Capítulo
17: Fue un Sueño
Sollocé mientras intentaba ponerme siquiera de
rodillas con el peso de los brazaletes de plomo que rodeaban mis muñecas y
tobillos. El látigo de cuero cortaba mi piel desnuda al mismo tiempo que yo
dejaba escapar gritos de agonía.
Gemí, retorciéndome. Desplomándome una y otra vez.
Cuando él llegó, la maldad se esfumó. El dolor se
desvaneció, al igual que las cadenas, los grilletes y los látigos. Mis
cicatrices se disiparon, tal como si jamás hubiesen estado ahí. Había paz. Una
paz extraña.
Un vestido apareció sobre mi cuerpo. Era de color
verde y corto, dejaba mis piernas al descubierto. Parecía ser el atavío de un
hada. Sebastián me tendió una mano para ayudarme a levantar. Su semblante era
inescrutable, impávido, sin ninguna emoción. Su mirada escondía un atisbo de
tristeza.
–No eran esos los sueños que solías tener –habló con
tranquilidad–. Tu única pesadilla era yo –todo lo que pude hacer fue mirarlo en
silencio–. Nunca conocí a alguien con tanta inocencia... Nicodemus te llamó inmadura
una vez; yo le dije que estaba equivocado, que tú eras diferente. Mientras que
la mayoría de las chicas de tu edad tenían sueños eróticos, tú soñabas con
vivir en una pequeña casa cerca del lago, donde pudieses alimentar a los
animales a través de la ventana –soltó una risita–. Soñabas que hablabas en su
lenguaje y te comunicabas con las aves, silbando. Y un día éstas tejieron un
vestido para ti.
Recordé aquel sueño mientras él se acercaba a un
paso cauteloso.
–Irías a un baile –continuó su relato–. En donde un
príncipe te esperaba. Pero, por supuesto, lo maté –se rió–. Y tú te pusiste a
llorar. No entiendo por qué, si era un idiota. Además, ni siquiera lo conocías.
Le fulminé con la mirada.
–Ése no era tu problema.
Tocó mi mejilla con el dorso de su mano.
–La mayoría de las personas se olvida de lo que
significa ser un niño cuando crece. Pero tú lo conservabas en tu interior. Y me
gustaba, porque jamás supe lo que significaba ser niño. Sin embargo, has
cambiado.
–Fue algo que pasó, no pude evitarlo –musité.
–Lo sé, la vida te obliga a cambiar –su mano se
instaló sobre mi rostro–. No debes tener miedo. Mientras yo esté cerca de ti,
no tendrás jamás otra pesadilla. Prometo cuidarte de ellas, ¿me oíste?
El sol salió, al mismo tiempo que los canarios cantaban
las canciones que hacían despertar a las hadas del bosque. Asentí, tomando la
mano con la que me acariciaba para rozar sus dedos suavemente con los míos.
Se aproximó para besarme y el contacto fue dulce.
Sus labios sabían como las estrellas, como la noche. Su boca se movió
lentamente sobre la mía, intentando abrirla. Mordió mi labio con suavidad,
después un poco más fuerte, hasta que sus dientes me rasguñaron.
Me desperté,
incorporándome bruscamente. Fue como si me levantara de una pesadilla. Mi respiración
estaba alterada, mi cuerpo caliente y tembloroso. Me encontraba sobre aquella
alfombra de color beige en la que me había tumbado para dormir.
Observé a
Sebastián en la distancia, estirándose.
Cuando se
giró, le contemplé con mis ojos bien abiertos, sintiéndome culpable y
avergonzada por el sueño que acababa de tener. Se sentó para mirarme. Su
cabello estaba revuelto, su ceño fruncido.
–¿Qué?
–cuestioné.
Largó una
risita breve.
–Nada.
Examiné mi
cara, tocándola con mis manos.
–¿Qué tengo?
Me puse de
pie, corriendo hacia el cuarto de baño para mirarme en el espejo. Aparte de mi
cabello desordenado, no encontraba nada extraño. Hasta que puse atención a mis
labios, los cuales parecían enrojecidos e hinchados. Estreché los ojos, notando
que había un pequeño rasguño encima de mi labio inferior.
–¿Dormiste en
el suelo?
La voz de
Sebastián me hizo saltar. Cuando me di la vuelta, lo hallé delante de mí, tan
cerca que podía distinguir el exquisito olor de su piel.
–Te dije que
lo haría –le contesté–. ¿Fue real?
Sonrió.
–¿Qué cosa?
Él sabía que
me refería al beso.
–Sabes qué
cosa.
–Fue un sueño
–me aseguró.
–Pero...
Mordí mi
labio.
–Que sea un
sueño no lo hace menos real. Tú estuviste ahí, también yo... –se estiró para
coger un cepillo de dientes y mis pechos tocaron el suyo. Me escabullí lejos de
su cuerpo–. No se lo diré a Nico –me tranquilizó, poniéndole crema dental al
cepillo antes de llevárselo a la boca–. Olvidaremos que pasó –siguió hablándome
mientras limpiaba sus dientes–. Iré de compras. Necesitaremos ropa, comida y
algo de alcohol. No hagas alguna cosa loca mientras no estoy.
–¿Puedo ir
contigo?
–No debes
salir así vestida.
–¿Cuál es el
problema?
Escupió en el
lavamanos.
–Que luces...
no sé, medieval.
Pensé que me
volvería loca cuando me dejó sola en ese minúsculo departamento. Siempre estuve
acostumbrada a estar en el castillo, rodeada de naturaleza y jardines que podía
recorrer. Ahora estaba aburrida, dando vueltas. Observando por la ventana.
A pesar de la
altura, todavía podía ver a los diminutos vehículos abarrotando las calles de
asfalto. Sebastián me había explicado que les llamaban automóviles y que podían
moverse utilizando combustible. No necesitaban ser tirados por caballos ni nada
por el estilo. Aún me parecía una locura. Era cosa de brujas.
Me senté en el
suelo, dejando caer mis piernas a través de los barrotes de hierro que cercaban
la terraza. La ciudad no dejaba de alucinarme. Era horrible, pero tenía algo
encantador. Había humo, suciedad, gente en exceso. ¿Qué era aquello que la
hacía bonita?
Escuché que la
puerta se abría y prácticamente corrí para recibir a Sebastián con un abrazo.
Sentí que había estado días en su ausencia. Lo había extrañado. No estaba
acostumbrada a estar sola. Y descubrí que no me gustaba. Yo había nacido
rodeada de hermanas, siempre había alguien conmigo.
–¿Qué estás
haciendo? –Sebastián puso algunas bolsas sobre la mesa de la cocina, sin
corresponder a mi abrazo. No obstante, no pareció molestarle la muestra de
afecto.
–No puedo
estar aquí encerrada, no me gusta.
Sebastián se
llevó a la boca una uva después de arrancarla de un racimo que acababa de
comprar.
–¿Tienes
hambre? –inquirió, masticando–. He traído algunas cosas deliciosas. Y libros,
por si te aburres. Te gusta leer, ¿verdad?
Mis ojos se
iluminaron.
–Me encanta
leer.
–Esto... creo
que es una mierda de Shakespeare, o Austen, no estoy seguro –me entregó un
libro–. Oh, también hay algo de Andersen y los hermanos Grimm, apuesto a que
los amas.
Abracé la
colección contra mi pecho.
–¡Gracias!
–Whisky –sacó
una botella de una bolsa de papel–, para mí –me aclaró antes de extraer una
segunda botella, de un color más oscuro–. Kalúah, para ti. Lo amarás.
–¿Qué es eso?
–Un licor
dulce de café que ocasionalmente ponen en algunos bombones de chocolate. Es
delicioso –puso en la mesa un paquete de cigarrillos–. Para mí, obviamente. Tú
no fumas.
–¿Y si
quisiera fumar?
–No te
dejaría.
–¿Por qué?
–Porque no.
Me tendió un
extraño artefacto de color negro que cabía a la perfección en la palma de mi
mano.
–¿Qué es esto?
–Un teléfono
celular –respondió–. Si estamos lejos, podremos hablar a través de esto.
Abrí mis ojos
ampliamente.
–¿Cómo? ¿Cómo
funciona?
–No lo sé –se
encogió de hombros.
–Es
hechicería, ¿verdad?
Él largó una
risotada estrepitosa.
–Lo dudo –noté
que se burlaba de mí–. Si empieza a sonar y mi nombre aparece en la pantalla,
presiona el botón verde. Si, de lo contrario, tienes una emergencia y quieres
llamarme, deja presionado el número dos.
Comenzó a
desenvolver algo que olía delicioso.
–Esto va a
encantarte, les llamamos biscuits. Y esto de aquí son waffles, puedes ponerles
miel o frutas encima –me entregó un vaso con tapa–. Jugo de naranja. ¿O
prefieres probar el Kalúah de inmediato?
Se me hizo
agua a la boca cada cosa.
–Quisiera...
quisiera probarlo todo. ¿No hay problema?
Él sonrió.
–Claro que no.
Di un bocado
primero a los waffles, sintiendo la suavidad dulce en mi boca y el sirope
tibio. Un gemido de goce se me escapó. Probé la fruta, que estaba casi tan
fresca como la que servían en el castillo, pero un poco más seca. Y los
biscuits bañados en chocolate tenían un sabor paradisíaco.
–¿Y? ¿Te
gusta?
Mastiqué
lentamente para disfrutar del sabor. Aunque deseaba tragar a montones como un
mendigo lo haría en un banquete.
–¿No quieres?
–le ofrecí–. Dioses, esto es perfecto.
–Ya he comido
–me dijo al tiempo que servía un poco de Kalúah en una copa y un vaso de
whisky–. Prueba –me tendió la copa.
La sostuve
cerca de mi rostro y la meneé, esperando catar su aroma. Olía como el cacao.
Esa sola fragancia estaba embriagándome. Probé un sorbo.
–Vaya, podría
beber de esto hasta estar completamente ebria.
–Estaba
pensando que... –se llevó otra uva a la boca–. Ahora que he traído ropa para
ti, podríamos ir al cine esta tarde.
Mis ojos se
iluminaron.
–¿Qué es un
cine?
–Ya lo sabrás
–había un rastro de emoción en su mirada.
–¿Dónde está
mi ropa?
–Esa bolsa de
ahí.
Dejé la comida
para revisarla.
–¿Pantalones?
–murmuré, decepcionada.
Me guiñó un
ojo.
–Jeans.
Podría matar por verte en unos ajustados jeans, le había oído decir una
vez. Impaciente, me encerré en el cuarto de baño para cambiarme.
–Luciana –me
llamó–. ¿No terminarás de comer?
Contemplé la
imagen que se reflejaba delante de mí en el espejo. Mi cabello había crecido
algunos centímetros, estaba desordenado, caía encima de mis ojos, sobre mis
mejillas. Sonreí, ansiosa por volver a tener aquella melena pelirroja
despampanante. Mi pelo parecía más oscuro estando corto, lucía de un extraño
castaño rojizo.
Me senté en el
suelo de azulejos para escoger la ropa. Había tres pantalones ajustados, dos
camisetas estrechas, un sweater y una blusa que parecía más formal. También
había una... tal vez una falda. Si me la ponía, me cubriría desde la cintura
hasta la mitad de mis muslos. ¡Qué horror! ¿Y mostrar mis piernas a todo el
mundo? ¡Qué va! No era un exhibicionista.
La ropa
interior era tan pequeña...
No seas tonta, Luciana, no podrías llevar esta ropa
utilizando corsés, medias y enaguas. Me dije.
Mi cara
adquirió un tono colorado.
¿Sebastián
había elegido mi ropa íntima?
No estaba
segura de salir en público con lo que llevaba puesto. Pero, al admirar mi
cuerpo, me sentí hermosa. Había elegido los pantalones vaqueros y el sweater,
el conjunto más conservador. Salí descalza hacia la estancia principal,
modelando con timidez para Sebastián.
Lo vi ponerse
rígido tan pronto como me vio.
–Joder
–farfulló–. Te ves... sexy.
–¿Sexy?
–Estás...
hermosa.
Sonreí.
–¿De verdad te
gusta?
–Si no
estuvieses casada, seguramente me habría abalanzado sobre ti.
Agarré su
brazo, jalándolo hacia la puerta.
–Vamos al
cine.
–¿Ahora? Es
tan temprano...
–Por favor –le
hice pucheros y una mirada suplicante.
Su sonrisa fue
seductora.
–¿No te
pondrás zapatos?
–No –bromeé–.
¿Para qué?
–Para que tus
pies no apesten –fingió contener la respiración.
–¡Oh, idiota!
Le golpeé en
el hombro.
–¡Oye, eso me
duele! ¡Tengo una herida ahí!
Asombrada, le
dediqué una mirada de disculpa.
–¿De verdad?
Otra
sonrisilla maligna curvó sus labios hacia arriba.
–No, tonta.
Me pellizcó la
nariz antes de entregarme una caja. Al abrirla, hallé unas bonitas botas
dentro, hechas de cuero marrón. Poseían un pequeño tacón.
–¿Son para mí?
–No, para mí
–bromeó–. Seguramente luzco sensual en ellas.
–Sí, claro
–bufé, tumbándome sobre la cama para colocarme los zapatos nuevos.
–¿No? –ahora
parecía indignado–. Por favor, luzco sensual con cualquier cosa que me ponga
–me eché a reír, verdaderamente divertida–. ¿Te estás burlando de mí? –se
aproximó lentamente hacia la cama. Negué rápidamente con la cabeza, conteniendo
una carcajada–. Ah, ¿no? ¿Te parezco un bufón?
De repente,
estaba a horcajadas encima de mi cuerpo, sosteniéndome las piernas entre sus
rodillas al tiempo que sus dedos me hacían cosquillas. Me retorcí bajo su peso,
dando patadas al aire mientras trataba de alejar sus inquietas manos de mi cuerpo.
–¡No!
–chillé–. ¡Para! ¡Te lo ruego!
Las carcajadas
escasamente me dejaban respirar.
–Voy a parar
cuando digas mi nombre.
–Déjeme... Sr.
Von Däniken.
–¡Sr. Von
Däniken! –repitió, levantando las cejas de forma pícara.
Cuando me
quedé sin aliento, me dispuse a llamarlo por su nombre. Pero Sebastián me cogió
de los brazos para retenerme contra el colchón y terminé dando un verdadero
alarido de dolor. Se me escapó un sollozo.
Él se hizo
hacia atrás.
–Luciana
–balbució–. ¿Estás bien?
Me agarré el
brazo, gimiendo.
–Sí, sí –le
calmé–. Es solo... me has tocado...
Al
comprenderlo, atrapó mi brazo para examinar el corte que me había hecho el capitán
de las cárceles durante su rescate. Levantó la manga de mi sweater, notando que
mis vendas estaban manchadas de sangre.
–Lo lamento
–se disculpó–. No sabía... ¿Estás herida en alguna otra parte? –señalé mi
muslo, donde se hallaba el más grande de los surcos, debajo de mi pantalón
nuevo–. Deberíamos ir a una clínica para ponerte suturas.
Le miré a los
ojos desde muy cerca.
–Sólo si tú
vas y haces lo mismo.
Suspiró con
irritación.
–Vamos al
cine.
En las afueras
del departamento, aparcada en la acera, había una especie de máquina con
ruedas.
–Te presento a
mi nena –Sebastián la señaló con una mano–. Les decimos motocicleta. Acabo de
robársela a un tipo.
Estaba
impresionada.
–¿Todo lo que
trajiste a casa es robado?
–Claro que no
–negó–. El dinero era robado, las cosas las compré –le fulminé con la mirada–.
No me mires así, tú sabes quién soy –me colocó un casco en la cabeza antes de
sentarse en la motocicleta, esperando que le siguiera–. Esto es como montar a
caballo –me explicó–. Pero más peligroso.
Aunque no
podía ver su cara, podía imaginarme su sonrisa pérfida. Ésa que venía implícita
con la palabra peligro. Me senté detrás de él con mesura, teniendo cuidado con
las múltiples magulladuras de su espalda. Él cogió mis manos, instalándolas
sobre sus costillas.
–Te lo
advierto, agárrate muy fuerte.
El cine era un
sitio repleto de cómodas butacas en el que al parecer proyectaban una película.
Se suponía que estaría atestado de personas, pero era demasiado temprano, por
lo que únicamente estábamos Sebastián, yo y un montón de golosinas.
–Y, ¿qué es
una película? –pregunté mientras lamía mis dedos pegajosos por el caramelo.
–Es... una
especie de historia. Es como mirar una obra de teatro, salvo que los actores
estarán encerrados en una pantalla. Es como ver a través de una bola de
cristal. Mira.
Señaló hacia
la pared delante de nosotros, en donde aparecieron personas de gran tamaño disparando
armas de fuego o conduciendo motocicletas a toda velocidad. Abrí mis ojos como
dos platos, impresionada. El sonido era estrepitoso, aturdidor.
–La primera
película que se transmitió en el mundo mortal –comenzó a narrarme Sebastián–,
se trataba acerca de la llegada de un tren. Era un fragmento corto que mostraba
tomas de un tren avanzando a través de las vías. Se dice que las personas en el
teatro salieron disparadas de sus asientos, porque creyeron que el tren se
aproximaba realmente hacia ellos.
Había visto
los trenes en Italia, sabía cómo lucían. Y comprendía la emoción de esas
personas. Ahora mismo mi corazón estaba palpitando con fuerza dentro de mi
pecho. Proyectaron imágenes fugaces de distintas escenas en las que había
gritos, sangre o fantasmas.
–No quiero ver
esta película –apreté el antebrazo de Sebastián.
–Esos son los
trailers. La película todavía no comienza.
Resultó ser
que la película era acerca de un mago truculento que aterrizaba por error en
una tierra llamada Oz. Era la mejor historia de la que jamás había oído. Había
brujas buenas y otras malas. Y escenas verdaderamente hilarantes.
Salí de la
sala radiante, pidiendo volver a entrar. Había aprendido acerca de diversas
tecnologías modernas y quería continuar adquiriendo conocimientos. Para el
final del día, habíamos visto al menos cinco películas. Hasta que Sebastián me
había rogado regresar al departamento.
–Escucha,
¿quieres que mi trasero se vuelva plano? –me había interrogado. Por supuesto,
yo no quería que eso sucediera–. Llevamos nueve horas sentados.
Entonces había
accedido de mala gana.
Ahora nos
encontrábamos echados en la terraza, contemplando la luna plateada mientras yo
bebía Kalúah y él whisky.
–Aún no puedo
verlo –prorrumpió.
–¿Qué cosa?
–cuestioné, con los párpados pesados por el sueño.
–El conejo que
dices ver en la luna.
Suspiré.
–Es porque
todavía no estás enamorado.
–Nunca me
dijiste de quién lo estabas tú. Aunque supongo que ahora lo sé.
Rodé mi cabeza
a un lado, contemplando su perfil bañado en la luz blanca de la luna llena. Mis
cejas se dispararon hacia arriba.
–¿Lo sabes?
–casi había gritado.
Se encogió de
hombros.
–Es Nico, por
supuesto.
Pensé en
Nicodemus, mi esposo. El que pronto vendría a buscarme para hacerme reina.
–Hoy me he
divertido mucho –confesé–. Con Nico nunca me he reído tanto.
Una risita se
le escapó.
–No le digas
que te lo dije, pero es bastante aburrido.
Me reí.
–¡No seas
malo!
–¡No lo soy!
Nos quedamos
callados otro rato, sumergidos en nuestras propias cavilaciones. No era un
silencio incómodo sino uno agradable.
–Salgamos a
bailar –sugerí.
Lo vi fruncir
el ceño.
–¿Bailar?
–Sí, igual que
en esa película en la que las mujeres se emborrachan y se quitan la camisa.
Sonrió con
malicia.
–Esa idea me
gusta –se sentó–. Sí, vamos a un club.
Estaba comenzando
a acostumbrarme a la sensación paralizante del viento golpeando mi rostro
cuando íbamos a toda velocidad en la motocicleta. Me estaba acostumbrando a
sentir la fuerte espalda de Sebastián contra mis pechos mientras me aferraba a
su abdomen con los dedos.
Me
acostumbraba a su fragancia, a sentir sus caderas entre mis muslos, a su cálida
presencia. A él. Era tan fácil sentirse cómoda mientras estaba prendida de su
cuerpo, sintiendo el movimiento de su tórax cuando respiraba, escuchando el
amortiguado sonido de su corazón. ¿Por qué? ¿Por qué era tan fácil?
El club era
exactamente como había esperado que fuera. La estridente música vulgar, las
personas bailando apretujadas en la pista, las mujeres semidesnudas danzando
sobre las mesas, el alcohol sirviéndose por todas partes. Inclusive había una
fuente en medio, que escupía espumosa cerveza. Pero la gente no la bebía, sino
que se salpicaban con ella.
Atravesamos la
marea de personas para llegar a la barra. Sebastián pidió un ponche dulce para
mí. Él sabía que me gustaban las bebidas dulces en las que el sabor del alcohol
parecía opacado por el resto de los sabores.
–Salud –me
dijo, estrellando su vaso contra mi copa. Sentí su mano sobre mi cintura–.
¿Bailamos?
–¿Me enseñarás
a bailar?
Atrajo mis
caderas cerca de las suyas.
–Muévete,
nena, como si tu vida dependiera de ello.
Recordé los
movimientos pecaminosos que realizaban las mujeres fiesteras en la película y
los repetí. Había estado bebiendo durante horas, por lo que una chispa de calor
me hizo atreverme a danzar de esa forma mientras largaba risitas tontas. La
música hacía que todo mi cuerpo vibrara.
Cuando
Sebastián me empujó más cerca de su cuerpo, me quedé quieta, admirando la
profundidad de sus ojos. Él dejó su bebida en la mesa para atrapar mi rostro en
sus manos. Se inclinó, tan cerca que su respiración me hacía cosquillas en la
nariz. Cerré los ojos, aspirando el aroma del whisky que se escapaba de su
aliento.
Esperaba que
sus labios tocaran los míos. Lo deseaba.
Cuando puse
las manos en su pecho, aferrando su camiseta, sentí que se retiraba hacia
atrás. Abrí los ojos, mi respiración era entrecortada.
–Deja que...
–lo escuché tartamudear–. Ya vuelvo.
Se marchó,
perdiéndose entre la multitud.
Durante diez
minutos enteros, estuve sola, esperándole. Me había bebido mi copa y ahora
tomaba sorbos de la bebida de Sebastián, a pesar de que no soportaba su sabor.
Suavemente, meneé mis caderas al ritmo de la música, adormitada. Era consciente
de que varios hombres parecían rondarme como depredadores, me vigilaban.
Inclusive algunos se acercaban para saludarme, compartir palabras conmigo o
invitarme a bailar.
–No puedo,
vine con alguien –respondí al sujeto que se había sentado cerca de mí.
Le sonreí con
timidez.
–Tienes una
sonrisa muy bonita –me galanteó.
Me ruboricé.
–Gracias.
Estaba
reclinada de la barra, con mis codos apoyados sobre la misma, cuando Sebastián
reapareció, acorralándome con su cuerpo.
–¿Quién es ese
tipo? –me gruñó en el oído.
Me reí debido
al cosquilleo que producía su voz en mi cuello.
–No lo sé,
quería bailar.
Él no estaba
enfadado, sus ojos seguían brillantes al mirarme.
–¿No puedo
dejarte un minuto sola porque todos los lobos comienzan a acecharte?
–Un tipo me
preguntó si tenía número de teléfono.
Sebastián alzó
sus cejas con diversión.
–Y, ¿qué le
dijiste?
–Que no estaba
segura, que debía preguntarte.
Su risa en mi
oído ocasionó que un escalofrío se filtrara bajo mi piel.
–Cuando un
hombre te pregunte eso, la respuesta siempre debe ser no, ¿de acuerdo?
Asentí.
–¿Es ahora
cuando debo quitarme la camisa?
Comencé a
levantar el borde de mi blusa, hasta que las manos de Sebastián sujetaron las
mías.
–Debemos ir a
casa, estamos muy ebrios.
En el
departamento, me tumbé en la alfombra junto a Sebastián. Estaba tan borracha
que veía a las paredes dar vueltas sin cesar.
–No dormirás
ahí de nuevo –se opuso él–. Alguien tiene que usar la cama.
Me costaba
tanto mantener mis párpados abiertos...
–Hazlo tú
–protesté en un inteligible murmullo.
–Tú eres la
chica.
Me encogí de
hombros.
–No voy a
moverme.
Me alzó.
Cuando me colocó sobre las mantas, aterrizó encima de mí. Y sentí cada músculo
duro de su cuerpo sobre el mío.
–¿Por qué no
quieres utilizar la cama? –se quejó–. Tú quieres que duerma contigo, ¿verdad?
Su mirada
penetrante estaba ardiendo sobre la mía.
Le sonreí.
–No puedes
preguntarme eso ahora, estoy ebria –dije, copiando las líneas que había dicho
la protagonista de la película que habíamos visto esa tarde.
Sebastián se
rió. Fue un sonido dulce, breve, el cual se disolvió en un gemido tan pronto
como sus labios presionaron los míos. A penas había empezado a besarme en serio
cuando comenzó a ponerse de pie. Rodeé sus hombros con mis brazos, obligándolo
a quedarse.
–No te vayas
–gemí.
Dos minutos
más tarde, ambos nos habíamos quedado dormidos en la misma posición. Mis brazos
rodeándolo, una de sus piernas entre las mías, su cuerpo aplastándome, sus
labios presionados contra mi boca. Y, cuando desperté, con la luz del sol
entrando desde la terraza, él no estaba.
No se hallaba
en la cama, ni en el cuarto de baño, ni en la terraza, ni en la cocina. Ni en
ninguna otra parte. Mi corazón estaba bastante acelerado al momento en que
encontré una nota sobre la barra de la cocina junto a una bolsa de papel.
No sé cocinar, te compré un sándwich.
No decía nada
más. Ni adónde había ido ni cuándo volvía.
Con el corazón
hecho un puño, pulsé prolongadamente el número dos en el teléfono celular. Lo
llevé a mi oreja, tal como había visto que lo hacían otras personas. Y oí su
voz.
–¿Qué sucede?
–¿Sebastián?
–¿Pasa algo?
¿Algo malo?
–No, yo... ¿A
dónde has ido?
Luego de una
breve pausa, suspiró.
–Tuve que
irme, tengo que hacer algunas cosas.
–¿Qué cosas?
–Luciana, te
dije que llamaras en caso de emergencia.
–Lo sé. Pensé
que era una emergencia.
–Dejé una
nota.
–Sí, acerca de
un sándwich.
–Escucha,
estaré fuera toda la tarde. Pero he llamado a un taxi para que pase a recogerte
alrededor de las seis de la tarde. Saldremos a cenar, ¿está bien? En tu
teléfono aparece la hora, las llaves cuelgan junto a la puerta. ¿Sabes lo que
es un taxi?
–¡Claro que lo
sé! Son esos coches amarillos que te llevan a cualquier parte.
–Eso es
–parecía orgulloso de que lo supiera–. Si tienes hambre, hay algunas cosas en
el refrigerador. Ya sabes, el armario blanco.
–¡Sé lo que es
un refrigerador!
Escuché su
risa del otro lado del teléfono.
–Bien, adiós.
No esperó a
que le respondiera, la llamada se cortó. El teléfono empezó a emitir largos
pitidos.
Pasé largas
horas tumbada en la cama leyendo algunas novelas. Pero me sentía ansiosa, de
modo que no podía poner demasiada atención a las líneas. El tiempo parecía
pasar demasiado lento. Cada vez que le echaba un vistazo al reloj, habían
pasado cinco minutos, que a mí me habían parecido unas tres horas.
Caminé por el
diminuto departamento, me di varias duchas, comí trozos de queso con galletas
saladas, me senté en la terraza a admirar el ritmo de la ciudad. Y, cuando
volví a encender la pantalla de teléfono, eran las dos. ¡Santo cielo! ¡Todavía
faltaban cuatro horas!
Me sentía
increíblemente sola y aburrida. Eso era una emergencia, ¿no? Sin poder
evitarlo, volví a hacerle una llamada a Sebastián. Pero esta vez no contestó.
Continué intentando durante las siguientes horas, hasta que una mujer
respondió.
–¿Hola? –le
dije.
El número al que usted ha marcado no está disponible
en este momento...
–¿Dónde está
Sebastián? –le pregunté.
La llamada se
terminó.
Me pregunté si
también podría hacerle una llamada a Nicodemus. ¿Qué número debía presionar? La
próxima vez, se lo preguntaría a Sebastián. Mientras las horas se consumían, me
preparé para la cena. Decidí ponerme la falda y aquella bonita blusa. ¿Le
gustaría a Sebastián? Después de todo, él había elegido ese atuendo.
A las seis,
uno de esos vehículos amarillos me esperaba en las afueras del edificio.
–Luciana,
¿verdad? –me preguntó el conductor.
Asentí antes
de entrar en los asientos traseros del automóvil. Más tarde, el hombre aparcó
frente a un restaurante pequeño, cuya fachada era acogedora.
–Diga su
nombre al portero, habrá una mesa reservada –me indicó el taxista–. El joven
Von Däniken llegará en cualquier momento.
El interior
del lugar me hizo sonreír. Era un restaurante de comida dulce. Estaba decorado
con muchísimos colores. Había mesas marrones, que simulaban ser de chocolate,
había conos de helado en el mostrador, junto con una selección estupenda de
caramelos. Era como el sueño de cualquier niño.
El portero me
condujo hacia una mesa para dos, en la que había una canasta repleta de
bombones de chocolate de distintos sabores. El camarero me ofreció una copa de
Kalúah mientras me mostraba su selección de postres.
–¿Quiere algo,
señorita?
Sacudí la
cabeza.
–Aún no,
espero a alguien.
Él hombre me
sonrió.
–Eso lo sé.
–¿Quiere que
llame a un taxi, señorita? –me preguntó el camarero, dos horas más tarde.
Sebastián no
se había presentado.
Asentí,
conteniendo las lágrimas por la humillación que sentía.
–¿Necesita
dinero? –solté, preocupada–. No he traído nada... ya sabe que pensé que...
–No se
preocupe –el señor hizo un gesto con la mano para restarle importancia–. Y el
transporte es cortesía de la casa, madame.
–¿No sabe
dónde vive? –me había preguntado el chofer del vehículo amarillo. Su tono era
de sorpresa, al tiempo que de burla.
–Sé que no
está muy lejos de aquí. Es un edificio de ladrillos, seguramente lo reconoceré
si lo veo.
Pensé en
hacerle otra llamada a Sebastián, pero sabía que no contestaría. Había estado
intentándolo durante horas, sin resultado. ¿Le habría sucedido algo? ¿Por qué
no había asistido a la cena? ¿Cuál era su problema?
Casi una hora
más tarde, hallamos el domicilio. Estaba abatida mientras subía por las
escaleras de hierro que chirriaban con cada paso que daba. También había sido
difícil encontrar el departamento, pero había logrado recordar el número.
Antes de
entrar, respiré profundo y parpadeé varias veces para limpiar mis húmedos ojos
de las lágrimas que estaban comenzando a acumularse en ellos. Apoyé mi frente
en la puerta mientras hacía girar la llave, suspirando.
Después de
cerrar la puerta detrás de mí, escuché algunas risas. Lentamente, caminé hacia
la terraza. Solo para encontrarme con que Sebastián estaba en el jacuzzi,
sentado junto a dos mujeres que besaban todo su cuerpo libidinosamente.
Cuando me vio,
su sonrisa se borró. Nuestros ojos se encontraron durante un segundo, pero no
me dijo una sola palabra. Salí corriendo del departamento, dando un portazo
detrás de mí. No obstante, no llegué demasiado lejos. ¿A dónde iría, de todos
modos?
Mis sollozos
resonaron a través del pasillo vacío. Cerré mis puños, golpeando las paredes
mientras me derrumbaba sobre mis rodillas. Estaba temblando, me costaba
respirar. Debía alejarme de Sebastián, tenía que apartarlo de mi vida para
siempre. Me estaba lastimando como nadie lo había hecho jamás.
¿Por qué me
dolía de esta manera? ¿Por qué?
–Dios mío,
Luciana –alguien murmuró.
Al levantar la
mirada, encontré a Nicodemus, de cuclillas delante de mí. Me tomó de las manos,
ayudándome a ponerme de pie. Estaba alucinada mirando su rostro.
–¿Qué te hizo?
–exigió saber, sosteniendo mi cara con sus manos.
Sacudí la
cabeza y me incliné hacia adelante para besar su boca.
Por un momento
no respondió a mi beso, pero luego lo hizo de forma dulce, cálida. A pesar de
que yo deseaba que fuese más furioso y vehemente. Puse mi mano en su nuca,
profundizando nuestro contacto. Pero sentí la rigidez en sus músculos, la
renuencia en su agarre.
Se hizo atrás.
–Lo siento,
Luciana. No puedo.
Apartó la
mirada mientras yo buscaba sus ojos.
–Nicodemus,
mírame –demandé, sin aliento–. ¿Por qué no podrías? ¡Eres mi esposo!
Deslizó las
manos por su pelo, exasperado.
–No es verdad
–refutó–. Seamos sinceros, estás llorando por otro hombre. Tenemos un acuerdo,
no un matrimonio.
–¡Eso es
porque tú no lo has intentado!
–Creí que no
me amabas, pensé que querías espacio. He tratado de que esto sea ameno para los
dos –suspiró–. Demonios, tú... tú me confundes tanto.
Le miré,
incrédula.
–¿Eso qué
significa?
Agarró mis
brazos con rudeza.
–Escucha
–susurró cerca de mis labios–. Yo amo a alguien más.
30 comentarios:
¿Pere que demonios??!! Como es eso de que la deja plantada por dos calienta bragetas!!!! =O
Sebastian se merece una buena paliza por ello. ¿Voluntarias? \o/ \o/ \o/
Vale me tengo que ir a estudiar, pero solo dire qu me encanto.
Luego pasare a dejarte mis comentarios super extra largos.
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO, POR QUÉ LA DEJASTE AHI.
PUTO SEBASTÍAN.
PUTO NICODEMUS.
PUTOS TODOS.
*SUFRO*
Terelú x.
dioos sebastian es muuuy cruel con luciana pobreeeeee :/
me encanto el cap espero que plubliques el proximo prontoo :)
Hello :3
Primero que nada, me presento: Me llamo Enna & te leo desde México & déjame decirte que AMO la manera en que escribes; el hecho de como relacionas los personajes & como sabes desarrollar la historia es perfecto... Siempre entro a leer esta novela & solo voto por que continúes con la novela, pero nunca había tenido la oportunidad de comentar así bien extendido & como se debe pero pinky promise que me verás comentando de ahora en adelante :3
En estos momentos lo único que leo es tu novela & "Grandes Esperanzas" de Dickens & OMG! son las mejores novelas... Aunque siempre me quedo con la incertidumbre de saber que más ocurrirá con TU novela.. Please, please, please SIGUELAAA porque de verdad que me tienes enganchada con tu novela... Es mi nueva adicción :3
Por cierto, ya descargué tus novelas & ya estás en mi colección con todos mis autores favoritos...
Ahora si, a comentar sobre el cap... Sebastian es un BITCH! O sea, como pudo hacerle eso a Luciana?! Esta estúpido o que? ARGHH!!! O sea, primero la deja plantada & para colmo está con dos fulanas #InfartoTotalMiCorazónEstáDestrozado
& para colmo el Nico que ahora resulta que está enamorado de otra persona?! Muero, simplemente muero U.U PEROOOOOOOO no moriré sin antes terminar de leer tu novela ^^! Asi que PLEASE SIGUELAAAA porque es tan tan dbsjkfhdjhaf GENIAAAAAAAAAL! #FuckingPerfect
P.D. Seria genial que pudiera encontrar tus libros en alguna librería porque honestamente no me gusta comprar por internet & además de que no tengo tarjeta de crédito ^^! Espero algún día encontrar un libro tuyo en alguna librería, seria increíble (:
Cuídate :3
XOXO
este cap me matoooo no puedo creer que sebastian sea asiiiii , pobre luciana :(
Hey espero que no te hallas olvidado de mi....porque a pesar que te deje por mucho tiempo...mas del que me hubiera nunca gustado :'c de verdad lo siento Steph pero pasaron muchas cosas y despues te las cuento creeme dudo muchisimo que no te vallas a cansar de mi porque te voy a ladillar como ninguna....voy a empezar a leer Alas Rotas...y luego te escribire como 10 comentarios con todo lo que te tengo que decir :p
no lo hago ahora porque tengo muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuucho que leer y es un poco tarde.... son la 12:05 am asi que se me dificulta un pelin pero pronto muy muy muy pronto sabras de mi otra vez no te angusties XD
sabes que de verdad nunca me olvide de ti...si ok te abandone pero no porque yo queria de verdad y mucho menos porque no me guste como escribes sabes de aqui a la luna que AMOADORO tus novelas <3
pero hey estoy de vuelta y vengo repotensiada y lista para hacerte la vida mas feliz...si lo lamento me converti en una mala fan al dejarte asi como si nada pero en serio LO SIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEENTO :''''C
bueno ya sabes HE VUELTO *voz de terminator*
amiga mia te escribo mi testamento de por lo menos 10 comentarios mas tarde cuando me actualice en los capitulos :p TE AMO STEPH <3 <3 <3
PD: Eres la mejor XD
PD2: PEACE \/
Isabelle *-*
(tu fan que lamenta mucho haberse ido pero que nunca se olvido de ti, que te quiere mucho,que espera la perdones y que no lo volvera a hacer :* )
Este capitulo fue muy divertido!!! ajajjaja ya quiero ver que piensa hacer o decir Sebastian al respecto! Yo creo que Sebastian es gay!! y esta enamorado de Sebastian y por eso lo siguio hasta el castillo!! jajajaja ok no PERO PODRIA SER UNA POSIBILIDAD! jajaja
WONDERFUL WONDERFUL!
este cap fue uno de miis favoritos :D espero que publiques pronto el proximo
woow que mal esta vez sebastian se pasoo
Hola :D
¡Feliz noche! Ya van nueve días sin un capitulo nuevo :( Ya se que todo depende de nosotras pero aveces no sé que nos pasa :'(
Este capitulo que ah dejado conmocionada, y Nicodemus :O ¿Otra persona en su vida? Wow.. Pero ¿QUIEN? o_o
Sebastián es un Pillo ¬¬
¡Feliz noche!
sebastian! la primer parte del capitulo lo ame y al final lo odie
porque sebastian? porque? porque? porque?
buenisima la novela
ok primero qe nada perdon por no haber comentado en los dos capitulos pasados:S es horrible no tener computadora:(
ahora su lso capítulos! Me qieres matar verdad? Porque confundes tanto mi pobre corazoncito!? Yo estaba segura de amar a nico♥ y luego vienes y haces qe sebastian sea tan asdfghjk♥ me confudes mujer! De verdad qe me haces amar tu novela cada dia mas:D
espero qe subas capitulo pronto! Lo espero con ansias*.*
p.d. qe tengas muchísima suerte en tus exámenes(:
-brenda
sooooo amo tu novela
sii creo que eso lo resume todo:)
no puedo creer qe falten la mitad de los coments:$ ya quiero leer el proximo cap.
mi capitulo favorito hasta ahora!
ya quiero leer el siguiente
espero que te haya ido bien en tu examen
Me ha dejado en shock el final del capítulo. Sebastián es un perro que ya sabía qe haría algo como eso. El intenta ser bueno pero jode todo con lo que hace. Pero Nicodemus me ha sorprendido, pero no me siento molesta con el. Soy sincera puedo molestarme con Sebastián pero no con el. No puedo creer que ame a otra persona, pero al parecer Luciana lo confunde. Pero en caso de que ame a otra persona espero que sea feliz con ella. Luciana es una perra. No ama a su esposo, pero por despecho se acuerda que es su marido. La odio a ella y me alegro que la hayan dejado plantada.
Estoy frustrada en estos momentos. Nio te sigo amando y se que me amas a mi.
Sabía que Sebastián era así. Ella no puede enojarse por eso. Además no puede pretender que Nicodemus haga todo lo que ella quería por despecho. Por eso no estoy molesta con el. Aunque tengo curiosidad por saber a quien ama. Aunque al parecer también quiere a Luciana.
Sabía que Sebastián era así. Ella no puede enojarse por eso. Además no puede pretender que Nicodemus haga todo lo que ella quería por despecho. Por eso no estoy molesta con el. Aunque tengo curiosidad por saber a quien ama. Aunque al parecer también quiere a Luciana.
Sabastian es un perro.
Nico es hermoso y no lo odio.
Luciana lamentó decirte que no siento lástima.
Steph, ¿Tienes tu libro El hotel Nigthmare en papel? Deberías subir una foto enseñandolo. Sería tan estupendo verte con el. O verlo. ¿Cómo te sientes de saber que hay personas comprándolo y leyendo lo estupendo que es?
Luciana es un dolor de cabeza.
Sebastián es un estúpido.
Nicodemus es especial. Me alegro que haya alguien más en su vida.
¿Cómo va la edición del hotel nightmare? ¿Estas editando el libro tu sola o tienes a alguien más ayudándote con la edición? ¿De cada cuanto tiempo planeas publicar los libros en amazon? La portada de el Hotel nightmare me encanta. ¿Pero qué significa la niña? Sabes que eres una excelente escritora. ¿No publicarás el hotel Nigthmare por kindle? Lo digo porque muchos por amazon compran los libros en formato digital.
Steph cada vez me sorprendes más.
Sebastián siempre ha sido un desgraciado. Por eso es que lo amo y odio tanto. Nicodemus me ha sorprendido y ahora me siento curiosa de el.
Cada vez se pone mejor esta novela. Sigue así.
No se sí sentirme triste por Luciana o no sentir nada, pero bueno. Ya sabía que Sebastián no era un buen pan y que ya estaba podrido, pero no entiendo porque se sorprende de haber visto a Luciana. El sabía que ella llegaría al apartamento. Nicodemus no tiene culpa de nada. El tiene derecho de querer a otra persona, porque Luciana quiere a otra persona. No entiendo porque se molestan con el.
Qué capitulazo
Estoy súper ansiosa por saber más y más.
Steph
¿Tus amigos sabes que estas publicando tus libros por amazon?
¿Qué se siente hacerlo?
Se qué te estas esforzando mucho con tu editorial y se que harás un gran trabajo. Eres joven y eso es importante. Porque tienes muchas energías.
Sebastián me enojo un montón. Nicodemus es tan lindo.
Me siento tan shokeada. Ame el capítulo, demasiado. Estoy súper ansiosa. SUBE YA Ok no tarda todo lo que quieras. Sólo digo que me siento frustrada.
Sebastián perro
Nicodemus lindo
Luciana lo siento
El capítulo ha estado emocionante. Aunque Luciana es tan ... no se qué decir.
Publicar un comentario