respiré su aroma picante a canela y
pimienta negra, el cual me embriagaba de tal manera que me pareció que las
paredes giraban en torno a mí. Haciéndose pequeñas, acorralándome.
Despacio, delineó
el contorno de mi rostro con su nariz. Sentí su piel acariciando mis cejas, mis
mejillas. Su respiración era cálida, suave y entrecortada. Hundió su cara en mi
cuello.
–Quédate
quieta y no voy a lastimarte –murmuró por lo bajo.
Su aliento
golpeó mi garganta desnuda, haciendo que mi piel ardiera.
–¿Qué intentas
robarme esta vez?
Tomó una
profunda inhalación.
–Espero poder
robar tu aroma. Y jamás devolvértelo.
–No me
mientas. Estás arrebatando mi voluntad, mi razón.
–No me
mientas. Si tuviera la habilidad de doblegarte, robaría tu alma.
–¿Y qué harías
con ella?
Sebastián
permaneció en silencio, sin moverse. La cercanía de su cuerpo, de su piel, me
estaba atormentando. Mi juicio se estaba desvaneciendo. Tuve ganas de elevar
mis manos hacia su espalda. Una oscura urgencia me hacía necesitar tocarlo,
sentir la piel lisa contra mis palmas, los duros músculos contra las yemas de
mis dedos. Quería con desesperación hundir mis uñas en sus omóplatos, en sus
rígidos hombros anchos. Quería gritar.
Sin embargo,
algo me impedía moverme. Mis extremidades pesaban, se sentían macizas como
rocas. Era como si hubiera cadenas gruesas envolviendo mi cuerpo. Tal vez era
por el estado de embriaguez al que me había llevado la fragancia del señor Von
Däniken. O quizá el terror me estaba paralizando, dejándome petrificada igual
que una estatua.
La tortura
terminó cuando Sebastián se hizo hacia atrás en un movimiento expeditivo. Esa
parte irracional de mi cuerpo estaba ansiosa por seguir siendo afligida con su
cercanía. Anhelaba más. Mis pechos se encontraban en un estado palpitante, al
igual que mi corazón, el cual martilleaba mis costillas con frenética
violencia.
En cambio, la
otra parte de mí sintió alivio. Era menos perturbador saber que había distancia
entre los dos. Saber que ese pequeño espacio que nos separaba me permitía salir
corriendo, que tenía el control de mi cuerpo, de mis equivocadas emociones, que
mi voluntad estaba de vuelta.
Estaba mal
sentirme de la forma en la que me sentía cerca de Sebastián, estaba mal saber
que toda esa pecaminosa lujuria invadía mis deseos, mi vientre, mis senos, mis
piernas, mis manos, mi boca, mis labios. Estaba exhausta de aquellas emociones,
abrumada.
–Ya es hora de
regresar –anunció finalmente el Sr. Von Däniken al tiempo que las paredes se
hacían pequeñas en derredor–. Parece que nuestra gula está creciendo.
Lo seguí fuera
de la cabaña de caramelo. La puerta había reducido su tamaño considerablemente,
lo cual me obligó a ponerme de rodillas para salir. La luna llena despuntaba
tras las montañas, luciendo preciosa en todo su esplendor.
–Canta para la
luna –le hablé a Sebastián–. Dijiste que querías conocer los secretos de la
luna de plata. Si la seduces, sabrá recompensarte.
El Sr. Von
Däniken vislumbró el cielo, que se tornaba púrpura debido a los últimos resplandores
del crepúsculo.
–La luna no
siente simpatía por el diablo –replicó en voz baja.
–Recítale un
verso.
–No soy buen
poeta.
Incliné mi
cabeza hacia un lado.
–¿Sabías que
en la luna hay un conejo? –comenté–. Debes inclinar la cabeza para verlo.
Sebastián
repitió mi movimiento.
–¿Estás
segura? No logro distinguirlo.
–La leyenda
dice que solo aquellos que están enamorados pueden verlo.
Él me miró,
con una sonrisa retozando en las esquinas de su boca.
–¿Ah sí? ¿De
quién estás enamorada, pitonisa?
Dejé entrever
una sonrisa tímida.
–De un educado
príncipe. Un apasionado artista.
Su boca se
convirtió en una fina línea recta.
–¿Quién es él?
–Oh, no podría
decirle. Las doncellas guardamos ese tipo de secretos.
Soltó una risa
amarga.
El castillo
estaba rodeado por un arsenal de guardias y cocheros, había alteración flotando
en el aire. Se escuchaban sollozos, gritos. Si nos acercábamos lo suficiente,
ellos nos verían juntos. ¿Habían estado buscándome con tal desenfreno?
Desmontamos el
caballo a una distancia prudente del desastre, de modo que no pudieran oírme
llegar.
–Luciana,
camina hasta el castillo. Vas a decirles que has estado perdida todo el día. Si
alguien te acusa de haber estado conmigo, niégalo –me ordenó Sebastián–. Estaré
justo a tu lado, pero seré invisible a sus ojos.
Lo vi
desdoblar aquel pañuelo que le envolvía el cuello. Desapareció al instante en
el que la capa cubrió su desnuda espalda. Di zancadas torpes al tiempo que
recordaba la paradisíaca sensación de estar detrás de él en un caballo, sintiendo
su musculoso dorso contra mis pechos o la piel descubierta de sus abdominales
contra mis manos.
Me había
costado toda mi cordura el no acariciar lentamente su pecho con las puntas de
mis dedos, el no reposar mis labios sobre su nuca, contra su cuello. Todavía
podía sentir su vívido aroma combinado con el del viento, el movimiento de su
cuerpo con el galopar veloz del corcel.
Me estremecí,
un temblor penetró en lo más profundo de mi pecho. Me obligué a ocultar el
rubor sobre mis mejillas, puesto que sabía que él estaría mirándome desde
alguna parte en la proximidad. La energía absorbente que manaba de su
presencia, en conjunto con ese perfume picante, trabajaban para debilitar mis
rodillas.
–¡Ahí está!
–oí que le avisaba un cochero a uno de los guardias. Me señaló con un dedo.
Los guardias
asintieron al verme, no obstante, no parecían tan preocupados por mí como
imaginé que estarían, dado el desorden que se desarrollaba en los Jardines
Reales.
–Su Alteza –me
saludó un oficial después de haber hecho una reverencia–. Lord Vittorio el
Grande ha estado esperándola, quiere verla en la recepción.
Todos me
vieron pasar sin prestarme demasiada atención. Parecían concentrados en alguna
misión en particular que no se refería a mí o a mi búsqueda. Estaban ocupados
en otra tarea. Era un alivio saber que no había causado un escándalo.
El vestíbulo
del castillo estaba atestado de nuestras doncellas, criadas, nanas e
institutrices. Las escuché cotillear en voz baja. Tenían rostros de horror,
sorpresa y preocupación mientras susurraban al verme caminar sin prisa. Cerré
los ojos durante un segundo, suplicando a las deidades de los cielos que mi
padre no dejara caer su ira sobre mí por haber desaparecido esta tarde.
El miedo me
hizo tiritar cuando vi a mi padre sentado frente a la mesa de negociaciones para
extranjeros. Mi garganta se hizo tan estrecha que me sentí incapaz de hablar. El
rey se encontraba en extremo silencio, a solas con un vaso de madera del cual
bebía alguna cerveza o sidra. No me había visto, pero debía de saber que había
llegado. Sus ojos continuaban fijos en el recipiente de su bebida.
Bebió un trago
antes de ponerse de pie.
–¿Quieres un
vino, querida Lucy?
Me encogí
debido al sonido grave de su voz, las palpitaciones en mi pecho resonaban con presteza.
–No. Gracias,
padre –hice una reverencia cortés.
–Siéntate
–hizo un gesto con la mano hacia una de las sillas rurales con aspecto
medieval.
Obedecí sin
decir otra palabra. Pese a que había rechazado el vino, mi padre colocó una
copa llena frente a mí, sobre la mesa.
–¿Dónde has
estado toda la tarde, Luciana?
Me aclaré la
garganta, esperando que eso me ayudase a ser capaz de emitir palabra.
–Estuve
perdida en el bosque, buscando el castillo.
No le miré a
los ojos al mentirle. Sabía que no iba a creerme. Desde pequeña había sido lo
suficientemente sagaz como para manejarme por mí misma en los alrededores del
castillo. En aquellos tiempos jugaba con las hadas del bosque, porque no les
temía, ni conocía su malicia.
–Es curioso
–papá prosiguió–. El señor Von Däniken tampoco ha estado esta tarde en el
castillo –la mención de aquel nombre produjo que una punzada de dolor
atravesara mi estómago. Fue como su recibiera una puñalada en el abdomen. No le
respondí–. Un grupo de oficiales de la provincia de Cortona han tenido una
audiencia conmigo. Piden justicia, quieren que el joven Von Däniken sea
asesinado públicamente de una manera tortuosa. Le acusan de numerosas fechorías
de alta gravedad.
Mi padre se detuvo
para beber otro trago. O para obligarme a hacer un comentario al respecto.
Permanecí sin hablar durante al menos dos minutos enteros.
–Aun más
curioso –volvió a parlotear mi padre– es que aquellos guardias aseguraban haber
visto a aquel muchacho escaparse con una de mis hijas. Aquella de cabellos naranjas con pecas sobre su nariz –por el modo
en el que recitó la última frase, supe que estaba citando a esa persona que
había hecho las acusaciones–. ¿Sabes algo al respecto, Lucy?
Mi cara se
puso de un tono gris pálido. Pude ver mi reflejo en la superficie de cristal de
la copa.
–Niégalo
–susurró una voz cadenciosa y serena en mi oído.
Él estaba
aquí, presenciándolo todo desde su invisibilidad taciturna.
–Lo lamento,
padre, no sé de qué estás hablando.
–Por supuesto.
Ellos seguramente te han confundido con Micaela, ¿no es así? Una de las criadas
ha hallado esto en su habitación mientras ustedes se divertían en el lago –me
entregó una hoja de papel doblada a la mitad.
El papel
crujió bajo mis dedos cuando lo desdoblé, parecía tan frágil como los pétalos
secos de una flor. Incluso olía al perfume oscuro de una rosa marchita. Comencé
a leer las letras garabateadas sobre la superficie.
Queridas hermanas.
Lamento tanto tener que dejarlas. Extrañaré sus
risas, sus abrazos, sus besos. Nuestras aventuras juntas, nuestros paseos en faetón,
nuestras confidencias.
No obstante, espero que ahora comprendan que no
pertenezco más a su lado. He cambiado, sin ninguna opción de regresar a lo que
era antes. No puedo deshacer mi destino. No puedo vivir con la agonía de saber
que podría lastimarlas, a sabiendas de que tanto las amo.
Para cuando lean esta carta, habré huido con Marcos.
Él prometió cuidarme, enseñarme. Asimismo, supe de un instituto para Leives en
la gran ciudad de los mortales, New York. He enviado una solicitud, con la
esperanza de ser aceptada para recibir ayuda y un hogar en el que vivir.
Les prometo que voy a estar bien. Pueden pensar que
Marcos es un mal hombre, pero lo conozco mejor que eso. Me ama. Lo amo. Seré
feliz a su lado.
Con cariño,
Mica.
Me puse una
mano sobre la boca después de haberme puesto en pie.
–¡Por los
dioses, Micaela se ha ido!
Mi padre me
cogió de la muñeca, forzándome a regresar a mi asiento.
–Tú no tienes
que hacer nada, Luciana. Nuestros guardias han partido en su búsqueda. Y, si
ella decide que no quiere regresar, no la obligaré. Pero dejará de ser mi hija,
dejará de ser princesa. Jamás pisará este castillo y mis bienes no heredará.
Será una vagabunda a los ojos del reino.
–Padre...
–empecé a protestar.
–Sabes que
puedo ver el futuro, ¿cierto? –asentí–. Sé lo que es mejor para todas mis
hijas, incluso para ti. Es por eso que he decidido que es hora de que
contraigas matrimonio.
Una vez más me
levanté de la silla.
–No me casaré,
padre. Todavía no amo a ningún hombre –expresé con sublevación. El color blancuzco
de mi piel se tornó escarlata.
–Luciana, el
señor D' Volci es un caballero respetable, de familia noble, que está en
directo contacto con los dioses. Con el tiempo, te enamorarás de él. Debes
darte la oportunidad de conocerlo.
Sentí que el
suelo comenzaba a dar vueltas. De un momento a otro estuve tan mareada que me
vi obligada a sentarme de nuevo. No solamente quería que me casara, sino que
había elegido a un hombre sin mi consentimiento. Había pensado que celebraría
una audiencia para hacerme conocer a mis pretendientes, pero esta situación era
severamente peor.
–Te lo he
dicho muchas veces antes –discutí con enojo, mi ceño frunciéndose–. No me
casaré con un hombre al que no amo, mucho menos con un hombre al que ni
siquiera conozco. No pasaré mi vida con extraño, no le daré hijos a un
desconocido.
–Eso podría
cambiar –masculló mi padre–. ¡Saturnino! –llamó a uno de sus vasallos. Un
hombre de baja estatura apareció en la estancia–. Escolte a la princesa Luciana
a la habitación de nuestro invitado –me miró–. Mañana a primera hora se
efectuará ese matrimonio. No me importa si estás o no de acuerdo. Será mejor
que seas agradable esta noche con el Sr. D' Volci.
Negué con la
cabeza, aturdida.
–Lo siento, no
vas a obligarme a esto, papá. No voy a hacerlo.
La mirada de
mi padre fue desafiante y burlona.
–No repliques,
Luciana, será peor para ti.
–¡Esto no es
justo! –alcé la voz–. ¡Mis hermanas mayores mueren por casarse! ¿Por qué no
consigues un pretendiente para ellas? ¿Por qué tengo que ser yo? ¡No quiero casarme
y no lo haré! Mi negativa resonará en toda Etruria cuando niegue en el altar,
ante el sacerdote, amar a ese tal señor D' Volci.
Mi padre, sin
refutar, bajó la mirada hacia la mesa en la que sus manos reposaban. Se puso de
pie.
–Saturnino,
haz lo que te pedí.
El consejero
de papá me saludó educadamente con un asentimiento de cabeza.
–No se me
acerque –lo rechacé con despotismo–. No iré a ninguna parte.
–No me
obligues a usar la fuerza bruta, pequeña Lucy –me amenazó el rey.
–¡Usa toda la
fuerza bruta que desees! ¡Nadie me forzará a casarme!
Él se rió con
arrogancia.
–Eres igual a
tu madre –me comparó–. Igual de rebelde e ilusa. ¿De verdad piensas que el amor
existe? ¿O es que acaso crees estar enamorada de algún joven?
Sacudí la
cabeza.
–No estoy enamorada
–admití–. Pero sé que soy capaz de amar. Estoy convencida de que el amor existe
aunque el resto del mundo aclame lo contrario. ¿Acaso no amabas a mi madre
cuando te casaste con ella?
Su sonrisa fue
oscura.
–No seas
tonta, hija. Me casé por la misma razón por la que cualquier otro hombre se
casaría. Ella estaba embarazada de Morissette. Además, tu abuelo me ofreció una
dote por hacerla mi esposa. Pasé muchos malditos años atado a tu madre y ella
ni siquiera fue capaz de darme un hijo varón. ¿Crees que alguna vez la amé?
Parpadeé,
consternada, conmocionada. Emprendí a correr.
Dos guardias
me esperaban en la salida, sosteniendo sus armas. Me sujetaron y me arrastraron
hacia el piso superior del castillo. Chillé, retorciéndome en su agarre.
–¡No es justo!
¡Esto no es justo! –lágrimas de ira inundaron mis verdes ojos–. ¡No pueden
obligarme a hacer esto! ¡No pueden! ¡No me casaré con un hombre al que le han
pagado por estar conmigo!
Grité sin
decir palabras. Necesitaba que cada persona dentro y fuera del castillo supiera
que estaba en desacuerdo con esta locura. No quería casarme con un desconocido.
Pero nadie vino a mi rescate. Ningún príncipe enamorado impediría mi boda,
ningún sensible artista empuñaría por primera vez una espada para defenderme.
Ni siquiera un tirano pirata lo haría.
Los hombres me
encerraron en una habitación junto al dormitorio de mis hermanas. Pensé que se
trataba del cuarto del Sr. Von Däniken, hasta que dejé de darle golpes a la
puerta y me di la vuelta.
Hallé a un
apuesto joven delante de mí. Él estaba sonriendo, sus mejillas tenían adorables
hoyuelos. Era alto, su cabello era castaño oscuro, su vestimenta elegante.
Había algo en su forma de mirarme, en la manera en la que se movía, que me
parecía familiar.
–Lady Luciana
–musitó con galantería. Una pizca de reconocimiento me invadió al escuchar su
voz–. Es un gusto conocerla –cogió mi mano para besarla–. Soy Nicodemus D'
Volci, su futuro esposo.
Tragué con
fuerza.
–Lord
Nicodemus –balbuceé. El silencio se extendió entre su boca y la mía–. ¿Es
usted...? –tartamudeé–. ¿Es usted mi prometido?
Reconocí esa
boca, esos labios, esa pálida piel, sus pobladas cejas oscuras, su corto
cabello cuidadosamente peinado. Atisbé sus almendrados ojos azules grisáseos.
Él suspiró
melancólicamente.
–Sé que no
estás entusiasmada por nuestro compromiso –me dijo–. Pero, te lo juro, trataré
de que sea sencillo para ti. Sé que no me amas...
–No puedo
creerlo –repuse con indignación y disgusto–. ¡Es insólito! Pensé que usted era
distinto. La única razón por la que quiere mi mano es el oro que le ha ofrecido
mi padre. ¿Cuánto ha sido? ¡Es usted un cínico! ¡No soy un objeto! No necesito
pagar a alguien para que me soporte. Allá afuera existen muchos, muchos
pretendientes que me soportarían sin recibir una sola moneda de oro a cambio.
Le escuché
reprimir una risita.
–Lady Luciana
–me cortó.
Continué
quejándome en voz alta.
–No se atreva
a burlarse de mí.
–No lo hago.
–¿Cree que soy
tan ingenua? ¡No me casaré con usted! ¡Nunca voy a amarlo!
–Luciana...
–Un hombre al
que pueden ponerle precio no es un verdadero hombre.
–Luciana...
–Es humillante
para cualquier mujer ser tratada de esta manera. ¡Y deje de llamarme por mi
nombre! ¡Atrevido! Soy yo quien debería haber recibido el dinero para soportar
el suplicio de estar casada con un hombre al que no amo ni amaré jamás.
–Señorita Winterborough,
no he aceptado una dote por usted. Su padre me ha ofrecido oro, el suficiente
como para vivir durante cien años con lujos. Lo he rechazado. Le he dicho a lord
Vittorio que era injusto para usted ser ultrajada de esa forma.
Guardé
silencio, asimilando sus palabras.
–¿Qué?
Nicodemus me
sonrió.
–Lo que ha
escuchado, milady.
–Jure por la
triada de dioses que sus palabras son auténticas.
–Juro ante
Tinia, Uni y Menrva que no le estoy mintiendo, Su Alteza.
Me tomó un par
de minutos admitirme a mí misma que había estado equivocada con respecto al
señor D' Volci. Le miré a través de mis pestañas parpadeantes. Una sonrisa
avergonzada curvó mis labios.
–Lo lamento,
milord. He sido tonta al juzgarlo –sentí mis mejillas arder–. Pero, si no ha
sido el dinero, ¿qué lo ha empujado a querer casarse conmigo?
Él estiró un
brazo y cogió entre sus dedos uno de esos mechones sueltos de mi cabello.
Sonrió de forma cálida.
–¿Se ha visto
alguna vez en un espejo? –me preguntó. Su mirada estaba puesta sobre mis
labios–. ¿Ha visto cuán provocativos son sus labios? ¿Sabe acaso la pasión que
despiden sus verdes ojos? –me tocó suavemente la mejilla con un dedo–. ¿Sabe
cuán obsesionante es la textura suave de su piel? Cualquier hombre podría
enamorarse de usted. O, cualquiera que no lo haga, está completamente loco. Yo
la he estudiado durante tanto tiempo...
Mi rostro
palidecía con cada una de sus palabras.
–¿Usted me
ama? ¿Está enamorado de mí?
Su sonrisa se
fue esfumando lentamente.
–Yo estoy loco
–susurró casi para sí mismo.
El ardor se
apoderó de mi sangre.
–Usted no me
ama. ¡Degenerado!
El contuvo mi
rabieta, cogiéndome desde ambos brazos.
–Quiero este
matrimonio, Luciana. ¡Quiero casarme contigo!
–¿En contra de
mi voluntad?
Sacudió la
cabeza.
–No... Es
decir, sí. Sé que no podré convencerte para el amanecer, nada que te diga podrá
hacerte cambiar de parecer para mañana. Pero tienes que darme una oportunidad.
Mi intensión es hacer que este acuerdo sea ameno para ambos. No quiero que seas
infeliz. Haré cualquier cosa para verte sonreír, dame esta oportunidad para
demostrarte que podrías sentirte cómoda a mi lado.
–¿Por qué
entonces no me concede más tiempo antes de atarme de por vida?
–Por alguna
razón que desconozco –argumentó después de una vacilación–, tu padre quiere que
este acuerdo se haga con la mayor inmediatez posible. Debe de ser mañana.
Negué con la
cabeza.
–No puedo
atarme a un hombre que no me promete amor, sino comodidad.
Lord Nicodemus
permaneció mirándome durante extensos segundos silenciosos. Una pequeña sonrisa
curvaba las esquinas de sus labios.
–No estarás
atada, estarás casada –tomó mi mano en la suya antes de besarla–. Será mejor
que regrese a su dormitorio. Alguien podría pensar que este es un
comportamiento inapropiado para una pareja de novios que todavía no contraen
matrimonio.
Abrió la
puerta para dejarme salir.
–Lord
Nicodemus...
–Puede
llamarme Nico, milady –hizo una reverencia al despedirse.
Atontada,
volví a la habitación que compartía con mis hermanas. Me movía por inercia,
como si flotara sobre el suelo de forma involuntaria.
Todas mis
hermanas dormían, salvo Dolabella, quien estaba metida detrás de un libro, bajo
la escasa iluminación opaca de la lámpara que descansaba en su mesa de noche.
El rostro níveo de mi hermana parecía recortado por sombras y luces, su cabello
dorado relumbraba en la oscuridad.
Levantó la
vista de su novela para mirarme con preocupación. Se sentó, dándome espacio a
su lado. Corrí a abrazarla.
–¿Qué ha
pasado? –acarició mi cabello cuando reposé mi frente contra su hombro–. No he
dormido en toda la noche, esperándote.
Pensé que te habías escapado, al igual que Micaela. ¿Dónde habías
estado, Lucy?
Las lágrimas
se apoderaron de mis ojos.
–Estaba...
–por un momento pensé en hablarle sobre Sebastián, luego me arrepentí–. Estaba
extraviada.
–¿Te has
asustado? –me preguntó cuando se percató de que estaba temblando–. Nuestro
padre te ha hablado sobre tu matrimonio, ¿verdad? –asentí con la cabeza sin
decir una palabra–. Sabía que eso te dañaría.
–Bella, no lo
amo. No quiero casarme con un hombre al que no amo. Un hombre que no me ama. No
puedo vivir una vida eterna de infelicidad.
Ella suspiró.
–Lo sé. Tú
eres tan sensible, tan frágil. Nosotras sencillamente queremos un esposo de
familia influyente, sin importar quién. En cambio tú eres tan soñadora...
–Tienes que
ayudarme a impedirlo –expresé, limpiándome la cara de las lágrimas. Tomé sus
dos manos en las mías–. Eres la más inteligente de mis hermanas, sé que tienes
que pensar en algo –respiré profundamente, tratando de aliviar el dolor en mi
pecho–. Tiene que haber una manera de que lord Nicodemus decida retirar su
palabra a mi padre. Debe ser algo grande, algo tan grave que no pueda ser
forzada nunca más al matrimonio.
Advertí que
Dolabella se sentaba rígidamente, con la espalda recta. Los músculos de su
cuello y mandíbula se tensaron.
–Lucy, el
señor D' Volci es un caballero agraciado y amable. Terminarás enamorándote, por
favor no hagas alguna locura, no es necesario...
–Hermana –me
puse de pie de un salto–. Él debe creer que he perdido mi virtud –Dolabella
dejó que sus ojos se abrieran como dos platos–. Estará tan indignado que tendrá
que deshacer el acuerdo. No puedo decírselo directamente, sería demasiado evidente.
Tiene que pensar que hemos estado ocultándoselo.
–¡Lucy, no
puedes hacer semejante barbaridad! Ningún hombre querrá casarse contigo después
de esto. Ninguno. Ni siquiera ese caballero azul con el sueñas enamorarte. ¡Mi
padre podría echarte a la calle por perder tu pureza!
Me puse más
cerca de ella, a fin de obligarla a bajar la voz.
–Después de
ahuyentar a lord Nicodemus pediré a mi padre que llame a un médico para que me
practique una prueba de virginidad. De modo que quede convencido de que fue un
error, de que las acusaciones de mi prometido fueron falsas. Y, para que sepas,
mi caballero azul me amaría por sobre todas las cosas. Inclusive si yo no
tuviese dinero, o prestigio, o virginidad.
Bella largó un
suspiro de resignación.
–Eres tan inocente,
hermanita. Dudo incluso que alguien crea la mentira que estás a punto de
divulgar sobre ti misma. De todos modos, ¿qué pasará con tu reputación? Un
escándalo tan severo no puede taparse con un dedo.
Me encogí de
hombros.
–No me importa
la opinión de los demás.
–¿Cómo puedes
decir tal cosa?
Caminé en
círculos alrededor de la habitación, pensando en un posible plan. Cuando se me
ocurrió, abrí el cajón de mi mesa de tocador para sacar un papel grueso junto
con un pluma. Humedecí la punta de la misma con tinta.
–Tengo que
escribir una carta y ponerla en el dormitorio de lord Nicodemus –solté esperanzada.
Miré a Dolabella con picardía–. Él tiene que pensar que fue uno de mis amantes
quien la dejó para mí.
Mi hermana me
devolvió una sonrisa astuta.
–Tiene que
pensar que fue dejada por uno de los aspirantes al oro que ahora ha muerto.
Sonreí
ampliamente.
–Tiene que
pensar que duermo con todos y cada uno de ellos.
Bella se llevó
las dos manos a la boca, horrorizada. Después las bajó.
–Tiene que ser
explícita –me aconsejó–. Tengo que ayudarte con ello.
Cogió una
silla para sentarse a mi lado y comenzamos a garabatear incesablemente. Yo
quería que fuese una carta poética y romántica, Dolabella aseguraba que debía
ser sensual. Por lo tanto su resultado fue una combinación de ambas.
Querida Luciana,
Sostuve tu mano en la oscuridad mientras tus suaves
muslos desnudos acariciaban mis caderas.
Abrí los ojos
como platos al ver que Dolabella escribía aquello. Ella hizo un gesto con la
mano para restarle importancia, afirmando que la intención era hacerle creer
que no era virgen.
La posibilidad de perderte me hacía caer en un pozo
de tinieblas. Pero sabía que la posibilidad de tenerte era menos que ninguna.
Ya me has explicado que no soy tu único amante, que debes dar paso a otros aspirantes
al oro. Y lo entiendo. De cualquier manera, prefiero entregar mi vida. No soy
capaz de delatarte ante el rey, mi único objetivo ha sido cuidar de ti.
Tus ojos verdes lucían como zafiros entre un cielo
estrellado, repletos de experiencias y secretos. Tus labios contra los míos
encendieron los ardientes demonios de mi cuerpo, el sabor de tu boca despertó
el fuego de mis sentidos.
Jamás había conocido piel tan tierna, o un cuello
tan deseable. Por más que lo intente, dejar de pensarte ha sido imposible. Al
igual que lo es dejar de amarte. Mi amor por ti es igual a una llama incapaz de
consumirse.
Rogaré a tu padre que me conceda una noche más en el
castillo. Porque deseo probar del dulce néctar que me hace vibrar. Anhelo
sentir, una vez más, la textura de tus pechos bajo mis manos, contra mi lengua.
Mi rostro se
ruborizó debido a aquellas palabras. Ni siquiera sabía que un amante tenía
permitido esa clase de mimos. Exigí a mi hermana que culminara en algo
romántico.
En caso de que no vuelva a verte, ten en cuenta lo
mucho que enciendes mis pasiones. Lo mucho que me hiciste adorarte de manera
ferviente.
Siempre tuyo,
Conde Diácono.
31 comentarios:
*--------* MORI!
Steeph! vengo a pedirte un favor.
Puedes no se, dar tu opinin publica sobre esto?
http://www.youtube.com/watch?v=WNXiuh0P0Ug
Me encanto simplemente fabuloso.
Espero que no me hayas extra~ado por no comentar la semana pasado.
Ok no, ni siquiera te distes cuenta que no comente.
Bueno que puedo decir.
El capitulo estuvo bueno.
Sebastian me sigue provocando curiosidad. El es un completo misterio. No entiendo que gana conque luciana diga su nombre, no entiendo porque no le gusta que luciana lo toque.
A el debieron haberlo lastimado mucho para que se comporte asi.Pero bueno, pobre mica. Pero el amor es asi, aunque todavia no lo he encontrado se que es asi y estoy segura que ella estara bien en la academia de Eustace, ese tonto loco y viejo estupendo lo amo.
Bueno no entiendo a Luciana, Nicodemus es hermoso, lindo y no acepto el dinero de su padre. Es amable, hermososo. Que se case con el. Ya estoy segura que esta historia no se basara en los tres dias que tiene Sebastian. Apuesto a que ya no tiene ni uno porque lo buscan por crimenes.
Bueno aun asi entre Sebastian y Nicodemus me quedo con los dos. No es pecado verdad?? Es que ahi tengo al malo y al bueno, una linda combinacion.
Steph, extra~aba comentarte. Espero que tu ojo este bien. Me alegro un monton que la operacion haya salido bien y no haya sido grave.
Eres genial.
Bueno el padre de luciana me aterra y Dollabella me callo estupendo. Me recuerda mucho a mi.
Bueno ya me tengo que ir, pero espero que sepas que todos tus lectores te amamos y aunque nuestros comentarios a veces sean tediosos siempre te quedremos. Siempre supe que esta novela no me decepcionaria.
Esa carta estuvo wow.
Luciana es una tonta que se case con el guapo de nicodemus y ya. Mira que el esta guapisimo.
Genial
Luciana de verdad que es inebtendible.
Conoce a Nico y sabe que el es excelente. Deberia casarse y ya.
Pero bueno Sebastian es tan aksaskams de verdad que amo a ese chico
El padre de ellas es muy malo.
Porque no le busca esposo a sus hermanas mayores. Seria tan cool tener doce hermanas. De todas las edades para que den consejos.
La mama de ellas no tiene culpa de no haberle dado un varon
Seguir escribiendo las maravillosas historias
Genial
Luciana de verdad que es inebtendible.
Conoce a Nico y sabe que el es excelente. Deberia casarse y ya.
Pero bueno Sebastian es tan aksaskams de verdad que amo a ese chico
El padre de ellas es muy malo.
Porque no le busca esposo a sus hermanas mayores. Seria tan cool tener doce hermanas. De todas las edades para que den consejos.
La mama de ellas no tiene culpa de no haberle dado un varon
Seguir escribiendo las maravillosas historias
El capitulo estuvo genial. Me encanto
No puedo creer que el papa sea asi de malo.
La verdad encuentro que la historia esta buena, pero solo eso buena
Ya que no es el tipo de historia que suelo leer.
Creo que este capitulo me encanta y hablando de capitulos y viendo que la novela esta mas adelantada
¿Cuantos capitulos seran?
Como me encantan tus novelas
Sebastian es no se como decirlo "especial" NO LO SOPORTO y dudo mucho que lo llegue hacer.
Oye, ¿todavia planeas hacer tu sello editorial? Seria interesante de saber en que consiste.
Esta novela es fantastica.
Siempre me deja con la boca asbierta : o
Hola Steph,
Bueno ultimamente ando muy corta de tiempo, pero bueno he sacado tiempo para comentar.
El capitulo estubo bueno.
Sebastian simplemente es Sebastian
Nicodemus es muy lindo y odio a Luciana por no querer casarse con el.
Dolabella es una buena hermana y Luciana es muy problematica.
Me alegro que Mica haya tomado una buena decision. El amor es asi.
Esta historia va por buen camino.
Amo esta novela es fantastica
Sebastian es ...
Un idiota, manipulador, bueno para alimentar la vista, un odioso que solo utiliza a la Lucy, pero...
Es hermoso y tierno a su manera. Solo lo amo.
Tengo un bajon de Eustace. Deseo que ya salga de su escondite
Steph espero que estes muy bien.
Tu novela me encanta.
Esta novela suena tan poetica que me facina
Luciana es tan estupida. Yo no me quejaria tanto como ella y mira que nicodemus le dijo que renuncio al dinero.
Genial, creo que esta novela tiene mucho potencial. La verdad que espero que tengas mucho exito con tus historias.
Espero que sigas escribiendo historias fabulosas.
Bueno Sebastian ¿que rayos se puede hacer con el?
Esta historia me encanta
Cada capitulo me dejan en shock
Eres una escritora genial
Genial, me encanto
Que se case con nicodemus que es tan extremadamente lindo.
Esta novela me encanta.
Nicodemus me encanta,
Aunque siempre he amado a Sebastian.
Desde que tuvo su pequeño cameo en The charlotte bones y su pequeña participacion en Angeles noctambulos.
Amo cada una de tus novelas.
Esta novela tiene un toque especial.
Una pregunta para ti escritora Steph.
¿Si una editorial eligiera tu novela, tu diseñarias la portada ó mandarias a que te la diseñaran?
Y tambien
¿Si la eligieran, utilizarias las portadas que tienes en la web?
Amo esta novela me encanta.
Una de las mejores novelas que he leido en mi vida
¿Todavia se pueden enviar los cuentos que pedistes para el concurso??
La novela genial
Steph esta novela es genial.
Bueno todas los son, pero esta tiene algo que hace que me encante.
No se si es por el protagonista. Tan diferente a los otros, no se nada. Solo se que me encanta.
ME ENCANTO EL CAPITULO
Esta genial.
Aunque Luciana a veces me dan gana de golpearla por lo boba que es cuando esta con Sebastian.
Es comico que en esta novela hayan pasado dos dias y yo sienta como si hubieran pasado semanas o meses.
Esta novela esta genial.
Tu lo mas seguro que lo eres
Tienes un gran talento
Esta novela esta muy buena.
Igual que el protagonista.
Espero que todas tus novelas sean igual de buenas que estas
Amo leerte
Steph se que llevo sin comentar hacen años
Ok ni tanto , pero bueno
Quiero decir que ansio leer el proximo capitulo.
Se que estara buenisimo.
Cada novela tuya me gusta mas
No sabes como me encanto este capitulo.
Sebastian me deja sin habla
Estoy loca por saber como terminara esta historia.
Sebastián es muy atractivo
Luciana debería casarse
Ella esta poniendo en peligro su reputación
pero parece que eso a ella no le importa.
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