Capítulo
19: La Chica Detrás del Espejo
No puedo ser yo.
Respiré de manera interrumpida mientras vislumbraba
a esa chica detrás del cristal que me devolvía la mirada con sus ojos hundidos
de un matiz verde pálido. Ella no tenía un solo cabello en su cabeza y su piel
era tan blanca como una nube en un día soleado. En lo único en lo que
coincidíamos era en la cicatriz que había en su mandíbula. Y tal vez en la
forma de nuestros rasgos, si ella no tuviera esa expresión sombría.
Cuando le grité que se alejara, me lo devolvió.
Cuando ladeé mi cabeza, me imitó. Cuando coloqué una mano sobre el gélido
cristal del espejo, hizo lo mismo. Con lágrimas en los ojos, vociferé que me
dejara en paz, que se marchara.
Advertí que la cicatriz en su cara estaba
moviéndose, creciendo, alargándose hasta alcanzar cada vez un tamaño mayor. Me
llevé las manos al rostro, sintiendo mi propia cicatriz estirándose sobre mi
piel. En menos de un segundo, me atravesaba toda la cabeza, moviéndose
sinuosamente al igual que una serpiente. Estaba marcando mi mejilla, elevándose
sobre mi frente, doblándose por debajo de mis ojos, deformando mi nariz, mis
labios. Había un sendero trazado desde mi oreja hasta la parte de atrás de mi
cabeza calva.
Grité, desesperada.
Asimismo, las cicatrices en mi brazo, muslo y
espalda comenzaron a tomar vida propia, rodeándome todo el cuerpo al igual que
cadenas.
Abrí los ojos,
dando un alarido de pánico mientras terminaba de retorcerme en aquella frígida
cama. Abracé mis piernas, haciéndome un ovillo. Y apreté su mano.
Él se
encontraba a mi lado, agarrando con fuerza mi mano al tiempo que mi cuerpo
terminaba de estremecerse por un dolor emocional, que acababa por ser físico.
Lo primero que
había empezado a doler era mi pecho, comprimiéndose como si hubiese algo pesado
aplastándolo. Después cada cicatriz en mí, como si tuviesen vida, como si
todavía sangraran. ¿Es que nunca se esfumaría el ardor?
Iracunda, alcé
la mirada hacia Sebastián.
–¿Dónde
estabas? –sollocé.
Sus brazos me
envolvieron con ternura.
–Lo lamento.
Perdóname –me besó en el cabello–. Traté de estar ahí, intenté detenerlo. Pero
mis poderes están desmayando, no he podido hacer nada. Te escuchaba gritar...
Maldita sea, quería sacarte de ahí.
Guardé
silencio, tragándome el llanto.
–Despiértame
–le rogué–. Siempre que tenga una pesadilla, despiértame.
–Pero,
Luciana...
–Por favor
–añadí con la voz rota.
–Lo haré
–levantó mi rostro para besar con delicadeza mis labios–. Te lo prometo –su
calurosa presencia me reconfortaba, aliviaba mi pecho del dolor–. ¿Qué era lo
que te atormentaba? ¿Qué estabas soñando?
Me temo que la única que me atormentaba era yo.
No lo dije,
pero sabía que incluso si Sebastián hubiera estado allí, probablemente no
habría podido hacer nada contra mi autodestrucción.
Miré esos ojos
violetas que me ponían débil.
–¿Extrañas mi
cabello? –solté, parpadeando para limpiar mis ojos de las lágrimas.
Lo vi fruncir
el ceño.
–¿Por qué?
–Contesta.
Me miró
detenidamente mientras removía algunos cabellos que se me habían pegado a la
frente por el sudor frío que me recorría el cuerpo.
–A veces
–respondió con sinceridad–. Es verdad, me hubiera gustado acariciarlo cuando
estabas gritando mi nombre anoche, o tenerlo extendido por todo mi pecho. Pero
no tardará en crecer.
Tragué grueso.
–Ya no soy
bonita, ¿verdad?
Se le escapó
una risita que intentó ocultar.
–¿De qué estás
hablando? –resopló–. Tú ni siquiera eres bonita –me acarició el mentón con sus
nudillos–. Tú eres... –se tomó un segundo para mirarme, hallando la palabra
adecuada–. Eres preciosa.
Un cosquilleo
hizo vibrar mi estómago.
–Pero... estoy
llena de cicatrices y tengo... ¡Tengo una en la cara! Yo...
–Hey –me
cortó–. ¿Qué cosas estás diciendo? –me dedicó una sonrisa que me dejó sin
aliento–. Si me preguntaras cuál es mi lado favorito de tu cara... –me examinó,
haciendo girar mi rostro para mirar mi perfil–. Definitivamente sería éste –me
tocó con un dedo la cicatriz–. Ésta es tu mejilla más bonita –besó la alargada
marca–. Nena, ésa es la cicatriz más hermosa que he visto jamás.
–No me mientas,
las cicatrices no son hermosas.
–Las tuyas lo
son. Te hacen lucir más sexy que Megan Fox en 'Transformers'. Y, ¿sabes qué
más? Te hacen lucir real.
Una punzada de
algo extraño se alojó en la boca de mi estómago.
–¿Quién es esa
Megan Fox?
Su sonrisa era
maligna mientras se arrodillaba en la cama, a horcajadas sobre mí, sosteniendo
mis caderas entre sus rodillas.
–Oh, es sólo
una novia –contestó–. Una de tantas –besó mi hombro desnudo–. Tú eres más
bonita –hizo descender su boca a través de mi brazo–. Ella no tiene esta linda
cicatriz.
Besó la marca
profunda sobre mi brazo, la cual había sido hecha por la espada del capitán de
las cárceles de Populonia. Retrocedió hasta terminar de rodillas al borde de la
cama. Juguetonamente, cogió mi tobillo, levantando mi pierna mientras yo daba
patadas para zafarme de su sujeción.
Cuando viera a
esa tal Megan Fox, la golpearía.
–Ella tampoco
tiene este bonito pie de princesa –continuó Sebastián antes de besar de forma
casta la planta de mi pie, causándome cosquillas–. Ni este delicioso tobillo
–siguió, dándome una mordida delicada en el hueso de mi tobillo.
Esto ocasionó
un cosquilleo totalmente distinto en mi cuerpo, uno que ascendió a través de
mis muslos y terminó alojado entre mis piernas. Todo mi cuerpo estaba sonrojado.
Desde los dedos de mis pies hasta mis cabellos naranjas.
Todo lo que yo
llevaba puesto era una ancha camiseta de Sebastián con mangas cortas que estaba
levantándose hasta revelar parte de mis glúteos. Él dejó caer mi pierna y se
inclinó hacia adelante para besar la cicatriz sobre mi muslo.
–Tampoco tiene
esta sensual marca –gruñó en una profunda voz seductora.
–Sebastián
–protesté, retorciéndome.
–Hmmm...
–gimió–. Adoro la forma en la que pronuncias mi nombre.
De pronto, se
escuchó un golpeteo en la puerta.
Salté,
incorporándome tan bruscamente que mi frente se estrelló con fuerza contra la
de Sebastián. Los dos gritamos una queja de dolor al mismo tiempo. Él se frotó
el lugar donde lo había aporreado.
–Tratas de
vengarte de mí, ¿no es así? –me reclamó en tono de broma–. Eso va a dejarme un
moretón inmenso.
Besé su frente
adolorida antes de frotar la mía, gimoteando.
–Están
llamando a la puerta, tonto.
Él comenzó a
besar mi cuello, obligándome a recostarme.
–Seguramente
es algún vendedor.
–¡Lucy! –la
voz de mi hermana irrumpió en el departamento–. ¡Luciana, abre la puerta!
Dentro de mi
pecho, mi corazón saltó a una potente velocidad. Gateé fuera de la cama,
intentando de forma inútil meter mis piernas dentro de mis vaqueros.
–¡Por Dios, es
mi hermana! –dije, entre susurrando y gritando.
–¡Ábreme ahora
mismo!
Bien, no había
tiempo para los pantalones. Alisé la camiseta, extendiéndola tanto como podía
para cubrir mis desnudos muslos. Y corrí hacia la puerta.
–¡Espera,
Bella!
Sebastián
intentó cogerme por la cintura, pero me zafé. Él me persiguió hasta la puerta.
Cuando atrapé el pomo para abrirla, empezó a besar mi nuca al mismo tiempo que
sus manos levantaban el dobladillo de mi camiseta, acariciándome los muslos,
los glúteos, las caderas.
–No la dejes
entrar –murmuró en mi oído.
Un sonido
ronco brotó fuera de mis labios. Aunque todavía estaba adolorida debido a la
ferviente noche que había pasado, la idea era tan tentadora...
–¡Basta!
Aparté sus
manos y abrí la puerta.
Me lancé a los
brazos de mi hermana tan pronto como la vi. Fue un abrazo breve, porque ella
empujó mis hombros a fin de dejar espacio entre nosotras para poder
escudriñarme.
Yo hice lo
mismo, estudiándola con mi mirada. Parecía demasiado distinta desde la última
vez que la vi. La recordaba como esa princesa elegante. No obstante, ahora se
veía más sencilla, utilizando pantalones de jean y una camiseta estrecha.
Su cabello
rubio estaba trenzado, cayendo sobre su hombro. Su postura era acusadora en sí
misma, con las piernas ligeramente separadas y una mano sobre la cintura. Sus
ojos se estrecharon sobre mí, hasta que su mirada letal se elevó por encima de
mi hombro.
–¿Qué ha
estado haciéndote este cerdo? –señaló con un dedo a Sebastián, quien le guiñó
un ojo–. ¡Mírate! ¡Estás irreconocible! Pareces tan frágil, delgada, lastimada,
amoratada, pálida, abatida, triste, moribunda, enclenque...
–Woah –la
detuve–. Lo he pillado, gracias.
–Hermana, es
como si no hubieses dormido en días... Tus ojos están hinchados, con sombras
horribles debajo –dio un paso adelante, intentando echarle un vistazo al
departamento. O entrar. Abrí la puerta por completo, dejándola pasar–. Nico me
dijo que podrías estar sufriendo, que te había visto tan mal... ¡Tenía razón!
Agarró la caja
de pizza que todavía descansaba encima de la barra de la cocina y se la arrojó
a Sebastián, quien apenas logró esquivarla.
–¡Hey!
–Has estado
golpeándola, ¿no es así, bastardo de mierda?
Mis ojos se
ensancharon.
¿En qué clase
de mundo paralelo Dolabella decía palabras obscenas?
Ah, sí, ella
pensaba que Sebastián me estaba lastimando físicamente. ¡Pero había dicho
palabras sucias!
–Un momento,
alto ahí –se defendió Sebastián–. Puedo ser cualquier clase de basura, pero
jamás seré un maldito sádico de esos que disfrutan azotando a las mujeres.
Bella cogió un
cuchillo de la cocina.
–Más te vale,
cabrón. Porque si llegas a tocarle un solo cabello... ¡Corto tu pene!
Me pareció que
un escalofrío recorría la espalda de Sebastián. Mientras ellos tenían aquella
discusión, observé el vientre plano de mi hermana.
–¿Estás
embarazada? –interpelé.
Ella se
atragantó a mitad de una palabrota. Se quedó callada, sonrojándose por todo el
cuerpo. Ahora comenzaba a parecerse a mi hermana de siempre. Lucía culpable y
avergonzada.
–¿Estás
embarazada? –repitió Sebastián–. ¡JA! Nico está muy jodido. ¿En dónde dejó el
condón?
–Tú cállate
–le ordenó a Sebastián–. Espero que estés diciendo eso porque has sido lo
suficientemente inteligente como para usar protección al revolcarte con mi
hermanita.
Sebastián, que
tenía los brazos cruzados sobre su pecho, palideció. A pesar de eso, se las
arregló para decir:
–Siempre uso
condón.
¿De qué
estaban hablando?
–¿Qué es un
condón? –intervine.
–¡No lo has
usado! –le acusó mi hermana–. No pudiste haberlo hecho sin tener la obvia
sutileza de explicarle lo que era.
–Deja de
meterte en mi vida sexual, niñita.
–¡Es la vida
sexual de mi hermana! Probablemente te has tirado a la mitad de las mujeres de
la tierra...
–Eso no es un
problema. ¡Siempre uso condón!
–No te creo.
–No lo hagas,
no es contigo con quien me acuesto, ¿verdad?
–Luciana, ¿qué
es lo que le ves a este asqueroso patán?
–¿Podrían
callarse? –espeté.
Dolabella
cogió mis manos.
–¿Desayunaste,
querida? ¿Has comido algo?
–Hermana,
estoy bien, en serio.
Me agarró del
brazo.
–Vístete,
vendrás conmigo al departamento.
Me liberé de
su agarre.
–No. Yo me
quedo.
–Luciana, no
puedes...
–Ve a casa,
Bella. Voy a estar bien.
–¿Estás enfada
conmigo? ¿Es por Nicodemus? ¿Le quieres? –sus dorados ojos buscaban los míos–.
Es eso, ¿cierto? Seguramente me odias...
–No, no. No es
eso. Yo estoy feliz por ustedes y por el bebé. Porque habrá un bebé, ¿no es
verdad?
Ella se tomó
un par de segundos antes de contestar.
–Sí, hay un
bebé, Luciana. Serás tía, ¿sabes?
No pude evitar
sonreír.
–¡Seré tía!
–la atraje hacia mis brazos y besé sus mejillas, emocionada. Parecía increíble
escuchar aquello. Iba a ser tía del bebé de Nicodemus. Me giré hacia
Sebastián–. ¿Lo escuchaste? ¡Serás tío! ¡Seremos tíos!
Él permaneció
imperturbable, serio.
Dolabella
apretó mis manos.
–Lucy, ¿estás
segura de que estarás bien en este lugar? –me interrogó con cautela–. Tengo
miedo de que pierdas la cabeza por algún chico que no te merece –no había
mirado a Sebastián, pero la punzante indirecta lo había pinchado de todas
formas–. Debes pensar antes de tomar grandes decisiones. Debes ser cautelosa
con el sexo, debes cuidarte. Y cuidar de tu corazón, también.
Sí, sabía que
tenía que haber pensado. Que había perdido toda razón al estar con Sebastián.
Pero... había sucedido. Era algo tormentoso que no podías detener tan
fácilmente. Una sensación que me llenaba por dentro antes de dejarme vacía.
Bajé la
cabeza, avergonzada.
–Estas
cosas... sólo pasan –le recordé sus propias palabras.
–Lo sé, yo lo
sé –aseveró–. Pero, ¿entiendes la responsabilidad que he asumido? Tendré un
hijo con un hombre que no es mi esposo, he escapado de casa, viviré en una
ciudad en la que no conozco nada ni a nadie. Tengo suerte de que Nico ha
prometido estar a mi lado, pero, ¿qué pasaría si él hubiera decidido abandonarme?
¿Comprendes todo esto?
Todo lo que
hice fue asentir.
Yo no podía
hacer otra cosa. No podía jurarle que estaba segura de lo que hacía, porque no
estaba segura de nada. No podía prometerle que Sebastián era un buen tipo, que
me cuidaría. Porque era más certero que terminara haciéndome daño.
–Tengo que
irme, hermana –me dio un beso fraternal en la frente–. Si no quieres estar más
con este patán, puedes venir a mi casa, ¿de acuerdo?
–Claro que sí.
Abrí la puerta
para dejarla marchar y le di un último abrazo. Cuando se fue, me giré para
mirar a Sebastián, que se hallaba sentado al borde de la cama, pasando las
manos por su pelo una y otra vez. Le mostré una pequeña sonrisa.
–Vamos a ser
tíos –suspiré, dejándome caer a su lado sobre el colchón. Me recosté con las
piernas colgando fuera de la cama y mi cabeza reposada en mis manos–. ¿No es
lindo?
–Tú serás tía
–puntualizó. Su tono fue severo, tenso, nervioso.
¿Qué le
sucedía?
–Nico es tu
hermano –argumenté con cautela.
–No lo es. Mi
único hermano está muerto.
Aquello me
desconcertó. Me incorporé.
–¿De qué estás
hablando? –transcurrieron larguísimos minutos en los que no respondió. Tenía
las manos presionadas sobre los ojos, los hombros caídos hacia adelante. Su
respiración era superficial–. ¿Tenías un hermano?
Dejó caer sus
apretados puños a sus costados.
–Sí, y lo he
asesinado. ¿Podemos cambiar de tema?
Una sensación
de pánico creció en mi pecho hasta palpitar en mi garganta.
–Pero,
Sebastián...
Su mirada me
hizo callar, un estremecimiento me recorrió la espalda. Mi corazón iba deprisa
mientras observaba de cerca su agraciado rostro. Había algo triste y oscuro
bordeando sus ojos, ensombreciéndolos.
–¿Estás bien?
No pude
evitarlo, puse mi mano sobre su hombro. Y él saltó como si mi tacto lo
estuviera quemando. Yo no lo creía capaz de matar a un miembro de su familia,
pero lo había hecho. Me lo había confesado.
–Sebastián
–atrapé su rostro con mis manos, pese a las protestas de su cuerpo–. ¿Estás
bien?
–¿Por qué me
lo preguntas? Ni siquiera te importa.
–Me importa
–alegué.
Me importas más de lo que nadie me importó jamás.
Él sacudió la
cabeza. Parecía creer que aquello era imposible en cualquier dimensión.
–Suéltame
–atrapó mis manos, retirándolas de su cara.
Recordé la
forma en la que me había hecho sentir la mujer más hermosa de la tierra cuando
yo me estaba derrumbando por algunas cicatrices que me marcaban. Él me había
ayudado. Tenía que devolvérselo.
Pero él no me
decía una palabra acerca de sus sentimientos. Estos se encontraban aprisionados
bajo una coraza que había construido con todos los retazos de un hombre roto.
Sus cicatrices eran mucho más grandes que las mías, más profundas. Sabía que
por dentro sufría, sangraba.
En sus ojos
veía la miseria. Pero también veía la bondad. Él era un ángel.
–¿Quién ha
cortado tus alas? –le pregunté, extendiendo una mano para rozar su cara con mis
dedos. El contacto prácticamente era nulo, pero le ayudaría a acostumbrarse a
mi calor–. ¿Quién ha acabado con tu risa, con tus sueños? –deslicé mis dedos
suavemente por encima de sus labios–. ¿Quién te ha hecho sangrar?
Sebastián
lucía tan estupefacto como si acabara de recibir una bofetada. Sabía que él
tenía sus propias pesadillas, esas que no lo atormentaban cuando dormía, sino a
cada segundo de su vida, invadiendo su cabeza, oscureciendo su alma.
Cuando se puso
de pie, hice lo mismo.
–Por favor,
deja que te... Deja que te ayude.
Deja que te quiera.
Levantó una
camiseta del suelo y se la puso encima.
–Tengo que
irme.
Comenzó a
calzarse sus botas.
–¿A dónde?
–Iré por algo
de comer y a la farmacia por algún anticonceptivo de emergencia. No queremos
tener un accidente.
–¿Puedo
acompañarte?
–No –soltó
bruscamente.
–Por favor –le
supliqué–. No quiero estar sola y encerrada. Nunca he estado encerrada.
Parpadeó
varias veces al mirarme.
–¿Te sientes
como una prisionera? Porque todavía puedes correr al departamento de tu
hermana...
–¡No he
querido decir eso! –lo interrumpí–. Todo lo que quiero es acompañarte.
–Bien, haz lo
que quieras. Me da igual.
Suspirando, me
coloqué un par de pantalones. Apenas conseguí ponerme los zapatos antes de que
Sebastián saliera disparado por la puerta. Me subí en su motocicleta luego de
que me pusiera el casco como solía hacerlo. Me abracé de su fuerte cintura,
aspirando el aroma a jabón y hombre que exudaba su piel. Tuve el impulso de
besarle la espalda, los hombros. Pero estaba tan tenso que no me atreví.
Habíamos
compartido una inmensa intimidad la noche pasada, incluso al amanecer, cuando
se había despertado sujetando su mano. Sin embargo, ahora parecía que nada hubiera
sucedido nunca entre los dos. Había un muro separándonos de nuevo.
Nos detuvimos
en una cafetería a comer bizcochos y café. Él ni siquiera me habló. En la
farmacia, lo seguí en silencio. No era más que una sombra para Sebastián.
Ignoraba mis preguntas, mis intentos por entablar conversación, incluso mi
tacto.
Cuando
aparcamos en un solitario callejón, decidió romper el silencio.
–Quédate aquí
–me dijo–. No te muevas, no me sigas, no intentes ir a ninguna parte y no
hables con ningún extraño.
–¿A dónde vas?
–Ya regreso.
Lo seguí con
la mirada mientras se alejaba caminando. Tenía una forma de moverse que era
similar a la de un depredador. Se movía con un balancear elegante de hombros,
dando zancadas seguras, lentas, pero amplias. Hacía que quisieras tocarlo, que
quisieras tener todo su peso encima de tu cuerpo mientras mordía tu boca,
acariciaba tus piernas o te...
Mi sangre se
volvió más líquida y caliente dentro de mi cuerpo.
Había un
grupillo de personas esperándolo en la esquina. Tres hombres y dos mujeres.
Ellos vestían de manera similar a la de Sebastián, chaquetas de cuero, botas y
vaqueros. También llevaban numerosos aretes o tatuajes por todo el cuerpo.
Tan pronto
como él les entregó una gran cantidad de billetes verdes, una mujer se le
acercó para poner algo en el bolsillo de su pantalón. No alcancé a vislumbrar
lo que era. La mujer le susurró algo al oído, pero tampoco conseguí leer el
movimiento de sus labios.
Ella se alejó,
sonriéndole. Sebastián le devolvió el mismo gesto coqueto. Seguidamente, uno de
los hombres le tendió un arma de fuego. Mi corazón latió a toda velocidad
mientras le veía guardar dentro de su chaqueta aquel artefacto de metal oscuro.
No me gustaba
que tuviera un arma, no. Las imágenes de la visión que Timandra me había mostrado
aparecieron detrás de mis párpados cuando cerré los ojos. Mis puños se
apretaron.
Escuché un
rugido y abrí los ojos. Aquellos delincuentes se habían subido a sus propias
motocicletas antes de desaparecer entre los sucios callejones. Sebastián
regresó con el mismo caminar tranquilo, su expresión seguía siendo impasible.
–Mis amigos me
han invitado a un bar, ¿quieres venir? –me consultó mientras encendía el motor
de la máquina.
–¿Por qué te
han dado un arma?
Por un momento
sentí que sus músculos se tensaban, luego se relajó en mis brazos.
–No puedo
robar sin tener un arma –me explicó.
–¿Por qué
debes robar? ¿Es ésa la única forma de conseguir dinero? –le reclamé, sin poder
detenerme–. ¿No has pensado en que las personas podrían necesitar el dinero que
les hurtas?
Me habló por
encima de su hombro.
–¿Por qué no
le dices lo mismo al ladrón de tu padre? –se quejó de forma tajante–. No nací
rico como tú, princesita. A algunos no nos llueve el dinero del cielo tan
pronto como venimos al mundo. Por supuesto, hay otras maneras de conseguirlo,
pero ésta es la más fácil. De todas formas, no tienes derecho a decir una
palabra, tú nunca has tenido que mover un dedo para llevarte comida a la boca,
así que deja de joderme.
La furia me
invadió al tiempo que la motocicleta aceleraba. No contesté. Desde ese momento
había decidido no volver a decirle una palabra más.
El bar era un
salón atestado de humo de cigarrillo en el que un montón de personas estaban
reunidas jugando billar o naipes. Apostaban, bebían, bailaban. Sebastián fue
asediado por un montón de personas que le saludaban por doquier. Sus amigos de
antes le esperaban alrededor de una mesa mientras arrojaban dardos a un blanco
colgado en una pared.
Ellos eran
jóvenes, ninguno pasaba de los veintidós años. Le saludaron efusivamente, en
especial las dos mujeres, que se inclinaban a cada segundo para rozar su fuerte
brazo con las puntas de sus dedos o le ofrecían tragos de su bebida.
¿Sería alguna
de ellas Megan Fox?
La rabia
seguía tensionando todo mi cuerpo.
–¿Quién es tu
amiga? –uno de los hombres se interesó por mí. Me dio una larga mirada de
arriba abajo, estudiándome con una sonrisa sugerente en la cara.
Noté que aquel
músculo en la mandíbula de Sebastián comenzaba a vibrar.
–Es Luciana
–murmuró entre dientes.
–Es un placer
–el hombre me ofreció su mano. Cuando la tomé, acarició mis nudillos antes de
besarlos con suavidad–. ¿Quieres algo de tomar?
Me pareció
escuchar que un gruñido se escapaba de la garganta de Sebastián. Solté la mano
del sujeto. Éste era un moreno de piel pálida y ojos azules. Grande como una
puerta.
Los otros dos
hombres eran bajitos, uno de ellos tan delgado como un farol y el otro algo
regordete. En cuanto a las mujeres, una era rubia, la otra castaña. Ambas eran
similares, con pechos del tamaño de las sandías, bien exhibidos en blusas
provocadoras.
–La verdad es
que tengo sed –admití.
–Voy por algo
para ti, princesa –el joven moreno me guiñó un ojo.
–¿Qué has
estado haciendo? Hace tiempo que no vienes por aquí –la mujer rubia empezó a
conversar con Sebastián–. Podrías pasar un rato por mi casa esta noche, ¿no?
Para recordar las cosas que solíamos hacer.
Los dos se
lanzaron una sonrisa cargada de insinuaciones.
–Creo que sí
–respondió Sebastián mientras se servía alguna bebida de una botella que había
en medio de la mesa–. Aunque, también podemos recordar un poco de eso ahora
mismo.
Se llevó el
vaso a la boca, bebiéndose el contenido de un solo trago. De inmediato, agarró
a la mujer por la cintura, empujándola contra su cuerpo. La furia me hizo mirar
puntos rojos por todas partes. Hacía tan solo unas horas, la cintura que
Sebastián sostenía era la mía, además de otras partes de mi cuerpo.
Quería que
ella lo supiera, por supuesto. Y quería tirar de su horrible cabello largo para
arrastrarla por todo el suelo.
–¿Quieres que
te sirva otro trago? –le sugirió ella.
–Por favor –le
respondió él de forma coqueta.
Cuando ella se
inclinó sobre la mesa para coger la botella, Sebastián le echó un vistazo a su
enorme trasero cubierto por una diminuta falda de cuero. Si no paraba, iba a
desmembrarlos a los dos.
–Dijiste que
no te pondrías ebrio –protesté, rompiendo con mi promesa interna de no
hablarle.
Él me miró
divertido, alzando las manos.
–No estoy
ebrio.
–Me lo
prometiste –le recordé, prensando los dientes al hablar.
–No me pondré
ebrio, de verdad –pasó un brazo por encima de mis hombros–. ¿Quieres jugar una
partida de billar?
Tiró de mi
brazo, llevándome hacia una mesa de juegos vacía. Me entregó un taco antes de
coger el suyo y reclinarse contra la pared sobre uno de sus hombros con los
pies cruzados sobre sus tobillos. Me sentí desnuda ante aquella penetrante
mirada que recorría todo mi cuerpo. Un escalofrío me atravesó.
–¿Sabes jugar?
Para dar
inicio a la partida, retiré la pieza triangular que mantenía unidas a las
bolas. De un solo golpe había logrado introducir cuatro bolas en los agujeros.
Sonreí con orgullo.
–¿Acabas de
desafiarme? –me preguntó, cruzándose de brazos.
Me encogí de
hombros.
–Tómalo como
quieras.
Sonrió con
malicia.
–Oh sí, eso es
un desafío.
Sebastián se
paró cerca de la mesa, examinando la posición de las bolas mientras se frotaba
la barbilla. Se inclinó para golpear la bola blanca con el taco y alcanzó a
insertar cinco números en las troneras. Mi barbilla casi cae al suelo.
–El primero en
introducir ocho bolas, gana –anunció.
Alcé una ceja.
–Y, ¿qué gana?
–Eso depende
–le puso tiza a la punta de su taco–. ¿Qué quieres?
–¿Qué quieres
tú?
Ni siquiera se
lo pensó.
–Quiero un
beso. Tú me darás un beso.
Mis mejillas
se calentaron, ruborizadas.
Pensaba ganar
este juego de todos modos.
–Si yo gano,
me darás respuestas. Todas las que quiera.
Lentamente, su
sonrisa desapareció. Sabía a lo que me refería. Sus ojos seguían siendo
estrechas aberturas.
–Hecho –me
ofreció una mano.
Cuando lo toqué,
una potente oleada de energía me hizo temblar internamente. La amiga rubia de
Sebastián se acercó a la mesa para entregarle una bebida. Al mismo tiempo, el
enorme muchacho moreno regresó con una copa para mí. El contenido era un néctar
de color rosa pálido.
–Gracias
–dijimos Sebastián y yo al mismo tiempo, sin dejar de mirarnos.
Inmediatamente,
planeé una estrategia de juego mientras tragaba un sorbo de mi néctar dulce.
Conseguí introducir de un tiro dos bolas en las troneras. Si en el próximo
turno alcanzaba a meter otras dos, ganaría.
No obstante,
no fue posible. De un solo golpe, Sebastián consiguió insertar las cuatro bolas
restantes. Mis labios se separaron de la impresión.
–Eso no es
posible –me quejé, incrédula.
–Por supuesto
que lo es. Te di una paliza, pitonisa –me dedicó una sonrisa triunfante
mientras yo me enfurruñaba–. Escucha, tal vez no te esperabas que fuese tan
bueno. Fue un poco injusto. Voy a darte otra oportunidad –comenzó a reorganizar
las bolas en su posición inicial–. Vamos a fingir que el juego no ha terminado.
El que logre insertar quince primero, gana. Llevo nueve puntos, tú seis.
Me bebí de un
trago el contenido de mi copa, entrando en calor. Esta vez no sería tan ingenua
como para dejar que me venciera.
Dos turnos más
tarde, me había derrotado de nuevo. Arrojé una bola al suelo, furibunda.
–Vamos, no te
pongas así. ¿No puedes aceptar perder? –me decía Sebastián–. Para que no digas
que soy malo, sigamos jugando. Será hasta llegar a treinta.
Acepté,
solamente porque quería demostrarle que podía ganarle. Llamé a una camarera
para pedirle otra copa y Sebastián hizo lo mismo, salvo que él le guiñó
coquetamente un ojo a la mujer.
Minutos más
tarde, mi cuerpo estaba tenso mientras apuntaba con el taco hacia la bola
blanca. Me enderecé mientras que Sebastián cogía dos vasos de ron de una
bandeja que nos había servido la camarera. Me entregó uno.
–Si haces eso,
lograrás introducir dos bolas –me advirtió después de que tragué el sorbo de ron.
No me gustaba especialmente esta bebida, pero relajaba la tensión de mis
músculos.
–Sé lo que
hago –gruñí–. Voy a insertar tres.
Lo escuché
reír y disparé la bola blanca contra las otras tres. Se suponía que la primera
golpearía a la bola número cinco, después ésta aporrearía a las otras dos y
conseguiría insertarlas todas. No obstante, la bola número nueve no alcanzó la
suficiente velocidad y se detuvo cerca de la entrada del agujero.
Apreté los
dientes con frustración antes de beber un gran trago de ron. Sentí el alcohol
enfriando mis venas, metiéndose en mis sienes.
–Te lo dije
–me recordó Sebastián, disparando cuatro bolas directo a las troneras.
–¿Qué es lo
que haces? –protesté, airada–. Utilizas magia, ¿no es así?
Soltó una
carcajada burlona.
–No hago
magia, Luciana –me crucé de brazos, sin ganas de continuar. Él se aproximó para
empujar mi barbilla hacia arriba con sus dedos–. Te ves hermosa cuando te
enfadas, ¿lo sabías?
Me giré hacia
la mesa de billar para hacer mi jugada.
–No –comenzó a
corregirme Sebastián, observándome con la cabeza ladeada–. Fallarás la bola
número cuatro.
Se inclinó
sobre mí, uniendo su cuerpo al mío. Su pecho contra mi espalda, su brazo
rozando el mío, una de sus manos agarrando mi muñeca al tiempo que la otra se
estacionaba en mi cintura, enderezándome.
–No golpees
tan fuerte –me dijo al oído en voz baja.
Después de que
el temblor profundo de mi vientre se aplacara, empujé el taco contra la bola.
Cinco números entraron en los agujeros, poniéndome a la delantera.
–¡Ahí lo
tienes, tonto! –le saqué la lengua antes de reírme de alegría.
Con una
sonrisa en la cara, Sebastián contemplaba mi boca, levantando durante efímeros
instantes sus ojos hacia los míos.
–Bonita risa
–me galanteó–. Pero no cantes victoria, todavía no ganas.
Terminó su
vaso de ron antes de coger otro de la bandeja. En su siguiente tiro introdujo
las últimas cuatro bolas y volvió a reunirlas en el centro de la mesa.
Horas más
tarde, me derrotó. Luego de acabar con la partida de los treinta puntos, la
habíamos extendido hasta una de cincuenta. Pero esta vez habíamos formado equipos.
Los chicos conmigo y las dos mujeres con él. Aun así, perdí.
Sí, incluso
con la ventaja de que nuestro equipo era más numeroso. Sebastián era capaz de
insertar siete o nueve bolas en un solo tiro. Era tan bueno que parecía
sospechoso. Aquella rubia le acarició la espalda, felicitándolo. Él le
susurraba cosas al oído.
–¡Hiciste
trampas! –lo acusé.
Me sonrió de
forma perversa.
–Eso es
exactamente lo que hice.
–¡No voy a
besarte!
Se encogió de
hombros.
–No lo hagas,
hay otras chicas que quieren besarme.
Si continuaba
provocándome, no iba a abofetearlo, sino a descuartizarlo como un guerrero
aniquila a su enemigo. A él y a esa Megan.
Cuando
Sebastián le pidió amablemente a la rubia que le sirviera un trago, ésta
introdujo la punta de un dedo en su vaso para después humedecerse los labios.
–¿Por qué no
bebes de mí? –le ofreció mientras se daba lamidas sugestivas en el labio
superior con la punta de su lengua.
Él la besó,
sin siquiera vacilar.
30 comentarios:
Sebastian es tan puto, pero comienza a caerme bien.
Dolabella es tan tierna, pero comienzo a pensae que hubiera pasado si Luciana se enamoraba de Nicodemus. Me alegro que vayan a tener un bebe.
Luciana se pone celosa sin darse cuenta que Sebastian es libre ee hacer lo que quiera. Ya no puedo creer como ha avanzado esta historia, mientras los otros dias la empezaba a subir. Creo que es super estupendo todo.
Me he mandado a comprar el libro. Cuando lo tenga te envio una foto (sin mi obvio). Lo pondre junto a mis otros libros y vera lo lindo que se vera.
Me siento tan feliz por ti.
Jerry es obvio que eres el mas guapo.
OMG! Steph es tan increíblemente sorprendente lo que ha llegado a suceder cada capitulo me atrapa y cada vez me enamoro de sebastian aunque a veces hasta yo me pongo celosa de las cosas que hace los chicos malos atraen, enamoran y enloquecen y eso es precisamente lo que ha hecho sebastian así como muchos otros personajes de tus novelas luci es muy valiente en todos los sentidos no se si seria capaz de soportar esas cosas tan decididamente, sube pronto y espero que no la pases tan mal en manos de jerry ¿Qué es lo que más extrañas de tu libertad? jaja si no te trata como se debe envío a joseph a tu rescate. Espero que te llegue este comentario y jerry no lo omita o lo edite a su conveniencia Por otro lado jerry tu eres el mas sexy, ardiente e irresistible ;)así que no te molestes la encuesta dirá la verdad sin presiones haha. xoxo
Odio que Sebastián este tan quebrado como para hacerle daño a la persona que ama. PORQUE ÉL AMA A LUCIANA Y NO LE IMPORTA NADA.
Este capítulo me ha dado una cólera inmensa. [Además fue muy corto :(]
Bueno ya quiero leer el siguiente.
-------
JERRYYYYYYYYYYYYYYYYY.
My sexy lover! Secuestraste a Steph por qué no me secuestras a mi también (?)
Ñé, tu eres el más sexy, quién podría dudar de eso.
Bueno espero que Steph logre salir y haga sus capitulos más largos... e.e
Un beso Jerry, hoy soñaré contigo. 1313
Saludos Steph!!
atte: Terelú
Nah, no creo que este capítulo fuera corto. Me pareció perfecto. Creo que no importa la longitud del capítulo siempre y cuando el capítulo tenga lo necesario. Además tus capítulos siempre son largos y creo que ya era ora de que comensaras hacerlos más cortos.
Sebastián es tan aksjaksjajsk uno no sabe que hacer con el. No quiero herirlo pero, Sebastián eres un puto. ¿Cuándo comensaras a ser más... lindo. Porque bueno no eres.
Me parece tan inocente la relación de Dolabella y Nicodemus, pero creo que me hubiera gustado más que Nico se quedará con Luciana.
no me gusto este cap , luciade deberia hacetsedel rogar para que sabastian aprenda
me gusto este cap , que tierna es bella me encanta como defiende a su hermana
fue mi imaginacion o el cap fue corto? tal vez fue solo que lo lei rapido de la emocion:P
sebastian es un idiota con i mayuscula! como se le puede ocurrir hacerle eso a luciana?!
ese chico va a tener serios problemas! de verdad espero que luciana lo patee donde mas le duela-.-
o mejor aun qe le page con la misma moneda a ver si le gusta
muy buen capitulo de verdad que me encanto
y ella tambien1 hahah quien creeria que una princesa podria usar ese lenguaje!:P
sigela pronto! cuidate steph sabes qe tus lectores te amamos y a tus novelas:D
p.d. jerry tiene mucha razon el es muy sexy;)
-brenda
en estos omentos estoy envidiando mucho a esa rubia!
sigela steph
jeryy tu eres el mas sexy!te apuesto a qe damien y joseph hacen trampa en esas votaciones;)
la siges? siiiiiiiiiii?
me encanta tu novela
sebastian tiene razon
a muchas les gustaria besarlo
lo/ yo soy una de ellas
me encanto el cap!
Pero qué coñ....???!!! A este tio se le va un poco demasiado la pinza NO??!!
Besar a otra tipa delante de ella?? Se merece una paliza! Voy a recoger firmas...
que mierda!! yo me ausento y ya subes como quince capitulos?
okay is joke
Querido jerry bombonsito de mi vida sexosa(? hahaa
a mi no me tienes que pedir q camie mi voto por q yo desde un pricipio vote por ti por para mi eres el mas sexy de todo el planeta, galaxia, particula, universo y cualquier lugar que mire o piense.
tu eres el mas sexy y con S mayuscula y con el que quiero tener sexo furioso y caliente haahah
ya pues me largo de aqui que ya con solo pensar en ti tengo orgasmos
by: Sherl
pd: Steph cariño sube capitulo yaaah!! me avente todos en dos horas so siguelaa! te quiero
de essas veces qe lees un capitulo y no puedes esperar por el siguiente!
sigela pronto steph de verdad qe tus novelas son geniales;)
jeryy tu eres el mas sexy! no necesitas ninguna encuesta para saberlo
ame el cap
sigela pronto me encanto el capitulo
sebastian es un puto! porque aun asi lo amo?
los chicos malos son los mas atractivos siempre! que no daria yo por ser esa rubia
espero que luciana le haga darse cuenta que se esta portando como un idiota
aunque supongo que ella no se puede meter en eso
el es un hombre casado!:$
p.d. jerry solo tienes mi voto porque sebastian no esta en la encuesta
ha estado buenisimo el cap
siguela pronto vale?
Continúa Steph, bueno jerry acaba y sube capítulo
Estuvo genial. Como siempre me encanto.
El capítulo estuvo perfecto.
No importa si esta largo o corto. Ojalá todos sean como este... Fácil de leer.
Ya estuvo genial.
Eres magnífica
Jerry eres mega guapo Te Amo
Tu eres el más sexy de todos.
Ya estoy loca porque Alas rotas salga en papel. Sin duda la comprare. Espero que todas tus fans te apoyen comprando tus libros.
Ya mande a busca el mío.
También te recomiendo que lo subas a kindle. No es necesario que quites tu versión gratuita. Pero a veces las personas prefieren comprar digitalmente.
Te deseo lo mejor del mundo.
Espero poder leer Zukunft pronto en papel. Esa novela me marco por su mensaje. Siempre me hizo estar atenta. De verdad. Sin duda es el mejor libro de tus dos sagas.
Sigue así.
Me encanto el capítulo.
Alas rotas es una de tus mejores historias.
Ya quiero leer más.
Sebastián es tan aksjaksjajsk me dan ganas de matarlo.
Ya quiero seguir leyendo .
Amo a Nicodemus.
Es lo mejor.
Sebastián te odio
Sebastián es tan idiota.
Lo odio.
El capítulo me encanto.
De verdad que cada vez se pone mejor.
Amo a Nico y a Sebastián.
Publicar un comentario