Capítulo
8: Visiones Opuestas
Después de
hacerle los últimos arreglos a la carta, llamé a la puerta de lord Nicodemus
con formalidad. Pero éste no contestaba a mi llamado, lo cual era un punto a mi
favor.
Quizás dormía.
Giré el pomo
de la puerta y la empujé para abrirla. La habitación estaba vacía. El picante
aroma de la pimienta negra produjo un picor en mi nariz. Coloqué el sobre
encima de la mesa de luz, dentro de uno de los libros que dejaban las criadas
para los invitados. De manera que pudiera encontrarlo sin que fuese demasiado
evidente.
Salí de la
estancia a hurtadillas.
Esa noche,
debido a la huída de Micaela, mis hermanas acordaron que permaneceríamos en
nuestro dormitorio toda la noche. Sebastián hizo guardia frente a la puerta
hasta el amanecer y yo, sin saber causas o consecuencias, quería salir de la
cama para encontrarlo.
Logré
conciliar el sueño durante efímeros instantes. Me sentía atrapada en medio de
la neblina.
Estaba atardeciendo, los colores naranjas y rosas se
arremolinaban en el firmamento al mismo tiempo que el sol se movía con rapidez
para ocultarse tras las montañas. Hacía tanto tiempo que no soñaba con albas o
atardeceres… Llevaba meses enteros de pesadillas oscuras en medio de la
negrura. Todas estaban relacionadas con Sebastián.
–¡No huyas! –grité enfadada al sol–. ¡No te escondas
de mí, cobarde!
–Déjale ir sin reproches –me sugirió alguien–. El
sol está enamorado de luna, a pesar de que nunca la conocerá. Su destino nunca
será tumbarse bajo las estrellas. Él nunca sabrá lo que significa mirar el
resplandor plateado franqueando el cielo negro.
Me volví, temerosa, en busca de aquella tentadora
voz que susurraba. Tardé eternos segundos de agonía en hallar al Sr. Von
Däniken de pie a la mitad de aquel bosque azul con abundante césped. Esta vez
no vestía como un pirata.
Vestía de blanco íntegramente, llevaba pantalones de
tela ligera y una camisa abierta hasta la mitad de su pecho. Tuve una lucha
contra mí misma para evitar mirar la piel bronceada de sus pectorales. Sebastián
no hizo movimiento alguno para aproximarse, pero mi garganta se estrechó debido
al miedo. Involuntariamente, di un paso atrás.
–La desdichada luna –repliqué–, de igual forma, vive
condenada a las tinieblas. Nunca ha sentido el calor de su amante. Nunca
caminará bajo la luz de sus rayos. Muere de frío, porque la han condenado a
nunca estar junto a su enamorado.
Cerré mis puños, asiendo con fuerza la tela de mi
falda, preparada para echar a correr contra el viento.
–¡Cuán miserable es la vida de los amantes! ¡Cuán
injusta es para aquellos que se dejan sumergir en esos mares que ahogan! El día
nunca conocerá a la noche, es así como debe ser.
Sebastián tenía una postura sofisticada que carecía
de la habitual relajación en sus hombros, o el arrogante movimiento de su
cabeza. Lucía en cambio circunspecto y distante bajo los resplandores rojos del
cielo. El bronce de su piel, el plateado de su cabello y el violeta de sus ojos
hacían una magistral combinación alucinante.
–Vete –le ordené con vehemencia.
Podía haber agregado que su brillo no me dejaba
contemplar el atardecer, porque lo hacía parecer opaco en comparación. Pero no
dije nada más.
–¿Vas a echarme? Yo, al igual que el sol, he
esperado tanto tiempo para conocerte. Pese a lo que tú creas, soy el único que
tiene las alas chamuscadas y quebradas. Si es que las tengo, o las tuve alguna
vez.
Había algo diferente en este Sebastián. Su expresión
era distinta, no llevaba en su cara esa sonrisa pérfida ni aquella mirada de
autosuficiencia. Dio un paso adelante mientras yo retrocedía.
–No te alejes, Luciana, por favor –continuó
acercándose hasta que me vi obligada a dar la vuelta y correr.
Escuché el ruido de sus pasos expeditos ahogando los
míos, avancé hasta que mis piernas ardieron debido al esfuerzo. Mi respiración
comenzó a fallar, los latidos de mi corazón me ensordecían.
Él me atrapó, abalanzándose sobre mí. Rodamos por el
frío suelo varias veces, todo se volvió confuso mientras sopesaba su peso y
veía los destellos anaranjados de mi cabellera; el resplandor de sus ojos en los
míos.
Finalmente nos quedamos quietos. Él estaba encima,
aplastándome con todos los macizos músculos de su cuerpo. Quería lloriquear por
la atormentadora sensación de tener su rostro a tan escasa distancia del mío.
Su aliento fresco golpeaba mis labios, torturándome. Su pecho se expandía y se
contraía con rapidez, apretujando los míos. Sus caderas presionaban las mías.
El interior de mi cuerpo burbujeó con una
satisfacción que era tanto placentera como agonizante al mismo tiempo. Mi
vientre se contraía, mis pechos se endurecían, mis labios palpitaban. Cerré los
ojos, intimidada por la fiereza de su mirada. Sabía que era un sueño, pero se
sentía real. Podía sentir cada fibra de su cuerpo, su calor, los latidos de su
corazón.
Luché para quitármelo de encima.
–¡No! –me rogó antes de atrapar mis muñecas a cada
lado de mi cabeza. Se puso a horcajadas encima de mí, encerrando mis caderas
entre sus rodillas–. Quédate quieta –dijo de manera suplicante–. No quiero
hacerte daño esta vez. Quiero... quiero hacerte sentir bien. No quiero que me
temas –lo miré a través de mis pestañas. Sabía que era imposible esconder mi
miedo. Mi respiración empezaba a apaciguarse, aunque continuaba siendo pesada y
fatigosa–. No me tengas miedo, por favor –me pidió al tiempo que desenfundaba
una daga mortífera.
–No te tengo miedo. Simplemente me aterra el arma
que empuñas –farfullé, encolerizada.
Él largó una risa amarga, levantó su brazo y después
lo hizo descender con rapidez. Grité. Estaba segura de que atravesaría mi
corazón en una estocada veloz.
Un segundo más tarde, me percaté de que no había
muerto.
Sentí el aire álgido arropando mis pechos; pues era
mi vestido, junto con mi corsé, lo que había sido desgarrado. De inmediato
quise cruzarme de brazos para cubrirme, pero el Sr. Von Däniken continuaba
sosteniendo mis muñecas con fuerza. Su mirada estaba quemándome, devorando mi
cuerpo al igual que una llamarada.
Tomé una respiración profunda. La ausencia del corsé
permitía que mis pulmones se expandieran por completo. Él me contemplaba con
miramiento, sus pupilas de plata eran tan grandes que casi disipaban el violeta
de sus iris. Hizo un minúsculo movimiento para acomodarse sobre mí. Gemí al
sentir el peso de su pelvis contra mi vientre.
Despacio, hundió su cara en mi cuello. La tela de su
camiseta rozaba mis pechos, provocando que se tensaran en respuesta. Gruñí de
goce al sentir sus labios presionados sobre la delicada piel que recubría mi
garganta.
Nunca había sufrido al mismo tiempo que disfrutaba.
Nunca una tortura había tenido un sabor tan dulce. Nunca mi mente había evocado
un sueño tan licencioso. Tan vívido.
–¿Eres real? –conseguí susurrar a Sebastián al
tiempo que la punta de su lengua lamía mi cuello desnudo.
Quería tocarlo, poner mis manos en su piel para
asegurarme de que estaba ahí. A pesar de que la firme presión que ejercía sobre
mis muñecas me lo estaba confirmando. Su sujeción era tan dura que me causaba
un severo dolor.
Cuando separó sus labios de mi garganta, lloriqueé.
Dolía que me privara de las caricias de su boca. Lo vi sacudir la cabeza.
El salvaje
amarillo de la luz del sol hizo arder mis ojos, ruborizando mi rostro al mismo
tiempo. Parpadeé varias veces para acostumbrarme a la cegadora iluminación de
la mañana. Mi frente estaba cubierta de sudor, mi corazón latía con premura, como
si quisiera salirse de mi pecho.
Mis hermanas
estaban despiertas, Dolabella se encontraba sentada en mi cama, sosteniendo con
suavidad una de mis manos.
–¿Estás bien?
–inquirió con preocupación. Su fría mano se posó sobre mi frente–. Pareces
tener fiebre. Estabas gimoteando en sueños. Me preocupas.
Apreté la mano
de mi hermana y le sonreí con debilidad para hacerle saber que no estaba tan
mal. Pero estaba cansada. Aquel sueño había sido agotador y perturbador en
distintas maneras.
–¡Mira qué
hermosa vas a estar! –chilló Lorette, una de mis hermanas mayores. Bailó
alrededor de la habitación mientras sostenía un largo vestido dorado–. ¿No
estás contenta, Lucy? ¡Serás la primera de nosotras en contraer matrimonio!
Una punzada de
dolor se instaló en mi cabeza al escuchar esas palabras. Miré a Dolabella con
alarma antes de sentarme sobre la cama.
–¿No ha
funcionado la carta? –musité en su oído.
Ella sacudió
la cabeza con tristeza.
–No parece
haberla leído –me contestó en susurro.
–¡Pero...!
–exclamé.
¡¿Cómo?! Me
había asegurado de que estuviera visible. ¡¿Cómo es que no la había leído?!
Salí de las
sábanas con prisa.
–¡No me
casaré, claro que no! –protesté–. Bella, avisa a mi padre que posponga la
ceremonia. Dile que he enfermado de gravedad.
Annalis me
despidió una mirada venenosa.
–Nosotras
morimos porque mi padre nos consiga un esposo. Sin embargo, él decide que eres
tú la que va a casarse. ¡La única joven atolondrada que rechazaría a tan
importante aristócrata! Lord Nicodemus es exquisito y apuesto. ¡Ojalá estuviera
yo en tus zapatos!
–Empieza a
vestirte –me ordenó Genovive–. Tu príncipe está en la recepción, esperando
impaciente por la ceremonia. Deja que te ayudemos.
Cuando todas
comenzaron a hacer peinados en mi cabello y a forzarme a entrar en el amplio vestido
de novia, chillé con fuerza y me
precipité fuera de la alcoba. Del otro lado de la puerta hallé a un gran
soldado que usaba una armadura de hierro y sujetaba la empuñadura de la espada
que colgaba de su cintura. Sus dos metros de altura se alzaban sobre mí.
Vacilé.
–Permítame
retirarme –hice una reverencia.
Él cogió mi
brazo fugazmente tan pronto como hice el intento de escabullirme.
–Tengo órdenes
de escoltarla hacia la recepción. O, en su defecto, arrastrarla.
Forcejeé con
su agarre.
–¡Déjeme en paz!
¡He enfermado! ¡No voy a casarme!
–Disculpe si
la contradigo, pero no parece enferma.
–Tiene razón,
puedo caminar por mi cuenta. ¡Suélteme!
Me obedeció.
Fui capaz de enderezarme y alisar mi vestido con ambas manos. Comencé a caminar
con arrogancia junto al hombre a través de la amplia longitud de los pasillos.
Me fijé en una de las ventanas.
–Es un día
soleado, ¿no le parece? –comenté. Aquel sujeto hizo oídos sordos a mi
exclamación–. ¿Podría abrir las cortinas por completo para mí? Necesito mirar
el resplandor del crepúsculo.
El individuo
me observó con suspicacia. Le hice una seña para siguiera mis órdenes.
Finalmente, con sospecha, se giró para separar las cortinas. Hablé para
asegurarle que estaba justo a sus espaldas.
–También abra
las ventanas, hace un poco de calor.
Escuché que
gruñía.
A
continuación, me escapé a toda la velocidad que mis piernas eran capaces de
emplear. Un estrépito hizo saltar mi corazón: las cortinas acababan de caerse
al suelo. El soldado había comenzado a seguirme.
No pasó mucho
tiempo hasta que me atrapó, encerrándome entre su pecho y sus robustos brazos.
Los huesos de mis costillas ardían debido a lo apretujados que se encontraban. La
frustración me invadió. Braceé por pura inercia mientras pensaba en mi futuro,
el cual tendría que compartir con un hombre al que no amaba. Esa certeza me
hizo derramar lágrimas de rabia.
–¡Si me
obligan a casarme, voy a serle infiel a lord Nicodemus! –sollocé–. ¡Dormiré con
todos los hombres que me seduzcan! Con suerte seré asesinada en poco tiempo –mi
voz terminó por debilitarse–. ¡Me suicidaré! ¡Lo haré! –moví mis manos hacia la
cintura del caballero para coger su espada–. ¡Máteme, acabe con mi vida antes
de que lo haga la soledad!
El hombre me
puso en el suelo para sujetar mis manos.
–¡Por favor,
contrólese! –me gritó con desespero. Pensé que me sacudiría con fuerza a fin de
sacarme del trance, pero no lo hizo.
Me tumbé a sus
pies, de rodillas. Abracé sus piernas.
–Le suplico,
acabe con mi vida.
–¡Luciana,
¿qué espectáculo estás haciendo?! –mi padre me levantó del suelo, tirando de mi
brazo. Lloré–. ¡Compórtate como una mujer! –vociferó.
Temblé ante su
temible tonalidad. No pude hacer otra cosa que tratar de reprimir mis
incontrolables sollozos. Mi pecho estaba teniendo espasmos por la falta de aire.
–¡Te lo
advierto, me suicidaré! –rezongué.
–Haz lo que
quieras, Luciana, pero luego de este matrimonio –rebatió–. Estás importunando a
tu futuro esposo.
–No me
importa. Espero que se aleje de mí después de esto. ¡No lo quiero!
–Déjeme
hablarle –reconocí la voz del señor D' Volci.
Levanté la
vista para verlo acercarse. Quería pulverizarlo con una mirada, pero su
expresión era tan triste que provocó que mi corazón doliera. ¿Estaba haciéndolo
sentir tan mal?
Mi padre me
soltó.
–Lamento que
este sea un evento tan desafortunado para ti –me dijo Nicodemus al tiempo que
se avecinaba con su clásica postura airosa.
¿Evento
desafortunado? ¿Es que acaso no comprendía que estaba arruinándome la vida? Era
como condenarme a vivir eternamente en un calabozo oscuro, sin siquiera alguna
ventana. Claro que con más lujos y comida, pero esas cosas no me importaban.
Para mí era exactamente lo mismo.
Él alargó un
brazo para acariciar mi mejilla húmeda.
–Déjeme en paz
–me quejé con desánimo después de empujar su mano groseramente.
–Princesa
Luciana, de verdad lo siento.
Mi padre me
empujó hacia el podio donde un sacerdote aguardaba para iniciar el acto
ceremonial. El hombre vestía una túnica púrpura y un sombrero de oro. Ni
siquiera parecía alarmado por mi renuencia al matrimonio.
El soldado
capturó mis brazos para evitar que volviera a fugarme.
–Princesa
Luciana –empezó el sacerdote–, ¿acepta usted, ante los dioses, a este honesto
caballero como su legítimo esposo?
Sacudí la
cabeza, negando. Los dedos del guardia se clavaron en mis huesos, largué un
grito de dolor.
–¡Basta! No
tienes que lastimarla –me defendió Nicodemus.
El hombre me
soltó.
–Acepta,
Luciana –me advirtió mi padre.
El señor D'
Volci me mostró un anillo dorado.
–Déjeme
ponerle el anillo, señorita Winterborough.
Tomó mi mano
entre las suyas con delicadeza, pero con mucha firmeza al mismo tiempo. Era tan
fuerte que no me permitía mover los dedos. Me colocó el anillo en el anular.
Seguidamente, grité con más vehemencia e intenté sacármelo. Sin embargo, cuando
Nicodemus logró colocarse el suyo, el mío se arraigó a mis manos, apretándose,
volviéndose uno con mi piel.
Palidecí.
Fue entonces
cuando reparé en que esos pequeños aros estaban forjados por Culsans, el dios.
Lo que significaba que eran iguales a un par de esposas. Nos ataban de forma
permanente e irreversible.
–¡No! ¡No!
–tiré de mi dedo como si pudiera arrancármelo–. ¡No!
–Está hecho,
dé su bendición –dijo mi padre al sacerdote, quien le obedeció en el acto.
–Los declaro
marido y mujer, al igual que Tinia y su esposa Uni. Desde ahora corresponde
legalmente a ambos llevar el título de Lord Nicodemus de Volci, el Nobilísimo;
y Lady Luciana de Vetulonia, Alteza Real.
Tuve un fiero
impulso de golpear al sacerdote. En su lugar, abofeteé el rostro de lord
Nicodemus, rasguñándolo al mismo tiempo. Él se paralizó ante mi ofensiva, me
miraba con los ojos atestados de sorpresa, bien abiertos. Su mejilla tenía los
surcos enrojecidos que mis uñas le habían provocado.
–¡Luciana!
¡Por los dioses! ¿Qué estás haciendo? –vociferaba el rey iracundo–.
¡Llévensela! ¡Enciérrenla en un calabozo! ¡Hagan algo con ella! –ordenaba a los
guardias, quienes vacilaban en llevar a cabo sus acciones.
–No –se opuso
lord Nicodemus–. Escóltenla a mi habitación. Usted y yo tenemos un trato, Su
Magnífica Majestad.
Mi padre hizo
rodar sus ojos antes de asentir con la cabeza en un gesto de resignación. Los
guardias me empujaron escaleras arriba hacia aquella habitación junto a la de
mis hermanas mientras mis gritos desgarraban el aire como vivos alaridos de dolor.
El llanto se
apoderó de mí al tiempo que era arrojada en la cama de la alcoba. Hice un
desesperado intento de correr hacia la puerta, pero los guardias la cerraron en
mi cara. Levanté mis puños para golpear la madera con furia.
Minutos más
tarde, me encontraba hecha un ovillo en el suelo, mi rostro empapado en llanto.
A pesar de que oí abrirse la puerta, no me moví. Quería fundirme en mi pena.
Estaba atada por siempre a un hombre que no quería, estaba perdida.
Él entró.
Sin levantar
la mirada observé sus zapatos caros y su caminar distinguido. Nicodemus se
agachó para estar a mi altura, para que mirara esos ojos azules que podían
hacer debilitar a cualquiera.
Todo lo que
quería era gritarle que se marchara, que me dejara en paz. Quería hacerle más
daño, rasguñar su otra mejilla tanto como la primera. Pero me sentía vencida,
superada. Lo mejor que pude hacer fue darle una mirada asesina.
–Me odias,
¿verdad? –me interrogó.
Abracé mis
rodillas con más fuerza y apreté mis puños.
–¡Te
desprecio, cobarde!
Eso no lo
inmutó, su cara continuaba estoica. Pero podía apostar a que algo de dolor
había teñido su mirada. ¡Ja! Se lo merecía.
Suspiró.
–Tu padre
quiere saber si eres virgen –me anunció sin rodeos.
Me tomó un
segundo comprenderlo.
–¡Que llame a
un médico entonces!
Sacudió la
cabeza.
–No lo
entiendes. Él quiere que tú y yo tengamos nuestra noche de bodas. Quiere que le
muestre las sábanas manchadas de sangre.
Sentí que
perdía el color de mi rostro al mismo tiempo que un estremecimiento de pánico
me atravesaba. Me puse de pie con apremio, dispuesta a atacarlo si era
necesario. Nicodemus se levantó de forma veloz y me capturó con brusquedad,
empujándome contra la pared. Las lágrimas habían empezado a teñir de espanto mi
cara.
–¡No
puedes...! –traté de gritar.
Él puso una
mano encima de mis labios.
–Shh –siseó–.
Sí puedo.
Separó su
cuerpo del mío, me soltó y caminó con lentitud hacia la cama. Tropecé, en lugar
de caminar, hacia la puerta cerrada con llave. Mi cuerpo estaba trepidando de
manera incontrolable. El señor D' Volci retiró las sábanas del colchón antes de
regresar a mí en un sosegado avance.
Cada vez que
daba un paso, yo me apretaba más contra la puerta. Sentía que en cualquier
momento iba a traspasarla. Claro, si no se tratase de roble grueso. Cerré mi
puño en torno al pomo, sintiendo el metal frío contra mi palma sudorosa.
Él aún
sostenía las sábanas en un puño. ¿Qué haría con ellas? ¿Atarme?
–No te me
acerques –le advertí.
–Luciana...
–¡ALÉJATE!
Se detuvo. Me
permití respirar durante ese efímero segundo. Hasta que empezó a rebuscar en
los bolsillos de su saco y extrajo una daga pequeña, similar a las que usa
Sebastián. Contuve de nuevo el aliento.
Levantó su
arma despacio, invitándome a prestar atención a cada uno de sus movimientos.
Presionó la daga contra su muñeca y penetró la piel hasta que la sangré salió a
borbotones, manchando la sábana. Estuve perpleja durante un minuto. Luego me
largué a reír, como si nada tuviera sentido. Nicodemus me lanzó una sonrisa
cariñosa.
–No eres tan
malo –balbuceé mientras limpiaba mi rostro de las lágrimas con el dorso de mis
manos.
Su sonrisa era
triste.
–Está hecho,
no hay manera de que sepa que no es tu sangre. Regresa a tu habitación –me
tendió un llave dorada y se dispuso a limpiar con la tela de su chaqueta la
sangre que descendía a través de su antebrazo.
Permití que mi
cuerpo se relajara.
–Pero ¿estás
bien? –di un paso más cerca de él–. ¿No necesitarás un médico?
Me enseñó la
herida en su muñeca antes de que ésta se disolviera frente a mis ojos sin dejar
siquiera una ínfima cicatriz. Se adelantó un paso y cogió mi mano para colocarla
sobre la magullada mejilla que le había abofeteado. Bajo mis dedos, su piel
volvió a tornarse lisa, sin atisbos de enrojecimiento o arañazos. Mis labios se
separaron ligeramente.
–¿Qué clase de
ser mágico eres? –le pregunté en voz baja–. ¿Eres también un vampiro?
Una de las
esquinas de sus labios se curvó hacia arriba.
–No soy un ser
mágico –confesó–. Tengo un don.
Una versión pequeña de mí descansaba en el interior
de un reloj de arena, específicamente en la parte superior. Mientras tanto, el
tiempo pasaba lentamente. Cada grano de arena, en lugar de bajar, ascendía.
La pequeña versión de mí se escurría hacia todas
partes para evitar ahogarse entre el cúmulo de arena que, poco a poco, crecía
en lugar de hacerse pequeño.
Tuve la sensación de que podría permanecer una
eternidad ahí. El tiempo iba en retroceso. Tenía todo el tiempo del mundo...
Pestañeé con
rapidez, confundida.
–¿Una visión?
–interpeló lord Nicodemus.
Se la conté.
Él fruncía el ceño.
–Tienes
visiones opuestas, ¿verdad?
Cuando asentí,
su rostro palideció. Respiró hondo, se pasó las manos por el pelo, me arrebató
la llave de oro de las manos y salió disparado fuera de la habitación en un
santiamén. Con premura, lo seguí hacia el recibidor del castillo. Hallé a mi
padre sentado en su enorme trono, utilizando su pesada corona mientras recibía
a los aldeanos para rechazar o conceder sus peticiones. Parecía verdaderamente
aburrido descansando su barbilla en una de sus manos.
–Lord Vittorio
–Nicodemus se abrió paso entre la multitud que esperaba por la audiencia.
Mi padre le
miró con petulancia.
–Vaya, eso fue
rápido.
El señor D'
Volci inclinó la cabeza en un gesto de respeto.
–Su Majestad,
tengo algo importante que decirle sobre su hija Luciana.
La mandíbula
de mi padre se tensó.
–¿No hubo
sangre?
–No se trata
de eso.
Los ojos de mi
padre estaban lúbricamente posados sobre el escultural cuerpo de una mujer
campesina, quien era la siguiente en la fila de gente a la que debía atender. Le
hizo una seña a Nicodemus para que se retirase.
–Hablaré
contigo luego, tengo asuntos más relevantes a los que prestar atención.
Le sonrió a
aquella preciosa dama de estilizada figura y cabellera verde, cuya vestimenta
era tan reveladora como la de una ninfa o hada del bosque. Sus pechos estaban
escasamente cubiertos, al igual que su pelvis, por trozos pequeños de tela
marrón. Aunque ella era pequeña, sus piernas desnudas se veían largas,
esbeltas. Sus risos verdosos descendían hasta sus caderas, sus ojos tenían un
tétrico, hipnotizador matiz rojo. Su sonrisa era tranquila, acogedora, dulce.
Se hincó en el
suelo sobre una de sus rodillas, haciendo una gran reverencia cordial.
–Su
Graciosísima Majestad –leí que sus labios decían. Alzó la voz antes de continuar–.
He venido a solicitarle una sola cosa.
–Cualquier
cosa para usted, madame –respondió lord Vittorio de forma sugerente.
–He soñado con
ser rodeada por sus brazos. He escuchado que algunos sueños se vuelven
realidad.
Mi padre
acomodó la corona que reposaba en su cabeza antes de levantarse de su trono.
–No me molesta
ser tocado por plebeyos –afirmó después de abrir sus brazos para la mujer,
quien le rodeó el cuello con muchísima fuerza. Sus puños parecían sañudamente aferrados
a la capa carmesí del monarca.
Luego de
algunos segundos, mi padre comenzó a parecer incómodo.
–Ya está bien
–le indicó a la mujer–. Suélteme.
Ella lo apretujó
con más ímpetu, hasta que papá tuvo dificultades para respirar e intentó
desasirse de su agarre. No lo logró. Sus mejillas comenzaron a tomar un color
sonrojado por la falta de aire.
No había
estado equivocada, la bella mujer era un hada. Desde sus manos rezumaban
colores llameantes que estaban comenzando a paralizar al rey al igual que una estatua
de mármol.
En tanto los
guardias advirtieron ese detalle, se abalanzaron sobre ella a montones. Hubo
una forzosa lucha mientras trataban de capturarla. Ella era poderosa, fuerte. Los
aldeanos se sobresaltaron y comenzaron a dar alaridos. Mi padre cayó de
rodillas al suelo, tosiendo. Tan pronto como recuperó su capacidad de hablar,
no se demoró en gritar.
–¡Ha intentado
matarme! –rugió de forma ronca–. ¡Tiene que ser guillotinada en la plaza,
frente a todos los aldeanos!
El silencio
que reinó en la sala fue sepulcral. El hada se encontraba forcejeando entre los
brazos de dos o tres grandísimos soldados.
–¡Esto ha sido
un error! –bramaba exasperadamente–. ¡Todo lo que quería era abrazarle! ¡Soy
muy joven para controlar mis poderes! ¡PIEDAD!
–Piedad
–repitió mi padre luego de largar una risotada–. ¡Te daré una semana de tortura
antes de cortar tu cabeza, perra asesina!
Los aldeanos empezaron
a retroceder e inclusive a abandonar el castillo.
–¡Nadie se
mueva! –vociferó mi padre a la muchedumbre al tiempo que ejecutaba órdenes a
sus guardias para que cerraran el paso a cualquier individuo–. ¿Es que acaso
los conspiradores de este crimen quieren salir huyendo?
Avancé un paso
al frente cuando, de repente, alguien puso su mano en mi hombro con firmeza,
impidiéndome moverme. El tacto fue tan abrumador que supe inmediatamente que se
trataba de Sebastián. Me volví, solo para hallarlo vestido en un exquisito
traje, como los que usan los importantes señores de la nobleza. Su cabello de
hecho tenía un peinado sofisticado, hacia atrás.
–No te burles
–masculló–. Me han obligado a vestir de esta ridícula forma –arguyó–. Les dije
que podía seguir utilizando mi chaqueta lacerada de cuero y mi camiseta
ensangrentada, pero ellos decidieron arrojarlas a la basura. Entonces las
criadas quisieron entretenerse con mi cabello.
Esbocé una
sonrisa sutil.
–Luces
apuesto.
Él pareció
inmune a mis cumplidos, no obstante, creí percibir que su rostro adquiría un
tono escarlata. O tal vez era mi imaginación. Era difícil saberlo debido al
matiz bronceado de su piel.
Le hice una
reverencia.
–Si me
disculpa... –comencé a retirarme cuando él me cogió de la mano.
–Ven conmigo
–dijo con calma, obligándome a girarme para verlo.
Casi me reí
por tan ridícula propuesta.
–¿A dónde?
¿Está usted desvariando?
Su rostro era
muy serio.
–Únicamente
tengo este día y esta noche para quedarme en Etruria. ¿Podrías concederme el
honor de permitirme permanecer a tu lado?
Sentí que las
paredes comenzaban a dar vueltas en torno a mí, un feroz cosquilleo se instaló
en mi vientre, mis rodillas retemblaron. ¿Estaría hablando en serio? ¿O era
este otro de sus trucos para seguir manipulándome?
El contacto de
su mano estaba enviando oleadas de fuego hacia mi piel. Su calor me estaba
abrasando, me corroía. Su energía me hacía vibrar. Traté de liberar mi mano de
la suya, pero sus dedos apretaron los míos con más fuerza.
–Sr. Von
Däniken...
–No –negó–.
Llámame Sebastián, ése es mi nombre.
Parpadeé
lentamente al tiempo que daba una respiración profunda.
–Sebastián,
déjame ir.
Sin previo
aviso, llevó mi mano hasta su boca y besó con dulzura mis nudillos. La presión
de sus labios me hizo cerrar los ojos. Aquel suave, lento contacto causó que
mis sentidos se colmaran de sensaciones delirantes. Me debilité, mis rodillas
parecían fallar, sentí que desfallecía.
–Por favor –me
suplicó con una tonalidad honesta.
Él trata de engañarte. Escuché que me advertía la
voz de mi subconsciente. Trata de hacerte
daño.
Detrás de mis
párpados visualicé la imagen de mi cuerpo inerte dentro de un ataúd de cristal.
¿Sebastián quería matarme? Miré a sus ojos penetrantes, en busca de maldad u
odio. Lo único que encontré fue desesperación... miedo. De alguna manera tenía
miedo, no estaba equivocándome.
Suspiré.
–No puedo...
–No –Sebastián
sacudió la cabeza–. Si no aceptas venir conmigo, te raptaré.
Empecé a alzar
levemente una ceja.
–No puedes...
–Puedo.
¿Quieres o no comprobarlo?
–Tirano
–escupí con desplante.
–Gracias –dijo
él con una sonrisa.
–Hermano.
Ambos nos
volvimos al reconocer la nueva voz que surgía desde el bullicio de la multitud.
Sebastián dejó que su mano soltara la mía cuando Nicodemus apareció detrás de
mí. Esbozó una sonrisa auténtica tan pronto como intercambió una mirada
traviesa con el joven.
–Parece que
siempre te encuentro cuando tienes las manos encima de la señorita Winterborough
–comentó despreocupadamente el Sr. D' Volci.
–O tal vez me
buscas porque tengo las manos encima de Luciana –rebatió Von Däniken–. Luciana
–repitió–, es ése su nombre, ¿lo sabías?
–Vamos, no te
pongas pesado conmigo, Sebastián. Recuerda que sé quién eres.
Ambos se
sonrieron con complicidad, igual que dos niños que hacen una diablura. Podía
ver, por la forma en la que actuaban uno alrededor del otro, que no eran simplemente
conocidos. Aquello que había entre ambos era casi... amistad.
Mi corazón dio
un respingo doloroso.
¿El hombre que
me había obligado a contraer matrimonio era amigo de mi posible asesino? Eso no
podía estar bien de ninguna manera. Lord Nicodemus, pese a todo, era un
caballero amable y dulce. No debería tener una relación amistosa con ese joven
villano.
–La señorita
–dijo Sebastián a Nico–, como tú la llamas, no quiere aceptar dar un paseo
conmigo –me miró con una expresión maligna–. ¿Te gusta que te llamen señorita?
Quiero decir, es un nombre demasiado común. Al menos ocho de tus hermanas son
señoritas. El resto... lo dudo.
Abrí mi boca
ampliamente por la sorpresa de haberlo escuchado decir tal barbaridad acerca de
mis hermanas. La furia me recorrió todo el cuerpo, calentándome. Levanté mi
mano para abofetear su rostro.
Mi asombro fue
mayor en el momento en el que Nicodemus sujetó mi brazo, deteniendo el ataque
destinado a su amigo.
–No –me
advirtió en un tono de alarma.
Negó
lentamente con su cabeza, mirándome. Yo estaba perpleja. Sebastián observaba
escrupulosamente la escena.
–No iba a
lastimarla –se quejó por lo bajo al tiempo que el señor D' Volci liberaba mi
brazo.
–Lo sé
–respondió este último, girándose para enfrentar a su camarada–. Sé que no lo
harías... intencionalmente.
Sebastián se
quedó en silencio, como si hubiese dejado morir el tema. Si estaba pensando
acerca de ello, su expresión impertérrita lo disimulaba bastante bien.
–Disculpe sus
sátiras, milady –se excusó Nicodemus en nombre del Sr. Von Däniken–. Él no ha
querido importunarla, estoy seguro de ello.
Un bufido se
escapó de los labios de Sebastián. Su amigo le despidió una mirada venenosa.
–¿Qué? –le
preguntó de modo inocente.
–Pídele
disculpas.
Las mejillas
de Sebastián se sonrojaron. Jamás pensé que aquel caballero oscuro pudiese
sentirse avergonzado, pero ahora lo parecía.
–Losient...
–balbuceó de manera ininteligible, observando el suelo.
–¿Disculpe?
–lo presioné.
Sus ojos
estaban bien abiertos cuando me miró a la cara.
–Lo lamento,
lady Luciana.
Sonreí.
–Disculpas
aceptadas, Sr. Von Däniken.
–Sebastián –me
corrigió.
–Sebastián –me
corregí sin dejar de sonreírle.
–Sé que no es
un buen momento –interrumpió Nicodemus–, pero me gustaría invitarla a dar un
paseo por el pueblo con nosotros, sus humildes servidores.
Les miré a
ambos con recelo.
–¿Nosotros?
–Sebastián y
yo. Si no le importa, por supuesto.
–¿Puedo
preguntar cómo es que ustedes se conocen?
Una risotada
estridente estalló de Sebastián.
–Cuéntale,
anda –empujó el hombro de Nicodemus–. Háblale sobre el día en el que me
mataste.
29 comentarios:
Despues que escribo un comentario bien largo y bien alentador y toda la cosa, resulta que hubo un error y ahora tengo que volver otra vez pero bueno.
Resumiendo todo, lo unico que puedo decir es que amo a Nicodemus y lo prefiero antes que a Sebastian.
Que Luciana me cae mal y no se porque.
Que la historia me gusta de verdad y que eres una gran escritora.
Que entre todas sus hermanas la mejor que me cae es Dolabella.
Que me alegro que mica vaya a la academia y que estara con Eustace ese loco extravagante.
Que el papa de ella es cruel.
Que me encanto el final y que me quede con la boca abierta, no puedo creer lo que lei.
Bueno eso es un peque~o resumen. Cuidate bye.
Primera eso es todo un logro para mi. Bueno ok Adios ahora. la novela es genial y me encanta espero que no la saques.
Por supuesto que tu novela me gusta. Sebastian es fantastico y esta historia esta muy buena.
Eres genial y lo que escriebes es fantastico. Esto es talento puro.
Hola, lamento no haber comentado antes, pero estaba de vacaciones y el estupido hotel que me aloje tenia la internet bloqueada.
La novela me gusta mucho.
Es genial, todos los personajes tienen algo unico.
Amo sin duda esta novela.
Sin duda la considero muy buena.
Creo que tienes un gran futuro como escritora.
Espero ver tus libros algun dia en las librerias de Puerto Rico y me sentire feliz de decir, Yo lei sus novelas estilo borrador en la red.
Esta novela en lo personal me gusta.
Es diferente y muy buena.
Lo dije y lo repito eres una gran escritora y me gusta cuando tomas de tu tiempo y contestas nuestras preguntas.
Por supuesto que esta historia me gusta.
La consideri genial.
Tu tienes una imaginagios desbordante.
Amo Alas Rotas y me encanta.
Tambien me gusta que tus historias se entrelacen entre si.
Sigue asi escribiendo historias fantasticas
El capitulo estuo muy bueno.
Esta historia es genial me encanta
Nicodemus es lindo.
El final me encanto por no decir me mato
De verdad que no lo puedo creer.
bueno sinceramente, siempre que empiezo alguna de tus novelas me siento como rara acerca de ellas pero luego me enamoro y mira cada dia a ver si has publicado asi que seguro que con esta passa lo mismo, ya me gusta!
¿Quiero que la sigas? SIIIIIII!!!!!!!
¿Me gusta la novela? ME ENCANTAAAAA!!!!!
¿Tengo curiosidad por saber como se conocieron Nico y Sebastián? POR SUPUESTOOOO!!!!
¿Quiero que haya más comentarios para que sigas? TAMBIÉN!!!!!
¿Soy la que en twitter te deseo que mejoraras? Sí, y eso que no sabía que te pasaba la verdad.(supongo que fui una de ellas, que habría más)
Siento no haber comentado el capitulo anterior pero no estaba con ánimo de comentar, y de hecho cuando subiste este todavía me pillabas desanimada pero dejé la tristeza a un lado y comenté.PARA QUE NO ENFADES CONMIGO.
Que yo quiero que la gente comente y luego no comento.
Me voy a plantear hacer los 21 días de bondad y digo plantear porque soy una baga y quiero hacer muchas cosas y nunca las hago.
Un beso y chao XD
Me encanto el capitulo
Magnifico
Me encanta esta novela es muy buena.
Esta historia me gusta es muy buena.
Nicodemus es mi personaje favorito lo adoro.
Sebastian tambien es muy "tierno"
Me encanta!! Amo la novela!! Es la mejor que he leido!! Dios Sebastián me mata! Quiero un hombre así!!! Siguela, nunca dejes de escribir porque sos una genia!!
Estuvo genial el capitulo.
El final ni hablar.
Esta novela me fasina
Amo a sebastian.
Mi contestacion a tu pregunta es que tu novela no me gusta, me encanta.
Es una novela genial y amo tus novelas y tus personajes.
Una pregunta,
¿Cuanto tiempo te tomas en escribir un capitulo?
¿Y cuanto tiempo crees que uno como escritor debe tomarse en escribir los capitulos?
Bueno Steph cuidate
PRECIOSO PRECIOSO!!!!
me encanta esta novelaa
y ese Sebastian en todo un loquillo :P
Tenia que decir esto
Esta novela es genial me encanta demasiado.
No sabes cuantas noches paso en vela por leerte.
Eres una excelente escritora
Nico y Sebastian??
Sebastian esta muerto??
Este final me ha dejado con la quijada en el piso.
Esta novela es muy buena, Me encanta esta novela
Sin duda es magnifica.
Sebastian y nico los quiero a los dos para mi.
Los adoro.
No quiero pensar que Sebastian esta muerto. De verdad que no quiero pensarlo.
Estoy curiosa por Nico ¿que raza sera?
El estan lindo y caballeroso.
De verdad que hay que amarlo.
Me encanta esta novela y si esperó que la sigas.
Sin duda esta novela es muy buena.
A mi en lo personal me gusta mucho su trama. Es estupendo todo lo que puede pasar en un día en la historia.
Estoy interesada en el caso de Sebastián y Nicodemus estos dos juntos me dan miedo.
Me gusta tu novela y espero que la sigas.
Tienes un gran don en la escritura.
Amo a Sebastián y a Nico.
No puedo decidirme por ninguno ya que se me hace difícil.
SEBASTIÁN esta muerto?? Yo de verdad que me quede en shock
Espero que Nico no se enoje cuando Sebastián bese a su esposa.
Espero que Luciana no cometa un error.
Creo que esta historia me tiene obsesionada.
No paro de leerla.
Me encanta.
Si quiero que la sigas.
Que Honda con Sebastián y Nico. Ellos dos son raros. Pero me encantan.
Estoy deseando leer el próximo capítulo
Se qué será genial.
Es verdad tu contestación. Apuesto que ha esta historia todavía le falta mucho. Eso me gusta.
Aunque amo tus novelas Son largos los capítulos y no son muchos.
¿Hasta qué cantidad de palabra sueles llegar cuando escribes??
¿Crees qué guasten más los capítulos cortos o largos?
Contestando a tu pregunta. Me gusta mucho la novela y de verdad adoro que la sigas.
No se cómo alentarte Amo esta novela es genial. Me encanta cada capítulo que escribes.
Sabes, los otros días me encontraba leyendo una novela y me encanto.
Quisiera recomendartela se Titula Sangre Enamorada de la escritora Natalia Hatt.
Bueno extraño a Eustace me hace falta jajaja. Si ese viejo loco y tonto me hace falta. Sabes me siento feliz que Zukunft haya sido una novela futuristica. De lo contrario te hubiera odiado por matarlo.
Sigue así mucho éxito con lo que te propongas.
Ame el capítulo
Liciana si que tiene mala suerte.
Espero que todo se arregle
Yo que ella me quedo con los dos
Con su esposo y Sebastián
Amo esta novela me encanta y espero que la sigas.
Oye sobre las historias, ¿la temática era de ángeles verdad y tenía que tener un margen de como?
¿También tenía que ser 6 páginas verdad ?
Ando refrescando mi memoria.
Creo que esta novela es una de las mejores que tu has escrito.
Me encanta de verdad.
Síguela
Amo como escribes y como te expresas.
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