Capítulo
18: Ambrosía
Por alguna
razón, aquellas palabras que Nicodemus había pronunciado me habían golpeado
como una patada en el estómago. Le miré a través de mis espesas pestañas,
incrédula.
–¡¿Te casaste
conmigo amando a otra mujer?! –vociferé mientras las ganas de abofetearle con
fuerza me consumían–. ¿Quién es ella?
Lanzó un
suspiro de cansancio.
–Es
complicado, Luciana...
–¿Quién es?
–Es tu hermana
–admitió–. He entregado mi alma a Dolabella.
Respiré
pesadamente, incapaz de asimilar aquello.
Mi hermana.
Dolabella.
Su nombre giró
en mi mente, retorciéndose, alzándose en mis oídos, provocándome un penetrante
dolor en las sienes.
–¿Cómo
pudiste? –jadeé–. ¡Te has casado conmigo amando a mi hermana! ¡Mi hermana! Eres
un enfermo... –tomé una bocanada de aire, tratando de calmarme. Me eché el
cabello hacia atrás para mirarle a los ojos–. ¿Por qué?
–Mira
–profirió luego de un breve silencio–, si no te lo dije antes es porque creí
que podría afectarte. Sé que eres sensible, sé lo que significa el matrimonio
para ti. Y, a pesar de todo, intento ser un caballero.
–¿Desde cuándo
la amas? Pasó antes de que nos casáramos, ¿no?
–Tienes que
oírme.
Una vez más,
agarró mi cara con sus manos. Las aparté.
–No me toques.
Puso sus puños
a los costados de su cuerpo.
–Amo a Dolabella
desde nuestro primer encuentro en Somersault. La única razón por la que fui tu
pareja de baile cada noche, es porque debíamos guardar las apariencias sobre
nuestra relación.
Entonces el
engaño iba mucho más lejos...
–Me presenté
en el Castillo Real para pedir su mano, estaba dispuesto a casarme con ella
–siguió–. Pero tu padre empezó a decir que debía casarme contigo, que tú
morirías pronto... Y, cuando lo hicieras, yo podría devolverle su corona. No
está interesado en que ninguna de ustedes sea reina –hizo una pausa–. Por
supuesto, me negué un montón de veces a esto. Hasta que él amenazó con matar a
Dolabella y tuve que aceptar el trato. Micaela acababa de escaparse, yo había
escuchado cómo ordenaba a sus guardias que la asesinasen al encontrarla. Sabía
que era perfectamente capaz de acabar con cualquiera de sus hijas.
Mi sangre se
volvió de hielo de repente.
–Tú...
–entrecerré mis ojos, masajeando mis sienes adoloridas–. Tú eres el padre del
hijo que Bella espera. Es por eso que ella se negaba a decírmelo, es por eso
que era imposible su matrimonio...
–¿De qué estás
hablando? –aferró mis brazos–. ¿Dolabella está embarazada?
–Eso... Eso
fue lo que ella dijo.
–Mírame,
¿estás segura?
–¡Sí!
–Mierda
–comenzó a caminar de un lado a otro–. Tengo que ir a buscarla.
–¿Irás a
Etruria? –cuestioné–. Tienes que llevarme contigo, por favor. Tienes que
llevarme a casa, no puedo estar otro minuto en este lugar.
Sacudió la
cabeza.
–No puedes ir
allá todavía. Tu padre ha caído preso, pero sus tropas están desatando el infierno
para liberarlo. Es peligroso.
–¿Dónde está
Bella?
–Ella está
aquí –confesó en voz baja–. Se está quedando conmigo en un departamento a un
par de calles.
Sentí alivio.
Estaba aquí,
estaba bien.
–¿Y el resto
de mis hermanas?
–Ellas...
–tragó saliva–. Las tomamos como rehenes –antes de que pudiera maldecirlo en
voz alta, añadió–. No tienes que preocuparte, están siendo tratadas bien. Te
juro que se encuentran en perfectas condiciones.
Todo esto era
demasiado para asimilar. Había detalles que seguían sin encajar.
–Aclamas amar
a Dolabella –argumenté con los dientes apretados–, pero también acabas de
admitir que te hago sentir confusión. ¿Qué es lo que eso significa? ¿Estás
jugando con sus sentimientos?
–No, no, claro
que no –repuso–. Luciana, te quiero. Eres la hermana de la mujer que amo y
estos últimos días que he pasado contigo he sentido una gran necesidad de
cuidarte y protegerte. Pero también eres una joven hermosa y un... –sonrió
levemente–. Un excelente guerrero.
–¿No estás
seguro de lo que sientes por mi hermana? Porque si es así, aléjate de ella
antes de que le hagas daño. Si algún día llora por tu causa, recuerda que...
–me tomé un segundo para respirar–. Recuerda que tú me entrenaste.
–Estoy seguro
de que la amo. Es sólo que... cuando me besaste creí sentir...
Levanté la
vista al techo.
–¡No puedes
sentir nada! ¡Nada! ¡Soy su hermana!
–Y mi esposa
–agregó–. Además, ¿no fuiste tú la que me besó, pese a tus sentimientos por
Sebastián?
Largué un
resoplido.
–No siento
nada por Sebastián. Y él no es tu hermano.
Se cruzó de
brazos.
–Para mí lo
es, lo sabes.
–Nunca te
habría besado de haber sabido que tenías una relación con mi hermana.
Lo escuché dar
una exhalación larga y sonora.
–No pienses
cualquier cosa –profirió–. No sería capaz de lastimar a Bella. Lo que siento
por ti no es más que una profunda amistad.
Observé su
mirada azul durante extensos minutos, asegurándome de que era sincero.
–Bien
–puntualicé–. Porque a partir de ahora, has dejado de ser mi esposo. No me
importa lo que este maldito anillo signifique.
Cuando Nico
asintió, oímos que se abría la puerta de alguno de los departamentos.
Precisamente, el nuestro. De su interior salieron dos mujeres semidesnudas, muy
ebrias, susurrándose al oído la una otra.
–Si no sientes
nada por él –susurró Nico mientras veía pasar a las jóvenes–, ¿por qué te
encontré llorando?
Presioné mis
ojos bajo las palmas de mis manos hasta verlo todo rojo. No podía responder a
eso, no ahora. No quería saber esa respuesta.
–Sácame de
aquí –murmuré con la voz rota por el nudo en mi garganta–. Llévame con Bella,
por favor.
Él me envolvió
con sus brazos.
–Sí, lo haré
–me prometió–. ¿No debes buscar alguna cosa en el departamento?
No quería
tener que entrar ahí nuevamente. Si me enfrentaba a Sebastián, iba a
desplomarme.
–Mi ropa
–musité.
–Te acompaño.
Cuando
entramos en la estancia, parecía vacía. Vacía en absoluto.
–¿Dónde está
Sebastián? –me interrogó Nicodemus, esperando que yo supiese la repuesta
mientras le echaba un vistazo a la terraza.
–No... no lo
sé –balbuceé antes de precipitarme hacia el cuarto de baño.
Lo encontré
tumbado boca abajo delante de la puerta, inconsciente. Todo lo que llevaba
encima eran unos vaqueros desgastados.
–Sebastián –me
arrodillé junto a su cuerpo, poniendo una mano sobre su espalda. Mi voz temblaba.
Nico llegó a
mi lado antes de que le llamara.
–Mierda
–soltó–. Hermano.
Los hombros de
Sebastián se agitaron levemente y supe que estaba despertando. Cogí uno de sus
brazos para ayudar a Nicodemus a ponerlo de rodillas. Tan pronto como estuvo en
esa posición, vomitó. Me levanté para buscar una toalla al tiempo que su amigo
le transportaba hasta la cama. Sebastián se sentó en el borde de la misma
mientras yo, de rodillas en la alfombra, limpiaba su boca. Alzó la cabeza para
ver a Nico.
–¿Por qué
trajiste a Timandra? –le gruñó con la voz ronca.
Su amigo
pareció sorprendido por aquel ataque.
–La encontré
llorando –se explicó–. Dijo que debía estar contigo, que la habías dejado sola.
Ella es una bruja, estaba corriendo peligro en Etruria, pensé que te gustaría...
–Cabrón
–escupió, iracundo. Después reparó en mí. Su mirada tenía algo desesperado y
perdido, sus pupilas estaban dilatadas–. Luciana –su voz fue un susurro–.
Sucedió algo. Yo... discutí con ella, con Timandra. Y me embriagué. No quería
dejarte sola, pero... no podía presentarme en este estado a la cena. Luego
olvidé llamarte, lo lamento.
Cuando sus
dedos me rozaron la mejilla, sentí la humedad en mis ojos otra vez. Estaba
furiosa y herida al mismo tiempo.
–Así que
decidiste traer a dos mujeres a casa –rebatí con amargura.
Sus ojos despidieron
una chispa de ira.
–Tú no puedes
reclamarme por la mujeres que traigo a casa –sus dientes estaban apretados, un
músculo en su mandíbula vibraba–. Nosotros no somos nada, ¿lo entiendes? Tú
estás casada y también yo. No me jodas más.
–Oye, hermano
–Nicodemus buscó su mirada–. ¿Cuánta droga has consumido?
El silencio
taciturno invadió la habitación.
–Un montón
–confesó por fin.
–¿Cuáles?
–Yo... –se
pasó los dedos por el pelo–. No sé, algunos estimulantes. Anfetaminas, ecstasy,
cocaína. Un montón de mierda.
–Tengo que
llevarme a Luciana –suspiró Nicodemus–. Se quedará conmigo.
Sebastián
resopló.
–No puedes
llevártela a ninguna parte.
–No puedo
dejarla contigo mientras estés drogándote y haciéndola correr peligro.
Alterado,
Sebastián se puso de pie, cogiéndome por la cintura.
–Vete, no la
toques.
Mi espalda
estaba contra su pecho, sus manos retenían mis caderas cerca de su cuerpo. El
aire que se escapaba de su boca me besaba el cuello. Mi corazón martilleaba a
toda prisa dentro de mi pecho debido al pánico que me abrumaba.
–¿Sabes que
Luciana pudo haber terminado perdida en algún barrio peligroso? ¿Estás
consciente de que corre peligro a tu lado? ¡Podría estar muerta en este
momento!
–¡No quiero
hacerle daño!
–Pero lo harás,
tarde o temprano. Sabes que está destinada a morir y si puedo protegerla...
Los brazos de
Sebastián estrecharon con más fuerza mi cintura.
–No volveré a
drogarme, lo prometo. Pero no puedes llevártela, no la alejes de mí.
–Suéltala
–ordenó su amigo. Casi después de un minuto, sus brazos aflojaron el agarre,
dejándome ir–. ¿Qué pasa contigo? Tú... no te habías puesto tan mal desde
que... desde que eras humano.
–Sabes que...
–comenzó a balbucear Sebastián mientras yo daba lentas zancadas para alejarme
de él–. Soy más humano aquí, he comenzado a perder mis poderes y...
–Y las drogas
hacen mejor efecto en tu cuerpo.
Sebastián
asintió.
–Hay más
–decía Nico–. Te pasa algo, pero nunca he logrado entenderte. No sé lo que
sientes, tú no me lo dices. Sebastián, soy tu hermano...
–Vete.
–Sí, lo haré.
Nicodemus tomó
mi mano en la suya.
–Luciana –me
llamó Sebastián. Al verlo tan perdido sentí ganas de echarme a llorar. Sus
puños cerrados temblando, sus ojos nublados por una tormentosa tristeza–. Si te
prometo estar sobrio todo el tiempo, ¿te quedarías? Lo que sucedió esta tarde
no volverá a pasar. No te vayas, por favor.
Tragué saliva,
esperando que con eso se deshiciera el nudo en mi garganta. Yo necesitaba
pensar y, para eso, no podía tenerlo cerca. Pero tampoco podía dejarle solo
sabiendo que podría intoxicarse hasta caer inconsciente cada día. Yo me había
prometido a mí misma sanarle. No podía huir sin cumplir mi promesa. Él
necesitaba mucho ser salvado de aquello que le atormentaba.
–De acuerdo
–susurré, al tiempo que veía crecer la esperanza en sus ojos.
–Luciana, no
–se opuso Nico–. Quédate con tu hermana, te lo ruego. Tendré que volver pronto
a Etruria y no puedo dejarte sola con él.
–Estaré bien,
de verdad –solté su mano.
–¿Estás segura
de lo que haces? –no lo estaba, por supuesto, pero asentí de todos modos–.
Bien. Le diré a Dolabella que tenga cuidado contigo de todas formas.
Estaba siendo
estúpida, lo sabía. ¿Acaso me gustaba sufrir? Mientras Nico se marchaba, el pánico
se apoderaba de todo mi ser. Escuché que Sebastián suspiraba a mis espaldas.
–Iré a darme
un baño.
Entretanto, me
dirigí a la terraza para tomar aire fresco. Pero la soledad sólo ocasionó que,
finalmente, las lágrimas se escaparan de mis ojos. Si no sientes nada por él, ¿por qué te encontré llorando?
Nicodemus
tenía razón, sentía algo por Sebastián, algo fuerte. Sin embargo, no quería
averiguar lo que era. Sabía que ese conocimiento terminaría debilitándome
todavía más. Todo aquello que había aprendido como soldado, parecía haberse
borrado de mi memoria. No me sentía fuerte o guerrera junto a Sebastián. Todo
lo que sentía era fragilidad y decadencia. Miedo. Incluso los recuerdos felices
me asustaban.
–¿Podrás
perdonarme? –escuché su voz detrás de mí y mi espalda se puso rígida.
Un escalofrío
me hizo sacudirme. Me limpié la cara con el dorso de la mano antes de girarme.
Al verlo, mis rodillas flaquearon. Era tan hermoso.
La noche
parecía abrazarlo, como si formara parte de ésta. Su mirada tenía el brillo de
la misma luna. Se había puesto otros pantalones limpios, pero solo eso. No
llevaba ninguna otra prenda encima. Su torso desnudo resplandecía como el
bronce, incluso con las cicatrices grabadas en su piel. Éstas eran similares a
un exótico diseño.
–Está bien,
todo está bien –me esforcé para mostrarle una pequeña sonrisa.
–No lo
merezco, ¿sabes? He sido una basura.
Se recostó en
el suelo con la cabeza apoyada sobre sus manos. Hice lo mismo, tendiéndome a su
lado.
–No eres tan
malo como crees que eres –le animé–. Te conozco. Y sé que te comportas como un
idiota pero... Lo mereces. Mereces una oportunidad.
Había dos
estrellas adornando el firmamento. Eran diminutas, pero se esforzaban por
brillar más que las luces de la ciudad.
–He roto con
Timandra –soltó de pronto, cambiando de tema.
–¿Por qué esa
mujer te afecta tanto? Dijiste que no la amabas.
–La detesto
–refunfuñó–. Ella quiere mantenerme atado mientras tiene un montón de amantes.
Pese a la repulsión que siento por Timandra, todo lo que hace me tortura. No sé
lo que hace conmigo, pero logra manipularme, seducirme. Me hace desearla aún
cuando todo lo que quiero es huir de sus hechizos.
Escucharlo
hablar así de ella me hizo sentir un gran nudo en la boca de mi estómago. Un
velo de furia y dolor empañó mi semblante.
–¿Nicodemus
sale con Dolabella? –me preguntó después de un momento silencioso.
Solté una
exhalación.
–Sí, lo hace.
Él se rió de
forma socarrona.
–Lo que
significa que está casado contigo, pero su amante es tu hermana. Y ambas están
de acuerdo con eso, ¿o no? –resopló–. Siempre creí que yo era el cínico.
Me apoyé sobre
mi codo para mirarle.
–Sebastián, me
casé con Nicodemus porque mi padre me obligó.
Él me miró con
curiosidad.
–¿No le
quieres?
–Es mi amigo,
nada más.
Se incorporó
al tiempo que una pequeña sonrisa traviesa tiraba de las comisuras de sus
labios hacia arriba. Adoraba tanto esa sonrisa que me contagié de ella.
–¿Qué? ¿Qué
significa esa sonrisa? –inquirí, entrecerrando mis ojos al mirarle.
–¿Qué
significa la tuya?
Me sonrojé.
–Que estoy
hambrienta y me debes una cena.
Unos hermosos
hoyuelos se formaron en sus mejillas cuando su sonrisa se hizo más amplia.
–Ven –me hizo
una seña de acercarme con dos de sus dedos–. Podrías darme un mordisco –me
guiñó un ojo, señalando su cuello.
Me mordí el
labio para contener una gran carcajada.
–Nunca
cambiarás –exclamé–. He decidido que te perdonaré si cocinas para mí.
Sus cejas se
elevaron.
–Deberíamos
pedir una pizza. De otra manera, terminarás odiándome. De verdad, no sé
siquiera preparar un maldito sándwich.
–¿Qué es una
pizza?
Sus ojos
brillaron con astucia.
–Es mejor que
la ambrosía.
–Dioses,
tenías razón –acordé, masticando una rodaja de pepperoni–. Es la mejor comida
salada que he probado en mi vida.
–¿Estoy
perdonado ahora? –Sebastián se reclinó de la barra de la cocina mientras lamía
las puntas de sus dedos manchadas con salsa roja.
De pronto, me
imaginé lamiendo la salsa en sus dedos elegantes y largos. Sentí que mi mirada
se ensombrecía por un oscuro deseo. Era difícil tenerlo tan cerca sin
percatarse de aquella deliciosa musculatura en su torso, de los huesos hundidos
en sus caderas, de la altura a la que caían sus pantalones desgastados.
Él debería
usar más ropa. Estaba siendo obsceno.
–No sé. En
realidad, creo que no me gusta tanto...
Sentí ganas de
poner mi mano sobre ese pecho bronceado. Y lo hice, sin darme cuenta, sin
pensarlo. Durante un segundo nos miramos a los ojos, hasta que los suyos
bajaron entre nuestros cuerpos, siguiendo mi mano, la cual estaba muy quieta,
extendida sobre uno de sus duros pectorales.
La piel bajo
mi palma era caliente, suave como la seda.
Él atrapó mi
mano dentro de la suya y la sostuvo un momento antes de llevársela a los labios
para besar mi palma con delicadeza. Sus labios hicieron arder mi piel.
–¿No te gustó
tanto? –refutó–. Y, ¿qué significaban esos gemidos que dejabas escapar a cada
segundo?
El iris
púrpura en sus ojos lanzaba destellos.
–Tú ganas, te
perdono.
–Tienes algo
de salsa aquí.
Puso su dedo
índice bajo mi mentón al tiempo que su pulgar se deslizaba bajo mi labio. Un
segundo después, ese dedo estaba encima de mi labio, moviéndose con sutileza de
izquierda a derecha, acariciándolo hasta hacer que enrojeciera.
Esa caricia
hizo que mi estómago revoloteara. Un cosquilleo feroz se instaló en mi vientre,
transformándose en una vorágine de calor entre mis piernas. Aquel sencillo
contacto era demasiado erótico.
–Dios, Luciana
–la manera en la que pronunció mi nombre con la respiración entrecortada hizo
que toda la sangre de mi cuerpo se calentara–. Si no te beso ahora, moriré.
Su corazón
bajo mi mano palpitaba a un ritmo poderoso y constante. El mío dio todo un
vuelco al momento en que asimilé sus palabras. De un momento a otro, Sebastián
estaba inclinado, capturando mis labios con los suyos, empujando su lengua
entre mis dientes. Tomando toda la cordura que quedaba en mí.
Deslicé las
puntas de mis dedos sobre sus costillas, descendiendo hacia sus abdominales al
tiempo que su lengua violaba mi boca, robando mi razón, mis sentidos. Sentí que
mis piernas fallaban y que mi cuerpo temblaba mientras tanteaba los músculos de
piedra bajo su piel. Ésta era lisa en algunas zonas y fruncida en otras debido
a las cicatrices.
Cuando sus
manos levantaron el dobladillo de mi blusa, rozando mi cintura desnuda,
introduje mis dedos en la cinturilla de su pantalón. Un sonido gutural se
escapó de mi garganta, seguido por otro más fuerte. Sus manos me alzaron para
sentarme con cuidado sobre la encimera de la cocina. Tocó mi rodilla desnuda,
deslizando sus dedos lentamente hacia mis muslos mientras separaba mis piernas.
–Me enloquece
–gruñó en una profunda voz ronca por el deseo– que te hayas puesto esa falda.
Hundí mis uñas
en sus fuertes hombros, temblando al tiempo que devoraba su boca. Mi cabeza
palpitaba, mis pechos ardían, mis labios picaban.
–Te...
–murmuré en un hilillo de voz quebrada–. Te necesito.
–También yo
–le escuché gemir, el sonido recorriéndome todo el cuerpo–. Te deseo.
Pero él no me
necesitaba de la misma manera. Sebastián quería tener mi cuerpo, nada más. Yo
deseaba poder tener su corazón, su alma. Porque lo quería. O, tal vez, porque
lo amaba. Había sido tan estúpida como para enamorarme y lo lamentaría el resto
de mi vida. Hacía apenas una semana yo era una princesa. Una que soñaba casarse
con algún artista, tener un montón de niños y ser feliz.
Sebastián no
era ese artista sensible, a pesar de que sus manos tenían el tacto delicado y
furioso que tendría un escritor, un pintor, o un pianista. Sus dedos se
deslizaban sobre mi cuerpo al igual que lo hubieran hecho sobre las teclas
blancas y negras, entonando una apasionada melodía. Quizás él no podía hacer
una rima ni aunque estuviese siendo torturado para ello, pero su voz era tan
seductora y sugestiva como la de un poeta o un cantante.
No obstante,
sabía que este caballero de bronce y plata que había conocido una tormentosa
noche en mis sueños no podría ofrecerme la felicidad que anhelaba. Cuando
estaba en sus brazos, me sentía dichosa. Solamente el mirarlo a los ojos cuando
sonreía, me llenaba de júbilo.
Parecía
increíble, pero los momentos más felices e inolvidables de mi vida, los había
pasado a su lado. El éxtasis que experimentaba en este instante, era tan
placentero que asustaba. Entonces, ¿cuál era el problema?
Que los
momentos más tristes de mi vida también habían sucedido por su causa, que él no
estaría dispuesto a darme lo que deseaba, incluso si yo le ofreciera todo de
mí. Podría darle mi cuerpo, mi amor, mi vida, pero él no iba a hacer lo mismo
por mí, ¿verdad?
Nosotros no somos nada. Me había dicho.
Esas palabras
aún dolían, porque desde el momento en el que lo había visto por primera vez,
había significado algo para mí. Le había dado un giro a mi vida, a mis deseos,
a mis sueños. A mis pesadillas.
Una de sus
manos desabrochó mi sostén. Sus dedos me recorrieron la espalda antes de
acariciar mis senos con sutileza, trazando círculos sobre mis pezones. Su mano
completa masajeó mis pechos, causando que mi espalda se arqueara en respuesta.
No podía
soportarlo más, me estaba enloqueciendo.
Mi necesidad
por él crecía, arremolinándose entre mis piernas. Su aroma masculino, a canela
y jabón, me hacía querer lamer todo su cuerpo como si de un caramelo se
tratase. Sus labios descendieron hacia mi cuello, besándolo. La punta de su
lengua me daba lamidas pasionales, sus dientes mordisqueaban mi carne.
Incapaz de
soportar tanta tortura, grité.
Mis muslos
estaba tensos, mis hombros se sacudían por el arrobamiento. Él se detuvo a
mirar mis ojos. Los suyos parecían resplandecientes, con aquellas pupilas tan
grandes como pálidas. Su respiración era interrumpida.
–Sebastián –le
supliqué–. Por favor.
–Lo sé, nena
–me susurró–. Pero tenemos que ir despacio. Tú eres virgen.
Yo no sabía
exactamente por lo que estaba rogando, pero lo necesitaba, lo ansiaba con una
urgencia famélica. Sentí sus manos acariciando mis muslos, arriba y abajo,
levantando mi falda. Me acerqué a su oreja para morder los numerosos aretes de
plata que la adornaban al tiempo que una de mis manos se cerraba en torno a su
poderoso bíceps tatuado.
Comenzó a
quitarme la camisa, pasándola por encima de mi cabeza. Yo no deseaba otra cosa que
sentir aquella piel desnuda contra la mía. Terminó de arrancar mi sostén,
deslizando los tirantes a través de mis brazos.
Y sus labios
besaron mis senos desnudos, con su lengua como aliada. Me retorcí entre sus
brazos mientras que mi cuerpo se arqueaba, juntándose al suyo, atraído por una
fuerza mítica. Sus besos descendieron hasta mi abdomen, avanzando hacia mi
vientre, hasta detenerse donde comenzaba mi falda. Con sus dientes, atrapó la
tela de esta prenda, bajándola lentamente, revelando mis bragas.
–Ven aquí
–murmuró, empujando mis caderas contra las suyas.
Enredé mis
piernas alrededor de su cuerpo mientras que me levantaba en sus brazos para
lanzarme en la cama. Su peso me aplastó poco a poco. El contacto con su cuerpo
me estaba debilitando, su pecho sobre los míos, sus desnudos brazos alrededor
de mí, esa pierna entre mis muslos que usaba para separar las mías.
En un arranque
de euforia, rodé encima de su cuerpo, sentándome a horcajadas sobre su cintura
al tiempo que repartía besos a lo largo de ese musculoso cuello suyo. Había
soñado tanto con saborear su piel. Degusté su sabor dulce, picante. Sabía de la
misma manera que olía, a locura, a las estrellas alumbrando en medio de la
noche, a pecados. A hombre.
Sus manos
descendieron a través de mi espalda hasta terminar sobre mis glúteos. Una risa
traviesa se escapó de su boca, haciéndome vibrar internamente.
–No, nena, no
harás eso –me advirtió antes de volver a situarme debajo de su cuerpo.
Comenzó a
hacer bajar el cierre de mi falda para sacarla por mis piernas. Tan pronto como
ésta estuvo fuera de mi cuerpo, agarró mis brazos, sosteniéndolos a mis
costados.
–Quédate
quieta –me dijo antes de poner un beso dulce en mi boca. Luché para enredar mis
manos en su pelo o poner mi lengua en su pecho cuando me soltó. Sin embargo,
volvió a retenerme. Esta vez aferrando mis muñecas, manteniéndolas a cada lado
de mi cabeza–. No te muevas –su voz era un erótico susurro candente.
Me miró,
débil. Delirante. Contemplaba el modo en que mi pecho subía y bajaba
pesadamente, al mismo compás de mi respiración. Se puso más cerca de mí, donde
su pecho casi rozaba mis senos. Hubo un contacto minúsculo que me hizo
retorcerme.
La sonrisa de
Sebastián estaba llena de cruel satisfacción, al igual que esa devoradora
mirada nocturna. Asimismo, empezó a frotar su pecho contra mis endurecidos
pezones palpitantes. Sucedió una y otra vez, a un ritmo minucioso y estudiado.
Cada roce dejándome hambrienta.
Una de sus
manos acarició mi cadera, deslizándose hacia mi vientre, introduciéndose en mis
bragas. Solté un grito ahogado al sentir que sus dedos me inspeccionaban, me
acariciaban. Tan pronto como levanté mis caderas de la cama, extasiada, él
decidió retirar mis bragas, tirando de ellas hacia abajo.
Una oleada de
vergüenza me recorrió la piel, haciéndome sonrojar. Me quedé inmóvil,
únicamente tratando de cerrar mis piernas, pero su rodilla me obligaba a
separarlas.
–¿Sucede algo?
–me preguntó, sin dejar de hacer contacto visual. Para tranquilizarme, me
acarició la nariz con la suya–. ¿Quieres parar? –mis ojos estaban bien
abiertos. Sabía que no podía ocultar mi temor en este instante–. Siempre que
tienes miedo, haces esa mirada. ¿Estás asustada de mí?
Sentí el calor
enrojeciendo mi cuello.
–No, es que...
–jadeé de forma interrumpida–. Ningún hombre me había visto... completamente
desnuda. No así.
Y ninguno me
había tocado jamás en los lugares que él lo había hecho. Ninguno conocía el
sabor de mi tez, o la esencia de mi piel desvestida. Sebastián esbozó una
pequeña sonrisa ladeada. Esa sonrisa que parecía ocultar secretos y prometer
placeres.
–Yo te he
visto desnuda –me contradijo–. Te estaba espiando cuando te bañabas en el lago
–me recordó. Su seductora voz me estaba haciendo alucinar, erizaba cada parte
de mi piel–. Y en sueños –me susurró al oído, provocándome sacudidas salvajes–.
Una noche soñaste que estabas tumbada en la hierba de un jardín. Todo lo que te
cubría eran las flores y el sol, que besaba tu hermosa piel –besó mi mejilla
con suavidad, después la cicatriz de mi mandíbula y por último regresó a mi
cuello–. Estaba tan celoso.
Celoso del
sol, pensé.
Estaba celoso.
Esa palabra indujo
una ráfaga de emoción en mí.
Entre mis
muslos, sentí la aspereza de sus jeans contra mi suavidad. Así fue como decidí
que debía desnudarlo de la misma forma en la que él lo había hecho conmigo.
Estiré mi brazo para desabrochar el botón de sus pantalones. Pero su mano
capturó la mía.
–No –me avisó,
levantando sus cejas.
–Pero...
–Con calma,
pitonisa.
Bajó a través
de mi cuerpo para dejar un reguero de besos sobre cada pedazo prohibido de mi
piel. Besó mis senos, mis rodillas, mis piernas, la parte interna de mis muslos
y...
–Oh –gemí.
Su mirada
estaba quemándome mientras yo daba un espectáculo para él, derritiéndome entre
sus brazos como lava, retorciéndome. Si seguía, iba a deshacerme. Iba a
desmayarme. Aquello era una tortura.
–Di mi nombre,
por favor –me pidió en un gruñido.
No podría
soportarlo otro segundo, iba a...
Un estallido
de placer furioso me golpeó con tanta fuerza que grité su nombre mientras
cerraba mis puños en la sábana. Mi cuerpo trémulo se deshizo en sacudidas, oleadas
de pura euforia. Entretanto, Sebastián no paraba de acariciarme, de darme
lamidas por todas partes, exprimiendo hasta la última gota de mi éxtasis.
Aquello fue poderoso, delirante.
Él me sostuvo
en sus brazos hasta que mi cuerpo terminó de trepidar. Estaba agotada, sudando.
Apenas respirando.
Una vez más,
traté de abrir sus pantalones, anhelando hacerle experimentar la misma
sensación que había sometido a mi cuerpo.
–¿Estás
segura? –me interrogó, deteniendo mi mano–. Porque si haces eso, no creo poder
detenerme, ¿entiendes?
¿Detenerse?
¿Quién quería detenerse?
Yo quería...
quería tocarlo.
Le escuché
gruñir cuando deslicé mis dedos por debajo del borde de sus pantalones luego de
haber abierto ese botón. Se acomodó entre mis piernas, moviendo suavemente su
pelvis contra mí al mismo tiempo que dejaba suaves besos en mi boca.
–Iré despacio,
¿sí? No quiero lastimarte –me avisó en voz baja.
Mi corazón
martilleaba impacientemente bajo mis costillas. Una parte de mí albergaba un
pánico increíble. Mis hermanas me habían advertido una vez que hacer el amor
podía ser doloroso la primera vez. Y yo sabía tan poco acerca de amar.
–¿Qué tendré
que hacer? –musité.
Sebastián me
miró con ternura, esbozando una sonrisa para mí.
–Tendrás que
dejarte llevar –apartó algunos cabellos de mi frente con un dedo–. Y decirme
siempre que no te esté gustando lo que hago.
Me incliné
hacia adelante para besarlo al tiempo que mis manos empujaban su pantalón y su
ropa interior hacia abajo. Él me ayudó a terminar de desvestirlo y, cuando no
quedó una sola prenda sobre su cuerpo, me tomé varios minutos para admirar su
desnudez.
Era precioso,
tan perfecto como una estatua de bronce. Esculpido por las manos de un ángel
tal vez. Tenía una figura tan esbelta y atlética como la de un dios. Cada
músculo, cincelado a la perfección, se contraía con cada uno de sus lentos
movimientos.
Tenía un
tatuaje en su pantorrilla izquierda similar a un dragón que se enroscaba en su
fuerte pierna de acero. Tenía algunas otras cicatrices que no conocía, puesto
que siempre iban escondidas debajo de su ropa. Por ejemplo, había una en forma
de media luna por debajo de su cadera derecha. Deslicé mis dedos por encima de
la marca pálida, sintiendo la textura áspera.
Sujetando mi
cintura, Sebastián comenzó a entrar en mí, despacio, al tiempo que un terrible
ardor se instalaba entre mis piernas. Me mordí el labio con fuerza para evitar
gritar mientras hundía mis dedos en su espalda. Cuando solté un chillido de
dolor, él salió de mi cuerpo, jadeando.
–Tienes que
relajarte, preciosa –me susurró en el oído antes de llevarse el lóbulo de mi
oreja a su boca, mordisqueándolo. Todo mi cuerpo vibró ante eso.
Por el amor de
Dios, lo necesitaba dentro.
Intentó
hacerlo de nuevo, lentamente. Arqueé mi espalda, facilitándole el acceso a mis
caderas.
Grité con
fuerza cuando finalmente me penetró.
Maldición,
dolía muchísimo. Y se sentía bien al mismo tiempo.
–¿Estás bien?
–su voz fue una débil exhalación de preocupación.
Ahogué un
lloriqueo.
–Sólo... no te
muevas.
Besó mis
labios.
–No lo haré.
Durante medio
minuto, permanecimos inmóviles mientras me acostumbraba a la sensación de
tenerlo dentro de mí. Fui yo la primera en moverse, meneando con suavidad mis
caderas contra su cuerpo. Hasta que Sebastián adoptó su propio ritmo,
arrebatándome el control.
Sus embates
fueron suaves al principio, pero se hacían más profundos a cada segundo que
transcurría. Nuestros cuerpos sudorosos y calientes se encontraban con cada
golpe, cada embestida. El sonido de mi respiración entrecortada se mezclaba con
el de sus excitantes ruidos de placer.
Escuchar sus
gemidos guturales en mis oídos me llevaba al borde de la locura. La tensión
estaba acumulándose de nuevo entre mis piernas, demandando urgentemente su
liberación. Mordí de forma violenta sus labios, provocándolo.
Todo mi cuerpo
se arqueó en su última embestida, encontrándose con el suyo en un lugar
paradisíaco. Sentí su debilidad, los temblores que blandían todo su cuerpo. Y
lo estreché entre mis brazos, sintiendo todo su calor. En ese instante me
convertí en mujer. La mujer más feliz del mundo. Una capaz de darle consuelo y
júbilo a su amante. Una capaz de sentir el cielo en los brazos de un hombre.
De lo único
que no me sentía capaz, era de hablar. Sin embargo, lo intenté.
–Siempre supe
que hacías magia.
31 comentarios:
Vaya tengo tanto que decir la vez pasada no pude, pero ahora si.
1. Ahora que se que Nicodemus es feliz, a su forma claro, creo que me he abierto para ver la relacion de Sebastian y Luciana y aunque en otro momento no hubiera dicho esto Creo que hacen linda pareja.
2. Jamas me imagine que Nico amara a Dolabella y que hubieran mantenido una relacion incluso cuando Luciana estaba en somersault con nico.
3. De verdad que estoy en shock. Todo este tiempo pense que nico amaba a luciana y la odie a ella por no quererlo y querer a Sebastian. Pero ahora se que su destino siempre fue con Sebastian.
4. No puedo creer que el padre de Lucy este preso, esta novela se pone mejor.
5. Haciendo comparaciones de cuales de tus novelas es mas largas, el resultado fue esta.
6. ¿Porque todavia no tienes tu libro?
7. Espero que concideres kindle. Tengo una amiga que solo compra los libros digitales. En mi opinion creo que puedes venderlo en ambas plataformas y seguir ofreciendo tu version gratuita.
8. Ya tengo el dinero para mandar a comprar El hotel nighmare.
9. ¿Es seguro que lo compre ahora o en el futuro le haras cambios a la historia?
10. Crei que publicarias los libros en orden, pero me emociona que pronto publiques Alas rotas, creo que esta historia llega al fondo.
11. Vaya Steph no dire nada respecto a las letras rojas.
12. No se que mas decir, solo que el capitulo fue muy bueno.
13. ¿Ya tienes las portadas nuevas de todas tus novelas?
14. Mucha suerte con el trabajo de edicion.
Sabes el libro que estoy ansiosa de tenerlo en mis manos: Zukunft. Se que falta muchisimo para que esa historia salga. Porque para sacarla tendrias que haber sacado la saga tentacion completa y los primeros 3 libros de la historia de Ania.
Aun asi me emociona saber que sacaras tus libros en papel. ¿Cual fue el detonante para que te decidieras autopublicarte en amazon?
Vaya no se si sentirme molesta con Nico por hacerme creer que amaba a Luciana. No me cabe en la cabeza que el amara a Dolabella y que tuvieran una relacion a escondidas. La verdad ha sido un capitulo muy bueno.
Esta novela cada vez se pone mejor.
El capitulo estuvo muy bueno.
Amo las letras rojas.
Estoy ansiosa por leer mas.
Ay fue hermoso. :'}
''Siempre supe que hacías magia.''
JHSJKDFHSDJKFHSDFJGHDFJKGDF.
Me encantó, siguela pronto!
Terelú.
x.
pd: siempre supe que Nico estaba enamorado de su hermana.
me gustomuchooo este capitulo y me encanto que nico este con bella
Que capitulazo.
Nico enamorado de dolabella. Jamas me paso eso por la mentw. Y yo odiando a luciana por querer a Sebastian.
Muero con el capitulo.
El principio me dejo aturdida.
Pero ahora quiro a Sebastian.
¿Si subes este libro primero que los otros 4 de la saga no confundira al lector con la historia?
dos palabras: me mataste!
de verdad por un segundo crei qe nico diria qe me amaba a mi:P pero bueno supongo qe bella es una buena opcion tmbn:D
timandra! agghh como odio a esa tipa! sebastian nunca ha sido mi favorito pero como odio a esa bruja-.-' solo causa problemas!
espero el proximo cap con ansias! cada vez se pone mejor la novela:D
-brenda
Ahora encuentro a Sebastian tierno, pero sigo amando a nico.
Nunca pense que el y dolabella tuvieran una relacion. Jamas me paso por la mente.
HOLA...!!! DE NUEVO STEPH PASO A SALUDAR Y A FELICITARTE POR ESE EMOCIONANTE CAPITULO ME ENCANTO... AUNQUE AUN DEBO PONERME MÁS AL DÍA :D ERES UNA DE MIS ESCRITORAS FAVORITAS DEL MUNDO SIEMPRE TENGO EN MENTE ¡DEBO LEER LAS HISTORIAS DE STEPH! ¡DEBO PONERME AL DÍA! JEJEJE BUENO CON ESTO DIGO HASTA PRONTO... Y SIGUE ADELANTE STEPH TU IMAGINACIÓN ES UN MUNDO MARAVILLOSO Y TUS HISTORIAS SON FANTASTICAS, MEGA GENIALES... :)
Apuesto a que escribir este capitulo fue emocionante para ti.
El capitulo me ha hecho caerme de espaldas.
Ame todo el capitulo.
Quiero leer el proximo con urgencia.
definitivamente ame el capitulo♥
ya kiero saber ke sige!
Necesito leer mas. Steph, se que jerry te tiene secuestrada. Te gusta sus castigos?? Apuesto a que si jajaja
Nico y bella ¿quien lo diria?
Me ha sorprendido bastante y mas
Cuando crei que nico amaba a luciana.
Esta novela si que promete un final prometedor. ya quiero leerlo.
Steph, ¿porque nos torturas? Sube capitulo rapido? Mira que ha terminado en una excena bastante buena.
Vale soy pervertida y que?
Un capitulo excelente
Para una novela excelente.
Estoy que me muero por saber que mas pasara.
Ya me tienes temblando.
Sebastian te quiero
Nico te amo
Jerry te extraño
Eustace Viejo loco pero hermoso
Me encanto el capitulo.
Eres genial.
Estoy segura que al momento que publiques tu libro lo comprare.
Creo que al momento en que pusistea una imagen de dolabella supe que algo importante ella haria.
Y mira lo que son las cosas. Dolabella robo el alma de nicodemus. (Robo significa ganar su corazon)
Creo que ellos dos hacen una linda pareja.
Sube
Sube
Sube
Sube
Sube
Amo cada novela que escribes. Estoy loca por leer mas y mas. Ya no aguanto.
Nico es tan hermoso LO AMO
Sebastian es tan SEXY
Ambos son agua y aceite y los hacen ver tan lindos.
Nico y Bella
Lucy y Seba
Creo que son complementos perfectos.
Aunque crei que Galeo y Bella quedarian juntos.
Aaahhh
Me desapareco por un tiempo y tu ya hace de las tuyas.
Me he cadado con la mandibula en el piso.
Nicodemus y dolabella?? No lo creo.
Creo que esta novela es genial.
De todas tus novelas la que me encantaria tener en mis manos seria Zukunft. Esa historia fue genial y fantastica.
Pero se que falta mucho.
Bueno ya quiero leer mas. Muero por saber mas.
No se que decir. Saber que prontose acabara lastima.
Pero estoy ansiosa por saber sobre el final.
Estupendo
Magnifico
Me he quedado con ganas de leer mas.
Amo esta historia.
Ya no aguanto Jerry suelta a steph y dejala libre.
Las letras rojas son mis partes favoritas.
Amo las letras rojas.
Nicodemus es muy caballeroso.
Hace que lo ame mas y mas
Cualquiera diria que el es el protagonista por tanto amor que recibe.
Pero sebastian no ha echo nada por robar nuestros corazones.
Excelente capitulo.
Me gusto mucho.
Noco y bella hacen linda pareja.
sin palabras...me dejaste sin palabras
sebastian♥ como lo amo
ya quiero saber que sigue
Publicar un comentario